CROCODILES: LA ARISTOCRACIA DEL RUIDO

28 octubre, 2014 1:19 pm Publicado por  1 Comentario

CrocodilesKafe Antzokia, Bilbao

Estar predispuesto lo es todo. Hay veces en que sabes que algo te va a gustar fijo y no hay más vuelta de hoja. Ya te pueden decir que si tal o cual, te pasarás las opiniones de los demás por el arco del triunfo y mandarás a tomar viento ese tan preciado espíritu crítico del que tanto te enorgulleces. Descenderás de la atalaya a codearte con el resto de los mortales e intentarás camuflarte lo más posible entre la multitud para que nadie señale tu partidismo, subjetividad y clara falta de coherencia.

Porque en ocasiones hay que dejarse llevar, parar de preocuparse por el mañana y tratar de vivir un presente lo más glorioso posible, el carpe diem de los clásicos elevado al cubo. Exprimir las experiencias lo máximo posible para luego mirarlas en lontananza y decir bien alto que merecieron la pena, a pesar de las incertidumbres, a pesar de los vaivenes y a pesar de los apóstoles agoreros que trataron de desviarte del camino y de que erraras en tus propósitos vitales.

Tales sensaciones nos embriagaban en la visita del combo de noise rock Crocodiles, herederos espirituales hasta la médula de The Jesus & Mary Chain, pero sin que su poso abrasivo llegue a desbarrar y con un cierto aire de elegancia preciosista a lo Echo & The Bunnymen. Una suerte de limbo estilístico en el que los contornos no están perfectamente delimitados y voces y guitarras se funden en una maraña etérea que eleva varios metros sobre el suelo.

Una de esas propuestas que por su rareza deberían destacar por estos lares, pero que apenas congregó a medio centenar de fieles, con una más que nutrida representación de gafapastismo, pese a su marcado componente rockero. Pero bueno, suponemos que ese es el precio a pagar por ser diferente y apartarse de los márgenes habituales.

Sin teloneros ni ningún otro condimento, Crocodiles aparecieron en escena envueltos en niebla, confirmando así que en cuanto a actitud del gótico al shoegaze apenas hay un pequeño paso. Basta recordar a grupos como Slowdive, que entre la maraña sónica dibujaban punteos claramente deudores de Siouxsie & The Banshees y la influencia onírica de Cocteau Twins.

Ya desde pronto actualizaron el wall of sound de Phil Spector con el ambiente reverberante de “Hearts Of Stone” y un rasgado inmisericorde de guitarras que provocó la primera ovación de la noche. Con su vestimenta pulcra de guiris aseados, podía intuirse que ellos tampoco serían un fiestón andante, iban a su rollo, musitando de vez en cuando algunas palabras de agradecimiento, pero sin pasarse de la raya. Por lo menos no llegaron al extremo de The Jesus & Mary Chain de tocar de espaldas al público en recitales de veinte minutos.

Pero se veía que en su rollo tenían madera a las tablas, en especial su guitarrista y cantante Brandon Welchez, que entonaba con clase como Ian Mc Culloch (Echo & The Bunnymen) y no ocultaba tampoco ese deje desganado a los hermanos Reid de The Jesus & Mary Chain, que para alguien aficionado al género es casi como rozar la gloria. Y todo ello envuelto en esa peculiar atmósfera irreal de acoples, como un sueño del que desearías no despertar.

Teniendo en cuenta que su última referencia discográfica data del 2013 y su excelente ‘Crimes of Passion’, uno esperaba bastantes cortes del mencionado álbum, pero lo cierto es que tampoco se excedieron demasiado, dejando en el tintero temazos del calibre de “Me and My Machine Gun” o “Virgin”. Condescendieron empero con “Heavy Metal Clouds”, con las partes de ruido y melodía bien equilibradas mientras la congregación se sumergía en una especie de estado de trance inducido del que únicamente salían en el rasgar de guitarras, que de hecho, ahí era verdaderamente donde se lucían, en los cortes sosegados compis estilísticos suyos como The Raveonettes les ganan por goleada.

“Teardrop Guitar” reveló el influjo de Manchester y los Stone Roses, que aunque hoy en día pocos se acuerden de ellos, en los 90 supusieron una auténtica revolución musical al combinar rock psicodélico con ritmos dance. Y así sin apenas sentirlo pusieron fin a la duermevela con “Summer of Hate”, pieza imprescindible de su debut que comenzó con cierto misticismo oriental y acabó con lo que mejor saben hacer: el desgarro premeditado de las seis cuerdas.

Muy corto se tornó su bolo, quizás demasiado, pero tuvieron el detalle de retornar a escena con un único bis, de altura, eso sí, “I Wanna Kill”, que suena algo así como a los Ramones con acoples y con la batería casi clavada al “Happy When It Rains” de The Jesus and Mary Chain. Prescindieron del poso sintético de estudio y le insuflaron un descaro punk que se acercó en ocasiones a esa tan sentida forma de cantar de Joey Ramone. Y así nos abandonaron envueltos en niebla y reverberaciones, con un sabor agradable en el paladar.

Pese a la inevitable comparación con la banda de los hermanos Reid, algo que tampoco esconden sus pintas de desgarbados con elegancia, sería injusto considerarles una mera copia, puesto que sus composiciones destilan una suerte de savoir faire propio de los que conocen su oficio hasta las entretelas. Una aristocracia del ruido que no se codea con cualquier imitador barato.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

Redacción
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Esta entrada fue escrita por Redacción

1 comentario

  • Juandie dice:

    Una banda que dentro de su música mezclan varios estilos musicales desde el punk rock hasta el rock gótico e incluso el indie y parece ser que en su concierto bilbaíno dierón una muy digna y cañera actuación.Interesantes estos CROCODILE!!!

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