Bunbury
Greta Garbo
Warner Music (2023)
Por: Alfredo Villaescusa
8
Hay bandas que se conforman con sacar el mismo disco una y otra vez, sin apenas variación entre trabajos. Dicha actitud puede estar bien para aquellos entusiastas de los sabores de toda la vida. Si el potaje de la abuela está de muerte, ¿para qué cambiar lo más mínimo? A los llamados culos inquietos eso no les basta por una mera cuestión de dignidad artística, por lo que no renuncian a experimentar rizando más el rizo en cada ocasión, como si en realidad estuvieran en un cuadrilátero luchando contra un descomunal púgil que no es sino uno mismo.
Bunbury ha estado experimentando en discos como ‘Curso de levitación intensivo’ o ‘Posible’, de eso no cabe duda, no hay más que reparar en el uso de sintetizadores en este último. En ‘Greta Garbo’ no renuncia a ello, pero hay un carácter más directo, que viene en ocasiones propiciado por reflexiones en torno a momentos tan trascendentales en su carrera como su despedida de los escenarios.
De todas maneras, antes de desmenuzar el contenido, conviene echar un jarro de agua fría a los inmovilistas, a aquellos que ni siquiera aceptaron que el aragonés errante dejara atrás a Héroes del Silencio. No se trata de un álbum netamente rockero ni nada que se le parezca, a lo sumo tenemos algunos destellos que seguramente se tornarán insuficientes para más de uno, pero debería respetarse la autonomía personal de un artista siempre inconformista que hace décadas que se ganó el derecho a hacer lo que le salga de los mismísimos. Incluso aunque tuviera que “salir de paso a lo Greta Garbo sin ofrecer una explicación”, según canta en “Desaparecer”, una de las mejores piezas del redondo.
Una producción con cierto halo krautrock nos recibe en “Nuestros mundos no obedecen a tus mapas”, un enclave que parece vanguardista pero que se desactiva en cuanto Bunbury comienza a recitar una letra característica de su rock de autor, con estrofas muy inspiradas, como la que dice: “El que se va sin que lo echen, volverá sin que lo llamen”.
“Alaska” apela del mismo modo a lo emocional desde ese inicio de corte setentero que luego va cogiendo vuelo y tono evasivo similar a su recordada “Lady Blue”, el legado de Bowie no ha disminuido con los años. “Invulnerables” sorprende por su aproximación total a la new wave, hasta el punto de que podría ser un tema de Maika Makovski. Una colaboración entre ambos se antojaría gloriosa.
“Para ser inolvidables” constata que los principales referentes del otrora vocalista de Héroes del Silencio no se encuentran en el nuevo milenio, sino seguramente en los sesenta y setenta del pasado siglo. Sobrevuela una sensación nostálgica de algo que quizás ya no existe. Y “De vuelta a casa” tal vez posea varias interpretaciones, pero al escuchar sus sentidas palabras se torna casi imposible no acordarse de acontecimientos tan recientes en su trayectoria como su pasada decisión de no girar. Es como una carta de despedida a los fans sin cerrar ninguna puerta hacia el futuro, pues ya nos dice que “aquí nada termina” y que hubiera preferido no despedirse “así”. Atentos al magnífico solo de la canción.
“La tormenta perfecta” se antoja ideal para pegarse un paseo por el desierto del Mojave mientras uno reflexiona sobre los tiempos actuales como hace Enrique. Otra corte con una interpretación soberbia cargada de dramatismo bunburiano. A “Autos de choque” cuesta pillarle el punto, pese a que su texto opere a un nivel bastante elevado, puede que falten unas cuantas escuchas para emitir un veredicto en condiciones.
“Armagedón por compasión” sigue reincidiendo en ritmos que favorecen el cuelgue, aunque las referencias a cuerpos celestes rememoran de nuevo el rollo sideral de “Lady Blue”. El broche lo coloca “Corregir el mundo con una canción”, envuelta en poso psicodélico y con ese matiz de advertencia que poseía “Nunca se convence del todo a nadie de nada” del ya lejano ‘Las consecuencias’ de hace más de una década.
Es probable que muchos hubieran deseado un álbum diferente del genio zaragozano, pero ya lo hemos dicho antes, no se trata de eso, sino de respetar la libertad creativa de un tipo que a estas alturas de su carrera no necesita demostrar nada. Apreciemos el talento que todavía contienen sus obras y miremos a un futuro tan brillante como el que vislumbra Bunbury a través de sus eternas gafas de sol.
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