Crónicas

Graveyard + Downton Losers: La máquina del tiempo

«Un viaje a través del blues rock para ver resucitar al fénix»

24 noviembre 2017

Sala But, Madrid

Texto: Pablo Camacho. Fotos: Sami Auvinen

Viernes noche en la plaza de Tribunal en Madrid. El escenario en el que miles de jóvenes se reúnen para una de las noches más animadas de Europa. Unos cuantos de ellos y otros tantos no tan jóvenes esperaban en una ordenada fila en las puertas del emblemático teatro Barceló. La sala But acogía esa noche un concierto de auténtico blues rock.

Los primeros curiosos bajaron a la sala en sótano e hicieron tiempo acercándose a la barra o al stand de merchandising, cuando con una sala aún bastante vacía salieron al escenario Downtown Losers. Batería y guitarra forman este dúo madrileño nacido en Barcelona como ellos mismos nos contaban. “Bleeding So Slowly” es el tema de apertura, que arranca a capela pero nos introduce en su universo de blues psicodélico. Notas ácidas y una distorsión mayúscula caracterizan el sonido de una pareja que son pura energía. Dolphin Riot es el nombre del batería que hace sonar su modesto set con vigor y desparpajo pero siempre con miradas cómplices a su compañero Alber Solo, que con su inseparable sombrero maneja la pedalera con agresividad y pasión. Sonaba “Your Grave Can’t Wait”, que va encendiendo a un público que poco a poco se apelotona frente al escenario.

Las guitarras van circulando y Alber se pasa a una Telecaster que acrecienta el espíritu bluesero con el manejo efectivo del slide. La sala suena a John Lee Hooker con la distorsión de Electric Wizard, una combinación que puede sorprender pero que acaba por enganchar. Y es que las influencias estaban claras, hubo homenaje a AC/DC y versionaron un tema de Magic Sam. La guitarra era la reina, la diosa a la que idolatraban y su misión era convertirnos en fieles a su culto. Por si nos faltaba ver más imágenes de nuestra nueva deidad, el siguiente mástil de Alber fue una SG. La noche se acelera para despedirse con “One-Horse Town Apocalypse”, tema que da nombre a su disco, del que seguro vendieron más de una copia esa noche. La sala, ya llena, acaba por rendirse a su blues espacial como lo llaman algunos y es que ese ovni de su portada da pistas del viaje sideral que supone su música. Gran esfuerzo el que realizaron los dos para ganarse un buen puñado de acólitos. Al’right!

Media hora de espera entre sintetizadores de ciencia ficción en la sala But. Parecía un aviso de lo que íbamos a ver. El fondo del escenario se encendió con pequeñas luces LED que formaban un ave fénix y el logotipo de Graveyard. Las máquinas de niebla se pusieron a trabajar y apareció sobre la escena la agrupación sueca. Arranca despacio el concierto con “Slow Motion Countdown” de su tercer largo ‘Lights Out’. El ingenio del tiempo se ponía en marcha y el público había comprado billetes para los años setenta del siglo pasado.

Las sirenas de “An Industry of Murder” nos mostraron la cara más agresiva de la banda. La voz de Joakim Nilsson se encontraba mucho más estropeada que antes de la separación de la banda. Sonaba rota. rasgada, maltratada, aunque en parte eso le daba un nuevo matiz a los temas que ya conocíamos. “The Apple & The Tree” que había sido lanzado como single sonó como nunca, rápida, violenta, casi no parecía la misma canción que escuchábamos en ‘Innocence & Decadence’. Truls Mörck, nuevo bajista de la banda se puso al mando de las voces para “From a Hole in the Wall” lo que aportó cierta delicadeza a la noche. “Exit 97” bajó de revoluciones el show, pero era en las canciones lentas como esta en la que la voz de Nilsson crecía en matices, ganaba riqueza y evocaba a veteranos cantantes de blues que llevaban años desayunando con aguardiente.

No había pausa entre canciones, se iban sucediendo una tras otra y en ocasiones se escuchaba un escueto “gracias”. El guitarrista Jonatan Larocca parecía el más implicado con el público, ofreciendo sonrisas y casi disculpándose por la velocidad a la que todo marchaba. Y es que Joakim no estaba en su mejor día, parecía cansado, como si cargara con una losa enorme producida por alguna sustancia de dudoso origen. Las luces de la sala no ayudaban tampoco, las cegadoras hacían su trabajo con el público provocando que las manos levantadas fuesen para protegerse la vista en lugar de para animar a la banda.

Llegó el momento de “Hisingen Blues”, el temazo que da nombre a ese monumento plástisco que Graveyard tiene como segundo LP. El público se volcó como si no existiese otra misión en el planeta que vitorear a los creadores de esa maravilla. Parecía que lo anterior había sido un calentamiento y ahora se lucían todos en “The Suits, the Law & the Uniforms”. La balada “Too Much Is Not Enough” sonaba con fuerza y melancolía, pero sobre todo limpia. Se repartieron cariñosos abrazos entre los asistentes para después volver a la caña y el desmelene con “Goliath”. La hora de música ininterrumpida se cerró con “Buying Truth” y “Ain’t Fit to Live Here”, dos cortes del tremendo ‘Hisingen’

Los cuatro suecos se retiraron con sus botellines de cerveza, se apagaron las luces y volvieron la niebla y los sintetizadores. El público quería más y cinco minutos fue lo que se hicieron de rogar los componentes de Graveyard. Los dos primeros acordes bastaron a todo aquel presente en la sala para reconocer “Uncomfortably Numb”, la que desde mi humilde opinión es una de las mejores composiciones de rock de los últimos tiempos. El vello de punta durante sus seis minutos en los que la emoción va creciendo con cada baquetazo, con cada pulsación, con cada vibración. El público lo siente y despide la canción con una ovación cerrada que no pueden más que agradecer los músicos. Se retrotraen al corte que abría su primer disco, “Evil Ways”, que suena crudo, auténtico y con carácter. Están en el momento dulce del concierto, pero los bises se acaban con el siguiente tema, “The Siren”. La canción, que ya es el perfecto cierre de su segundo trabajo, funciona como broche para terminar la noche, que se ha pasado demasiado rápido. No han sido pocos temas, pero se han sucedido sin respiración y han terminado en apenas ochenta minutos.

No son los mejores tiempos para Graveyard, que aún está en reconstrucción, con un Joakim muy afectado, pero aquí están las brasas de una de los fuegos que más ha brillado en la escena revival setentera que tantas alegrías nos ha dado. Sí realmente quieren serlo, Graveyard puede terminar de ser ese ave fénix que ahora llevan por bandera y volver a reinar la escena.

 

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Esta entrada fue escrita por Pablo Camacho

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