Blog: Jason Cenador


Crónicas

Graspop Metal Meeting: Cinco conciertos memorables de Iron Maiden, Volbeat, Scorpions, Judas Priest y Angelus Apatrida

«no defraudaron las grandes bestias del cartel, que justificaron más que sobradamente su condición de ídolos de masas»

Del 16 al 19 de junio de 2022

Dessel, Bélgica

Texto: Jason Cenador | Fotos: Hughes Vanhoucke

Un año más, y van con este nada menos que 25 ediciones, el Graspop Metal Meeting fue el paraíso en la tierra para cualquier amante del metal y el rock en vivo, con un cartel de auténtico infarto en el que no faltaron nombres de primerísima línea internacional y altas dosis de adrenalina eléctrica en todas sus formas y tesituras.

La localidad belga de Dessel volvió a ser el escenario de uno de los festivales más cómodos, agradables y divertidos del planeta, la meca a la que peregrinar para nuestro más deseado idilio con el alto voltaje tras dos años de ausencia pandémica. Cuando uno vive en primera persona un evento de tal magnitud, al final siempre acaba quedándose con las experiencias que trascienden lo musical, esos amigos que con su mera presencia la completan, además de, por supuesto, con la memoria indeleble de shows que si bien se auguraban impresionantes, fueron, todavía si cabe, más épicos y monumentales.

Porque no, no defraudaron las grandes bestias del cartel, que justificaron más que sobradamente su condición de ídolos de masas, y es por ello que destacamos en MariskalRock diez actuaciones para enmarcar de las que acontecieron durante los cuatro días que fueron del 16 al 19 de junio de 2022, ambos inclusive. Lo que tienes aquí es la primera entrega de cinco.

La crónica más en profundidad la encontrarás en el número especial de verano de La Heavy que ya está en camino y pronto te esperará en kioscos de todo el país así como en nuestra tienda online. ¡Vamos allá!

Iron Maiden: El reino de los cielos del metal

Lo de los británicos es sobrenatural. El suyo no solo fue el concierto más concurrido de todo el festival, cuya primera jornada encabezaban, sino que también resultó en la perfecta demostración de cómo la veteranía puede estar en las antípodas de vivir de las rentas y dormirse en los laureles. Con un Bruce Dickinson espectacular de voz y con la movilidad de siempre – la de deporte que tiene que hacer este hombre –, Iron Maiden sonaron poderosos, límpidos e infalibles, acompañados de espectaculares escenografías.

Si bien es cierto que, en ese formidable trasfondo de pueblo japonés medieval con el que comenzaron su gala, sus primeros temas, de su más reciente ‘Senjutsu’ y con un Eddie Samurai haciendo de las suyas, no fueron recibidos muy calurosamente, cuando la traca de clásicos comenzó a retumbar en el gigantesco emplazamiento de los escenarios principales de Graspop, todo el mundo se rindió ante la mística de contemplar de primera mano a verdaderas leyendas vivientes en un estado de forma propio de un apogeo permanente.

“Blood Brothers” nos cautivó después de que Bruce Dickinson nos recordase que todos somos hermanos independientemente de dónde procedamos (llegando a mencionar a Rusia y Ucrania), “Flight of Icarus” nos hizo volar mientras un ícaro gigante emergía en la trasera del escenario y Dickinson lanzaba llamaradas, “Fear of the Dark” fue una apoteosis del tamaño de todo el Benelux y “Hallowed Be thy Name” devino en una salvajada en vivo, con la gargante de Dickinson en un extraordinario momento mientras él cantaba tras unos barrotes y una soga colgaba del techo. “The Number of the Beast”, “Iron Maiden” – en la que se avivaron algunos moshpits –, “The Trooper”, “Runs to the Hill” o “Aces High” hicieron de aquello un hervidero. Sublime el bajo de Steve Harris, siempre bien distinguible; exquisitas las guitarras de Dave Murray, Janick Gers y Adrian Smith, cada uno con su cuota de protagonismo; y siempre en su sitio Nicko McBrain a los mandos de una preciosa batería. Están en una forma envidiable, y en Barcelona seguro que no fallan.

 

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Volbeat: La perfección del gran relevo

Los daneses son una de las grandes garantías de continuidad de esta locura maravillosa llamada metal, de esta cultura inabarcable que nos estremece, nos sublima y lleva todos los vacíos de la vida como el cemento que suelda los ladrillos de una fachada. Actuaron justo después de Iron Maiden con un público muy nutrido a sus pies y rozaron, si es que no alcanzaron, la perfección en su sonido en vivo, algo que en festivales a veces se antoja harto complicado. No así en Graspop, por cierto.

Con suma simpatía, Michael Poulsen se refirió a la situación pandémica dejada atrás diciéndonos que parecíamos más viejos que la última vez que nos vimos, y nos recomendó ir al concierto de la única otra banda danesa en liza de todo el festival, Mercyful Fate, aunque su inicio coincidiera con el ecuador de su propio concierto.

Hubo, claro, grandes canciones de su aplaudido último disco, como las contundentes “Shotgun Blues”, “Temple of Ekur” y “The Devil Rages On”, aunque la palma se la llevó “Wait a Minute my Girl”, esa delicia hipersabrosa con saxo y piano en escena que nos transportaba a lo más clásico de rock and roll cincuentero reforzado por esa férrea base de metal con la que llevan años ideando una explosiva e inimitable receta sonora.

Su increíble medio tiempo dedicado a su padre, “Fallen”, nos hizo literalmente llorar de emoción; “Lola Montez” o “Last Day Under the Sun” pusieron a prueba nuestras cuerdas vocales; “Sad Man’s Tongue” vino acompañado de una muy coreada referencia al “Ring of Fire” de Johnny Cash y “Black Rose”, “Seal the Deal”, “For Evigt” y la concluyente “Still Counting” fueron acogidas como lo que son, himnos imprescindibles del metal de nuestro siglo que el día de mañana podrían ser tan veneradas como clásicos como hoy lo son los grandes hitos de los Metallica de su buen amigo y paisano Lars Ulrich.

Scorpions: La autenticidad sobre la altivez

Los alemanes hace ya tiempo que desterraron de su diccionario la palabra “retirada” que llegaron a anunciar para después arrepentirse. Permitidme que, al menos en esta ocasión, manifieste mi lado más crédulo y mi absoluta convicción de que ese arrepentimiento fue sincero, que aquella gira de despedida no fue un artefacto de marketing. Lo disfrutan y se nota, se nota mucho. Se juntan los unos con los otros, van todos a la parte frontal del escenario, se sonríen entre ellos…. Son un grupo de rock de la vieja escuela con la misma actitud que probablemente tenían cuando apenas eran, solamente, unos pioneros absolutos del hard rock europeo. Ahí es nada.

Llama la atención la sensación de fragilidad que desprende la menuda figura de Klaus Meine, que se defiende muy bien en su plano pese a que las cuerdas vocales no son las mismas con 74 años que con treinta menos, sobre todo en estas cotas de exigencia. En cuanto a los demás, la dupla de Rudolph Schenker y Matthias Jabs a las guitarras es una avalancha de punteos perfectos y solos impecables, y Paweł Mąciwoda estuvo en su sitio a las cuatro cuerdas. Mención especial merece Mikkey Dee, un huracán tras la batería.

Dedicaron al pueblo de Ucrania el “Wind of Change”, cuya parte de la letra sobre Moscú la sustituyeron por menciones a Ucrania y a su capital, Kiev, porque, como Meine dijo, “no es momento de romantizar a Rusia”. Y la balada sonó maravillosa, emotiva a más no poder, como más tarde también sería “Still Loving You”, recordándonos por qué es de sentido común y amplio conocimiento generalizado que son unos auténticos maestros de la balada.

Su celebrado último disco, ‘Rock Believer’, tuvo una generosa representación con la inaugural “Gas in the Tank”, la aplaudida “Peacemaker”, la propia “Rock Believer” y “Seventh Sun”, y míticos torbellinos de hard rock como “The Zoo”, “Bad Boys Running Wild”, “Blackout”, “Big City Lights” o “Rock You Like a Hurricane” deslumbraron para recordarnos cómo la vitalidad es intergeneracional.

 

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Judas Priest: Una apisonadora con el Metal God omnipotente

Nunca me creí eso de la omnipotencia o la omnipresencia de Dios. Con todo mi ateo respeto a los creyentes de cualquier religión, desde mi concepción materialista de la naturaleza, me pareció siempre inverosímil. Pero las cosas cambian cuando hablamos de Rob Halford, a quien no le hace falta soltar largas peroratas para gobernar sobre las almas de todos los presentes y ostentar un inefable protagonismo sobre el escenario. De hecho, fue bastante poco comunicativo el cantante, a quien sin embargo encontré en un estupendo estado vocal, clavando la mayoría de los agudos y manteniendo esos dientes de sierra en su voz que arañan el tímpano hasta desgarrarlo. De las veces que los he visto en la última década, tal vez la más solvente. Se cuida y se nota.

Pero un vocalista, por muy Metal God que sea, no hace que un concierto vaya rodado sin una gran banda detrás, y los engranajes de Judas Priest están engrasados como las barras de un torneo profesional de futbolín. Parece mentira que hace apenas unos meses la vida del virtuoso Richie Faulker estuviera pendiendo de un hilo tras un masivo ataque al corazón, porque su actuación en Dessel fue descomunal, perfectamente empastada su hacha con la de Andy Sneap, que a punto estuvo de no formar parte de esta gira hasta que los fans de medio mundo se echaron encima de la banda cuando anunciaron una decisión, la de girar como cuarteto, que después ellos mismos admitieron como disparatada.

El setlist de Judas Priest fue una coctelera de temazos gloriosos, y he de admitir que personalmente apenas me faltaron favoritos, algo que tiene su aquel cuando hablamos de un grupo con dieciocho álbumes de estudio, intocable para la ortodoxia del heavy metal pero cuya proyección siempre ha ido infinitamente más allá. Aposentados sobre una base rítmica erguida en titanio, “One Shot at Glory”, “You’ve Got Another Thing Coming”, “Turbolover”, “Hell Patroll”, “The Sentinel”, una “Painkiller” bestial aunque ligeramente acortada en el solo, “Electric Eye” o “Breaking the Law” hicieron justicia por la impecable ejecución con la que fueron defendidas al medio siglo de trayectoria que los Priest celebran en esta gira.

Aunque se dejaron fuera embajadoras sonoras de álbumes añejos como su debut, ‘Rocka Rolla’, ‘Stained Class’ o ‘Point of Entry’, ‘Killing Machine’ estuvo representado por, cómo no, “Hell Bent for Leather” (con Halford sobre una enorme Harley) y por  su notoria versión a Fleetwood Mac con “The Green Manalishi (With the Two Prong Crown)”. ‘Sin After Sin’, por su parte, lo estuvo con “Diamonds & Rust”, original de Joan Báez.

El broche de oro a uno de los mejores shows de todo el festival lo pusieron con “Livin’ After Midnight”, para la que apareció sobre el escenario un toro gigante (¿o era una vaca?) y que turbopropulsó la fiesta de aquel inolvidable sábado a la noche al calor del mejor metal.

 

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Angelus Apátrida: Reivindicando nuestra escena

“Por qué no los conocía si están tan arriba?”, me preguntaba un estimado amigo flamenco (del Flandes belga, no de Despeñaperros para abajo) a los pocos temas de haberlos descubierto de sopetón y ante la insistencia de quien escribe. “Pues no lo sé, tío, tú sabrás”, le respondí con una media sonrisa, aunque por dentro ardía un poco el hecho de que fue la enésima constatación de lo infraconocida que nuestra escena está en el continente europeo en relación con su infinita calidad.

Precisamente, Angelus Apatrida es uno de los grandes baluartes para machacar hasta hacer añicos ese techo de cristal que son los Pirineos y dejar bien claro que al sur de la cadena montañosa se hace un metal de muchísimos quilates que nada tiene que envidiar a escenas más septentrionales.

Agradecidos por la primera oportunidad de tocar en Graspop, a cuyo cartel se incorporaron a última hora tras la baja de otro grupo, Angelus Apatrida no desperdició la oportunidad. O más bien la ocasión de estar donde desde hace mucho tiempo deberían estar, si no incluso por debajo de lo que les habría correspondido casi inevitablemente si Albacete estuviera en Alemania o en California. A una hora bastante decente y en la carpa más grande, el escenario Marquee por donde desfilaron bandas de la talla de Dimmu Borgir, Amorphis, Paradise Lost, Opeth, Mercyful Fate, Devin Townsend o Sepultura, el combo capitaneado por Guillermo Izquierdo reventó el listón con una descarga de thrash metal de matrícula de honor.

Presentando cada canción con el cariño que se merece, con una agresividad sonora desaforada y al mismo tiempo increíblemente canalizada, y esmerados en que se montaran algunos de los pogos más salvajes de todo el evento (sin un seguro de salud o una cota de mallas no me metería yo en ese wall of death), Angelus Apatrida lo bordaron en temas de su último álbum homónimo, al que Guille se refirió comentando que no es tan difícil pronunciar su título, y en canciones tan imprescindibles de su ya dilatada discografía como “Of Men and Tyrants”, “Vomitive”, “Give ‘Em War”, “Sharpen the Guillotine” o “You Are Next”. Se hizo corto, muy corto, y fue, sin lugar a dudas, uno de los mejores conciertos de todo el festival. Y no, no barro para casa. ¡Apátrida que es uno!

 

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