Crónicas
DCODE 2017: Franz Ferdinand, Interpol, Band of Horses, Liam Gallagher...
«Nunca he sido alguien que hablara en clase»
Complejo Deportivo Cantarranas de la Universidad Complutense de Madrid, Madrid.
Texto: Sergio Julián (@sergio42). Fotos: Paco García
El tema viene desde primaria, cuando los niños lo hacían sin malicia, y se extendió a la ESO, reducto de hormonas y demostraciones de irreverencia. Puro rock. Cuando fui a la Universidad creí que el problema se iba a superar y que la gente habría madurado. Ni mucho menos, aquello seguía siendo un despropósito. Y ahora que he dejado esa etapa atrás, las voces siguen en los conciertos. ¡Me persiguen!
Llegaron hasta la última edición del DCODE, que afrontaba 2017 con el cartel más coherente y compacto de su trayectoria, repleta de bandazos a la búsqueda de un estilo que por fin parece que se ha definido: propuestas de autor, grandes reclamos fiesteros y lo más puntero del indie-pop estatal.
Por fortuna, los papagayos no habían entrado para cuando Holy Bouncer abrió el festival a media mañana. Se etiquetan en revistas de tendencias y sus pintas no apuntan del todo a lo que hacen: rock de quilates, con influencias setenteras, del grunge, de la música alternativa y de la psicodelia contemporánea. Obviamente no les vamos a exigir las manidas chupas de cuero, ni mucho menos, pero es una pena que bandas como esta, que podrían situarse en la primera línea de la música cañera, se alejen de los círculos más cercanos a su propuesta. En lo referente al show, una absoluta pasada. Jordi, pese a pecar de tímido, posee una voz rota con suficiente personalidad para comerse las tablas. Su hitazo es “Anticipation” (interpretado esta vez sin coro de niños), un tema que bebe directamente de los Rolling Stones, pero quedarse en esa faceta sería quedarnos cortos. Corred a Spotify y después haceros con los discos. O al revés.
La presencia del público se multiplicó para acoger la propuesta de Miss Caffeina, o lo que es lo mismo, indie-synth-pop con algún pequeño detalle ochenter. Saltan con la firme intención de transmitir, pero el show acaba por tornarse plano. Frente a mí, las masas lo dan todo e incluso a alguna se le escapa una lagrimilla entre tanto hit hedonista. En definitiva, el grupo perfecto para aquellos amantes de El Canto del Loco que les da vergüenza reconocerlo. Comenzaron con la banda sonora de Terminator y una voz ochentera dio paso a "Detroit", tema correcto del álbum homónimo, y finalizaron con este hitazo incontestable llamado “Mira como vuelo”. Entre medias, algún detalle interesante como “Titanes” o la cuidada “Capitán”, cercana a propuestas como “The New Raemon”.
Y si en Holy Bouncer la asistencia sería de 100 personas y en Miss Caffeina de unas 2000, Ivan Ferreiro hizo que la gente no pudiera entrar a la carpa ni a empujones. Repasó su último LP ‘Casa’, una interesante pieza de orfebrería musical, dando la salida con "Casa, ahora vivo aquí”. Sorprendió la renovación de “Toda la verdad”, con interesantes añadidos en forma de arreglos de guitarra, recurso que replicó en “Dies Irae”. ¿Os acordáis lo que comentaba de Miss Caffeina y El Canto del Loco? La teoría se confirmó cuando Dani Martín con el pelo teñido de azul se subió sobre las tablas para interpretar “El equilibrio es imposible” de Los Piratas. Al término de su entregada interpretación, la gente coreó su nombre. Se quitaron las caretas. ¡Basta ya de postureo! Ojalá algún día podamos escuchar la música que queramos y reconocerlo, sea el género que sea.
El cierre de esta programación mañanera, agradecida en palabras del músico gallego, finalizó con tres pistas infalibles: “El dormilón”, “Cómo conocí a vuestra madre” y el clásico mix entre “Diecinueve” de Maga y “Turnedo”. Sí. Pop, pero de calidad. No todo va a ser guitarras eléctricas, leñe.
Tras comer un tori no karaage de flipar (cabeza de cartel para 2018, por favor), abordamos los escenarios principales para ver el talento emergente de Marem Ladson, joven voz que combina soul, folk y pop. Los nervios y la falta de rodaje hicieron que se le quedara grande la oportunidad. Sin embargo, pese a todos los factores en contra (incluyendo que tocó a la hora de la siesta), defendió un notable repertorio que, sin alardes compositivos o líricos, convenció. Como eje, su voz, más cercana al jazz y a los pequeños matices que a la música a la que se ha entregado artísticamente. Nos ofreció momentos brillantes como “Coming Home”, un bonito corte folk sin título con inspiración del Sufjan Stevens de ‘Carrie & Lowell’, o la que clausuró el concierto, a la que solo le faltó algo de garra para que pudiéramos imaginarnos sobre las tablas a Janelle Monáe. Solo necesita tiempo.
Vuelta al escenario 3 para ver el mayor espectáculo musical de la jornada. Subrayamos espectáculo, porque la propuesta de Charli XCX fue toda una celebración de EDM de calidad con una voz en buen estado de forma pese a que los pregrabados se comían a dos percusionistas que servían más de atrezzo que de utilidad real. Un escenario con paneles reflectantes en diversas alturas, columnas de aire y dos hinchables llevaron la fiesta a partir del “I Want It” que compusieron junto a Icona Pop, el “Boys” ft. Super Mario o “Boom Clap”.
Bordeé Carlos Sadness y os juro que me intenté meter en su propuesta. Pese a que su indie-pop tropical me satura por sus dosis de azúcar, no puedo negar el gancho de canciones como “Miss Honolulu”, maqueada con la ocasión para mencionar el Dcode y su “camisa de pijo”. Sin embargo, lejos de esta acertada letra, el porno emocional y la generación Mr. Wonderful se manifestó como eje central del show, coreando cada una de las secciones rapeadas o cantadas. Lo bonito de la música es que lo que a ti te puede parecer básico, plano y manido a otro le puede parecer una maravilla. ¡Bien por ellos!
A partir de aquí todo fue cuesta abajo. Y no en el ámbito musical, ya que los conciertos que tendríamos por delante iban a ser los mejores de la jornada, sino por el nido de personas maleducadas que asisten a los festivales musicales para charlar, decir que han estado y presumir de fotos en las redes sociales. Lamentablemente, es una inevitable realidad con la que ha de vivir la industria musical; si echamos un vistazo a las cuentas, son parte fundamental para alimentar este tipo de macroeventos.
El público, en una medida significativa en los festivales de tendencias, no respetan la transmisión musical, y más en las cuestiones más introspectivas. Si les aburren lo que ven, lejos de irse a otro lugar a darse una vuelta, charlan, bromean o hablan de lo que sea, siempre con el móvil en mano o la copa al hombro. Es tan fascinante como incomprensible. La dura realidad.
Son síntoma de un panorama festivalero en el que la música no se presenta en ocasiones como eje central de la propuesta, trasladando estos valores a la tan manida experiencia que subraya palabras como fiesta, amigos o recuerdos; para otro día queda sentimiento, sonido o música.
Os contaría que el concierto de Daughter fue un magnífico ejercicio de rock emocional que ha abandonado definitivamente sus comienzos cercanos al folk alternativo a favor de una una presencia creciente de elementos shoegaze con pequeños toques de electrónica; una especie de fusión entre Slowdive, MyBloody Valentine, Portishead y Volcano Choir. ¿O más bien debería hablar de la conversación del tío de delante de la longitud de las barbas? ¿O la de los chavales de mi derecha hablando de los resultados de la vuelta ciclista a España? ¿O quizá del grupo de chicas que llegaron a la mitad del show y en plena interpretación de “Tomorrow” se pusieron a cantar “I Know You Want Me” de Pitbull?
Según me iba moviendo para encontrar un reducto de silencio, los grupos que cuchicheaban se reproducían. No servían ni palabras educadas, ni miradas. No entendían por qué razón algunas personas necesitábamos escuchar esta música tal y como fue concebida: para apreciarla, cerrar los ojos y dejarse llevar por sus melodías. No para gritarla, corearla o escucharla de fondo.
Más allá de la bilis, la voz de Elena Tonra fue el eje transmisor de la emoción, tímida en los momentos en los que la gente aclamaba las interpretaciones como si hubieran estado escuchando. Abrió “New Ways” partiendo de una profunda caja de ritmos, con pequeñas dentelladas eléctrica que avanzaba sobre su dulce voz, y los pequeños arreglos sirvieron de hilo conductor hasta el cierre con la siempre emocionante “Youth” y “No Care”.
Si me había encontrado tal panorama en Daughter, miedo me daba enfrentarme a Liam Gallagher, el pequeño de los Gallagher que lejos del éxito de los High Flying Birds de su hermano encontró el fracaso con Beady Eye. Ahora intenta resarcirse con un proyecto en solitario del cual ha dicho que si no funciona, se retirará de la música.
El tío es un fanfarrón, pero hay que decir que lo que ha puesto sobre la mesa es rockero, con una presencia importante de los riffs por encima de las melodías. Lejos de su papel en Oasis, ejerció como líder implacable, echando la bronca al técnico de sonido por mantener bajas las guitarras. Llegó un punto en el que se hartó y con un sonoro gesto de cortar el cuello pidió que se eliminara el sonido de los teclados. No volvió. Las guitarras atronaron.
El inicio fue una apuesta sobre seguro con “Rock ‘N’ Roll Star” y “Morning Glory”, posiblemente los reductos de la esperanza cañera en la discografía del combo de Manchester. “Wall of Glass” y “Greedy Soul” convencieron, mientras que las sombras del pasado se cernieron con las más paradigmáticas “Bold” y “For What It’s Worth”.
A mi alrededor, por si alguno os lo preguntabais, treintañeras de juventudes hablando de la situación política en Cataluña. Gran tema, idóneo para el espectáculo que tenían frente a sus ojos, por supuesto.
Volvemos.
“Slide Away” sonó bestial y “Be Here Now” más de lo mismo. El final fue coreado por propios y extraños, y es que “Wonderwall” es himno de fogata digan lo que digan. Fue un final bonito.
De ahí, a unos Band of Horses que se salieron. Bestiales. Sin duda, la mejor vez que les he visto: compactos, con confianza, con un repertorio impecable y con ganas de meter distorsión frente a su cuidado folk-country rock. La cosa apuntaba bien cuando Ben Bridwell gritó nada más subirse a las tablas un sonoro “yeah” antes de lanzarse a interpretar “The First Song”. El sonido, nítido, al igual que transcurrió en toda la jornada de conciertos: un 10 a la organización. La versión de “Can’t Hardly Wait” de The Replacements, certificó que salían ante todas, aunque fue “NW Apt” del ‘Infinite Arms’ (2010) la que detonó todo en versión extendida, dejando que los guitarrazos fluyeran por sí solos recordando el espíritu de los Crazy Horse. A partir de ahí se siguió el guión establecido con la intensidad que les faltaron en el MadCool de 2016, y composiciones redondas como “No One’s Gonna Love You”, “Laredo” o “The Funeral” hicieron el resto.
Con Interpol tenía una deuda pendiente: reengancharme a ellos tras el deficiente concierto que dieron en el Nos Primavera Sound de 2015 presentando el aburrido ‘El Pintor’. En aquella ocasión me faltó expresividad, fuerza y rotundidad a su oscuro post rock que roba tanto de Joy Division como de los Television de Tom Verlaine. Afortunadamente no había mejor ocasión de reengancharme con la interpretación íntegra de ‘Turn On The Bright Lights’, su mejor disco junto a ‘Antics’ antes de su caída libre. Cierto es que Paul Banks se mostró algo justo de voz, pero el repertorio fue incontestable. El bajo de Brad Truax hizo el resto, conduciendo piezas eternas como “Untitled”, “Obstacle 1”, “PDA”, “Stella Was a Diver and She Was Always Down” o “Roland”. Celebraron su fin de gira con “Slow Hands” y “Evil” y las cuentas fueron saldadas. Así da gusto. ¡Por cierto! En esta ocasión, por lo menos en mi zona, el silencio predominó. Solo falló un tipo puesto en sustancias que gritaba bestialmente cada 5 minutos. También tengo mala suerte.
Exquirla o Franz Ferdinand. Franz Ferdinand o Exquirla. Optamos por la opción de mitad y mitad y nos metemos de lleno en la propuesta de Toundra junto al Niño de Elche, que más allá de resolver con la solvencia que nos acostumbran los madrileños los cortes de ‘Para quienes aún viven’, aportaron cierta teatralidad al show con la primera lectura con “Canción de E”. Posteriormente llegaría la emocionante ruptura de “Destruidnos juntos”, la superposición de voces en “El grito del padre” o la acústica “Contigo”, que fue mancillada por el ruido que se colaba de los escenarios contiguos. Envidiable estado de forma para una de esas bandas que parece que nunca podrán ser batidas.
Franz Ferdinand, por su parte, a lo suyo. Kapranos es el frontman ideal y su ejercicio de dance rock no peca de ligereza, ya que la rotundidad eléctrica juguetea entre bajos, sintetizadores y ritmos de batería contagiosos. “Take Me Out”, sí, sigue siendo su éxito más redondo, pero el rollazo que desprende “Michael”, el impuso aprovechado del hits en “Ulysses” o “This Fire” no se quedan atrás. Son cabeza de cartel, le pese a quien le pese. La respuesta del público lo atestigua. Quizá les tenemos tan vistos que no los valoramos como se merecen. Todavía quedaba el soft rock de The Kooks y propuestas electrónicas, entre las que se encontraban los infalibles Varry Brava, pero el riesgo de hora bruja hizo que decidiera retirarme.
No había visitado Dcode desde aquella lejana edición encabezada por los propio Franz Ferdinand y Vampire Weekend de 2013, y el progreso ha sido espectacular. Barras y barras que hacían que no tuvieras que esperar más de 30 segundos por tu bebida, una zona de comidas aislada con una oferta equilibrada, un sonido cuidadísimo y una ubicación magnífica son sus grandes armas al margen de la selección artística.
Sí, es cierto que el recinto se queda pequeño en los momentos de los cabeza de cartel. También que los tokens no facilitan la vida al público. También que jamás podremos expulsar a todos aquellos charlatanes que nos joden los conciertos.
La utopía festivalera no existe. Todavía. Vamos acercándonos, paso a paso.
Texto: Sergio Julián (@sergio42)
Fotos: Paco García
2 comentarios
Me fascina como el autor aísla todo el componente de disfrute y fiesta de la música para centrarse únicamente en su visión clasista consistente en ladrar el mayor número de referencias posible por frase. Creo que el tipejo ese estaría más a gusto escuchando los grupos sólo en su casa. El último comentario parece tener inherente que más que buscar esa presunta "utopía festivalera" (utopía para el autor y los de su cuerda más bien) lo que el autor quiere es que la gente este tan sola y amargada como él está.
Lo que faltaba por ver! Críticas a la gente que va a espacios habilitados para pasarlo bien por pasarlo bien.
Defiendo que cada uno pueda disfrutar de los conciertos sin molestar a las personas a su alrededor. ¡Es compatible con escuchar música y pasarlo bien con amigos en un entorno festivalero!
Gracias por la lectura 🙂