Crónica de Minor Victories: Una y otra vez

22 octubre, 2016 6:50 pm Publicado por  Deja tus comentarios

Teatro Barceló, Madrid. 

¿Conoces ese momento en el que entras en trance escuchando ESA canción? La que te lleva a lugares que ya has visitado y de los que siempre has querido huir, aunque hayas encontrado algo de confort en ellos, ya sea a través de ramalazos de guitarra, a reiteraciones de estructuras básicas, a golpes armónicos que apuntan a la emoción o mediante una fiereza sonora que te noquea y te hace incapaz de pronunciar dos sílabas seguidas.

Algo parecido fui lo que sentí cuando descubrí el debut de Minor Victories, uno de tantos supergrupos que están surgiendo últimamente. En esta ocasión, Stuart Braithwaite (Mogwai), Rachel Goswell (Slowdive), Justin Lockey (Editors) y James Lockey unieron fuerzas para confirmar un banda de contrapuntos sonoros: de lo orgánico de las cuerdas a lo roto de las baterías electrónicas; de la bella y etérea voz de Rachel a la furia de las guitarras distorsionadas y deformadas hasta hacerlas ambientes. De la oscuridad post-rock de ciertas propuestas, a la épica pop de otras.

Un álbum lleno de estímulos sonoros pero irregular en su ejecución, que veía la oportunidad de presentarse a lo grande al público madrileño, rivalizando a unos pocos metros con la propuesta brillante popera de Belize y Tulsa. El resultado fue un público un tanto escueto, compuesto por personas de mediana edad procedentes más de los universos de My Bloody Valentine, Ride o Slowdive, que de la épica contenida de Editors.

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Puntuales, a las 21:00, la formación se presentó con Rachel, Stuart y James como miembros de la propuesta original, acompañado de un batería que se limitó a reproducir con toda la fuerza del mundo las sencillas líneas de la batería de cada uno de los temas y de u un teclista imprescindible para definir la propuesta de la formación.

“Give Up The Ghost” comenzó tímida, careciendo de la fuerza requerida para reivindicar la referencia de su propuesta. Sin embargo, al comenzar a deslizar su voz por nuestras pieles, Rachel se convirtió en el eje conductor de la emoción durante todo un concierto que, como acostumbran todas las propuestas de la promotora Primavera Sound, gozó de la excelencia sonora que merecía. “The Thief” nos adentró en terrenos shoegaze con un Stuart que, dejando de lado su copa de vino tinto, empezó a desatarse creando texturas emocionantes partiendo de los mil efectos de su pedalera. Tras un tímido “gracias” por parte de Rachel, “A Hundred Ropes” rompió potente, con unos teclados tímidos, un bajo roto cargado de fuzz y una batería que ejercería como conductor rítmico básico, pero solvente.  Rozando el ecuador llegó “Cogs”, una de las piezas más destacadas del plástico, aderezada con un solo de Stuart de esos en los que los efectos y ambientes importan más que su pura ejecución. Lástima que el final abrupto del muro sonoro que clausuraba el tema nos dejara con una sensación amarga.

minor-victories-stuart-madridTímida en sus presentaciones, Rachel nos introdujo entre leves miradas y sonrisas al público “Breaking My Life”, con un interludio que me llevó al concierto de Slowdive que disfruté en el NOS de Porto de hace un par de años (¡tocad en sala en nuestro país ya!). Durante él, Stuart, Rachel, James y gran parte del público cerraron los ojos para dejarse llevar por esa ondulante distorsión; nadie quería que acabara.

“Folk Arp” marcó el momento más bello de la noche, con su emotivo riff perfectamente ejecutado por Stuart y un reverse aplicado a la voz de Rachel que contribuyó a crear un ambiente que fue redondeado (si cabe) con su aportación a la segunda guitarra. La batería electrónica que abría y cerraba “Scattered Ashes”, el momento más épico de la noche, aportaron los matices que faltaron durante todo el concierto, abriendo la traca final con “Higher Hopes”, desprovista de las cuerdas tan necesarias en el disco para lograr esos tintes cinematográficos de su versión de estudio, y “Out To Sea”, cuyas guitarras condujeron a un bucle sonoro final y al consecuente abandono de los músicos del escenario, tras únicamente 57 minutos de concierto. Todos los que estábamos en el recinto nos quedamos durante 5 minutos escuchando aquel bucle, inalterado, sin aditivos; dejándonos llevar en aquel ambiente tan luminoso como agobiante. Daba igual que hubiera acoples, que el sonido se hiciera difícilmente definible: solo los técnicos, que poco a poco fueron apagando el equipo, nos hicieron despertar del viaje.

Pese a nuestra satisfacción por lo vivido, lo cierto es que salimos de la sala dándonos cuenta de que las canciones no alcanzaron la complejidad sonora que los arreglos del disco aportaban, que la épica no logró la emoción prometida, que el post-rock no se desenvolvió con el caos controlado que debiera, y que, ciertamente, la hora de duración (que podría haber sido aderezada con alguna versión extendida o alguna canción nueva) se quedó corta para todo lo que tenían que decir.

Pero esta mañana, al despertarme, solo quería volver.

Como quien descubre una canción y, aunque cree que no le ha marcado, vuelve a escucharla. Una. Y otra. Y otra vez.

Texto y fotos: Sergio Julián (@sergio42)

Sergio Julián Gómez
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