Crónicas

Rhapsody + Beast in Black + Scarlet Aura: De dragones y fantasmas

«Se cerró una de las sagas más épicas de la historia del metal internacional»

20 marzo 2018

Sala La Riviera, Madrid

Texto: Jason Cenador. Fotos: Alfonso Dávila

Matando dos pájaros – enemigos del Reino – de un tiro con una gira conmemorativa de su 20º aniversario y de despedida al mismo tiempo, la que probablemente sea la banda transalpina más célebre del metal internacional cerró capítulo y probablemente saga en la Sala La Riviera de Madrid ante un público cuando menos nutrido para ser martes.

Está claro que el incentivo de tratarse, presumiblemente, de la última vez que es posible ver a una banda que ha marcado a fuego la personalidad musical de un sinfín de amantes de la música enérgica, épica y melódica revalorizó la visita de Rhapsody a la ciudad. De todos modos y por si acaso, ellos ya se han cubierto las espaldas no cerrando del todo la puerta a continuar sobre los escenarios algún tiempito más bajo el reclamo de la gira de despedida, quizá hasta bien entrado 2019. ¿De verdad fue la última ocasión que recalan a orillas del Manzanares? Ya veremos.

Con los Rhapsody alternativos liderados por el teclista Alex Staropoli, uno de los dos principales compositores de la formación clásica, aún en activo, el combo que reúne al otro alma máter del grupo, el guitarrista Luca Turilli; al no menos trascendente vocalista Fabio Lione y a tres miembros también con mucha historia en el grupo como son el batería Alex Holtzwarth, el bajista Patrice Guers y el virtuoso guitarrista Dominique Laurquin es, objetivamente, el más atractivo de los dos en liza. Y recalaron sobre el escenario del concurrido local madrileño con la energía con que los dragones de sus fantasiosas líricas levantan el vuelo. Pero lo hicieron sin teclista, algo imperdonable en una gira con la vitola de una de las más especiales de la trayectoria de una de las principales bandas de power metal sinfónico de la historia. En su estilo es un elemento esencial, imprescindible, y que lo trajeran disparado dio pie a pasajes del concierto en los que se rozó el absurdo, con la banda siendo mera comparsa de un protagonista sonido pregrabado. El teclista fantasma fue, sin duda, la faceta cutre de una gala que, en líneas generales, cumplió en incluso superó las expectativas.

Para abrir el apetito, a unas horas en las que muchos todavía están irremediablemente ligados a sus quehaceres laborales, los rumanos Scarlet Aura se presentaron con una fresca y accesible propuesta de de metal alternativo con vocalista femenina al frente – la muy solvente Aura Danciulescu – y elementos sinfónicos coexistentes con férreas guitarras en canciones redondas y con algún que otro guiño gótico. Los de Bucarest aprovecharon bien su tiempo y demostraron que bajo su actual denominación – antes se llamaban simplemente Aura – pueden conseguir muchas cosas.

Los segundos en aparecer frente a la audiencia fueron Beast In Black, toda una revelación en el panorama nórdico del heavy y el power metal. Con un único disco en el mercado hasta la fecha, ‘Berseker’, los de Helsinki se están abriendo paso de lo lindo en una escena muy bien abonada para su éxito, habida cuenta del momento dulce que experimentan bandas como Sabaton o sus compatriotas Battle Beast, de la que, de hecho, procede el guitarrista y fundador Anton Kabanen. No en vano, podríamos decir, sin ánimo de predisponer innecesariamente a quienes no los hayan disfrutado todavía, que su sonido bien podría resultar de meter en una coctelera en ambas bandas, agitar con energía y aliñar con aromas de Primal Fear.

Las inevitables comparaciones no tienen por qué ser nocivas, puesto que los finlandeses no necesitan inventar la pólvora para hacer gala de una efectividad sin paliativos. El dicharachero vocalista Yanis Pappadopoulos, oriundo de Grecia, exhibió un descomunal torrente de voz y un falsete muy bien controlado, con agudos punzantes que encajan perfectamente en el carácter hímnico de las canciones, a caballo entre el power metal y el heavy metal clásico, y aderezadas por una buena dosis de teclados… ¡interpretados por otro fantasma! De verdad, una cosa es ser un grupo sinfónico y no poder llevar a cuestas toda una orquesta, y otra cosa es dejar en la estocada a un miembro de primer orden en la naturaleza de tu música. Incomprensible.

En cualquier caso, el virtuosismo de Kasperi Heikkinen (ex U.D.O.) y Anton Kabanen a las guitarras, la tremenda pegada de Atte Palokangas a la batería – muy a lo Manowar, todo sea dicho – y la irresistible pegada de temas como “Beast in Black”, “Eternal Fire”, “Blind and Frozen” o la definitiva “End of the World” pusieron de relieve que los grandes escenarios no se les quedan pequeños, y que estaban ahí por méritos irrefutables. Puede que dentro de poco sean grupo de referencia, aunque dicho sea de paso que no lo merecen más – ni menos – que muchas bandas de nuestro entorno.

Al fin llegó el momento de introducirnos en la fantasía épica de Rhapsody, del grupo de dejó una huella imborrable en toda una generación de devotos del metal melódico. Una grave voz en off cuando menos cinematográfica dio entrada a los “inmortales, poderosos guerreros Rhapsody”, tras lo que el dragón echó a volar con el tema que muchos consideran el mayor himno de su creación, “Dawn of Victory”. Que comenzasen con el clásico de clásicos fue una sorpresa que dejó a todos descolocados y una manera inapelable de pasar de cero a cien en cuestión de milésimas de segundo.  Preocupaba la voz más áspera de la cuenta de Fabio Lione, pero fue una falsa alarma, dado que en cuanto calentó un poco, reivindicó encontrarse en un formidable estado de forma. El público, como no podía ser de otro modo, enloqueció con la monumental canción, en cuyo solo estuvieron precisos ambos guitarristas y que sirvió de pretexto para que Lucas Turilli, extraordinariamente motivado, corriese de lado a lado del escenario en las fases menos exigentes para su instrumento.

Tras una sorprendente “The Wisdom of the King”, el afable y muy hablador frontman echó mano por vez primera de su curioso español antes de que acometieran la más folkie “The Village of Dwarves”, que es una auténtica delicia pero que a ratos resultó casi esperpéntica sin teclista sobre el escenario. Imaginad a Iron Maiden con las guitarras disparadas y podréis recrear una sensación similar. La gloriosa “Power of the Dragonflame” nos llevó después en volandas a uno de los mejores momentos de la velada, con uno de esos estribillos que hicieron de Rhapsody una de las mejores bandas jamás concebidas en la música épica. Ayudó también el mayor peso que las guitarras tienen en ella, si bien el teclista fantasma atacó de nuevo en el inicio de “Beyond the Gates of Infinity”, más progresiva y de imprevisibles desarrollos instruentales.

El spanglish de Lione, que interpeló a un asistente de la primera fila, seguía marcando sus discursos antes de la contundente “Knightrider of Doom”, cuyo abrumador poderío contrastó con la finura de la primera balada de la banda “Wings of Destiny”, comprendida en su álbum ‘Symphony of Enchanted Lands” (1998).

Comentó entonces Lione que no quería ponerse triste antes de rendir un largo, sincero y afectuoso homenaje al desaparecido y recordado actor Christopher Lee e imitar su grave tono de voz recreando una conversación que tuvo con él en el estudio. Lee, de quien el cantante elogió su enorme talento y su capacidad para hablar nueve idiomas, era un devoto del heavy metal y no solamente publicó su propio álbum, sino que también colaboró con los propios Rhapsody. A él le dedicó el siguiente corte en liza, “Riding the Wings of Eternity”.

Confesó el frontman que la extensa “Symphony of Enchanted Lands” es una de sus favoritas y resaltó que debido a sus once minutos de duración no la habían tocado en muchas ocasiones. Tras ella, la voz en off antecedió al solo de batería de rigor, con el público muy participativo a instancias de Alex Holtzwarth. Fue, a su vez, el preludio de “Land of Immortals”, extraída de su disco debut de 1997, ‘Legendary Tales’. ¡Qué tiempos aquellos!

Recayó el protagonismo en el bajista Patrice Guers, que se marcó un fantástico solo, y más tarde en Fabio Lione, que nos retó en un juego vocal antes de exhibirse con la bellísima “Co Te Partirò”, original de Andrea Bocelli. Su desempeño vocal nos dejó con la boca abierta y los pelos de punta, despejando cualquier atisbo de duda acerca del estado de su garganta. ¿Qué no haría en estas tonalidades más graves si no fumase? Antes de acometerla, cómo coincidió con el afamado cantante italiano, pero mentiría si no confesara que perdí por completo el hilo de la historia, confundido en el gracioso aunque esforzado castellano de Lione.

Otro de los momentos más memorables de la noche arribó de la mano de “Holy Thunderforce”, otra de las imprescindibles del repertorio de Rhapsody, que desató la locura tanto en frente como encima del escenario, puesto que los músicos de Battle Beast aprovecharon la coyuntura para aparecer repentinamente sin pantalones y portando horteras gafas de rejilla, dejándonos una desternillante escena. Desde luego, la cerveza estaba corriendo de lo lindo en el backstage. También rondaban por ahí los componentes de Scarlet Aura, pero en un plano mucho más comedido.

Tras un momento de ausencia, regresaron bajo los focos con la fuerza de un huracán, nunca mejor dicho si tenemos en cuenta que lo hicieron con “Under the Rain of a Thousand Flames”, sucedida por la primera canción íntegramente en italiano de la banda, “Lamento Heroico”. Resaltó después Lione que ese era el último concierto que jamás iba a ofrecer Rhapsody. Con la hoja de ruta de la gira en la mano, así es, no hay ningún show previsto en el futuro. Por eso, tuvo a bien pedir aplausos a los miembros de su crew antes de presentar a fondo a los componentes de la banda y, de paso, poner de relieve que antes tenían que esforzarse en el estudio porque no estaban disponibles los recursos tecnológicos de ahora, opinando que a día de hoy hay “muchas bandas de mierda” (sic) que abusan de esos recursos. “Entonces, veinte años de mi vida para nada”, llegó a comentar, en alusión al esfuerzo que le ha dedicado a la voz en comparación con un vocalista conocido suyo que no llegaba al tono en el estudio y después sonaba como si llegase, tras la “cocina” del productor.

Intercambiaron elogios por doquier Lione y Luca Turilli, que tiró de labia para glorificar como nadie a su compañero de filas, antes de la concluyente “Emerald Sword”, último himno de una saga que tuvo, después de todo, un digno final. ¿Volverá a volar los dragones de Rhapsody? Luca Turilli no ha cerrado del todo la puerta a futuras actuaciones en el marco de esta gira de despedida, pero por el momento, Madrid es el punto y final a una de las historias más épicas del heavy metal internacional. Aunque tuviera un fantasma como intruso.

Jason Cenador
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