Crónicas
Warrior Soul: Puto y estúpido rock n' roll
«Se agradecen sopapos como el de Kory Clarke y los suyos para dejarse de tonterías y volver a la senda, a la esencia de donde partió todo. El puto y estúpido rock n’ roll»
Pub El Mendigo, Barakaldo (Bizkaia)
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
Suponemos que tiene que ser duro eso de haber participado en un Donington a mediados de los noventa y luego, unos años después, acabar tocando en garitos de mala muerte o lugares reducidos que nada tienen que ver con las aglomeraciones de antaño. Cualquiera con el ego un poco por las nubes, seguramente se hubiera retirado alegando falta de entusiasmo u otra ridícula excusa para justificar el hecho de no comerse un colín. A otros, sin embargo, todo eso se la pela. Punkis de actitud que nunca se metieron en este negocio para hacerse millonarios o famosos, sino más bien como una suerte de desafío personal para demostrar al mundo y a uno mismo que no están muertos, que el arte es una tabla de salvación y que a algunos hay que darles con ella en la cabeza.
Mucho de bravuconada de bar tuvo la creación de Warrior Soul cuando tras una actuación de Kory Clarke en solitario en el Pyramid Club de Nueva York un promotor le retó a conseguir una banda. No sabemos si medió por ahí un “¿Que no hay huevos?” o alguna de esas frases míticas que provocan que a un macho alfa lomo plateado se le hinche el pecho, pero el caso es que seis meses después de aquel desafío Kory ya tenía nuevo grupo. Y no solo eso, pues subió la apuesta y al poco tiempo también disponía de un contrato con la prestigiosa escudería Geffen Records. A eso se le llamaba entrar por la puerta grande.
Pero el éxito masivo nunca les acompañó y tal vez eso fuera una bendición y el antídoto perfecto para que no se les subiera la tontería a la cabeza. Tal y como recordaba el propio Clarke con un admirable sentido de la perspectiva, pudo haber emigrado a Seattle durante la época de pleno apogeo del grunge y que le metieran con calzador en esa etiqueta, aunque lo cierto es que nunca le gustó que le encasillaran. Prefería tocar los mismísimos y hacer lo que le viniera en gana sin rendir cuentas a nadie.
Ese idéntico espíritu anárquico sigue dominando a este hombre que, en el 2019, todavía no tiene reparos a la hora de tirar millas y cascarse si hace falta una gira de diez fechas por la península, como la que terminaba aquella noche en el Mendigo de Barakaldo. A pesar de que la anterior vez que le vimos por estos lares, estuvo en el Kafe Antzoki, un local de indudable mayor capacidad, una multitud muy reseñable con varios supervivientes de los noventa se congregó aquella tarde de domingo. El estatus de banda de culto continúa enarbolándose con mucha dignidad.
Hay peña que sube a un escenario y se transforma por completo. Eso es lo que le sucede a Kory Clarke, líder indiscutible de Warrior Soul. Una vez que irrumpió en escena se soltó el moño hipster con el que solía andar antes del concierto y se convirtió en un macarra desbocado y rebosante de vitalidad, aunque en un inicio los espectadores de las primeras filas tuvieran que ayudarle a incorporarse.
En teoría, se supone que era la presentación de su último disco, ‘Back On The Lash’, así que no tardó en sonar por ahí el tema homónimo. Nos da igual si el tipo iba puesto de coca o de cualquier otra sustancia, porque a veces hacía cosas un tanto raras, como obsesionarse con un foco de la sala que movía constantemente y acabó colocando enfocando directamente el público. Lo cierto es que su voz rasgada sonaba tan potente que te removía hasta las entrañas, al igual que su banda de acompañamiento, que aportaba el complemento contundente necesario para engrandecer sus himnos. Muchos, fijo que acudirían pensando que el hombre estaría en las últimas, pero para nada, un auténtico torbellino capaz de volarte hasta la peluca.
Kory además iba sobrado de actitud, algo que no suele proliferar demasiado en tiempos de ofendiditos millennials. A este vocalista parecía que se la sudaba todo. Interpeló a la peña con un “¿Sois rockeros?” que era poco menos que preguntar si eran lo suficientemente aguerridos para lo que se venía encima. Y el respetable respondió de inmediato a sus requerimientos, no en vano había por ahí peña muy fan, como el que teníamos atrás, que cantaba todas las canciones a pleno pulmón.
Desde luego que Clarke y los suyos estaban motivados al cien por cien, pocas veces hemos visto una entrega de ese calibre. Lejos del típico peloteo al que nos tienen acostumbrados ciertos artistas, al voceras pareció que le encantaron las pintas de la parroquia, a los que dedicaba elogios cada cierto tiempo, como “¡Sois muy rockeros!”. Y es que el macarrismo que destilaba este hombre no era normal, el hard rock con pelotas que desprenden “Ass Kickin’” o “Generation Graveyard” valen de sobra para afiliarse a su culto, secta o lo que sea. Cada vez que se llevaba la mano a la entrepierna, a una musicóloga le daba algo en algún lugar del universo.
Agasajó a los asistentes leyendo sin pudor “Eskerrik Asko” y les retó a decir “Que se joda Trump” en euskera. El personal se quedó con tamaña cara de póker en un silencio tan absoluto que llevó al vocalista a exclamar: “¡Vaya, nunca había tocado ante tantos fans de Trump!”. Hasta que no se alzaron ahí dedos medios contra el mandatario estadounidense, el tipo no se dio por satisfecho.
Ese fue quizás el único inciso de un recital frenético de “puto y estúpido rock n’ roll”, como lo calificó después de la charla política. “The Wasteland” por su descomunal energía pudo asemejarse a una empresa de demolición, pues fijo que hasta los cimientos del garito se tambalearon. Y “Love Destruction” pilló a Kory desgañitándose y soltando alaridos al final. Las palabras que dirigió entonces a los fieles no tuvieron desperdicio: “¿Pero cómo sois tan rockeros? ¿No os gusta un poco Beyoncé? ¡Está muy buena!”. Una patada directamente a la boca de los meapilas políticamente correctos.
Obviamente, estaba de coña, así que no tardó en cagarse en todo y reivindicar la provocación en estado puro en “Punk and Belligerent”, de escucha imprescindible para cualquier aficionado al noble arte de tocar los cojones. “Me gustaría irme de fiesta y emborracharme con vosotros”, dijo un Kory visiblemente emocionado, esto sí que es un amigo. No había otra opción que sumergirse en indisimuladas odas al alcoholismo a un ritmo frenético. ¡Y que vivan los chupitos!
“Downtown” reafirmó la voluntad de no aflojar en ningún momento, a la par que confirmaba que estábamos ante unos sujetos que se dejaban la piel al extremo. Seguramente no se animaron a hacer bises por limitaciones con el horario de los transportes públicos, pero ni falta hacía, pues ya nos habían dejado con el culo torcido para lo que restaba de semana. La verdadera terapia de choque para melifluos.
En épocas en las que la libertad de expresión cada día se antoja más amenazada, se agradecen sopapos en la cara como el de Kory Clarke y los suyos para dejarse de tonterías y volver a la senda de donde nunca debimos alejarnos, la esencia de donde partió todo. El puto y estúpido rock n’ roll. Oh, sí, que llueva a borbotones.
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