THE SAFETY PINS: EL SUEÑO JUVENIL

6 mayo, 2013 2:06 pm Publicado por  1 Comentario

Sala Edaska, Barakaldo

The Safety PinsEs un pensamiento recurrente durante la adolescencia. Lo de montar un grupo y tal. Que levante la mano al que nunca se le ha pasado por la cabeza aquello de ponerse a tocar tal o cual instrumento con la obcecada idea de subirse a un escenario algún día. Forma parte de un proceso inevitable, uno empieza a escuchar música y llega un momento en el que entran ganas de emular a los respectivos ídolos. Ley de vida

Antes de la irrupción del punk, las cosas eran más complicadas, puesto que se entendía la música como una disciplina que exigía una dedicación casi sobrehumana, un club exclusivo de cuatro cerebritos al que la mayoría no podría pertenecer. Pero el afán democratizador del espíritu del 77 dio al traste con la preponderancia de la técnica: cualquiera puede ser una estrella del rock y cualquiera tiene derecho a explayarse sobre las tablas si le echa las ganas suficientes.

Con estos principios por bandera, se había montado en el Edaska una guapa sesión de punk rock adrenalínico a la vieja usanza en la estela de Ramones o The Stooges con una clara querencia por los guitarrazos vikingos de Hellacopters o Turbonegro. Y para las limitadas dimensiones del recinto, la peña respondió hasta más allá de lo aceptable atraídos por un cartel que aunaba veteranía y pasión por el desparrame escénico.

Pese a que estaban anunciados The Safety Pins como cabezas, lo cierto es que se trataba de un bolo conjunto con The Sulfators, que presentaban su último largo ‘Evil City Blues’, sin ningún tipo de rivalidad ni superioridad entre bandas. Ambos por tanto gozaron de un tiempo similar de actuación y, tal vez porque tampoco existían excesivas diferencias en su palo enérgico, el compadreo fue frecuente a lo largo de la velada y no extrañó que acabaran compartiendo el tablao.

Formados allá en los 90 de las cenizas de Pop Crash Collapso, los ‘imperdibles’ han logrado consolidar una reputación que ha trascendido nuestras fronteras, llegando a editar discos a través de discográficas alemanas y americanas. No fueron pocos los que se hicieron eco de su potencial, entre ellos el difunto papa del punk rock Kike Turmix, que le gustó tanto su nombre que lo utilizó para bautizar su propio sello.

Y con un directo tan incendiario, está claro que si se han convertido en una suerte de institución local es por algo. Con su vocalista y guitarra escondido tras un pasamontañas verde, fueron concatenando temas acelerados a la manera de los Ramones, sin pausa ni verborrea alguna, a lo sumo se permitieron algún grito desgarrado a lo Johnny Rotten a modo de peculiar epílogo.

Quizás nunca destaquen por su virtuosismo y a veces pequen de lineales, pero lo que nadie puede discutir es que divertidos son un rato. La concurrencia debió de pensar lo mismo, pues los pogos florecían con una naturalidad pasmosa. Y es que cualquiera permanecía impasible con los atronadores “Teenage Alcoholic”, “She’s Got Drugs” o “Go To Hell In Hollywood”, puros pildorazos de inmediatez punk que casi ni daba tiempo a digerir.

El final con la declaración de principios “I Hate Society” fue una explosión de entusiasmo tanto dentro como fuera del escenario, con la peña a punto literalmente de eliminar barreras entre artistas y público. Habría que esperar todavía un poco para eso, pero contaron a modo de aperitivo en “People Like Us” con la presencia de los compañeros de velada y el desparrame fue total, como era de esperar.

Los afincados en Medina de Pomar The Sulfators, por su parte, no escatimaron tampoco en salvajismo, guitarras en alto y la impactante presencia escénica de un cantante que no dejaba indiferente con sus trances epilépticos. Todo un showman que no dudaba en agitarse por los suelos,  apuntarse a los pogos como uno más o agarrar un foco rojo para susurrarle como si le pudiera escuchar. Le faltó únicamente untarse el cuerpo con salsa de cacahuete ya para clavar esa suerte de velado homenaje a Iggy Pop.

En lo musical empero, demostraron una mayor versatilidad que sus predecesores a las tablas y abarcaron desde el heavy rock o el protopunk setentero hasta las atmosferas opresivas de unos Joy Division. En un momento dado, contaron con una chica de estética punki como invitada a las voces, que se desenvolvió bastante decentemente con tonos atormentados a lo Patti Smith mientras el cantante, por su parte, desgarraba la garganta vía Jim Morrison.

Tuvieron tiempo de repasar su último esfuerzo ‘Evil City Blues’ con “Groundhog Day”, “Have a Good Time” y ya en los estertores “Highway Child” , sin descuidar cosechas anteriores del estilo de “Dirty Girls” o “Graveyard Woman”. Acabaron con boa de plumas rosas y ese habitual gesto de confraternización hardcore en el que la multitud invade el escenario y ahí dan rienda suelta al despiporre más absoluto. Un aquelarre sónico que sin duda no distaría demasiado de aquellas orgías eléctricas que montarían Iggy & The Stooges allá por los setenta.

A veces no es necesario desplegar un torrente inabarcable de técnica para conseguir llegar al corazón de cada cual, únicamente el servir de catalizador para despertar esos instintos primarios que uno creía dormidos es ya todo un logro. Desenterrar ese sueño juvenil de pillar una guitarra cualquiera y ponerse a berrear sin importar el mañana. No future.

 Texto y foto: Alfredo Villaescusa

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