Crónicas
Eluveitie + Lacuna Coil + Infected Rain: Belleza y brutalidad
«Eluveitie son uno de los máximos representantes y supervivientes del folk metal, toda vez la burbuja se desinfló. Y es más, viven uno de sus momentos más dulces»
28 noviembre 2019
Palacio Vistalegre (Black Box), Madrid
Texto: Jason Cenador. Fotos (Barcelona): Irene Serrano
Cuando un cartel rompe la linealidad y abarca, sin salirse del tiesto, cierta variedad de bandas, puede unir ante un mismo escenario a un público más amplio y a la vez más heterogéneo, si bien una de las virtudes de estos tiempos convulsos que nos toca vivir es la apertura de miras de la mayoría de los feligreses del metal, ávidos de absorber diferentes sonoridades y encajarlas como las piezas de un puzle, haciendo mucho más completo su mapa musical.
Tres sensibilidades dentro del metal contundente de nuestros días estuvieron representadas en la sala emplazada bajo el graderío de Vistalegre, lugar al que tuvo que ser trasladado el evento al haberse rebasado con semanas de antelación el aforo del lugar donde originalmente iba a tener lugar, la Sala Mon. No hubiera estado de más, si las circunstancias logísticas lo hubieran permitido, que hubiera sido la pista del propio pabellón madrileño la que acogiese el concierto, pues no se puede decir que hubiera excesiva holgura para los concurrentes.
Inauguró la tarde de jueves la nueva sensación del metal moderno procedente del este, y no de un país especialmente conocido por ser cuna de reputadas bandas en el resto del continente europeo. Chișinău, la capital de Moldavia, es la ciudad de procedencia de Infected Rain, una banda dispuesta a hacer saltar por los aires todas las concepciones y sentar un precedente que abra camino a combos no solamente de su tierra, sino de otros lugares que nunca antes han podido internacionalizar su escena de esta manera.
Calidad e ingenio no le falta al grupo encabezado por la explosiva vocalista Elena "Lena Scissorhands" Cataraga, quien, hasta donde sabemos, carece de parentesco con Eduardo Manostijeras, y cuyo demoledor y elástico torrente vocal cuaja a la perfección sobre ese movedizo suelo de metal de diferentes influencias sobre el que se mueve. Más allá de la genérica etiqueta de “metal moderno”, resulta complicado catalogar a una banda que se mueve sobre la frontera del metalcore más abrasivo y a la par melódico y otros géneros como el melodeath o incluso en nu metal, siempre con soberbia solidez y una calidad interpretativa inquebrantable.
Ayuda también la actitud de un grupo con un fantástico saber estar en escena, que logró que el público se volcase de lo lindo al son de temas plagados de bullicio bien canalizado y momentos de bajada para coger carrerilla ante una nueva acometida. “Mold”, “Passerby”, “Lure” o “Sweet, Sweet Lies” fueron algunas de las canciones que pusieron aquello al rojo vivo en una actuación en cuyo último tema nos pareció observar un episodio desagradable, cuando alguien de las primeras filas agarró con fuerza el brazo de la vocalista, que trataba de zafarse de él con cara de desaprobación sin, por ello, dejar de cantar y hasta llegando a coger el móvil de otro asistente para grabar con él desde el escenario. De haber sido así, ese abominable sujeto debió ser expulsado del lugar. El tema culminó con la cantante agarrada de la mano con alguien también de esa primera fila – desde nuestra ubicación poco más pudimos saber – y despidiéndose con efusividad y entusiasmo de toda la audiencia junto a los monstruos de sus respectivos instrumentos que la acompañan.
Una intro electrónica de aura gótica nos metió de lleno en el contexto del concierto de Lacuna Coil mientras su batería, Richard Meiz, animaba el cotarro y el resto de instrumentistas iban apareciendo en escena con un maquillaje más propio de un combo noruego de black metal – muy conseguido, eso sí – para dar el pistoletazo de salida con “Blood, Tears, Dust”, tras cuyos primeros compases emergieron, estelares, los dos vocalistas de la formación de Milán, Cristina Scabbia y Andrea Ferro. El sonido durante este tema y su sucesor, “Our Truth”, era de pena, descompensado a más no poder y con su tan necesaria contundencia y gravedad completamente desvanecida, si bien, afortunadamente, fue arreglándose de cara a la soberbia “Layers of Time”. Para entonces ya habíamos comprobado que la voz de Cristina sigue rozando lo inverosímil en vivo, con una sobrenatural solvencia y un timbre que solo alguien con un don innato puede preservar sin apenas esfuerzo visible.
La propia cantante, conocida por su cercanía y calidez con el personal, huyendo como gato del agua hirviendo de cualquier actitud de diva – solo hay que mantener una charla con ella o seguirla en redes sociales para apreciar su terrenalidad – se dirigió al público animándole a olvidar sus problemas y centrarse en el momento antes de afrontar “Reckless”, en la que la dupla entre la imposible voz de la vocalista y las iracundas guturales, cada vez más protagonistas, de Andreas continuaron sosteniendo la catarsis. La siguiente fue la imprescindible “Enjoy the Silence”, por los acérrimos de años atrás una de las mejor recibidas, coreada por toda la sala al unísono.
“Queremos chuparos la energía y devolvérosla multiplicada por dos”, clamó la frontwoman antes de “House of Shame”, relevada sin tregua mediante por “House of Shame”, tras la que arribaron a “Sword of Anger”, la devastadora carta de presentación de su formidable último trabajo, un ‘Anima Nera’ con el que ratificaron su giro hacia un metal más oscuro, extremo y, por qué no decirlo, genuino, con ese enorme peso en el bajo y esa facultad perturbadora, sobrecogedora.
Asomándonos a un final que no deseábamos lo más mínimo, pese a lo que estaba por venir, prosiguieron con “Heaven’s Lie”, desentrañando su registro más sinfónico y operístico en una “Beneficium” que sonó a gloria y puso en primer plano lo increíblemente bien que se manejan en estas lides, tan poco frecuentadas por ellos. En un casi terapéutico ejercicio de autoafirmación, Cristina instó a toda la audiencia a gritar, alto y claro, “we fear nothing” (no le tememos a nada) antes de la definitiva “Nothing Stays in our Way”, con la que culminaron en alto un concierto fenomenal.
Con algunos minutos de retraso, una pagana introducción nos preparaba para el giro de guión que la salida a escena de Eluveitie iba a suponer, haciendo que el mejor folk metal sonase, y de qué manera, en el corazón del castizo barrio de Carabanchel, procedente de las montañas de Suiza donde se desarrolla la mayor parte de historias y leyendas que sus letras relatan. Una especie de chamana con un carnyx en sus manos cantaba a capela flanqueada por otros dos paganos personajes, mientras que tras el telón dos individuos con cuernos de cabra tocaban sendos tambores, retirándose todos al aparecer la populosa banda helvética capitaneada por el veterano y polifacético vocalista y multiinstrumentista Chrigel Glanzmann, quien echó mano en incontables ocasiones del laúd y de diversos instrumentos de viento, interpretados casi como si de una prolongación de su ser se tratasen.
Metieron primera con “Ategnatos”, que da título a su última obra, primera en eléctrico con la actual formación tras la marcha de la cantante y zanfoñista Anna Murphy, el guitarrista Iwo Henzi y el batería Merlin Sutter, los tres conformando a día de hoy Cellar Darling. En su lugar no entraron músicos cualesquiera, sino genios como la vocalista y arpista Fabienne Erni, la zanfoñista Michaelina Malisz, el guitarrista Jonas Wolf y el batería Alain Ackermann. Mateo Sisti, maestro de un sinfín de instrumentos de viento, también se incorporó en 2016.
Es de recibo decir que estos renovados Eluveitie han engrasado la maquinaria hasta el punto de resultar un impresionante espectáculo en directo, el cual continuamos exprimiendo con “King” y “The Call of the Mountains”, cantada por Fabienne en su versión francesa, “L’Appel des Montagnes”. Entre medias, Chrigel se dirigió a la audiencia con tanta solemnidad que apenas se distinguían sus palabras.
Que aquellos que se empecinan en registrar con sus móviles canciones enteras son una molestia para los que tienen detrás en los conciertos no es nada nuevo, como tampoco es nuevo que, más allá de inmortalizar fugazmente el momento, resulta absurdo grabar el concierto con un dispositivo que no está pensado para ello, sin consideración por el prójimo y tirando por la borda la experiencia de vivirlo en primera persona en vez de hacerlo a través de la dichosa pantalla. Pero lo de este concierto incentivó a muchos a pensar que va siendo hora de restringirlo de alguna manera más coactiva y efectiva. En ocasiones, se antojó complicado divisar a los músicos en escena entre tanta dichosa pantallita.
Por suerte, no hubo tanto obstáculo entre nuestros ojos y el escenario durante “Death Walker”, en la que la dupla entre la zanfoña y el violín fue apoteósica y que fue seguida por una de las más queridas por el respetable, “Quoth the Raven”, en la que echamos en falta el carisma de la voz de Anna Murphy y el contraste entre la parte más introspectiva y el gutural del interludio, todo pese al increíble desempeño de una Fabienne que se reivindicó como una vocalista excepcional, con una presencia en el escenario fuera de lo común. Me atrevo a decir que, tras la partida de Murphy, eligieron la mejor opción que jamás podrían haber tenido. La también arpista tiene una presencia en escena increíble y una belleza en su voz que nos hizo casi temblar en “Artio”, cantada a capela con un sentimiento que llegó a empujar algunas lágrimas. Sin duda, la cantante fue mucho más efectiva en las piezas previamente grabadas por ella que en las registradas por su predecesora, cuyo particular timbre, por otro lado, es imposible imitar. A todo esto, antes habían sonado la previsible “The Slumber” y “Worship”, cuyo arranque fue devastador, con una asesina traca de blast beats.
La más jovial “Epona”, cantada impecablemente por Fabienne, contrastó con el halo de melancolía que desprende la mágica “A Rose for Epona”, una de sus piezas cumbre, en la que volvimos a añorar por unos instantes la voz de Anna Murphy, sin por ello, insisto, denostar a la titular del puesto. Tras ella, un solo de batería al que se unieron a ritmo de groove metal los guitarristas y el bajista fueron preludio para “Havoc”, en el que las guturales de Chrigel arrasan tanto como las inmensas y desarrolladas melodías folkies, y es que lejos de ser un complemento, las partes de vientos, violín y zanfoña son eje central de muchos de los pasajes, no exentos de virtuosismo, de una banda que siempre ha elevado el folk al mismo nivel de peso que el metal en su propuesta.
“¡Gracias, Madrid!”, exclamó exultante Chrigel antes de inaugurar la irresistible “Thousandfold”, en la que Fabienne estuvo ausente del escenario para volver con nuevo vestido y recobrar su protagonismo en “Breathe”. Aquello ella una olla a presión de la que también participó un Chrigel mucho más desinhibido, que se unió a la fiesta haciéndonos gritar antes de la aplaudida “Helvetios”, seguida por una granítica “Rebirth”, en la que el habitual death metal melódico del conjunto se hermanó por momentos con el thrash metal más crudo y despiadado. El diálogo de ambas guitarras en su solo es del todo inaudito en un grupo no muy dado a florituras con el instrumento de seis cuerdas, siendo entonces palmario el tremendo nivel técnico pocas veces explotado tanto de Rafael Salzmann como del mentado Jonas Wolf.
Un afectuoso agradecimiento al público por parte de un frontman no muy dado a la cháchara pero visiblemente emocionado fue la antesala del final apoteósico con “Inis Mona”, de largo su mayor clásico y una de las canciones más veneradas de la historia del folk metal, género que hace cosa de una década experimentó un apogeo y del que Eluveitie son uno de los máximos representantes y supervivientes toda vez la burbuja se desinfló. Y es más, viven uno de sus momentos más dulces. Es lo que tiene ser y haber sido, incluso en la época en la que la diferenciación suponía un reto mayúsculo, artífices de un sello propio y único.
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1 comentario
Dignos conciertos por parte de estas tres bandas en dicha gira conjunta en uno de los mejores recintos de Madrid donde el Metal y el Folk van cogidos de la mano a través de sus potentes directos.