CATHEDRAL: METAL TENEBROSO
3 diciembre, 2010 3:36 pm Deja tus comentariosSala Razzmatazz (Barcelona)
La escritora Rosa Salleras nos ofrece su visión sobre el concierto.
Fue día de estreno. Me estrenaba en un concierto en la sala Razzmatazz. Y como siempre que estreno algo, lo rompo, lo mancho o lo pierdo. Esta vez perdí la puerta, y en consecuencia, también me perdí la actuación de los teloneros, The Gates of Slumber, una mancha en mi historial conciertero.
Todo empezó el lunes. En una de mis incursiones por la web, oí y leí que Mariskalrock sorteaba invitaciones para el concierto de Cathedral y, ni corta ni perezosa, decidí probar suerte, aunque tengo que confesar que sin ni siquiera saber nada del grupo en cuestión. De todas, maneras, seguro que tampoco me tocaría. Error. Alguien le había dado la vuelta a la ley de Murphy. Me tocó. Es la segunda vez en mi vida que me toca algo en algún sorteo así. En la otra, tendría yo unos seis años, un payaso de verdad del circo Price de Madrid, el de antes, (o quizás fuera uno de aquellos circos que se solían instalar en la Plaza de Castilla) me entregó un payaso de trapo que tenía una nariz que se le encendía cuando le tocabas no me acuerdo lo qué. Me tocó porque en la tómbola del día, el número que había salido coincidía con el de la entrada que yo llevaba en la mano.
El día de autos salí de casa armada con toda la parafernalia necesaria, a saber, tabaco (sí señores, pertenezco a ese grupo de futuros proscritos que fuma cuando sale y se toma una copa), mechero, pasta para las copas y las plumas en el pelo. Por necesidades del guión, tuve que pasar antes un par de horitas en la facultad, cosa de las obligaciones de ser estudiante, y, al salir de clase, capturé una bici de tarjeta de esas rojas y blancas que corren por Barcelona, pedaleé hasta la sala Razzmatazz y me planté ante la puerta marcada “2 y 3” cerrada por una barrera de aquellas de cinta. Aquí entra lo de “perder la puerta”. La rasca de la calle me impulsó a meterme en el bar de enfrente, el Pepe, donde un montón de gente parecía estar esperando lo mismo que yo. Los minutos pasaron, y pasaron, la gente cruzó la calle, el bar se vació y la barrera, a diferencia del gintonic que me pedí, no bajaba. Por fin, y el vaso ya casi vacío, crucé la calle y me planté de nuevo ante la puerta y su barrera. Me costó encontrar la entrada, la que se cruza, no la de papel, es decir, la puerta por la que se entra, no la que da a la calle (vaya usted a entenderlo), y cuando lo hice, lo que encontré fue una banda que se despedía y se marchaba del escenario.
Ahora tocaba seguir esperando. Afortunadamente, un técnico de sonido muy guasón animó la espera haciendo sonar instrumentos y conversando por gestos y a distancia con el que estaba a los mandos del mar de botones. Una aclaración: vaya por delante que para lo que sigue debo agradecer a San Gúguel y a Santa Uiki toda la información sobre la discografía y el programa del concierto (que espero que sean correctos) que algún ángel bienhechor ha tenido la amabilidad de colgar en la ueb. No sólo no me fío ni un pelo de mi memoria sino que además, no conocía ni uno solo de los temas del grupo (por eso lo de “sin ni siquiera saber nada del grupo en cuestión”).
Al cabo de un rato, e iluminado por un juego de luces rojas, y luego amarillas y azules, Lee Dorrian y el resto de la banda nos invitaron a acompañarles a cruzar los campos de inocencia en los que los sueños se distorsionan sin defensa (“Funeral of Dreams”). Y con este tema de su último disco, The Guessing Game, empezaron el concierto. Después dieron paso a los gusanos (de Ethereal Mirror, 93) para más tarde salir volando sobre las alas de Azrael (de The garden of Unearthly delights, 05) y aterrizar en la montaña de la medianoche (de Ethereal Mirror, 93) donde celebraron un funeral cósmico (de Cosmic Funeral 94) y un extraño carnaval en la noche de las gaviotas (de The Carnival Bizzare, 95). El ciclo de los cadáveres (de The garden of Unearthly delights, 05) se inició con los perseguidores de ataúdes (de The Guessing Game, 10) que vertían lágrimas de ébano (de Forest of Equilibrium 91) antes de prepararse a alzarse desde las cenizas del estancamiento (“Ride”, de Ethereal Mirror, 93) y despedirse de la peña. Pero la peña se quejó, y el grupo volvió al escenario después de un genial y brillante solo de teclado de Gaz Jennings, iluminado por una luz blanca que bajaba de las alturas y le sacaba destellos a la calva y al instrumento. Leo Smee, que durante todo el concierto lució un bandana en la cabeza, para la ocasión de los bises, lo cambió por una preciosa a la par que elegante pamela negra. Y la banda atacó, bajo el sol de los vampiros, la historia de Hopkins, el cazador de brujas impotente condenado al infierno (The Carnival Bizzare, 95) con la que, ahora sí, se despidieron de la peña después de casi dos horas de… ¿marcha?
La banda de sombrío sonido estuvo brillante y, aunque no sea el estilo de música que más me gusta, disfruté del concierto hasta el final. Si algunos grupos se dedican a hacer virguerías con guitarras y vasos o latas de cerveza, o con objetos diversos a modo de percusión, Lee Dorrian las hace con el micro: se lo mete en la boca y produce un tipo de sonido gutural ultratúmbico que recuerda algo a los guturales de Mongolia, aunque mucho más potente.
La música de Cathedral es más bien del tipo lento, pero algunos temas más marchosos hacían botar al personal, siempre animado por el vocalista. Por cierto que el chico, vestido con una ajustada camiseta que parecía lila (a las luces variables y cambiantes del escenario) se marcaba unos bailes robótico-zómbicos de lo más interesante. ¿Acaso de joven iba para mimo? A notar en especial la pose que mantuvo en un momento determinado, brazos en alto extendidos sosteniendo micro y cables, en plan Hércules con su arco matando los pájaros del lago de Estínfalo, y sus continuas desapariciones por la zona baja del escenario.
Lo dicho, un excelente concierto.
ROSA SALLERAS
Foto de archivo: CHARLY R'N'R