Crónica de The Bellrays: El día de acción de gracias

22 abril, 2016 3:25 pm Publicado por  Deja tus comentarios

Kafe Antzokia, Bilbao

El maridaje entre el rock y el soul es casi tan antiguo como la noche de los tiempos. Los movimientos espasmódicos de James Brown ya suscitaban la profunda admiración de artistas de la talla de David Bowie o Mick Jagger, e incluso David Johansen de los andróginos New York Dolls solía recurrir en sus directos en solitario a clásicos de la Motown como el “Build Me Up Buttercup” de The Foundations o el celebérrimo “Reach Out (I´ll Be There)” de Four Tops. Eso por no hablar del culto en torno a la figura de Wilson Pickett, que compuso temas para Led Zeppelin, Aerosmith, Bruce Springsteen o Roxy Music.

Como si fuera una especie de karma, en el fondo todo está conectado y aunque los californianos The Bellrays afirmen que lo suyo es “punk pero no punk”, lo cierto es que su actitud transgresora lleva ya décadas epatando al personal con shows enérgicos que causan deshidrataciones, según cuentan las crónicas de su gira peninsular del 2008.

Y todavía los siguen definiendo como una disparatada combinación entre Tina Turner y Motörhead, la amalgama entre el sudor y la electricidad.

Porque hay que hacer caso a lo que dicen ellos mismos en una casi insultante falta de modestia, saben de qué va esto del rock, tienen los ingredientes necesarios para montar un buen fiestón, la dosis adecuada de negritud, las preceptivas reivindicaciones a las seis cuerdas y un ímpetu apabullante en escena capaz de no dejar títere con cabeza. Y al igual que sucede en las recetas de altura, ningún elemento debe exceder la medida estipulada, de lo contrario se echaría perder esa masa heterogénea que conforma su sonido.

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Lisa Kekaula de The Bellrays

 

Un plato que han perfeccionado a lo largo de sucesivas visitas por nuestro país y que en esta ocasión volvió a registrar una notable afluencia de respetable envejecido con algún que otro hipster macho o hembra en las primeras filas. En su calidad de viejos conocidos por estos lares, el evento adquirió una solemnidad digna de una Iglesia del Bronx en la que los fieles venían ya con los salmos suficientemente aprendidos.

Antes oficiaron los desquiciantes La Hora del Primate, combo local con miembros de Paniks, Los Cosméticos o Atom Rhumba que afirman sin tapujos en su bandcamp que “tocar bien ha pasado de moda”. Con un par. Hacía tiempo que no veíamos sobre las tablas a unos tipos con una actitud tan punki, con un cantante que al poco de comenzar ya intentó envestir al público como un miura, un saxo chirriante que resultaba hasta entrañable, pasajes tenebrosos y sensuales a lo The Cramps, y unos aullidos con los que uno podría figurarse hasta la llegada del Apocalipsis. Una delirante orgía de monos cachondos a ritmo de garaje y protopunk que remitía lejanamente a los míticos aquelarres de Jon Spencer. Una colega dijo que eran horribles, a nosotros nos encantaron.

El consenso regresó con las inapelables habilidades de The Bellrays para sazonar sus bolos, ofreciendo de primeras una guarnición tan contundente como la hardrockera “Black Lightning” y al de poco rescatando el “Dream Police” de Cheap Trick, la primera versión de la velada. En un inicio se le notó algo cansada a la voceras Lisa Kekaula, pero eso se trató de un breve intervalo, el tiempo requerido para calentar y meterse en situación, suponemos.

Para cuando enfiló el temazo de copa y puro “Anymore” con su poso soul, aquello ya brilló como era esperable, con los tonos elevándose y posándose cual lenguas de fuego sobre nuestras cabezas. Siguieron pisando zapatilla con “Power To Burn” antes de que Lisa se zambullera por primera vez entre el público y los ánimos se desataran.

“Esto es un show de rock y eso significa algo ruidoso”, recalcó la vocalista para estimular la participación, aunque hubiera resultado complicado quedarse en silencio con el himno “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin, que ralentizaron casi hasta transformarlo en un blues y alguno presa de la emoción no pudo evitar lanzar papel de váter por los aires. Llevaron también bastante a su terreno el “Never Say Die” de Black Sabbath, al punto de tornarse irreconocible a no ser que uno prestara atención a la letra.

Es evidente que gran parte del poderío escénico de los californianos reside en su descomunal frontwoman, aunque su esposo y guitarra Bob Vennum también contribuye a que la gramola no deje de girar pegando saltos a lo Pete Townshend y legando solos estratosféricos que certifican su más que sobrada competencia. Pero sin pasarse, cualquier exceso echaría a perder el producto final.

Lo que sí que sobró totalmente fue la enésima revisión del clásico de AC/DC “Highway To Hell”, trillada hasta la saciedad por mil y un bandas a lo largo y ancho del globo terráqueo. Era la primera vez que veíamos a The Bellrays y por lo que comentaban los entendidos, aquello debía de ser una especie de tradición para finiquitar sus recitales, por lo que les disculparemos esa descomunal concesión al vulgo que no pisa conciertos ni de casualidad. Los demás, no necesitamos tonadillas de radiofórmula heavy para engancharnos a su rollo, anda que no existen canciones más originales para rescatar del olvido.

Ya habían consumido los bises, pero la peña quería más y por aclamación popular regresaron al redil con el “I Don’t Need No Doctor” grabado por Ray Charles en 1966 y que también unos cuantos han adaptado desde entonces. Al contrario que con la anterior incursión en catálogo ajeno, esta pieza sonó auténtica, muy creíble y adecuada para los parámetros en los que se mueven los de Riverside. La traca final a una impecable sesión de rock n’ soul.

Dicen en su web que si la música es el alimento del alma, ellos son como el Día de Acción de Gracias, una celebración fraternal en torno a una mesa con un suculento pavo como plato principal. Basta trinchar la pieza para descubrir los ingredientes que contiene en su interior. Un deleite para los sentidos. Listo para servir.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

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Esta entrada fue escrita por Redacción

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