Crónicas

Sólstafir + Myrkur: La seducción del misterio

«Sin límites, sin esquemas, sin prejuicios. Ojalá hubiera más bandas así optando a aforos más cerca del millar que de la centena.»

24 noviembre 2017

Sala Caracol, Madrid

Texto: Jason Cenador. Fotos: Nerea Ramos / P.G.

Una dimensión paralela abrió sus puertas al abrirse las de la madrileña Sala Caracol a dos bandas en el momento más dulce de sus respectivas carreras y con el denominador común de la innovación y el carácter absorbente y atmosférico de su propuesta, germinada en ambos casos en terrenos del metal extremo y desarrollada hasta adquirir unos tintes estilísticos propios e inclasificables a los que no es difícil añadir el prefijo 'post-'.

Myrkur | Foto: P.G.

Los islandeses Sólstafir y la danesa Amalie Bruun al frente de su proyecto Myrkur protagonizaron una velada que arrancaría a una hora demasiado temprana para muchos con la breve pero entretenida actuación de los también islandeses Árstíðir, un perfecto plato de inicio en clave de folk acústico con alguna que otra traza de rock progresivo en una onda muy sugestiva y sosegada. El conjunto de Reikiavik supo cultivar un buen ambiente ante una sala que terminaría llenándose por completo y colgando el cartel de no hay billetes, quedándose varias personas fuera. Lo dicho, los cabezas de cartel están en un momento dulce y seguramente, la próxima ocasión de nos visiten lo harán, más que merecidamente, en una sala de mayor aforo.

La cristalina y aguda voz de Amalie Bruun cantando a capela sobre una evocadora atmósfera ‘Maredidt’, preámbulo de su último álbum al que presta su título, suponía el comienzo del show de Myrkur. En ese eterno funambulismo que describe entre lo angelical y lo inquietante, la vocalista, paradójicamente curtida en el pop y el mundo de la moda hasta que sucumbió a las tentaciones de un black metal al que ha incorporado un sello único con sus voces limpias y su atrevimiento compositivo, exhibió la excelsas cualidades de su garganta y una absorbente presencia basada en sutiles pero constantes movimientos.

Cierto aire esotérico planea sobre ella constantemente, cierta distancia con el mundo terrenal, con el público presente, cuya mirada, aun así, fija sobre el escenario en cuanto la música empieza a sonar. Apenas se dirigió a la audiencia, solo un "muchas gracias" que parecía extraído con sacacorchos y una breve presentación de “De Tre Piker”, canción tradicional de folclore noruego con la que finalizó el concierto sin despedirse, tras interpretarla con el único acompañamiento de un tambor tradicional que percutía con credibilidad. Supimos que el show había terminado porque el personal de escenario empezó a retirar los bártulos. Si no, aún estábamos esperando los bises. En otro concierto quizá nos hubiera importado, probablemente ofendido, pero teniendo en cuenta las tesituras en las que se mueve Myrkur y las connotaciones que circundan su propuesta sonora, su conducta parece dotarlo de un extra de autenticidad, de misterio. Y el misterio a veces alimenta el deseo.

No hubo sorpresas en el repertorio, muy equilibrado entre temas de su más reciente álbum, tales como la mentada intro, “The Serpent”, “Ulvinde” o “Måneblôt”, en la que su faceta más agresiva salió a relucir con unas guturales por parte de Bruun que, aunque ocasionales, resultan abrumadoras; y su pretérito ‘M’, con el que sentó las bases de un proyecto que guarda un as en la manga en forma de genuinidad. La conjugación entre cimientos de black metal, constantes ramalazos de esbelto folk – disparado al igual que los coros – y permanente avidez por la experimentación resultan en una propuesta que tiene en directo un apéndice del que vale la pena disfrutar.

Sólsrafir | Foto: Nerea Ramos

Como su líder, el vocalista y guitarrista Aðalbjörn Tryggvason se encargó de recordarnos, tres años atrás Sólstafir actuaban en esa misma sala obteniendo una buena entrada pero sin lograr el lleno absoluto. “Algo habremos hecho bien en este tiempo”, comentó el afable frontman cuando agradecía, con palmario entusiasmo, el resultado cosechado en lo que él llama “Madrid Rock City”. Los islandeses se hallan presentando su última joya discográfica, un ‘Bedreyminn’ emergido este mismo año de sus más profundas entrañas creativas. Sin límites, sin esquemas, sin prejuicios. Ojalá hubiera más bandas así optando a aforos más cerca del millar que de la centena.

Uno de los temas más brillantes de la última placa, “Silfur-Refur”, fue el encargado de inaugurar el repertorio mientras varias bombillas de las de toda la vida resplandecían tenuemente repartidas por diferentes puntos del escenario. Hasta su escenografía resulta curiosa, diferente y única. Absorbentes de principio a fin, los islandeses sonaron con gigantesca consistencia y abrumadora capacidad para embelesar. La siguiente en liza, convertida ya en clásico, fue la embriagadora “Ótta”, sucedida por su compañera de disco “Lágnætti”. Post rock, post metal, experimentación, cautivación… magia a través del sonido.

Sólstafir | Foto: Nerea Ramos

Continuaron transportándonos por la montaña rusa de subidas y bajadas de ritmo e intensidad, melodías a veces diluidas y otras en primer plano y sorprendentes quiebros al pentagrama con “Ísafold” y “Köld”, antesala de la formidable “Hula”, otra de las que ya no pueden faltar en sus conciertos. No serían estos los mismos sin la buena química entre sus protagonistas y el público, a años luz en este aspecto de sus predecesores. De hecho, en un momento dado, el vocalista, cuyo torrente vocal resulta tremendamente persuasivo en directo, preguntó a la audiencia con cierto sarcasmo si conocía a Iron Maiden. “Para quien no lo sepa, es la mejor banda de heavy metal del mundo”, apostilló antes de loar abiertamente que La Doncella de Hierro vaya a tocar nada menos que en un estadio el próximo verano en la ciudad. Está bien enterado el bueno de Tryggvason; si veis un peludo hablando muy raro en el Wanda Metropolitano el próximo 14 de julio, quizá sea él.

Uno de los momentos más deslumbrantes de la velada fue, sin duda, la impoluta interpretación de “Fjara”, un acicate para los sentidos y una impresionante exhibición de profundidad, sentimiento y ímpetu que terminó por separarnos por enésima vez del mundo real sometiéndonos a la seducción del misterio, de lo cautivador. Y esa melodía de teclado terminó por darnos la puntilla. Maravillosa.

El líder de la banda nos devolvió a la tierra para ponerse serio y presentarnos una problemática desgraciadamente muy terrenal como la del alcoholismo que él mismo ha sufrido en su entorno antes de introducirnos a “Bláfjall”, dejando un resquicio para la esperanza, la recuperación y el apoyo en las personas cercanas. No defraudó el tema, como tampoco lo hizo el concluyente “Goddess of the Ages”, único en inglés y broche de oro a un show que puso de manifiesto que Sólstafir es una banda única, monumental y digna de alcanzar el estrellato. Están en camino, pero siempre lo harán en a su manera, sin restringir su inventiva musical y, si hace falta, hasta con bombillas en el escenario. Pues claro que sí.

Jason Cenador
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