LYDIA LOVELESS: ESPÍRITU LIBRE

30 octubre, 2013 4:10 pm Publicado por  3 Comentarios

Kafe Antzokia, Bilbao

 Hay gente que se hace la interesante y en realidad resulta un fraude sin nada que ofrecer. Otros por el contrario destacan por poseer una idiosincrasia particular, son auténticos, y se muestran tal cual sin temor a las convenciones sociales. El gurú Charles Bukowski con sus palabras lo dejaba claro una vez más: “el alma libre es rara, pero la identificas fácilmente cuando la ves, básicamente porque te sientes a gusto, muy a gusto, cuando estás con ellas o cerca de ellas.”

La cantante de Ohio Lydia Loveless es uno de estos inefables personajes. Ex alcohólica cuando apenas ha sobrepasado la veintena, admiradora del mentado Bukowski y criada a medias en una granja y en el bar country de su propio padre, sigue forjando su leyenda a su manera. Hace escasos días se enfrentó a su público y luego tuvo que pedir perdón en las redes sociales por ‘comportarse como una idiota’. Y el pasado lunes también presentó ciertos síntomas de embriaguez con su hablar ininteligible y desganado, aunque a su guitarrista también se le notaba que iba fino.

Con semejantes antecedentes, el título de su último álbum ‘Indestructible Machine’ cobra pleno sentido, así como su decisión de cambiar el country habitual del terruño por el punto macarra de Hank III y hablar de borracheras, depresión y demás males que afectan a los mortales. En cuanto a influencias, no se queda corta y lo mismo cita a Billy Idol o Alice Cooper que al apóstol del protopunk americano Richard Hell o a la tradicionalista cantante country Loretta Lynn.

Pero esa noche a esta rubia menuda se le notaba decepcionada porque los asistentes no pasarían de las veinte o treinta personas y no se cortó en decir “hemos estado esta mañana en la radio, pero parece que no se ha enterado nadie”. Con gafas de intelectualoide y pelo enmarañado, igual que si se hubiera acabado de levantar de resaca, Lydia Loveless irrumpió con una modesta banda, con su melenudo marido al bajo, un guitarra curtido en años que a veces se emocionaba demasiado y un batería que sustituía en ese puesto a su padre.

La verdad es que íbamos con la idea de un espectáculo más conservador, de sombrero de cowboy, botas camperas y tal, pero nos encontramos de primeras con un sonido más cercano a la costa de Jersey que a Nashville. Con pose desgarbada, la chica ‘sin amor’ rememoró la épica del rock americano auténtico a lo Tom Petty y se sumergió en ambientes crepusculares dignos del Springsteen de “Point Blank” o “Nebraska”. Desde luego, por encima de todo, el influjo del ‘Boss’ se sintió sobremanera en los solos y en una contundencia guitarrera que recordaba a la de una E Street Band para pobres.

A la par que bebía tragos con una naturalidad pasmosa, la rubia entonaba canciones para almas desamparadas y presentaba de vez cuando cosas nuevas como “Lonesome Way”, que seguían la línea rockera de su material reciente. El alegato sobre la integridad artística “Can’t Change Me” les quedó muy potente, con el guitarra rasgando a tope y la batería atronando. Puede que por sus descontroladas risas Lydia quizás estuviera borracha, pero en lo que respecta a entonar dio el tipo con bastante solvencia, sin que en ningún momento su supuesta embriaguez fuera un lastre.

Y tuvo la sinceridad de admitir que “Crazy” era una canción sobre su propia vida, acercándose ya sí al country tradicional tal y como lo conocemos. Tocaba el momento de relajarse, aunque hubo tiempo de deslizar alguna otra composición nueva que versaba sobre la esperanza, esa rara avis que tantos necesitan y cuya carencia hace hundirse en la miseria.

El grupo se despidió para lo que parecían los bises, pero al retornar comprobamos que se trataba más bien de una sección acústica únicamente con la voz de Lydia, que si bien en un principio pudo interesar por el realce de las cualidades vocales que proporciona ese formato, a la larga se hizo cansino y mató por completo aquella inusitada energía con la que comenzó el bolo. Ahí la chavala no hiló fino, pues con un par de temas de esa guisa habría sido más que suficiente.

Volvió de nuevo con aguerrida chupa de cuero para la parte final, esperábamos con ansía también la electricidad, pero nada, otra novedad para calzarse botas y camisa cuadros, eso sí, con un toque nihilista y una filosofía cercana al ‘no future’. No se apartó de la senda del perdedor y del lado oculto del sueño americano en “Always Lose”, un tema que según confesó escribió a la tierna edad de 17 añitos. Ideal para pillar la botella y emborracharse de madrugada.

Y así sin demasiados aspavientos se marchó la muchacha dejando al personal un tanto frío. Con casi hora y media dando el callo en las tablas, cualquiera podría sentirse razonablemente satisfecho, añadiendo además una voz prodigiosa surgida de las entrañas, pero a veces las formas lo son todo. Y no fue de recibo pirarse tras permitir un languidecimiento general que enturbió hasta el ímpetu inicial.

Lo que está claro es que la señorita ‘sin amor’ es uno de esos espíritus libres, difíciles de controlar y que hacen lo que les sale de los mismísimos. Ese tal vez sea el peaje que haya que pagar por ver a esta gente que utiliza el arte como la alternativa saludable a tirarse por un puente o prender fuego a todo. A Bukowski le encantaba la música clásica, pero puede que hubiera disfrutado por igual con esta poeta de marginados sociales.

Texto y foto: Alfredo Villaescusa

 

 

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