Crónica De Kraftwerk: Robots de otro mundo

10 octubre, 2016 1:16 pm Publicado por  Deja tus comentarios

Museo Guggenheim, Bilbao

El fin del bipartidismo ha provocado también situaciones graciosas, como que veamos cuatro atriles y enseguida pensemos en un debate electoral. No son pocas las parodias que han circulado por redes sociales en las que los candidatos de los cuatro principales partidos del país aparecen como si fueran estrellas de rock a punto de dar un concierto. Un símil que no debe disgustar a algunos, como a los que piden para su discurso “más Bruce Springsteen y menos Coldplay”.

Mucho antes de que descubriéramos en carne viva una democracia corrupta llena de vestigios franquistas, en Alemania allá por principios de los setenta se iba popularizando esa estampa de cuatro tipos escondidos detrás de enormes sintetizadores que por su frialdad casi parecían androides y alertaban acerca de la cada vez más estrecha relación entre el hombre y la máquina. Una visión futurista que no tenía nada de alarmista, sino que celebraba el avance tecnológico de una manera racional, sin aspavientos. Quizás a estas alturas algún lector se pregunté qué diantres hace una crónica de Kraftwerk en una página de rock. Pues bien, diremos que su contribución a la historia de la música impediría ignorarlos a cualquier persona decente, ahí está por ejemplo esa contundente versión que hacían Rammstein de “The Model” o esas piezas instrumentales como “V-2 Schneider” con las que David Bowie salpicó su llamada “Trilogía de Berlín”, compuesta por sus álbumes ‘Low’, ‘Heroes’ o ‘Lodger’, influenciados descaradamente por el krautrock y la electrónica primitiva.

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Toda una elitista celebración de su catálogo se había montado en el atrio del Museo Guggenheim, que durante ocho noches seguidas repasaría sus discos más emblemáticos mediante proyecciones en 3D y animaciones multimedia a cargo de Falk Grieffenhagen, técnico de vídeo y cuarto miembro de Kraftwerk en la sombra. Las entradas estaban a 70 pavos por noche, así que ya se podían esmerar.

Pese a que nos tiraba más la jornada dedicada a ‘Trans-Europe Express’ por la oportunidad de escuchar en directo la hipnótica “Hall Of Mirrors”, asistimos finalmente el día de ‘Radio-Activity’, su bautismo en la autoproducción, algo que parece tan normal en la actualidad, y también su primer esfuerzo en alcanzar un número 1. Una multitud de modernos adinerados se agolpaba frente a un modesto escenario con esas gafas 3D que ya creíamos sepultadas en el vertedero de la prehistoria tecnológica junto con las cintas de cassette o el carpetovetónico walkman.

Con los cuatro miembros de Kraftwerk en sus respectivos puestos envueltos en trajes reflectantes, de esos que se utilizaban en los ochenta cuando se quería emular la realidad virtual, una voz robótica que contaba en alemán y otros idiomas cristalizó en “Numbers”, mientras por la pantalla había cifras interminables que se acercaban y casi se estrellaban frente a uno si se ponía las gafas 3D.

Ralf Hütter, único superviviente de la formación original, se sitúa al extremo izquierda, y sus otros tres operarios le apoyan en las programaciones sin apenas despeinarse. Su frialdad era sobrecogedora, ni siquiera miraban al público, ya podría estar la sala llena de cabras, que el resultado hubiera sido el mismo. Y sus movimientos tampoco eran desde luego un frenesí, un leve movimiento de la pierna del líder Hütter indicaba que en realidad estaba vivo, parecía que los acababan de despertar de un sueño en formol.

Esa desmedida indiferencia hacia los 800 asistentes que poblaban el atrio del museo producía un mayor contraste en temas que invitaban al bailoteo, caso de su profética “Computer World” de 1981. Siguieron la senda de ese trabajo pionero del tecno pop con “Computer Love”, con esa inconfundible melodía de teclado que tomaron prestada Coldplay para “Talk”. Un proceso que no debió resultar sencillo, dado el hermetismo que siempre ha rodeado a los germanos, aunque Chris Martin contó que tras escribir a la banda a través de sus respectivos abogados le llegó una carta escrita a mano que solo decía “Sí”.

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Tras este agradable primer tramo muy disfrutable para cualquier aficionado a Ultravox, Visage y demás reliquias ochenteras, llegó el esperado monográfico con la ecologista “Radioactivity” por bandera, cuyas envolventes notas fueron aplaudidas a rabiar mientras se proyectaba el símbolo de la energía nuclear y unas letras japonesas aludían al último desastre nuclear en Fukushima.

Abrazaron poco después las ondas en “Radioland”, con diversos diales y una antena de fondo, al tiempo que desgranaban los más diversos ruiditos con sus sintetizadores, tonos que casi parecían maullidos y otros que simulaban buscar una frecuencia determinada en la radio. Recrearon en este sentido un espectáculo de primera, pese a reconocer que a nivel musical escuchar del tirón unas composiciones tan vanguardistas puede resultar un tanto pesado para los neófitos.

Por fortuna, el álbum original no alcanzaba los cuarenta minutos, por lo que no tardaron en llevarnos hasta esas autopistas alemanas en las que no existe límite de velocidad en “Autobahn”, con imágenes de algo tan germánico como un Mercedes y sonidos que se asemejaban a pitidos de claxon o cambios de velocidad. Las animaciones estaban tan conseguidas que hasta hubo aplausos a mitad de la canción, destacó por ejemplo esa recreación del salpicadero de un coche en el que alguien mueve el dial de una emisora y se oye la melodía principal de “Autobahn”. Pasote.

Uno de los momentos más esperados fue cuando se arrancaron con su himno minimal wave “The Model”, aunque en inglés pierde bastante de su poder hipnótico original. Vimos por la pantalla imágenes de féminas bebiendo en copas, fumando con clase y luciendo modelitos vintage que hoy en día provocarían el despiporre padre. Del mismo trabajo rescataron la pieza homónima “The Man Machine”, con un cierto matiz contemporáneo que impedía que aquello sonara desfasado.

Las composiciones dedicadas al Tour de Francia, que editaron en honor al centenario de la prueba deportiva, quizás le llamen la atención a Ralf Hütter, enamorado confeso del ciclismo, pero a un servidor le produjeron idéntico efecto a un documental sobre la vida del ornitorrinco adulto. Más interesantes nos parecieron la embriagante “Europe Endless” o el inquietante “The Robots”, esos seres que están programados para “hacer todo lo que nos pidas”, cuatro muñecos tan terroríficos como los propios Kraftwerk por su frialdad robótica.

Su despedida no resultó un derroche de emotividad, como era de suponer, los cuatro se limitaron a inclinarse hasta hacer una reverencia. En plan marcial. O robótico, según se mire.

Con semejante alergia al calor humano, no esperábamos bises ni por un asomo, pero sudaron de lo lindo la camiseta al retornar con fondos verdes y siluetas de edificios y completar el repaso a su trayectoria con otro tramo enfocado en el álbum ‘Techno Pop’ y así ya cubrir todos los flancos. Retumbaban las estrofas que decían en castellano “La música ideas portará y siempre continuará” antes de que se fundieran en un “Musique Non Stop” que sirvió para que abandonaran el escenario uno a uno después de juguetear un rato con su respectivo sintetizador, la primera vez en la que su mirada se cruzó con la de los fieles.

Aquello resultó toda una experiencia, no cabe duda, aunque lo cierto es que tampoco nos pareció lo más grande que hemos visto nunca en directo, la tan cacareada tecnología 3D era muy similar a la de hace veinte años por lo menos. Nos defraudó comprobar que nadie salía para desmontar a esos robots de otro mundo con trajes luminosos. Demasiado tarde. Quizás ya estén entre nosotros.

Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan

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