Crónicas
Hypocrisy, SepticFlesh, The Agonist y Horizon Ignited en Madrid: Desahogo y sobrecogimiento
«Fue una noche para sobrecogerse, para derrochar sudor y vehemencia, para desgañitarse y para regocijarse en la más reconfortante oscuridad sonora»
14 octubre 2022
Sala Changó, Madrid
Texto y fotos: Jason Cenador
No cesa el carrusel de grandes bandas internacionales que nos visitan en giras conjuntas que convierten en pequeños festivales temáticos en sus géneros unos shows en los que se respira la voracidad del público por vivir al máximo la música en vivo, esa que nos fue usurpada por una terrible crisis sanitaria que, pese a todo, no logró mellar, más bien al contrario, la entrega de quienes bajo los focos se dejan el alma en hacer disfrutar al personal.
Si la semana anterior vivimos un auténtico festín de metal extremo en la ciudad de Madrid con las lustrosas actuaciones en el Palacio Vistalegre de bandas de la categoría de Amon Amarth, Machine Head, Arch Enemy, Behemoth o Carcass, la continuación vino el viernes siguiente con una de esas veladas en sala que dejan un sabor de boca inmejorable. Fue una noche para sobrecogerse, para derrochar sudor y vehemencia, para desgañitarse y para regocijarse en la más reconfortante oscuridad sonora, todo a cargo de unos titanes del death melódico de las aulas maestras de la escuela sueca como Hypocisy, unos conductores de rituales tenebrosos de esbelta y salvaje factura, avezados representantes de la fascinante escena griega, como son Septic Flesh, y unos The Agonist que siguen demostrando que hay mucha vida después de Alissa White-gluz.
Abrieron la lata ante los más tempraneros los finlandeses Horizon Ignited, que han sabido, por méritos propios, abrirse hueco en la escena del melodeath con una propuesta que combina muy ponderadamente ortodoxia y modernidad. Su incandescente garbo en escena acompañó generosamente la consistencia de las canciones de sus dos álbumes hasta la fecha, temas en los que hay trazas de Gotemburgo pero también un sonido muy finlandés en el apartado melódico, todo con una perspectiva contemporánea desde la que, sin inventar nada nuevo, reparten solvencia y efectividad, y, de paso, rememoran la frontera entre el sonido americano y el europeo pese a las pinceladas de metalcore.
Pasajes rudos de agrias guturales se entrelazaban con voces limpias y estribillos hondos y coreables que convencieron a los presentes sin una necesidad imperiosa de romper moldes pero garantizando con sello de calidad que el futuro del death metal melódico tendrá tela que cortar.
No son para nada novicios en la materia The Agonist, unos representantes de allende el Atlántico en el plantel, que disfrutan de un estado de forma sobresaliente. Los de Quebec llevan desde 2019 sin parir un nuevo álbum de larga duración, aunque su EP ‘Days Before the World Wept’, lanzado el pasado año, les ha venido de perlas para matar el gusanillo y, de paso, dar un verdadero golpe de efecto. No en vano, lo interpretaron casi en su totalidad, y cortes como el que le presta su título, “Inmaculate Deception”, “Remnants In Time” y “Resurrection” fueron la perfecta combinación entre sensibilidad y brutalidad.
Los canadienses lo apuestan prácticamente todo a sus más recientes creaciones, conscientes de que su inmenso potencial tal vez pueda todavía dotarles de un estatus más privilegiado en el viejo continente. Desde luego, Vicky Psarakis posee una de las voces guturales femeninas más impactantes, devastadoras y solventes del panorama internacional, roncos e crueles latigazos de garganta que entrelazaba con una facilidad pasmosa con voces líquidas, limpias como un lago glacial. Incluso cuando tiene que tirar de agudos lo hace sin parpadear.
Su acertadísima combinación entre devastación, melancolía, épica y energía contagiosa tiene un sello propio y gozó en vivo de una ejecución sobresaliente por parte de una banda muy, muy bien plantada que no se amilanaría ante nada ni nadie. Además, Psarakis cultiva una química fantástica con el público, al que le dedicó un “¡de puta madre!” cuando parecía que iba a comentar algo verdaderamente trascendente. “No veía el momento de decir esto”, dijo antes.
Aunque el sonido se repartía de manera desigual por una sala atestada de público su concierto se saldó con una satisfacción generalizada y la sensación de haber visto a un grupo que merece más atención, y no solo porque la ahora cantante de Arch Enemy militase en él en su día. No es fácil tener un sonido tan propio e intransferible en estas lides a día de hoy, y ellos lo tienen y lo defienden a la par que entusiasman.
Que la personalidad, la unicidad, es una baza ganadora para destacar bien lo saben los atenienses SepticFlesh, relucientes baluartes del death metal sinfónico más sobrecogedor. Muy pocos grupos han combinado de una manera tan efectiva la abrasión sonora más aplastante con las infinitas posibilidades de la música orquestal, esa que crea en su música ambientes que a uno le permiten olvidarse de la realidad terrenal y adentrarse en una abstracción mágica y hechizante pero también tétrica e inquietante. Un estímulo para los sentidos difícil de explicar con palabras.
Si el disfrute del arte, cualquiera que sea, llega al cénit cuando produce escalofríos, los griegos se columpian sobre el susodicho con la agilidad y la espontaneidad de un niño. Porque practicar una música tétrica, oscura hasta la claustrofobia, visceral hasta la extenuación no está reñido con esa espontaneidad, y por eso el vocalista y bajista Spiros Antoniou, camaleónico como él solo, concibe sus conciertos como un acto de fiesta, camaradería y amistad, al tiempo que su garganta abre de par en par las mismísimas puertas del averno. No se cansó de animar a la gente, de profesarle su afecto y de poner a prueba los cimientos de una sala a rebosar en la que, por cierto, tomarse una cerveza era un acto de derroche económico inexplicable.
En cuanto al repertorio, resultó muy equilibrado entre sus discos más celebrados, y si bien su más reciente ‘Modern Primitive’ funcionó de maravilla con “Neuromancer”, “A Desert Throne” y una descomunal “Hierophant”, plásticos anteriores de la categoría de ‘Codex Omega’, ‘Communion’ y ‘The Great Mass’ tuvieron su más que bienvenida representación. “Pyramid God” fue una delicia por todos saboreada, con sus dramáticos giros de guión entre los casi tarareable y la brutalidad, aunque tal vez el énfasis de Spiros por hacer de aquello un hervidero empaño su solemnidad, su abstracción. Por su parte, “The Vampire from Nazareth” constituyó prácticamente el apogeo de la velada; semejante demostración de avasallamiento death, perturbación sinfónica y tenebrosa envolvencia es un hito en el género, una oportunidad dorada de poner en tensión todos los músculos del cuerpo mientras el cielo se abre sobre nuestras terrenales vidas.
La devastación de “Martyr” y “Communion”, la accesibilidad oriental de “Annubis”, cuya melodía fue coreada por buena parte de los asistentes, y el laberinto por el inframundo que es “Dark Art”, título, a todo esto, perfecto para definir lo que salía de los bafles, redondearon un show exquisito y emocionante cual filme de terror de culto, como casi todos los que hemos podido disfrutar de los helenos. Imposible no reafirmarse en nuestra devoción hacia ellos. We offer the sun!
El listón estaba por las nubes cuando los cabezas de cartel aparecieron en escena, pero tenían los motores a pleno rendimiento y volaron sobre él con la velocidad de una aeronave supersónica. Hypocrisy merecen todo el respeto y el crédito del mundo como referentes en la vertiente más efervescente del melodeath sueco, y lo conquistan con el afán y la tonelada de energía que vierten en cada actuación.
He de reconocer que los había visto como aperitivos en grandes pabellones y los había disfrutado, pero nada en comparación con lo de esta noche. No cabe duda de que cuando ellos son la estrella y cuando las distancias son más cortas ganan enteros a mansalva. Es un grupo para exprimir al máximo en sala, donde marcan la diferencia a pasos agigantados con respecto a festivales o arenas a la sombra de otras bandas.
Fue inesperado que sonase como intro a todo trapo el “Rock ‘n’ Roll Train” de AC/DC, ratificando una vez más a la leyenda australiana como perpetuo nexo de unión entre diferentes sensibilidades eléctricas. Fue el calentamiento antes de que el combo sueco subiese la escalinata para fulminarnos sin compasión con tres barbaridades sonoras vertiginosas, agresivas y viscerales como “Worship” (que da título a su potentísimo último trabajo), “Fire in the Sky” y “Mind Corruption”. La muralla infranqueable de guitarras asesinas, una base rítmica demoledora y unas voces coléricas puso aquello patas arriba, desatando un mosh-pit de esos que hacen que los de seguridad miren la hora a las primeras de cambio. Todo bien, muchachos grandotes, aquí hay camaradería y mucha, mucha adrenalina liberada.
Levantaron el pie del acelerador después con el temazo que es “Eraser”, efectiva como pocas, antes de la cual el ídolo del death metal melódico que es Peter Tägtgren, también afamado productor, confesara que estaba “enfermo como un perro” para justificar el sudor que recorría su rostro. “No estoy llorando”, aclaró. Quién diría que sufría algún problema de salud: sus voces guturales fueron una salvajada, zambombazos implacables expelidos por unas cuerdas vocales privilegiadas para tal función, y sus afiladísimas guitarras conformaron una formidable amalgama de extrema violencia sonora junto a la de Tomas Elofsson. ¡Menuda dupla!
Con “Inferior Devolties” y “Chemical Whore” aniquilaron de nuevo nuestros tímpanos, para luego abrir el espectro a algunas voces agudas y graves en la opresiva “Until the End” y hacernos empatizar con el severo acto de reafirmación que es “Don’t Judge Me”, una soberbia guadaña sonora directa al pescuezo de quienes nos juzgan contra nuestra voluntad.
De nuevo navegaron en su vertiente más acompasada aunque igualmente robusta con “End of Disclosure”, tras la que siguieron repartiendo cera como si su tanque de energía fuera inagotable con “Weed Out the Weak”, “Children of the Gray”, “War-Path” y “The Final Chapter”.
Ya en el reino de los bises, “Fractured Millenium” e “Impotent God” nos conducían infranqueables hasta un final nada deseado, pues el derroche de fuerza, destreza y contundencia era tal que parecíamos emular a los protagonistas con un aguante casi a su altura. Tägtgren nos confirmó que se sentía mejor gracias al público y lo elogió a su manera diciendo que somos de metal antes de acometer la recta final con “Adjusting the Sun” y la ineludible “Roswell 47”, con la que terminaron de abducirnos y desconectarnos del planeta Tierra para transportarnos a alguna otra dimensión en la que el alto voltaje corre por los cuerpos tanto como por los cables de alta tensión. Volver a las calles de Madrid tras la sacudida llevó después su tiempo de asimilación.
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1 comentario
Cojonudo resumen hacia las brutales descargas que se marcaron estas tres pedazos de bandas en dicha gira conjunta a base del más potente Metal extremó en la rockera ciudad de Madrid.