Crónica de Izal: Puras verdades
24 enero, 2016 7:44 pm Deja tus comentariosTeatro Circo Price, Madrid
A veces, no es tanto la música en sí misma, sino el canal desde el que nos llega. Cuando se nos trata de vender a un artista desde los medios que primero ven la foto y luego escuchan las canciones, normalmente reaccionamos con escepticismo y rehusamos descubrir por nosotros mismos si es oro o si es humo. Ni a este lado es todo bueno, ni al otro todo malo, y de hecho ‘Copacabana’ fue, para quien suscribe, uno de los mejores discos españoles de rock del año pasado. Ya está, ya he dicho la palabra proscrita, esa que a ningún rockero le gusta ver acompañar a un conjunto indie en su camino hasta el éxito entre un público mayoritariamente joven y, en buena medida, inexperto.
Izal es uno de los grupos de moda, de esos que cuentan por miles los asistentes a sus conciertos, y las entradas para sus tres noches en el Price volaron. Animado por el suceso, sin intención de ladrar, sino más bien de ver cómo cabalgan, quise testear a la banda en el terreno en que se contrasta de qué pasta están hechas: el directo. El listón, en este recinto y desde mi experiencia, era alto, pues he visto aquí pocos conciertos pero muy selectos: el show más exclusivo que haya dado en España Bon Jovi, último con Sambora además, y el espectáculo para teatros de Fito.
Izal venía de hacer álbumes en los que su mejor arma eran los estribillos con ritmo de música disco aunque sin renunciar a las guitarras, y temas como “Prueba y error” o “Asuntos delicados” son el paradigma de su sonido. Sin embargo, en su último trabajo ya no son tan bailables y ahora la música acompaña mejor la profundidad de las letras de Mikel. Por la respuesta del público ante algunas de las nuevas canciones, se ve que aún le están pillando el tranquillo, pero a mí me engancharon desde el mismo momento en que escuché “Copacabana” y su prólogo por primera vez. Con ello comienza, a pulmón, el espectáculo, capella sincronizada, palmas, y luego un compás de esos que si te pilla despistado es fácil errarlo. No ha lugar, Alejandro Jordá y Emanuel Pérez “Gato” conforman una base rítmica consistente, Iván Mella se maneja con maña tanto a las teclas como con el maquineo y se ve que Alberto Pérez domina su materia más de lo que los estándares del grupo le permiten demostrar; por su parte, Mikel Izal se reserva siempre las guitarras más fáciles, sea eléctrica o acústica -vaivén casi de cambio por canción-, lo que sin duda ayuda a que su interpretación vocal sea intachable.
Tras ese arranque con sabor latino los timbales de “Asuntos delicados” lo llenan todo, y la gente ya no tiene duda de que las butacas están de adorno. Los conciertos se ven de pie, y más en la platea, así que le sugeriría a todas las bandas que, cuando toquen aquí, pidan su retirada. El precedente es Bon Jovi, por cierto.
Tras “Hambre” por fin hacen un receso y Mikel nos cuenta que ayer se fueron pronto a la cama para estar a tope hoy. Con esa actitud sosegada acometen “En aire y hueso”, Alberto dibujando notas con un ebow, él acariciando las cuerdas de su acústica con los dedos, aunque en el ascenso final se emociona y salta desde la tarima de la batería de Alejandro.
Son muy de empalmar canciones y esta vez es un mantenido de teclado y unos lamentos de guitarra a lo Pink Floyd lo que nos transporta hasta “Despedida”, en la que Ema y Mikel se marcan un bailecito que le quita hierro al asunto.
Una mini jam entre el jazz y el flamenco introduce “La piedra invisible”, otro de los cortes recientes con aires latinos, y como para remarcarlo, Iván suelta intermitentemente el teclado para acompañar con percusión. La declamación intermedia, sin embargo, recuerda al Roberto Iniesta de época.
Los padres de Mikel están presentes en el teatro y los saluda antes de que dé comienzo “Prueba y error”, otra de las que incitan al discotequeo, aunque muy reseñable la armonía de guitarra y teclado hacia el final.
“¿Alguien ha repetido? Pues voy a hacer los mismos chistes de ayer”, dice antes de confesarnos que, a veces, no entiende nada del “Arte moderno”. Nos dejan espacio para que cantemos nosotros el estribillo, y el ocaso de teclados de Mella hace crecer el tema en directo, desembocando además en un fragmento de “Extraño regalo”.
Se hace la oscuridad en el escenario y, mientras una locución nos da la bienvenida al Copacabana, los “pipas” colocan banquetas, lámparas de luz tenue, copas de vino y el vibráfono de Martín “Geisha”, uno de los técnicos que se une al grupo como músico invitado. Suena ya “Sueños lentos, aviones veloces”, Mikel sin guitarra alguna y creo ver que Alejandro con escobillas. Al finalizarla alzan sus copas y se van a por “Palos de ciego”, que gana intensidad justo cuando se me estaba empezando a hacer tediosa.
Mientras quitan el atrezzo Mikel nos explica que con este ambiente más íntimo Izal quiere recordar todos esos clubes pequeños, que bien podrían llamarse Copacabana, sin los que no hay salas grandes, animándonos a ir a ver a grupos que no conozcamos para ayudarles a crecer. Se agradece esa reclamación viniendo de parte de un grupo que hace ya que come de esto.
Recordando al mexicano –creen que era siempre el mismo- que la pedía en los conciertos en aquel país, y al que no pudieron darle gusto por no haber viajado con las guitarras necesarias, acometen “Los seres que me llenan”. Imagen inédita a mis ojos: un ebow sobre una guitarra acústica, la de Alberto. El público sigue con palmas sus últimos compases mientras yo pienso que no les perdonaría que no tocaran su continuación natural. No se dejan en el tintero “Oro y humo”, esa grandísima reflexión sobre lo efímero que puede ser el éxito, más aún cuando tu público es de gustos cambiantes, pero todo apunta a que esta banda está aquí para quedarse. Alberto prorroga la emocionante parte en la que se queda solo, evocando con sus zarpazos a la guitarra a todo un Pete Townshend, y la banda se sumerge con él en un raudo riff de rhythm & blues; seguramente la mayor parte de la audiencia no conoce ese término, aunque sí su corrupta derivación para las pistas de baile: r & b. Para mí, el crepúsculo en el que Mikel se pregunta insistentemente “Qué pasará cuando alguien sople”, lo mejor del concierto.
De la duda anteriormente planteada, a la autoafirmación con “Tambores de guerra”, y de ahí a su “lamentable” (así mismo lo definió él) baile del robot. Se pone serio para presentar una de las canciones más bonitas jamás escritas sobre la paternidad, “Pequeña gran revolución”, lo cual tiene doble mérito pues en realidad él no es padre, solo tío, y se la inspiró su sobrino. Tampoco deben tener descendencia aún la mayor parte de los asistentes al concierto, pero también la viven con exaltación de sentimientos.
El “Francamente, querida, eso no me importa” de Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”, precede a “Hacia el norte”. Mikel saca el ukelele para “Tu continente” -muy celebrada- y “Agujeros de gusano”, que también provoca la algarabía entre la fanaticada.
Ahora agarra la acústica y nos anuncia que esto se está acabando pero que nosotros nos vayamos de fiesta, que hoy ya les habían mandado fotos de resacas sufridas en la oficina, y que ellos ya se correrán la juerga mañana tras el último de los tres conciertos. Presenta “Magia y efectos especiales” como la canción con la que despegaron, esa en la que le señalamos cuando canta “todos menos tú”. A continuación nos cuenta que mañana vendrá, en carne y hueso, “La mujer de verde”, y claro, cómo no tocar el tema, primera de sus despedidas.
A la vuelta es Alberto el que sale con ukelele para arrancarse con “Qué bien”, demasiado buenrollista para mi gusto. Me agrada más “Pánico práctico” y su mensaje de que “el miedo no sirve para nada”.
Antes del adiós definitivo, Mikel presenta a banda y equipo. Alejandro e Iván se bajan de sus tarimas, el uno con una batería electrónica y baquetas luminosas, el otro con un teclado del tamaño del que te regalaron de pequeño. Así tocan “El baile”, con “Gato” cambiando bajo por guitarra además. La oda al hedonismo incluso en el final de los días monta la fiesta en el Price. Algunos fans se acercan hasta situarse debajo del cantante, que terminará bajando a bailar con ellos para rubricar las dos horas de concierto mientras nos cae una lluvia de confeti. Algunos desperdician el amable gesto tirando de selfie en vez de disfrutar el momento.
Sí, mucha chica guay (y en paridad o incluso en superior cuantía, algo muy raro entre los grupos de rock socialmente aceptados como tal), mucha peluquería entre ellos también, pero al final lo que importa es la música. Somos soberanos de nuestros gustos… y de nuestros prejuicios.
Texto: Juan Destroyer
www.facebook.com/juandestroyeroficial
@juandestroyermr
Foto (jueves): Alejandro García
SETLIST: Copacabana – Asuntos delicados – Hambre – En aire y hueso - Despedida – La piedra invisible – Prueba y error – Arte moderno / Extraño regalo – Sueños lentos, aviones veloces – Palos de ciego – Los seres que me llenan – Oro y humo – Tambores de guerra – Pequeña gran revolución – Hacia el norte – Tu continente – Agujeros de gusano – Magia y efectos especiales – La mujer de verde – Qué bien – El baile.
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