Crónicas

Loquillo: ¡No muere la Rock & Roll actitud!

«Definitivamente, no muere la rock n’ roll actitud ni aunque uno se encuentre en un entorno de alto copete poco dado al desmelene. He aquí un ejemplo de verdadera subversión»

Palacio Euskalduna, Bilbao.  

Texto y foto: Alfredo Villaescusa

Es aconsejable que la gente te odie un poco. Lo contrario sería bastante preocupante y un síntoma evidente de que algo se está haciendo realmente mal al no provocar ni siquiera un aspaviento en los adalides de lo políticamente correcto a los que les ofende hasta el vuelo de una mosca. No hay nada cómo mencionar un nombre de esos que provocan arcadas entre el personal para sentirse realizado por unos instantes y disparar un torpedo a la línea de flotación del pensamiento contemporáneo. Llegará un momento en que los “odiados” serán una auténtica legión.

Junto con Ramoncín o Bunbury, Loquillo es otro de esos personajes polémicos cuya mera alusión en cualquier conversación ya suscita inmediatos comentarios de reprobación. Su presencia en anuncios televisivos o sus ideas políticas contrarias al nacionalismo tampoco ayudan demasiado a que se le coja un poco de cariño. Y si a ello le sumamos que se trata de un tipo chulesco y encantado de haberse conocido tenemos el cóctel de la repugnancia perfecto según los estándares actuales.

Pero de lo que muchos se olvidan es que el artista cuyo nombre original responde a José María Sanz es todo un maestro de las distancias cortas, mira que le hemos visto veces, tres solo ya en lo que va de año, y jamás nos hemos topado con un bolo suyo malo, ni siquiera mediocre. Por muchas reacciones encontradas que suscite, en cuanto se sube al escenario se convierte en un intérprete rotundo e inimitable que se ha ganado a pulso su condición de leyenda del rock español. Con un par.

Aquella noche el selecto Palacio Euskalduna, un recinto utilizado habitualmente para óperas y otros espectáculos de peña emperifollada, colgó el cartel de entradas agotadas en un éxito de convocatoria sin precedentes de los que cuesta recordar, una hazaña más épica teniendo en cuenta que hablamos de una banda que se suele recorrer también las tablas durante la época veraniega, desterrando esa errónea idea de sibaritas engreídos de que tocar en fiestas de gratis es de cutres. No hace mucho el propio Loco admitía que parte de su amplio predicamento hoy en día obedecía a esa decisión premeditada de no cerrarse ninguna puerta en cuanto a demostrar talento se refiere.

Con la puntualidad impecable de los garitos de nivel, Loquillo irrumpió con esa declaración de principios llamada “Salud y rock and roll” antes de tornarse cultureta con “A tono bravo” y sorprender a los fieles recuperando “Territorios Libres”, un agradable acierto de su inmenso catálogo. “¡Cómo suena esto!”, exclamaba un exaltado fan de la primera fila, y lo cierto es que en ese aspecto fue impecable, unas condiciones sonoras óptimas a la altura de su categoría.

Pese a que tan refinado ambiente favoreciera el distanciamiento, la complicidad con el respetable no se resintió lo más mínimo, con el Loco e Igor Paskual señalando una bandera de Asturias entre la concurrencia. Lejos de las estrellitas que siguen ancladas en sus viejos clásicos de ayer, hoy y siempre, el rockero indomable de El Clot rescata un “Sol” con ese aire a lo The Stranglers y diferentes arreglos que demuestran que ‘Balmoral’ sigue teniendo plena vigencia en su repertorio actual.

Otra de las que casi siempre caen últimamente es su adaptación de Johnny Cash “El hombre de negro”, cuyo poso country puso a dar palmas a los tres o cuatro pisos del Euskalduna. Y el carismático vocalista se gustó mucho a sí mismo en el papel de crooner desatado en “Cruzando el paraíso”, que en estudio cantaba junto con el mito francés Johnny Hallyday. Como hemos dicho, la distancia entre el patio de butacas y el escenario no supuso en absoluto un problema, menos si a Loquillo le daba por pillar una banqueta y trasladarse a escasos metros de las primeras filas para “Brillar y brillar”, otra pieza de las que no solían sonar ni de casualidad a la que insuflaron aire sureño y un acordeón que proporcionaba cierto rollo bohemio.

Igor se adelanta para juguetear con la guitarra hasta desembocar en el reconocible riff de “El rompeolas”, donde el Loco exhibe clase fumándose un cigarro como un señor de los de antes. Hay composiciones no se entenderían sin humo de tabaco flotando por ahí, estemos en un tugurio infecto, en La Scala de Milán o en el coño de la Bernarda, esta era una de ellas. Y la rabia de las calles recorre la espina dorsal en “Memoria de jóvenes airados”, con ese tono de protesta para recitar de principio a fin.

La artillería pesada llegó después de que Igor volviera a enseñar credenciales evocando el “20th Century Boy” de T. Rex antes de un “Carne para Linda” con el personal desbocado y Loquillo paseándose por el patio de butacas provocando el delirio. El subidón se incrementó con la polémica “La Mataré”, que siguen empeñados en tocar por mucho que algunas cerriles quieran prohibirla, si aplicáramos un baremo similar para todas aquellas películas en las que una fémina sale mal parada la censura franquista se antojaría un puro juego de niños. Da escalofríos pensar que pretendan privarnos de esos gestos toreros acompañados de una interpretación impagable. La dignidad por las nubes.

Quizás era la primera vez que escuchábamos en directo “Besos robados”, a la que añadieron un leve deje stoniano, por lo que agradecimos que no calcaran su repertorio al del Sonorama. Pero hay cosas de las que es imposible prescindir, caso de “El ritmo del garaje”, que provocó un levantamiento masivo de los asientos y un griterío desproporcionado que obligó al voceras a ceder alguna estrofa más al respetable, no contento con entonar el estribillo a pleno pulmón.

Estaba claro que aquella noche la banda no iba con un repertorio a piñón fijo y tal vez muchos se quedaran ojipláticos cuando tras el riff del “Rock N’ Roll” de Gary Glitter se atrevieron con una versión muy rockera de “El rey del glam” de Alaska y Dinarama. Inesperado total. En la vuelta para los bises ya tiraron más de manual con la siempre efectiva “Rock N’ Roll Actitud” que en ambientes tan selectos debería retumbar más que nunca, antes de cargarse las alforjas poéticas para “En el final de los días” con su verborrea a lo Sabina.

Los ancianos aplaudieron a rabiar la revisión del “Mi calle” de Lone Star y probablemente apreciarían asimismo la vena rockabilly de “Piratas” con esa frase genial de “He modelado una bandera, que como todas, es para quemar”. Nos sobró por completo la pachanga verbenera de “Quiero un camión” y con “Esto no es Hawaii” volvimos a mover el esqueleto a la vieja usanza antes de que nos remataran con el himno contemporáneo de “Feo, fuerte y formal”. “No soy de los que hablan en directo, siempre me pareció un puto coñazo”, afirmó el Loco con chulería mientras se encendía otro cigarro y aprovechaba para presentar a la banda y resumir el secreto de su éxito: “Tener a los mejores”. Toma modestia.

Para alcanzar el cielo resultó su “Rock & Roll Star”, entonada con convicción e imprecaciones al respetable, y un “Cadillac Solitario” inconmensurable lleno de rabia contenida y un apabullante grito final de macho despechado coronado por los cuatro mástiles en fila. Enorme, dos horas y pico como un dios. Definitivamente, no muere la rock n’ roll actitud ni aunque uno se encuentre en un entorno de alto copete poco dado al desmelene. He aquí un ejemplo de verdadera subversión.

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Esta entrada fue escrita por Redacción

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