Crónicas

Gilipojazz: Entre broma y broma, el rock con alma de jazz asoma

«Sus discos son geniales, pero sus directos son memorables: creatividad, humor y buena música. Alegra y reconcilia con el karma ver cómo van acumulando sold outs y han conseguido que anhelemos, mientras vivimos y reímos, ser un poco más Gilipojazz»

4 abril 2025

Sala Shoko, Madrid

Texto y fotos: Henrique Pratas @henrique_pratas

El pasado 4 de abril en la sala Shoko, una banda de tres músicos consiguió algo que jamás imaginé que alguien lograría: hacer que uno quiera ser un “Gilipojazz” más. Con un comienzo atípico que traía ecos lejanos de Javier Fesser y su El milagro de P. Tinto, comenzó a sonar una versión instrumental de “A lo loco, a lo loco” (Luisa Linares y Los Galindos). Toda una declaración de realismo mágico y absurdo que nos transportaba a ese calor retro del cine de Fesser.

Como tres alquimistas del jazz, bromearon con su éxito agradeciendo al público su apoyo incondicional para llegar a tocar en Shoko, pese a que su música es un ochenta y cinco por ciento instrumental.

El público, impaciente, aguardaba sus primeros acordes. Pero ellos, lejos de entregarse a la monotonía mecánica y comenzar a tocar linealmente, prefirieron caldear el ambiente. Tocan unos acordes, paran, retoman la carga y vuelven a parar, mientras alternan estiramientos. Pese a lo chanante de la situación, entre acorde y acorde demuestran que, aunque la broma asoma, debajo del capó hay suficiente virtuosismo como para reventar —musicalmente hablando— cualquier sesión de jazz.

Desatan la locura en la sala al comenzar con algunos temas icónicos como “Cohetes Vallejo” ('Progresa adecuadamente', 2024), y se consagran ante la audiencia con “Erzuin”, de su LP ‘¿Dónde está el jazz?’ (2022). Ángel Cáceres, frontman de la banda, bajista y voz, demuestra la capacidad de improvisación del grupo bromeando con finales alternativos para la canción: en alemán, francés, con metrónomo… incluso en alemán pero como si la persona fuera un poco tímida. Su humor absurdo, junto con su destreza musical, desborda las expectativas del público, regalando momentos hilarantes que remiten a referentes como Yllana o Les Luthiers.

Su naturalidad y cercanía crean un gran ambiente en la sala. Vertiginosamente, se van sucediendo los temas: "Franz Ferdinand”, más contundente; “Payasos", inspirado en un juego de los 90 que todavía no existe —como bien bromea Ángel—; o “Metal patitos”, tema movido que les permite bromear con las indicaciones de su cardiólogo para que bajen el ritmo.

Llegados a este punto, deciden hacerlo literalmente y nos ofrecen una balada cuyo silbido rememora esos momentos mágicos de la infancia, cuando descubrimos “Patience” (Guns N’ Roses) y “Wind of Change” (Scorpions).

Pese a crear un momento mágico, siguen haciendo suya la máxima “no te tomes la vida demasiado en serio; al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella”, y para constatarlo, bautizan el tema como “Mi madre es azafata (y viajar me sale a la mitad)”. Una vez más, Gilipojazz demuestra que, como la vida misma, tienen la sana inocencia de una infancia retro, con la ironía vivida de un Bukowski, dejando claro que acumulan muchos cierres de bares a sus espaldas.

Después de la balada, rinden un sentido homenaje a Akira Toriyama, padre de “Dragon Ball”, con un collage musical de los openings de la serie. Podríamos decir que, con este medley, la banda se marcó una sacada de bastón Nyoibō delante de toda la audiencia, y a más de uno nos dejó bastante locos.

El desparrame musical continúa con el breve pero intenso “Lydian Kreifor”, donde Pablo Levin, batería de la banda, toca el bajo y la batería simultáneamente mientras Ángel se pasa a la guitarra acústica. Esta declaración de saber hacer marca la entrada del tema “Jaco Malfoy”, cuyo título rinde homenaje a la leyenda del bajo Jaco Pastorius y al eterno enemigo escolar de Harry Potter, Draco Malfoy. Este pastiche musical ahonda en la heterogeneidad de estilos que conforman la música de Gilipojazz: jazz, funk, rock… Una mezcla innovadora de jazz, humor y cultura pop. Debido a la complejidad del tema, Ángel bromea: “Si nos equivocamos, es jazz”.

Dentro de su extensa cultura popular, deciden tocar el único cover de la noche: “Focus II”, con el que rinden tributo a los míticos holandeses Focus, “su rollito”. Vuelven a demostrar que pueden navegar exitosamente por cualquier agua. Con gran júbilo en la sala, Ángel anuncia en tono socarrón que van a hacer un “semi-estreno mundial” al interpretar “Me persigue un caniche” (Progresa adecuadamente, 2024), tema logrado cuyo ritmo intrépido de bajo y guitarra genera verdadera manía persecutoria por ese “canis finolis”.

Tras esta persecución sonora, crean un momento memorable al meter en escena un teclado que intentan tocar a seis manos… hasta que se les va de madre. Juegan entre ellos y con el público, creando un momento que bebe del clown y la música. Esa teatralidad escénica enamora al público, que se rinde por completo.

Aún conmocionados, Ángel bromea mencionando a filósofos clásicos y modernos, y se marca una divagación existencialista que concluye con un honesto: “¿Qué queremos decir con este discurso de mierda? Ante los problemas de la vida, te hundes… o sales de ellos”. Al final, todo, hasta vivir, es más sencillo, aunque nos entretengamos en sobrepensar.

Comienzan los primeros acordes de “Aguante y paciencia” (‘¿Dónde está el jazz?', 2022). Toda una oda sonora a la vida y a tirar p’alante, que el tiempo todo lo cura. No sé si fue una alucinación mía, pero el tema hizo que mi cabeza vagara entre los añorados ritmos caribeños del himno de Seguridad Social e incluso se escapara con un trocito de música de campaña electoral… que Ángel cortó con un bromista “casi, casi”. Sin duda, uno de mis temas preferidos de su discografía.

La gente, hipnotizada por el ritmo, desea que la noche no acabe. Después del tema, Ángel comenta jocosamente que han estudiado en colegios de monjas y a Iker, guitarra de la banda, es a quien más se le nota. Interpretan el genial “Hasta mañana, si Dios quiere”, mientras se ríen al señalar que era la canción que les cantaban las monjas para dormir.

Tras este momento —mezcla de los Lunnis y Epi y Blas de mal viaje comiendo techo— hacen ademán de retirarse, pero la audiencia no les deja. Esperando que la noche sea eterna, nos obsequian con “Iker me debe un café”.

Gilipojazz bromea con que van a tocar otra, “pero porque sois el mejor público que hemos tenido”. Este, sin duda, parece ser el momento más serio de la noche.

Ángel, entre bromas, dedica el próximo tema a sus padres. El ambiente sigue distendido y divertido, pero algunos nos quedamos pensando en ese biopic de Jim Carrey sobre Andy Kaufman, “Man on the Moon”, y en ese refrán que reza: “Entre broma y broma, la verdad asoma”. Con la admiración y el calor del público envolviendo el ambiente, se despiden de una hinchada entregada con Iker ya no me debe un café, mientras la audiencia les aclama.

Viendo el pedazo de espectáculo que ofrecieron, uno no puede evitar aplaudirles intensamente, mientras ellos agradecen tímidamente que tanta gente vaya a verlos siendo un proyecto nacido en un garaje.

En resumen:

Gilipojazz tiene ese saber hacer de los genios precoces que nunca se toman muy en serio su talento. Genios que tienen un don pero que siempre, como diría el filósofo Melendi, “se burlan en la cara de la ironía con las vueltas que da la vida”.

Sus discos son geniales, pero sus directos son memorables: creatividad, humor y buena música. Alegra y reconcilia con el karma ver cómo van acumulando sold outs y han conseguido que anhelemos, mientras vivimos y reímos, ser un poco más Gilipojazz.

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Esta entrada fue escrita por Redacción

1 comentario

  • Juandie dice:

    Pequeño resumen hacia el cañero concierto que ofrecieron GILIPOLLAZ en la Shoko madrileña a través de su último álbum.

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