Crónicas

Toundra + Backbone: Un bello acto sin palabras

«Se nota en sus gestos que viven la música al máximo»

29 septiembre 2018

Kafe Antzokia, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Hay cosas que suceden así de repente y ya está. No necesitan explicación. Es lo que pasa cuando dos personas se gustan. Un pacto silencioso de consentimiento mutuo en el que sobran argumentaciones o intentos de intelectualización. Como el beso espontáneo de Lux Lisbon a Trip Fountaine en ‘Las Vírgenes Suicidas’ mientras suena el “Crazy on You” de Heart. Ese tsunami emocional inesperado que surge cual ave fénix cuando parece que todo está perdido y entonces uno se eleva tanto que los pies se despegan unos milímetros del suelo. Una borrachera de sentimientos a flor de piel.

No abundan las personas capaces de desencadenar tales terremotos. Menos todavía los grupos cuya música apague de inmediato odios y malos rollos, y casi señalen el camino hacia un monasterio budista o cualquier otro refugio para alcanzar la serenidad espiritual. Los madrileños Toundra hace tiempo que entraron en esa inefable categoría de sanadores de almas con melodías que se asemejan a caricias y que tal vez incluso dejen algunas señales que atestigüen su presencia. No olvidemos la vieja máxima de que “lo esencial es invisible a los ojos”.

Pese a que en un principio el ambiente anduviera un tanto desértico, progresivamente fue incorporándose más y más gente a esta nueva sesión de levitación con el disco ‘Vortex’ como protagonista hasta acabar abarrotando el recinto. No faltaron las habituales modernillas post rock, con sus tatuajes y sus bolsos de rollos molones tipo Rough Trade, ni tampoco una abundante proporción de juventud entusiasmada que celebraba cada riff y cambio de ritmo como el descubrimiento de la rueda. Acólitos desatados que esa noche venían a comulgar.

Pero antes los gernikeses Backbone también supieron meterse en el bolsillo a un respetable en un principio bastante indiferente a su propuesta. De hecho, a un servidor tampoco es que le matara su stoner rock de tintes sludge a lo Down, pero es que se lo curraron con tanta solvencia que se antojaba inevitable no participar en el fiestón que montaron. Espolearon al personal sin llegar a resultar cansinos y no tardaron en sumergirse entre las masas lanzándose incluso cual miuras, como hizo su vocalista. Muy rodados y contundentes. Para no perderles la pista.

Previamente a Toundra el género del post rock instrumental en este país era casi inexistente y bastante minoritario, algo que sonaba poco menos que a chino mandarín. Si alguien nos hubiera dicho que en unos años un grupo de ese palo iba a reventar recintos, enseguida le hubiéramos preguntado a ver qué clase de droga había tomado. Pero para comprobar el tirón actual del mentado estilo no era necesario pellizcarse, sino darse un garbeo por algún bolo de los que se han convertido en punta de lanza absoluta de un movimiento.

Con los ánimos exacerbados desde un comienzo, Maca y compañía indujeron al trance desde las iniciales “Cobra” y “Tuareg”, suficientes para descender en esa dulce embriaguez inherente a su propuesta. En las primeras filas había una chica con camisa de puntos que se movía como de tripi, con unos bailes de manos que ni Tilo Wolff de Lacrimosa, era una especie de Salma Hayek puesta de ácido. O bueno, de lo que fuera. En ocasiones basta únicamente con estimulantes completamente naturales, como el que se ofrecía en esos momentos en el escenario.

“Kitsune” pudo servir para cerrar los ojos y dejarse arropar aislado del exterior. No en vano sus bolos son a veces como introducirse en una burbuja, como cuando de adolescente uno fumaba porros en una tienda de campaña y luego salía de allí dando tumbos. Había momentos, empero, de sacudida total y de vuelta a la consciencia, caso de esos instantes en que la peña levantaba el puño y chillaba espoleada por el guitarra Esteban Girón, todo un animador de masas.

Sin presentaciones, charlitas estériles y ese tipo de mierdas que odiamos a muerte, fueron enlazando pieza con pieza a modo de sinfonía, en una suerte de viaje en el que te daban la mano para elevarte y luego dejarte caer en un mar de ruido ensordecedor. Los contrastes son sin duda lo suyo, pues pueden pasar sin apenas transición de lo más rabioso a lo más delicado y uno todavía seguirá estupefacto ante su pericia instrumental. La receta del éter.

Acostumbrados a contemplar sobre las tablas a tipos que más bien podrían estar sentados en una oficina, sorprende comprobar que no se conforman con ser unos meros convidados de piedra, se nota en sus gestos que viven la música al máximo. Y desde luego los que están abajo no son para ellos simples números, eso también se palpaba en las frecuentes incursiones de Esteban a ras de escenario, con la muchedumbre al borde del delirio. Tuvo incluso el detalle de acercarse hasta un fan en silla de ruedas y tocar para él a escasos milímetros, una suerte de recital privado pero a la vez colectivo, pues todos participamos de aquel impagable momento.

La devoción no decrecía en absoluto, el personal hasta cantaba los punteos, los madrileños debieron sentirse abrumados por la descomunal entrega. De hecho, al día siguiente no dudaron en subir una foto en redes sociales de su gesta en tierras vascas. Esa eucaristía con cientos de almas entrando en  éxtasis a la vez y con pasajes tan evocadores que algunos hasta gritaban de la emoción. Aquello fue en realidad un bello acto sin palabras. Como las mejores cosas de la vida.

Alfredo Villaescusa
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Esta entrada fue escrita por Alfredo Villaescusa

1 comentario

  • Juandie dice:

    Muy buen concierto por parte de ambas bandas y cada cual en su estilo dejando el listón bastante alto en tierras bilbaínas con esos temas tan cojonudos. A ver si con el paso del tiempo terminan de despuntar en nuestro país estas dos interesantes bandas.

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