Crónicas

Sangre de Muérdago en Bilbao: Oda al terruño

«Una oda al terruño con una descomunal onda expansiva.»

15 mayo 2022

Hika Ateneo, Bilbao

Texto: Alfredo Villaescusa Fotos: Unai Endemaño

Siempre habría que quitarse el sombrero con los promotores que nos brindan la oportunidad de disfrutar de propuestas que por lo normal no suelen suceder por estos lares. Algo que cobra todavía más valor en esta época de frenesí postpandémico en la que salen conciertos hasta de debajo de las piedras. Un servidor incluso se atrevería a decir que quizás no hay suficiente público para tanto concierto, pero siempre será mejor eso que la tiránica sequía cultural propiciada desde las altas instituciones en los últimos dos años.

Por eso mismo alcanzaba más valor, si cabe, disfrutar en Bilbao del dark folk de Sangre de Muérdago, una banda que alcanza ya los 15 años de existencia y que lo celebraban con una gira especial. Ya en su bandcamp nos advierten de que no son tipos comunes, sino gente que se encuentra con su propio ser en la naturaleza plena, en las profundidades de los bosques o en el punto más alto de los acantilados. La vuelta a lo básico.

Dado el carácter especial de la velada, no hubo oportunidad de realizar fotos, por lo que las que se pueden ver en esta crónica son contenido exclusivo procedente del promotor con el único objetivo de documentar mínimamente tan insigne evento. Se pidió además a los asistentes que se sentaran, y teniendo en cuenta que no había asientos para tanta gente, aquello fue un poco como el juego de las sillas.

Por fortuna, nosotros nos conseguimos acomodar al lado de una columna y poco después se nos unió el colega plumilla Carlos Benito, que también andaba un tanto desesperado buscando espacio vital para el concierto. Curioso también el variopinto respetable que se había congregado para la ocasión, desde señoras mayores hasta black metaleros. Para que luego digan que el folk no gusta a nadie.

Tras encender velas para disipar malos espíritus y olores, Sangre de Muérdago se presentaron sentados en círculo, como si se tratara de una especie de ritual. Y como si estuviéramos en una sesión de cuentacuentos, el vocalista nos fue relatando de qué iba cada canción, algo que no se suele estilar demasiado y que desde luego engrandeció el espectáculo para los aficionados a escuchar con atención, aunque estos no abunden.

Por ejemplo, en “Cadeliña” recordó a una amiga de cuatro patas que quería mucho y en “Canción de Berce” evocó del mismo modo esos primeros años de existencia donde no entendemos nada, pero reconocemos lo que es una canción de amor. En este sentido, el cantante instó a cuidar ese sexto sentido porque de lo contrario “como adultos estaremos perdidos y no como bebés”.

Sobra decir que lograron una atmósfera impagable con ese conglomerado de flauta, violín y otros instrumentos tradicionales, en ocasiones incluso alcanzaban el misticismo de la primera parte de “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin, esperemos que ningún purista del género se nos indigne por semejante atrevimiento. Y con una pieza en alemán apostaron por la diversidad y por aquellos que “ven diferente, aman diferente y sienten diferente”.

Sus canciones no apelaban únicamente al folklore gallego, sino que también miraban hacia el norte de Europa, en concreto hacia Escandinavia, por lo que no dudaron en recordar las notas de aquellos lejanos parajes. De hecho, podría afirmarse que las ediciones internacionales de sus discos han sido una constante en su trayectoria, con más repercusión fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas. Antes por lo menos su base de operaciones estaba en la ciudad alemana de Leipzig, desconocemos si eso sigue así en la actualidad.

Tuvieron que suspender algunas fechas de la gira por Covid, e incluso la misma cita bilbaína estuvo en peligro hasta el último momento, por lo que nos confesó el líder que todavía tenían las gargantas tocadas por la enfermedad. Eso no fue impedimento para que tiraran de una profesionalidad impecable y apenas se notara merma alguna en las cuerdas vocales.

Nos contaron además una bonita historia sobre la verdad y la mentira en la que ambas se van a bañar, pero la segunda le roba la ropa a la primera y que por ese motivo solemos preferir las mentiras a las verdades desnudas. Lo cierto es que el tipo poseía carisma en su faceta de narrador y era casi imposible abstraerse de lo que contaba con toda la emoción del mundo.

Recordaron asimismo “los deseos que llevábamos en los bolsillos desde hace demasiado tiempo” y alguna hasta no dudó en quitarse los zapatos para alcanzar la paz espiritual que promovían las canciones. El vocalista nos dijo que contaban también con una especie de libro de visitas en el que cada cual podía decir lo que le había parecido el concierto, un detalle que sorprendió en una época donde a muchos casi se les ha olvidado escribir a mano.

Se marcharon con un tema sobre brujas y que dedicó a “las mujeres que han sido torturadas a lo largo de la historia”. Recordó en este sentido el Auto de fe ocurrido en Logroño siglos atrás y pronunció un sonoro “¡Cabrones!”. El entusiasmo del personal les obligó a extender el recital, pero ya que la garganta post Covid no perdonaba, optaron por una instrumental que se tornó tan saltarina que incluso desató palmas espontáneas, nada verbeneras. El epílogo ideal al ritual.

Acostumbrados al cacareo incesante que se respira en ciertos bolos, subrayar que esa noche se guardó un respetuoso e intachable silencio, algo casi tan complicado de encontrar hoy en día como un trébol de cuatro hojas. Lo exigible en un concierto tan único, mágico y cargado de personalidad. Una oda al terruño con una descomunal onda expansiva.

Alfredo Villaescusa
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