Crónica del Rivas Rock: "La magia de un gran festival"
17 mayo, 2016 11:32 pm 2 ComentariosAuditorio Miguel Ríos, Rivas-Vaciamadrid
Los festivales tienen un aura mágica, un ambiente de compadreo y felicidad colectiva difícil de describir que hace de ellos citas especiales para miles de amantes de la música en vivo, máxime cuando lo que suena bajo los focos resulta tan auténtico como lo que desempeñan cada uno de los grupos que subieron la escalinata del escenario alzado en el majestuoso Auditorio Miguel Ríos de Rivas-Vaciamadrid, localidad al sur de la capital que celebraba en estos días sus fiestas patronales al igual que esta.
Cuando uno hace alusión a esa atmósfera festivalera, inmediatamente piensa en macro-eventos de varios días de duración, pero al Rivas Rock le bastó una sola jornada para, con un cartel irrenunciable para quien haya mamado alguna vez de las caudalosas ubres del rock estatal, conseguir que el lugar fuera el paraíso transitorio de las miles almas muy vivas que vibraron con Envidia Kotxina, Habeas Corpus, El Último Ke Zierre, Gatillazo, Soziedad Alkoholika, Boikot y Sínkope. Ahí es nada, ¡menuda selección!
La lluvia de las jornadas previas al evento cesó justo a tiempo para permitirnos vivir una maratón rockera en unas condiciones climáticas ideales. Ni frío, ni calor; ni paraguas ni solana abrasadora sobre nuestras frentes. La jornada prometía. A las 16:30 arrancó puntual el concierto de Envidia Kotxina. La veterana banda madrileña de punk rock se encuentra inmiscuida en su gira de despedida, tras más de 22 años propagando su combativo y rotundo mensaje por incontables escenarios de todo el Estado, y no defraudó, ganándose a pulso la impresión generalizada de que no hubieran desentonado para nada a una hora más tardía. Con un sonido impecable y afilado, y una cohesión propia de un combo que ha decidido retirarse en un estado de forma que en absoluto lo aconseja; descargaron enérgicamente un nutrido puñado de canciones tales como “La raba”, “Daños colaterales”, “Cuidado con lo que aprietas”, “Día tras día” o la enjundiosa “Con y contra quién”.
A la consistente base instrumental se sumaba la estupenda coexistencia entre las voces de los también guitarristas Ángel y Ziku, y la del bajista David Txafas, en perfecta sintonía con el batería Hugo. De ahí el entusiasmo del público, que alcanzó cotas troposféricas cuando el sonido de una sirena dio paso a la ska “Un madero mil lapiceros”, seguida por las agitadas “Mis pesadillas” y “Polka miseria”. “O no os gusta el futbol u os gustamos más nosotros”, comentaron desde el escenario, para después ponerse nostálgicos y manifestar el enorme afecto que profesan por los suyos diciendo que cada concierto de esta gira está siendo muy especial, y que cierran las páginas “de este cotxino libro” cuyos renglones los ha escrito su público.
Aún quedaban muchas canciones por delante, y las encararon a cada cual con mayor entrega. Especialmente aplaudidas fueron “Alimañas”, “El país de Alicia”, “Por qué?” e “Historias en blanco y negro”, esta última con la memoria histórica como eje central y el famoso discurso del añorado José Antonio Labordeta en el Congreso mandando a la mierda a un sector de los diputados de derechas que pretendían acallarlo inaugurándola. Para el final quedaron la punkarra “Kampos de Exterminio” y “Lady Di, Lady Ño”, en la que intercalaron la parte final de “Ay-Untamiento”. De once sobre diez.
Los siguientes en liza fueron unos incendiarios Habeas Corpus, cuyas letras copan el podio de la explicitud reivindicativa en el género. Abonados al rap metal en sus inicios, cada vez han hardcorizado más su sonido, hasta el punto de que temas de la vieja escuela suenan palpablemente más guitarreros, melódicos y vocalmente ásperos en directo que en sus versiones originales en estudio.
Enseguida nos sumergieron en su insurrección musicalizada con canciones como “A sangre y fuego”, “En el mejor de los mundos”, “Poder es tener y poder es tener” o “Basado en una historia real”, siempre con letras elaboradas con argumentos aplastantes y rimas precisas. Entre sucesivas confrontaciones verbales con el sistema y discursos que no dejaban resquicio a la ambigüedad, sobresalieron “A las cosas por su nombre”, “En el punto de mira” – con alusión a la persecución y a la censura incluida, puesto el acento en S.A. –; la más sentimental “Después del último adiós”; “Fascismo nunca más”, en la que aludieron a la placa que el Ayuntamiento de Madrid ha colocado para rendir memoria a Carlos Palomino (víctima mortal del ataque de un ultraderechista); y “Otra vuelta de tuerca”. Hubo tiempo para una dedicación personal a una pareja que había elegido la cita para su despedida de soltero – calificaron su plan de “una imprudencia” e hicieron mención de los abogados echando mano de su sentido del humor – y para cerrar con dos clásicos como “Cada vez más odio” y “Sois ejemplo”, precedida de otro discurso libertario con frases como “solo tenemos una vida y nos corresponde vivirla” o “la libertad de cada uno es la libertad de todos”. Aunque gozaron de menos cantidad de audiencia que sus predecesores, no fallaron en ni uno solo de sus disparos hacia la diana de lo establecido.
El Último Ke Zierre nos metió de lleno, previo cambio de backline – que en ningún momento del festival se prolongó en exceso –; en un rock más urbano sin por ello desechar temáticas sociales como la que protagoniza la inaugural “Las cuchillas de tu miedo”, single de su último plástico, ‘Cuchillas’. El set list fue escogido con loable astucia por parte de una banda curtida en cientos de festivales a lo largo de su carrera, hábitat en el que siempre se ha desenvuelto como pez en el agua. Así, combinaron fantásticos temas del nuevo disco que están funcionando muy bien en vivo como “Fiesta o duelo”, “No hay nada” y “Cientos de diablos” con una soberbia colección de clásicos coreados por un público cada vez más en éxtasis. No se dejaron en el tintero cortes tan contagiosos como “Vuelta al infierno”, “Insurgente”, “Soldadito español”, “Mis calzones”, “Tú me vicias” o “Escupiré jodidos”, para arribar a una recta final de campeonato con “Tus bragas” y “A cara de Perro”.
A nivel musical, los castellonenses siguen siendo una garantía de fidelidad a sí mismos y a su rock directo y que apela tanto a las emociones humanas más viscerales como a la beligerancia por las más justas causas sociales. Personalidad y garra son inherentes al quinteto, y buena parte de la culpa la tiene la carismática voz y puesta en escena de Roberto “Feo”, a quien no le hace falta tirar de cháchara para meterse el bolsillo a la audiencia.
Si hay un frontman que pueda ser más admirable que cualquier otro en el ámbito del punk estatal, ese es, por trayectoria, carisma y autenticidad; Evaristo Páramos. Otrora líder de uno de los grupos del género más repercutientes de todos los tiempos en castellano, La Polla Records; sigue empecinado en depositar su ingenio y su incombustible conciencia crítica en canciones divertidas, ácidas y contestatarias, desde hace años en el seno de Gatillazo. Poco más de un mes después del lanzamiento de su último disco de estudio, ‘Cómo convertirse en nada’; los de Agurain dieron la enésima lección de lo que significa el punk rock directo y sin rodeos sobre un escenario.
Con los omnipresentes gestos y proclamas de Evaristo, que tan pronto alzaban a su son numerosos puños como extraían carcajadas generalizadas, el inquieto frontman y los suyos encararon un repertorio larguísimo de temas cortos y eficaces hilados con poco hueco a las treguas. En tromba cayeron “Otra canción para la policía”, “Un minuto en libertad”, “Tortura”, “Mucha mierda”, “La vida de los esclavos”, “La del oeste”… Era un no parar.
Los que crecimos escuchando La Polla Records (que después de vieron obligados a cambiar su nombre a simplemente La Polla) tuvimos nuestro particular empacho de gozo y nostalgia cuando sonaron clasicazos como “Lucky Man for You”, “Txus, “Johnny” y la concluyente “Odio a los partidos”. No recordaba haber disfrutado de tantos temas de aquella mítica banda en ningún concierto de Gatillazo y lo cierto es que funcionaron de lujo ante un público encandilado que alabó las peculiares jotas satíricas del gran Evaristo así como sus proclamas contra diversos estamentos del sistema actual. La sintonía era perfecta y fueron muchas las camisetas y objetos diversos que se lanzaron a escena para que el cantante los expusiera.
Por fin llegó el momento más esperado de la noche, y es que ante una pila de pantallas que auguraban un sonido demoledor, Soziedad Alkohólika iban a hacer acto de presencia en un escenario madrileños seis años después de la última vez y tras dos actos de bochornosa censura que les impidió actuar en sendos conciertos ya programados. Mientras los inductores de aquellas afrentas contra la libertad de expresión, que llegaron a ser puestas de relieve por organizaciones como Amnistía Internacional, tal vez se rasgaban las vestiduras; la banda vitoriana nos avasallaba con “Nadie”, tema que han escogido para comenzar los shows de su presente tour. Acto seguido, descargaron con exquisita contundencia “Polvo en los ojos”, seguida por el mismo tema que le sucedía en el tremendo disco que llevaba su nombre, “Dosis de violencia”.
Con muy buena conexión entre la banda y el público, continuaron con cañonazos como “Política del miedo”, “Niebla de Guerra” y “Cadenas de odio”, representantes de su etapa más moderna e influida por el thrash metal y el Hardcore de corte moderno. Al comenzar esta última, por cierto, el vocalista Juan, metido de lleno en su papel y cuajando junto con el resto de la banda un show memorable; manifestó su deseo por que se rompan “las cadenas” de la Comunidad de Madrid.
Fue después tiempo para alimentar el delirio de los acérrimos a su época clásica, cuando en los noventa emergieron como una de las formaciones combativas más importantes de nuestro imaginario sonoro; dando paso a “Perra vida”, “Palomas y buitres”, “Kontra la agresión, kastrazión”, “En el tejado”, “Automarginao” y “Ratas”, presentada con un “¡vamos a por el aperitivo!”. La emoción estaba a flor de piel en cada canción, pues el repertorio no podía ser más acertado teniendo en cuenta la de tiempo que hacía que no se nos permitía deleitarnos en vivo con su brutalidad en escena por estas latitudes.
Con inusitada velocidad acometieron la divertida “La aventura del saber”, para después cargar “contra la puta ley mordaza” como preludio a la imprescindible “Piedra contra tijera”. Tras “Las pequeñas cosas”, compañera de disco de la inmediatamente anterior en aquel encarnado ‘Tiempos oscuros’, llegó el éxtasis de “Pauso Bat”, único corte del set en euskera y una joya que se ha ganado el hueco por méritos propios. Clamaron por la desobediencia antes de bajar momentáneamente las revoluciones – que no la intensidad – con la sensacional “Errare Humanum Est”, enésima muestra de la agudeza lírica de un grupo sin igual; para después subirlas hasta la extenuación con la corrosiva y devastadora “Padre Black & Decker” y “Jaulas de tierra”, cuya letra, colmada de un mensaje canalizado como pocos, nunca me dejará de impresionar.
Tras unos instantes de ausencia, descargaron toda la munición restante con la coreadísima “Cuando nada vale nada”, “S.H.A.K.T.A.L.E.”, antes de la cual se acordaron de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes; y una abrumadora “Nos vimos en Berlín”, con la que llegó a su fin una apoteosis sonora difícil de plasmar en la tinta. Gracias, Soziedad Alkohólica; gracias por una actuación absolutamente inolvidable.
Habituales como pocos de este tipo de festivales y una de las bandas más demandadas de la escena durante los últimos lustros, Boikot se postraron ante la audiencia con la seguridad de quien sabe que tiene el partido ganado antes de jugarlo. No, no compraron a los árbitros en este día de fin de liga y sospechas de maletines, en la cual, por cierto, descendió a segunda su querido Rayo Vallecano; pero sí eran plenamente conscientes de ostentar un repertorio grabado a fuego en un elevadísimo porcentaje de seguidores del rock estatal. La recurrente pantalla de leds que se erguía tras ellos proyectaba un sinfín de mensajes de reivindicación social antes de que la clásica intro en la que conviven fragmentos distorsionados de varias de sus piezas más emblemáticas (“Pueblos”, “Inés…) diese paso a la agitada “Naita Na”, en la que el pogo, que en S.A. había sido explosivo, volvió a reactivarse. Entre el público emergieron cuatro grandes banderas republicanas que no pararon de ondear mientras se sucedían una tempranera “Comandante Che Guevara” (versión de Víctor Jara); la étnica y folclórica “Bubamara” (versión del bosnio Goran Bregović) y una “De espaldas al mundo” en la que se puso de manifiesto, más que nunca, el giro musical que en los últimos años ha dado la banda, orientándose hacia el ska y el folk. De hecho, había en escena, si no me equivoco, una trikitixa (acordeón vasco) y una trompeta, la cual les lleva acompañando tiempo aunque en esta ocasión no era Txikitín de Ska-P quien la ejecutaba.
A las mujeres fue dedicada la infalible “Bajo el suelo”, seguida por la rescatada adaptación de “Bella Ciao”, tras la que Juankar comentó que se encontraban grabando un documental con motivo del 80º aniversario de la Batalla del Jarama, el cual se conmemora el año que viene. En ella cambiaron el “Madrid que bien resistes” por “Rivas que bien resistes”, probablemente en referencia a la excepcional sucesión de ayuntamientos de izquierda que se ha dado en el municipio madrileño.
Continuaron haciendo moverse al personal con “Miro alrededor”, “Gasolina, vidrio y mecha”, “Skalashnikov”, “Tierra quemada” y “Tequila”, en la cual volvieron a exhibir su faceta más étnica. En “Amaneció” animaron a bailar agarrado a la pareja, y de hecho, un simpático esqueleto no paraba de mover el… emm, el esqueleto en la pantalla. La sorpresa de la gala llegó cuando Pipi (Ska-P, The Locos) subió al escenario para colaborar en “Sin tiempo para respirar”, en la que también incorporaron un violín. Fue justo antes del final definitivo con “Inés”, protagonizada por una niña que cantó con todo el desparpajo y la serenidad del mundo, y “Kualkier día”, cover de Piperrak cuya intensidad nos hizo olvidar por instantes que se estaban marchando sin tocar su emblemática “Korshakov”.
El broche de oro lo pusieron los extremeños Sínkope, banda inevitable cuando se trata de conjugar rock con poesía. Vito Íñiguez y los suyos publicaron recientemente su primera referencia en directo (¡¡¡Gracias!!!) y volvieron a demostrar que vale la pena de lo lindo vivirlo. “¡La droga más fuerte es la música y el sexo!”, exclamaba el vocalista antes de “Tirando de rama”, una de las más deslumbrantes del repertorio, y lo cierto es que, al menos de lo primero, todos los allí presentes degustamos una sana y dulce sobredosis. Antes ya habían sonado temas como “Encanutao” o “Llamando a mi bruja”, en un concierto consistente y que se hizo muy corto. Se dio la circunstancia además de que se trataba de una de las primeras actuaciones del grupo con el guitarrista emeritense Woody Amores, quien tiene un gran reto ante sí al ocupar la vacante dejada por todo un monstruo de las seis cuerdas, Juan Flores “Chino”, que ahora milita exclusivamente en José Andrëa y Uróboros.
La sucesión de canciones avanzaba con acierto y una capacidad de transmitir impertérrita ante las altas horas. “Humo de contrabando” volvió a alzarse, como acostumbra, con el cetro de gobierno de uno de los momentos más hechizantes de la velada, máxime cuando Vito dejó una de esas frases que, no por simples, dan menos que pensar: “Nadie se hace rico trabajando”. Que cada cual saque sus conclusiones.
Más adelante también sonaría “Diario de una tele encendida”, “A la maldad no hay quien la mate”, “A merced de las olas”, “Cuando no te pones falda” o “El carro de la vida”, todas escaparates del virtuosismo letrístico de Vito, aunque quizá se echó en falta que más de un tema emblemático hubiese entrado, dada la coyuntura, en detrimento de alguno que otro de los mencionados. El que no faltó, fiel al cierre de cada concierto del veterano conjunto, fue “En tarros de miel”, dejándonos así con un sabor de boca – y de oídos – tan dulce o más que la susodicha.
Charlando con el bueno de Vito tras su concierto, me repitió varias veces sus impresiones ante el mismo, y un servidor no tiene ninguna duda de extrapolarlas a todo lo vivido en el gigantesco auditorio de Rivas-Vaciamadrid. Sus palabras, las de un poeta acostumbrado a esculpir con avidez el lenguaje, fueron simples y resolutivas: “¡Demasiao, demasiao, demasiao!”
Texto: Jason Cenador
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