Crónicas

Robe en Bilbao: Apabullante claridad

«Al margen de los típicos prejuicios que todavía perduran en algunas mentes obtusas que no salen del sota, caballo y rey, contemplamos esa noche con apabullante claridad que este espectáculo sí que merece realmente la pena, instantes de luz que nos entraron a borbotones para recordarnos que seguimos vivos.»

5 noviembre 2021

Bilbao Arena, Bilbao

Texto: Alfredo Villaescusa Fotos: Iñigo Malvido

Suponemos que la vieja normalidad era esto. Los grupillos de peña tirándose fotos cada dos por tres, esos tipos que se arriman más allá de lo que la decencia y las autoridades sanitarias recomiendan o esos zombis alelados poseídos por los móviles a los que ni siquiera un concierto les hace despegar los ojos de la pantalla. Y no nos olvidemos de las cotorras, que han demostrado una capacidad  de adaptación al medio que ni las cucarachas tras una hecatombe nuclear. Bienvenidos a lo que era nuestra vida antes de la pandemia. La democracia yace en el mismo lugar olvidado con la esperanza de Larra.

Podría decirse que el concierto de Robe en el Bilbao Arena de Miribilla se asemejó bastante a los que íbamos antes del confinamiento y toda la locura que vino después. Un recinto atestado de gente en el que había que andarse vivo para no comerse colas de infarto, ya sea en los baños o en esa barra que en realidad nunca vimos pero que debía de andar por algún sitio. Todo sea por cumplir esa norma que te impide beber en los lugares que no sean establecimientos hosteleros. Lo gracioso del asunto es que en ese idéntico recinto estuvimos viendo a Rulo con la posibilidad de remojar el gaznate a escasos metros del escenario hace no mucho. La coherencia de nuestros políticos.

Había ganas de que la gira de ‘Mayéutica’ pasara por la capital vizcaína, mucho más desde que en una curiosa carambola del destino se esfumara la posibilidad de ver en directo por última vez a Extremoduro. Pero ahí estoy con Robe, lo que un músico debe hacer es adaptarse a la situación imperante en vez de pudrirse esperando en un rincón. Ya lo decía el lema de este periplo, “Ahora es el momento”. Pues eso.

Los nervios andaban por las nubes cuando sonó por altavoces un “War” de Bob Marley que parecía sugerir de alguna manera aquella mítica frase de Tierno Galván de “El que no esté colocado, que se coloque”. Luego fueron ocupando uno a uno los distintos miembros su posición en el escenario hasta que salió Robe, el que verdaderamente daba sentido al espectáculo de esa noche.

“Hoy al mundo renuncio” ejerció de rotundo manifiesto de un señor que siempre ha hecho gala de hacer lo que le sale de sus mismísimos. Y no hay nada de malo en ello. Saludó con un “Gabon denoi” a la nutrida concurrencia mientras “Guerrero” apuntalaba las líneas maestras de su pensamiento. En ese momento nos dimos cuenta de que justo detrás de nosotros una chica se marcaba movimientos de danza con el ritmo de la canción. Una maravilla de espectáculo porque se notaba que eran pasos currados y no bailes para borrachos. A un servidor es que estos detalles costumbristas le dan la vida.

El personal estuvo a merced del otrora vocalista de Extremoduro casi desde el inicio, bastaba un simple gesto de levantar manos para que se replicara por doquier, alguno hasta le llamó “salsero” por sus ganas de mambo. “Si te vas…” fue recibida con gargantas resonando hacia la estratosfera y los consabidos móviles, por supuesto. No pintaba que aquello se fuera a convertir en un desmelene.

“El cielo cambió de forma” se acogió con el entusiasmo de un clásico, no era para menos, pues se trató de una interpretación enorme. En una clara senda ascendente, Robe y Woody Amores se juntaron para marcarse un “Golfa” que debió poner piel de gallina al pabellón entero, así lo atestiguaban los botes que se reproducían casi al unísono.

Unos tonos aflamencados pusieron a la mayoría de los asistentes a dar palmas como si fuera la Feria de Abril, se trataba de “Contra todos”, uno de los momentos álgidos de la noche. “Un suspiro acompasado” mantuvo el tirón, por mucho que la electricidad permaneciera contenida, y tal vez hubiéramos optado por otra pieza de Extremoduro en vez de por “Locura transitoria”. Pero bueno, ya se nos advirtió que el último material tenía más papeletas de salir escogido, así que eso era lo que había.

“Dulce introducción al caos” sonó soberbia y nos dio pena que no se atrevieran a tocar del tirón ‘La ley innata’. Con este subidón en el cuerpo, nos resultó toda una temeridad hacer un parón de media hora. Ni los cantantes de ópera, colega. Con diez minutos habrían bastado de sobra para echar el cigarro y los quehaceres habituales en esos intervalos.

Menos mal que el regreso fue sin duda el mejor tramo del concierto, con ‘Mayéutica’ de principio a fin y una banda en estado de gracia total. Y encima una gran porción del respetable vino con la lección aprendida, pues muchos se sabían la letra completa. Y no mentemos ya el segundo movimiento “Mierda de filosofía”, con gritos sobrecogedores por parte de los fieles, gustó tanto esa parte que los aplausos al terminar esa sección fueron realmente abrumadores.

La cosa no decayó en “Un instante de luz”, que se tornó también épica con estrofas que cobraban más significado que nunca en una población abrazada a un auténtico carpe diem. Intercalaron un fragmento de “Nessun dorma” de Puccini, o eso nos pareció, antes de que Woody Amores nos legara otro momento de altura a las seis cuerdas. Esta noche brilló con un fulgor tremendo.

En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos ante los bises, que iniciaron con “Standby”, muy predecible aunque acertada para levantar el ánimo de la afición en los estertores finales. Y “La vereda de la puerta de atrás” bien pudo servir de humilde compensación ante la gira de despedida fallida de Extremoduro.

La constatación de que Robe es un pájaro libre como esos que pueblan muchas de sus canciones nos llegó con “…Y rozar contigo”, corte intimista que se antojó pura crema para sibaritas. No habría discusión ninguna con algo para todos los públicos como “Ama, ama, ama y ensancha el alma”, con el carismático vocalista levantando la guitarra a modo de ofrenda a los fieles y certificando que sigue siendo de lo más grande que existe en el rock patrio. Luego tendrá su carácter y sus cosillas, de eso aquí no hablamos.

Al margen de los típicos prejuicios que todavía perduran en algunas mentes obtusas que no salen del sota, caballo y rey, contemplamos esa noche con apabullante claridad que este espectáculo sí que merece realmente la pena, instantes de luz que nos entraron a borbotones para recordarnos que seguimos vivos. Quizás otros hubieran preferido un adiós de Extremoduro al uso, pero los temperamentos artísticos suelen ser así. A veces te salen por donde menos te lo esperas.

Alfredo Villaescusa
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