BIME LIVE: CUMBRES BORRASCOSAS Y ÁNGELES CAÍDOS

5 noviembre, 2014 4:05 pm Publicado por  2 Comentarios
Brian Molko (Placebo)

Brian Molko (Placebo)

BEC, Barakaldo (Bizkaia)

El afán por sentirse especial es quizás uno de los mayores anhelos de la historia de la humanidad, esa sensación de no pertenecer a la manada y de elevarse por encima de los mortales por nuestros exquisitos gustos refinados, esa miel que no está hecha para la boca del asno, como se suele decir. Ya denunciaba el periodista Víctor Lenore en su reciente libro ‘Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural’ el arrogante clasismo que desprenden ciertas subculturas al abrigo de una modernidad mal entendida y de la dictadura de lo políticamente correcto.

Porque si el veraniego BBK Live se ha convertido en la meca del esnobismo barbudo y la música de masas, no menos cierto es que su equivalente otoñal, el BIME Live, colofón a una serie de conferencias y eventos centrados en el mundo de la música, atraen al mismo tipo de público. Por una parte, los sibaritas, que ven colmadas sus expectativas elitistas por el escaso tirón a priori de gran parte de los grupos del cartel, y por otra, los que acuden a pasar el rato agitando palos luminosos o pillándose una buena tajada sin importar lo más mínimo quién toque en ese momento

Si la raquítica asistencia del año pasado apenas consiguió disipar el frío helador de los pabellones, en esta ocasión la cifra se multiplicó hasta el cómputo total de 20.000 personas, a una media aproximada de 10.000 por jornada. Había además una proporción alarmante de chicas guapas, de esas con sombrero y pinta de interesantes, aunque alguna que otra también prostituía con bolsos o indignas camisetas nombres tan insignes que deberían mantenerse al margen de las modas como los Ramones o Joy Division.

En esta edición, de los showcases, esos conciertos exclusivos que se celebran en salas bilbaínas los días previos al festival, únicamente destacaremos a los turcos The Ringo Jets, unos hippiosos que le daban a un blues rock progresivo rollo Radio Moscow y que remitían a grandes luminarias del género como Cream o Blind Faith. Muy eléctrica sonó su revisión del clásico de los Beatles “Helter Skelter” y la pegada de su batería, que también cantaba de vez en cuando, imprimía dinamismo a un conjunto en el que lo mejor eran esos punteos expansivos que se marcaban los dos hachas. Una lástima que apenas se contabilizaran veinte almas y no existiera la posibilidad de comprar entrada para acudir al bolo al margen de la acreditación para participantes del BIME.

EL ESPÍRITU DE HEATHCLIFF

Nada más entrar al recinto estaba claro el tirón que tenía Imelda May entre el personal al observar unas cuantas pin ups pulular por ahí. No era de extrañar, pues en su bolo en la capital del Estado había agotado entradas, aunque, como en todo, en esto hay mucho postureo. Se trata de un ícono que está de moda y su tupé de mechón oxigenado ha sido copiado hasta la saciedad por aquellas que se suben al carro de lo vintage por una mera cuestión estética, de otra manera no se entendería que en grupos del mismo palo no exista tanta pasión en términos de asistencia.

Por ejemplo, con los rockabillys The Weapons, un estilo casi idéntico, pero acogidos con total indiferencia, pese a que en el poco tiempo que alcanzamos a ver parecieron currarse un bolo trepidante. Y comentarios análogos pudieron escucharse al término de Go Go Berlin, un compi fotero incluso dijo que “podrían haber tocado tranquilamente en el Azkena”.

Entretenidos se mostraron asimismo We Cut Corners, un dúo minimalista a lo The Black Keys, que pese a encuadrarse en la dominante escena revival contemporánea contaban con un estilo peculiar basado en las melodías vocales que alternaban con total naturalidad. En este sentido, muy digna les quedó su versión del “Helter Skelter” de Beatles con pedazo gritos desgarrados a lo Lennon.

Era noche de Halloween e Imelda May no perdió la ocasión de disfrazarse de bruja de Blancanieves, de hecho, ese atuendo con pelo suelto, mechón blanco y tez mortecina le sentaba mejor que las pintas que suele gastar. Los miembros de su banda también iban ataviados para la ocasión, con un guitarra en plan Fétido de La Familia Addams, un bajista de La Naranja Mecánica y otro hacha de monje siniestro con cara verde.

Al margen del apartado estético, en escena la rockabilly irlandesa sigue siendo una señora de los pies a la cabeza, en un estado vocal fantástico y contoneándose como hembra con clase, sugerente y sin enseñar nada. Repasó su reciente ‘Tribal’ con la demoledora “Wild Woman” y sus punteos al tuétano o con el himno a los tugurios decadentes “Hellfire Club”. Mandó cantar a los muertos en “Oh My God” y terminó aporreando percusión mientras el contrabajo se atropellaba en el inevitable “Johnny’s Got A Boom Boom”. Tal vez para los fans del psychobilly y demás su palo suscite tantas suspicacias como cuando se encuadra a Nightwish dentro del gótico, pero lo que no se puede negar es que sigue dando el callo de sobra.

Al fundador de Sonic Youth Thurston Moore se la traía al pairo cualquier celebración que no fuera la del cuelgue incesante que nos proporcionó con un recital hipnótico en el que las frases caían cual mantras y esas atmósferas chirriantes y opresivas recordaban a los Swans de Michael Gira. El delirio para fumetear se inició con “Forevermore” de su último álbum en solitario ‘The Best Day’ y el colocón no disminuyó en ningún momento mientras la pantalla proyectaba la imagen de una mano sucia intentando coger cosas que caían.

Mencionar que esta leyenda del ruido llevaba una formación de órdago en la que sobresalía la bajista de My Bloody Valentine Debbie Googe o un batera impresionante capaz de cambiar de tercio con la mayor naturalidad. A veces hasta les daba por ponerse todos de espaldas, como antaño hacían The Jesus & Mary Chain, y acercar sus instrumentos a los amplis para meter más jaleo.

Y la apoteosis ruidista se alcanzó cuando se tiraron ahí rasgando un tiempo considerable mientras aumentaba la estupefacción de la peña que empezaba a despertar del trance, alguno hasta gritó: “¡Se acabó!”. Tal vez a modo de sutil ironía, se despidieron lanzando caramelos y diciendo lo hermosos que éramos. Para ir a meditar a la India.

Toda una personalidad apabullante en el panorama contemporáneo es la compositora y guitarrista británica Anna Calvi, elogiada por Brian Eno que la definió como “lo más grande desde Patti Smith”, aunque también se puede percibir en esta joven vestida como señora de cincuenta años el influjo de Siouxsie Sioux o Kate Bush y hasta de divas melancólicas actuales como Lana del Rey.

Precisamente, su bolo fue una mezcla entre ‘Cumbres Borrascosas’ y una vieja peli de cine negro en la que las chicas fuman cigarrillos con boquilla, llevan sombreros elegantes y hasta las dejan cantar en algún garito humeante. Esa especie de auditorio con asientos, que superaba en plazas al del año pasado, era el escenario perfecto para disfrutar de la magnética voz de esta artista que con sus tonos te lleva hasta universos oníricos de fantasía. El espíritu de Heathcliff por tanto sobrevoló en “Eliza”, mientras que en “Blackout” tal vez se acercó más a las piezas grandilocuentes de The Killers.

Pese a que en estudio su producción sea un tanto popera, en las distancias cortas la batería aporta bastante empaque a su repertorio, aparte de su personal forma de tocar la guitarra, limpia y cristalina, como si no tuviera nada que esconder, pero como si al mismo tiempo persiguiera seducir al oyente, igual que haría por ejemplo el experimental David Lynch.

No dijo ni hola ni adiós, aunque eso no la libró de recibir una buena salva de aplausos al sostener la voz en los estertores finales. Cada cierto tiempo surgen personajes curiosos que sorprenden por su intención de remar a contracorriente, ir a su bola y no inscribirse a ningún movimiento en concreto, esta fémina de voz de cuento de hadas es de esas. Encantadora.

Tal vez se le haya pasado un tanto el arroz de la popularidad a Placebo, pero era la banda idónea para liderar un festival de estas características, respetada por los hipsters y no demasiado estridente ni rompedora. Porque cualquiera que haya visto un concierto de Brian Molko y compañía sabe de sobra lo que hay: un repertorio resultón en el que te lo acabas pasando bien, por mucho que reniegues de ellos en público. Y ya si encima en su último lanzamiento ‘Loud Like Love’ mantienen el tipo con solvencia, la valoración únicamente puede ser positiva.

La Maravillosa Orquesta del Alcohol

La Maravillosa Orquesta del Alcohol

Con calculada pose de estrellas totales, abrieron con la electro “B3” antes de echar la vista atrás en “For What Is Worth” y remontarse todavía más en el tiempo con la ineludible “Every You Every Me”. No tardaron en destapar el tarro de fragancias amorosas en “Scene Of The Crime” y “A Million Little Pieces”, dos de las representantes más dignas de su material reciente. Quizás se les fuera la mano con el repaso a las novedades, pero la muchedumbre parecía disfrutar, de hecho, en “Too Many Friends” algunas parejas se besaban apasionadamente.

La verdad es que los llamados “Nirvana oscuros” han sabido madurar con elegancia. Molko nunca ha tenido una voz epatante, pero sigue entonando con el sentimiento requerido, mientras que Stefan Olsdal hace de hombre orquesta y lo mismo se cuelga un bajo que una guitarra o se sienta al piano. Y la batería de Steve Forrest aporta la consistencia de la que adolecen en ocasiones en estudio.

Echamos de menos su excelsa colaboración con Bowie “Without You I’m Nothing”, pero en las postrimerías recurrieron a himnos alternativos incontestables como “A Song To Say Goodbye”, la acelerada “The Bitter End” o su ya clásica adaptación de Kate Bush “Running Up That Hill (A Deal With God)”. A ellos por lo menos no se les puede reprochar aquello de que con los años se han vuelto más moñas. ¿Acaso antes no lo eran?

EL CAMINO DEL ÁCIDO

La segunda jornada nos deparaba desde primera hora propuestas interesantes como la de La Maravillosa Orquesta del Alcohol, que confirmaron las gratas sensaciones que dejaron en el BBK Live. Con una considerable multitud para hora tan temprana, montaron un pedazo fiestón con su folk punk a lo The Pogues o Dropkick Murphys y temas que invitan a caldear gargantas como “Los Hijos de Johnny Cash” o “Gasoline”. Si además interactúan con el respetable e incitan el bailoteo desenfrenado por doquier, imposible no salir con una sonrisa de oreja a oreja. Es su momento, sin duda, se encuentran en plena progresión ascendente.

Como no teníamos nada mejor que hacer, acudimos por curiosidad al Escenario Teatro a ver qué tal se lo montaba Dawn Landes, una chica de voz bonita que le daba al folk bucólico y se hacía acompañar por un tipo con sombrero a la guitarra. De vez en cuando le salía cierto deje crepuscular a lo The Handsome Family en “Oh Brother” o se ponía melancólica en “Cry No More”. Un agradable tentempié rural.

Bastante menos delicado era el cantante borracho de The Orwells, que para certificar su condición de beodo total irrumpió en las tablas portando una vulgar lata de cerveza. Al hombre daba pena verlo, medio tambaleándose y con gayumbos y camisa por fuera, le faltó la corbata enroscada en cabeza para completar la estampa de impresentable. Era como un guiri etílico en Lloret del Mar.

Sobra decir que desafinó lo que quiso y más, y no contento con el lastimoso espectáculo, simuló incluso masturbarse ante la estupefacción general, ya se sabe que algunos con el alcohol se ponen como simios cachondos. Parece que pretendía ser Jim Morrison, pero el líder de The Doors hasta para pegarse cogorzas era un grande, este era un simple aficionado. A dormir la mona, chato.

A épocas pretéritas pertenecían asimismo los suecos Mando Diao, que pegaron en sus tiempos bastante pelotazo con “Dance With Somebody”, todo un himno del indie rock, hay que decirlo. El recuerdo por tanto que teníamos de ellos era el de un grupo garajero con leves inclinaciones bailongas a lo Franz Ferdinand, pero allí nos encontramos un rollo electrónico con deje oscurillo que los acercaba a Depeche Mode, New Order, e incluso sospechosamente a Gossip, exitoso combo de neo new wave al que copian hoy en día hasta los propios Blondie.

No era lo que esperábamos, pero gracias a nuestro versátil gusto lo gozamos igualmente con temazos de rock electrónico como “Black Saturday” o “Money Doesn’t Make You A Man”. Vestidos de blanco impoluto en medio de un escenario que simulaba rocas de otro planeta, tal y como afirmaron, vinieron en son de paz y legaron un recital contundente para las pistas de baile y demasiado meloso para los aguerridos. Muy entretenidos.

Siempre se debería recibir con los brazos abiertos a esos artistas sinceros y auténticos que huyen del postureo imperante y crean de la nada universos poblados por mil y un entrañables personajes. En el cóctel lisérgico de Ángel Stanich caben desde Bob Dylan a Bukowski, sin olvidarse de Neil Young, Jim Morrison o el poso fronterizo de unos Arizona Baby, con cuyo cantante Javier Vielba hizo buenas migas este poeta maldito.

Con los asientos del Escenario Teatro expectantes, irrumpió Stanich con botines, pantalones ceñidos, barba y melena hippy, solo a la guitarra, entonando las primeras estrofas de “Amanecer Caníbal”, y con el único acompañamiento de las espontáneas palmas del público. A medida que el tema ganaba en atmósfera polvorienta, fue saliendo el resto de una banda con apariencia crápula. Había varios motivos indicativos de la buena impresión que había causado, uno de ellos, las hembras que se levantaban para contonearse en la cadente “Camino Ácido”.

Homenajeó a los perdedores con clase en “El Outsider” y en “Mezcalito” chorreó Bourbon, a la par que mantenía la tensión, acelerando y aminorando la marcha. Se quejó por la excesiva distancia que imponían las gradas y no tuvo reparos en afirmar que “aquello parecía un bunker”. Es uno de esos tipos que prefiere las distancias cortas, nada de poses artificiales.

Uno de los puntos álgidos estuvo en la versión arenosa de Miguel Ríos “El Río”, que fue para calarse sombrero cowboy y tirar millas, del mismo modo que la Tarantiniana “Metralleta Joe”, con toda la peña levantada y cantando la desvergonzada letra. Un profesional del ácido.

Matt Berninger (The National)Pillar el punto a los iconos del post rock instrumental Mogwai es un tanto complicado y cualquiera que no sepa de qué va el rollo puede sumirse en la desesperación, y claro, cuando esto sucede, surge la furia del ignorante, de ahí que algunos al de un rato de actuación de los británicos se marcharan al grito de “esto es para echar la siesta”. Pero lo cierto es que son unos maestros en lo suyo, esto es, los viajes astrales que no llegan a desbarrar, como en la sideral “Hunted By A Freak” o en la ruidosa cantada “Teenage Exorcists”. La actitud ante semejante cuelgue sonoro era variopinta: los desorientados levantaban el dedo índice como si estuvieran escuchando clásicos populares en la verbena del pueblo, los maleducados hablaban entre ellosajenos al ronroneo circundante, y los verdaderos fans permanecían impertérritos de cuerpo presente, pero mentalmente se hallaban por la cuarta o quinta dimensión. Para alcanzar el nirvana.

Y por último, los tan en boga The National prometieron el oro y el moro en un primer momento al salir con “Riders On The Storm” de The Doors de fondo y el poso a lo Joy Division, aunque tan diluido como un Cola Cao aguado, de “Don’t Swallow The Cap”. El voceras Matt Berninger era todo un señor, eso sí, un caballero que miraba al suelo apesadumbrado, entonaba doliente como Ian Curtis y no tardó en quitarse la chaqueta y arremangarse cual presto a entrar en faena. Pero el bolo se fue desinflando progresivamente a base de temas sosegados y medios tiempos, y exceptuando algún instante puntual, caso de un “Sorrow” cercano a Editors, acabaron por aburrir hasta a las ovejas.

Y hasta aquí dio de sí la presente edición de un BIME que superó con creces la marca del año pasado y se sitúa en una posición privilegiada de cara al futuro. Una edición en la que algunos artistas nos hicieron hollar cumbres borrascosas y otros se revelaron como ángeles caídos merecedores del más alto reconocimiento. Es el equilibrio intangible del universo.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA

FOTOS: MARINA RUANO

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