Crónicas
Roskilde 2018: Calor infernal en el Valhalla musical
«No he visto, ni creo que vea jamás, un festival mejor organizado, en el que te sientas tratado como un rey, donde apenas haya colas para comer, beber o ir al baño»
Del 4 al 7 de julio
Roskilde (Dinamarca)
Texto: Juanlu Herranz. Fotos y Vídeos: Roskilde
Y otro año más, Juanlu Herranz nos cuenta lo acontecido en el gigante festival danés, uno de los más antiguos y con más tradición del continente europeo, que camina hacia sus bodas de oro (en 2020) con una salud de hierro: otra edición con el cartel de no hay billetes colgado desde semanas antes del festival. Pasen y disfruten.
Después de quince años asistiendo ininterrumpidamente a Roskilde, creo que hemos vivido una de las ediciones más calurosas que yo recuerde, algo que por un lado ha ayudado a disfrutar mucho del recinto del festival pero que, por otro lado, nos hecho acabar más agotados que nunca en cada una de las jornadas. Y es que, aunque solo haya un escenario al aire libre (el resto son carpas), moverte con un sol abrasador (para lo que puede ser el sol en un país nórdico) desde las doce del mediodía hasta las ocho de la tarde resulta bastante cansado. Eso, o es que definitivamente me estoy haciendo mayor, que todo es posible.
Este año estuve en Copenhague un día antes para poder despedirme del gran Paul Simon, que actuaba en el Royal Arena. A la mañana siguiente cogí el petate y el tren para llegar a Roskilde, lo que casi puedo considerar como mi segunda casa ya a estas alturas. Una vez recogidas las acreditaciones y colocada la tienda, sólo quedaba esperar a las cinco de la tarde a que abrieran las puertas a mi particular Valhalla musical.
Miercoles 4 de julio
El primer día lo arrancamos en el escenario más pequeño, el Gloria, para ver a Pigs Pigs Pigs Pigs Pigs Pigs Pigs. Los ingleses ofrecieron una actuación bastante cañera. Son una banda de difícil categorización, pero que creo que puede interesar a muchos seguidores de esta web. A continuación, seguimos el camino inglés que nos llevó al Pavilion para ver al dúo Slaves. Estos, sin embargo, sí son mucho más definibles: dúo batería-bajo con mucho toque de “hooliganismo”, un acento británico superexagerado, pero que recuerdan a grupos punk de las islas de los de toda la vida, versión siglo veintiuno. Muy entretenidos y muy reivindicables.
Aún eran las siete cuando Clutch tomaron el Avalon y dieron una nueva demostración de poderío como la que nos tienen acostumbrados. Neil Fallon mueve a las masas a su antojo, y a pesar de presentar muchos temas nuevos de su aún por publicar ‘Book Of Bad Decisions’, estas encajaron a la perfección y no cortaron el rollo en ningún momento. Estas piezas, junto a las de ‘Earth Rocker’ y ‘Psychic Warfare’, conformaron la columna vertebral de una actuación con sabor americano por los cuatro costados. A los viejos seguidores además nos recompensaron con el lejanísimo “Spacegrass” (1995), por lo que quejas ninguna para encarar el trío final de actuaciones del día al otro lado del recinto.
Nos estrenamos en el Arena (mi escenario favorito del festival) con St. Vincent. Hace ya años que Annie Clark viene demostrando que es una tremenda artista y además una guitarrista de lo más virtuosa, aunque no dentro de las coordenadas heavys. ‘Masseduction’ es su quinto trabajo de estudio y el que se lleva el mayor tiempo sobre las tablas. Reconozco estar enamorado de la canción “New York” y fue la que más coreé en un concierto largo e intenso y que nos llevó hacia la noche (nunca permanente oscura) danesa, para estrenarnos en el mítico Orange Stage de la mano de Marshall Mathers, Eminem.
En su concierto se dio la circunstancia que, además de estrenarse en Roskilde, también lo hacía en Dinamarca, por lo que fue la actuación que más gente congregó en esta edición del festival. Y si le sumas que apenas realizaba nueve fechas por Europa… Su espectáculo lo vale. Sí, bien, es hiphop, pero lleva una banda completa que le da un empaque brutal a todo. El tío tiene mucho flow y además, para los de mi generación, temas como “Stan”, “The Way I Am”, “My Name Is”, “The Real Slim Shady”, “Without Me” o “Lose Yourself” son completamente icónicos, incluso precursores en cierta manera del Nu-metal. Todos esos sonaron en un concierto extenso e intenso que justificó su posición en el cartel y dejó a todo el mundo satisfecho.
Y para poner la guinda a una jornada inaugural espléndida, reencuentro con Trent Reznor y Nine Inch Nails en el Arena. En 2009 tocaron en el Orange y estuvo algo desangelado de público, aquí la carpa estaba a reventar y ellos salieron a matar desde el primer minuto. Robin Finck es un guitarrista tan bueno que reconozco que repartí los minutos siguiéndole a él y a Trent. Un repertorio con lo mejor de sus último EPs, que ganan una barbaridad en directo, con lo mejor de ‘The Downward Spiral’ y con algunos caramelitos como “The Frail” y “The Wretched”, mítico dúo de ‘The Fragile’. ¿Lo mejor? La unión de “March Of The Pigs” y “Piggy” en la parte inicial de la actuación y por supuesto la apoteosis final de la mano de “The Hand That Feeds”, “Head Like A Hole” y un monumental “Hurt”, lágrimas de un servidor incluidas para que a eso de las dos de la madrugada pusiéramos fin a una de las mejores jornadas inaugurales del festival en su historia.
Jueves 5 de julio
El segundo día nos dio algo de tregua en forma de nubes, por lo que pudimos descansar en la tienda un poco más de lo habitual. Entre desayunar y ponernos en marcha, no entramos al recinto hasta las dos de la tarde. Lo hicimos para ver a Black Star, proyecto de Mos Def y Talib Kweli que este año cumple el veinte aniversario de su primer y único disco hasta la fecha. Yo esperaba algo más, sobre todo siendo “old school”, pero la cosa se quedó algo plana.
A continuación, nos plantamos en el Avalon para ver a Tune-Yards, propuesta que mezcla pop, folk y electrónica que no nos entró mal a esas horas de la tarde. Seguimos esa misma senda pero más tirando al indie con First Aid Kit en el Orange, el proyecto de las hermanas suecas Johanna y Klara Söderberg, acompañadas por otros tres músicos para darles más empaque. Suenan bien, tocan bien y a las cuatro de la tarde se hicieron muy agradables, con su versión del “Running Up That Hill” de Kate Bush. No te salvarán la vida, pero tampoco sales corriendo si te las encuentras en un festival.
Quien casi logra que se nos corte la digestión fue el “amigo” Ben Frost en el Avalon. Una actuación en la que la música electrónica se fusiona con la experimental creando atmósferas densas y oscuras, que logra meterte en un trance a base de ruido y que nos dejó un poco para el arrastre. Pero de todo se sale, e Interpol en el Orange fue la mejor medicina para volver a la vida. A punto de editar nuevo disco (presentaron el single “The Rover”), tiraron de fondo de catálogo, el que les convirtió en una de las mejores bandas de indie rock de mediados de la década pasada. De hecho, sonaron hasta seis temas de ‘Antics’, para jolgorio del público reunido en el escenario. Siempre mola corear “Slow Hands”, “Not Even Jail”, “Obstacle 1” o “C’Mere”.
Al acabar pusimos rumbo al Arena para reencontrarnos con Corey Taylor y sus Stone Sour. Reconozco que les había perdido la pista (creo que hacía diez años de la última vez que les vi en un BBK Live), pero desde el minuto uno salieron a darlo todo sobre el escenario. La potente base rítmica compuesta por Roy Mayorga y Johnny Chow sobrepasa a lo ofrecido por los hachas, pero al final todo depende de la voz de Corey y sigue estando a un nivel portentoso. Recordar temas como “Bother”, “Get Inside” o “Made of Scars” siempre mola. Lograron que la carpa estuviera a reventar, aunque coincidía en parte con el gran reclamo comercial del día, Bruno Mars, a quien pudimos prácticamente esquivar, solo el tiempo que tardamos en atravesar el Orange que estaba bastante lleno, para llegar al Avalon y disfrutar con la oscuridad de Boris & Merzbow. Soy muy fan de los japoneses, y nunca había podido comprobar en directo la simbiosis entre el grupo de doom metal con el genio del noise. Fue un concierto con la música para la antesala a las puertas del infierno. Lo cual, sinceramente, me resultó de lo más gratificante.
Para desengrasar un poco nos fuimos a por la psicodelia y el garaje de los californianos Oh Sees para despedirnos del Pavilion a ritmo de pogos, saltos y buenas vibraciones, algo que siempre se agradece. Y el remate a la jornada vino cargado de nuevo de ruido, esta vez de la mano de Kevin Shields y sus My Bloody Valentine en el Arena. Shoegaze exagerado, volumen brutal y regreso a finales de los ochenta. Buena mezcla en la coctelera para un concierto visceral, donde presentaron un tema nuevo y donde su obra maestra ‘Loveless’ fue el hilo conductor que desembocó en la siempre catártica “You Made Me Realise” con su extendido final. Y a las tres y media con el cielo ya casi azul del amanecer, nos retiramos a la tienda a recuperar energías.
Viernes 6 de julio
Y al tercer día, reapareció el sol. Como no somos girasoles, nos pusimos a la sombra una vez levantados para no coger una insolación y apostamos por comenzar la jornada con Dead Cross. Quizás sea el proyecto de Mike Patton que menos me llame la atención, pero eso no significa que no disfrutara de lo lindo con sus locuras (concurso de bailarines del público sobre el escenario incluido) o de los mamporros que le da Dave Lombardo a su batería. Incluso hubo tiempo al final para juguetear con el “Raining Blood” de Slayer, con el “Epic” de Faith No More, e invitar al cantante de Touché Amoré a cantar con ellos el “Nazi Punks Fuck Off” de los Dead Kennedys.
Me dejé caer por el Orange para ver a la leyenda jamaicana del reggae Pablo Moses, pero aunque molaba lo suyo, no terminé de conectar así que pronto me acerqué para ver a los chicos de Touché Amoré comerse el Pavilion. Y sin tiempo ni de tomar una cerveza, rumbo al Avalon para ver a Descendents. Con sus píldoras punk de dos o tres minutos, creo que se acercaron a los treinta temas en el tiempo de que dispusieron. Milo y sus compañeros evidentemente no son unos jovenzuelos, pero dan sopas con honda a muchas bandas mucho más jóvenes que ellos. Actitud y repertorio perfectos, en todo caso.
Después de tanta caña, vino bien un respiro de la mano de Fleet Foxes en el Arena. Menudas armonías vocales se gastan los amigos y eso que ya no está Father John Misty tras la batería. Creo que es la mejor de las ocasiones en las que les he visto. Aún resuenan en mis oídos las notas de “White Winter Hymnal”. Son los mejores herederos de Crosby, Stills & Nash en lo que va de milenio. Y todo con un sonido puro y cristalino y una audiencia respetuosa. No se puede pedir más.
Estaban próximas las emociones fuertes del día, así que nos quedamos un rato en ese escenario para ver un rato a Odesza, un dúo americano de música electrónica, que presentaron un show muy visual y en donde el público danés pareció pasárselo de lo lindo.
A las diez de la noche, el Orange fue tomado por Nick Cave & The Bad Seeds en una nueva demostración de poderío y fuerza. Le vi por primera vez hace veinte años en el Doctor Music Festival y desde entonces le rindo pleitesía cada vez que coincido con él. La fuerza y la energía que saca el australiano sobre un escenario son sobrenaturales. Que después de la trágica muerte de uno de sus hijos sea capaz de ofrecer noventa minutos de esa calibre es para quitarse el sombrero. Desatado y salvaje, “Do You Love Me?”, “Red Right Hand”, “Tupelo”, “The Weeping Song”, “Stagger Lee”…. Cada canción sonó a regalo de un Dios a sus seguidores y así las recibimos. Espero cruzarme con él muchas más veces.
Y aún impactados por este concierto, nos dirigimos al Arena para quedarnos también con la boca abierta con lo que ofreció David Byrne, el que fuera líder de los Talking Heads. Convirtió el escenario en un cuadrado en el que su conjunto de músicos-bailarines no dejaron de moverse ni un solo minuto de la actuación. Una representación teatral soberbia, con muchos temas de su antigua banda: “I Zimbra”, “Once In A Lifetime”, “The Great Curve” y sobre todo un soberbio “Burning Down The House”, que intercaló con temas propios y que hicieron del suyo el concierto más increíble del escenario Arena en esta edición.
Y después de estos dos monstruos, ¿qué más podíamos pedir? Pues un poco de la medicina de Massive Attack en el Orange. ‘Blue Lines’ y ‘Mezzanine’ son dos de mis discos de cabecera de los noventa. Y en directo siguen sonando perfectamente actuales. Es cierto que deslució un poco la falta de gente, pero es que a esas horas (una de la mañana) los daneses prefieren fiesta a delicadeza. Yo bien que vibré con “Risingson”, “Angel”, “Inertia Creeps”, “Safe From Harm” y “Unfinished Sympathy”.
Y aunque con esto podíamos haber recogido los bártulos perfectamente, aún quisimos asomarnos a ver lo que Fever Ray, la mitad femenina de The Knife, podía ofrecer en el Arena. Como marcianada no estuvo mal, pero a esas alturas mis piernas dijeron basta y preferí reservar las pocas energías que quedaban para darlo todo en la última jornada.
Sábado 7 de julio
Y llegó el último día, y… ¡viva San Fermín! Aunque las fuerzas escaseaban, y el calor apretaba como el primer día, nos acercamos a brindar la única visita del festival al escenario Apollo, básicamente dedicado a la electrónica, para ver a la incipiente diva americana pero con origen colombiano, Kali Uchis. Disfrutamos buscando la sombra y el agua gratuita de las primeras filas, mientras la chica desgranaba los temas de su disco debut. Si algún día lo rompe, siempre podemos decir aquello de que la vimos antes de llenar estadios… En una tarde que no resultaba muy atractiva, acabamos cayendo en el Avalon para ver a Danny Brown, incipiente estrella de hip-hop que nos dejó un poco indiferentes. Definitivamente la “new school” no es algo que me pille en un momento de mi vida en la que disfrutar de ella.
Después rendimos viaje al concierto más multitudinario del día en el Orange de la mano de Dua Lipa. Esta apenas con un disco en el mercado sí que está consagrada como diva en la actualidad. Y ella lo tiene todo: buena voz, buena actitud, y por qué no añadirlo, magnetismo físico rutilante. Yo estuve hipnotizado siguiendo sus movimientos de un lado a otro del escenario y parece que no fui el único. Ahí debía haber más de cincuenta mil personas disfrutando con temas como “Be The One” o “One Kiss”.
Aquí dimos un volantazo para ir al Pavilion y rendir pleitesía a Phil Anselmo con su proyecto Scour. Mucha caña, mucha intensidad y encima con la reciente muerte de Vinnie Paul, los dos temas que tocaron de Pantera, “Slaughtered” (dedicada precisamente a Vinnie) y “Strenght Beyond Strenght”, sonaron a gloria bendita.
Y de aquí corriendo al Arena para ver a otra de mis bandas favoritas, los escoceses Mogwai. Genios del post-rock, Stuart Braithwaite y los suyos salieron a matar con “Mogwai Fear Satan”, uno de sus grandes éxitos de siempre. Con un repertorio muy repartido entre toda su carrera, “I’m Jom Morrison, I’m Dead”, “Haunted By A Freak” y el colosal cierre con “My Father, My King” fueron los puntos álgidos de una actuación estupenda.
El cierre del Orange venía de la mano de Gorillaz, el proyecto de Damon Albarn de Blur. En estoy soy cero objetivo. No me gusta él y no me gusta su grupo, pero cuando todos tus amigos van a ese concierto, que no deja de ser una especie de tradición, no queda más remedio que ir. En esta ocasión ni siquiera estaba el aliciente de ver a Paul Simonon y Mick Jones (The Clash ambos) como miembros de la banda. Así que simplemente dejé fluir el asunto, disfruté puntualmente de algún tema como “On Melancholy Hill”, “Feel Good Inc.” o “Stylo”. La nota inicialmente jocosa, pero luego no tanto, la puso Del The Funky Homosapien, invitado a cantar su mayor éxito y que era el cierre de la actuación, “Clint Eastwood”, que se pegó un trompazo increíble cayendo del escenario, y cuando parecía que todo volvería a la normalidad, el propio Albarn dijo que tenían que dar por concluido el concierto porque el golpe había sido muy fuerte. Después se supo que tuvo varias costillas rotas y perforación de pulmón. Aunque su vida no corre peligro, solo queda desear su recuperación.
Y si hablamos de tradiciones, la última del último día es ver el cierre en el Arena, que en esta ocasión corrió a cargo de Anderson .Paak & The Free Nationals. Un tipo que mezcla de manera perfecta el R&B y el funk, que si sigue por este camino podría coger el relevo de Prince (si, ya sé que son palabras mayores), pero que tiene una calidad sobrenatural y su banda en directo consigue imprimirle una fuerza que de momento no se vislumbra en su carrera en estudio.
Tras cuatro días con muchos conciertos, varias pizzas, un par de platos de espaguetis, algún que otro ramen, disfrutar de palomitas como si estuviéramos en el cine, y una mega pita más grande que me cabeza, dimos carpetazo a una gran edición y, como siempre, seguimos poniendo nuestras miras en la edición del año que viene, si la salud y la fuerza física acompañan. No he visto, ni creo que vea jamás, un festival mejor organizado, en el que te sientas tratado como un rey, donde apenas haya colas para comer, beber o ir al baño y en el que en pocas veces sientes estar como en una lata de sardinas. Suena a imposible asistiendo a festivales en nuestra península, ¿verdad? Pues experimentadlo un año y ya me decís si exagero algo.
Espero que esparzan mis cenizas por el recinto cuando llegue el momento, espero que dentro de muchos años, porque mientras tanto seguiré contándoos mis aventuras por aquí. Existe el paraíso y se encuentra en Roskilde. Nos vemos en 2019.
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