Crónicas
Marea + Luter: La enlazaron y se ha desatao
«Espero, a pesar de que estos cinco músicos se ven a sí mismos más como una familia sin demasiados compromisos ni promesas que cumplir que como a estrellas del rock que han de cumplir un calendario de lanzamientos y de carreteras, que no tengan que pasar otros ocho años para acostarme con “Marea”»
Palau Sant Jordi, Barcelona
Texto y fotos: José Manuel Codón Blanco
La Polla Records llenó hace poco el mismo recinto dos noches seguidas; pronto lo harán (también dos veladas consecutivas) los hermanos Muñoz (Estopa)… ¿Qué ha pasado para que un telón negro esconda la mitad trasera del Sant Jordi de cara a la visita de los también multi (ya no hay súper, al menos lejos del mainstream) ventas Marea? ¿Será el frío de diciembre? ¿Será que hay manifa? ¿Habrá preferido algún rockero acercarse, a la misma hora, pero en el hermano pequeño del mítico estadio (el Sant Jordi Club) a ver y escuchar a Amaral? Mmmmm. Que no, hostias. Estaros tranquilos. Que es que hace apenas medio año que los de Berriozar juntaron a 25.000 almas en el Fórum. Y estos no son, por los motivos adecuados, en este caso, de los que dejan con ganas de más. Después veremos esas razones.
No puedo valorar la obra de Luter por no haber sido nunca seguidor ni del grupo ni de la trayectoria anterior de Eduardo García Martín, nombre real de quien aporta alias e ideas y rasgada voz y guitarra en el combo; pero sí que puedo hacer una consideración previa (tras informarme adecuadamente) y una posterior a asistir a su descarga como teloneros de los navarros: se entiende la elección del mismo para abrir varios de los shows de la gira, que ya está tocando a su fin, al ser éste (y los que le acompañan) un músico que entronca perfectamente con el concepto de la portada del último disco del injustamente (porque vienen, y vendrán, otros detrás) conocido como “último gran grupo del rock español”, es decir, un artista de pico y pala, de los que no han dejado de currar desde que en 1996 grabara la primera demo con Los Reconoces. Por desgracia, su propuesta me deja bastante indiferente al ser aquello que llamo rock blandito y monótono, que no hubiera desentonado en el ya citado vecino show de la parejita de Zaragoza. Cuestión de gustos. Qué os voy a contar.
Hablamos de gustos. A mí el último de los Marea (‘El azogue’, 2019) cada vez me gusta más. Y se nota que no se tiraban el rollo cuando lo presentaron: a ellos también les entusiasma (sonó prácticamente íntegro, dejando únicamente fuera del setlist la “Copla del precipicio”). Es por eso también que, tras el parón de rigor para que el cabeza de cartel luzca como es debido, y como vienen haciendo desde su vuelta a los escenarios, deciden empezar con una irreprochable tríada de temazos del que creo que es su mejor lanzamiento desde el ya lejano (2002) ‘Besos de perro’: “En las encías”, “El temblor” y “La noche de viernes santo”.
Misma puesta en escena (sobria y efectista) que hace seis meses en la discutida e infrautilizada infraestructura de la costa barcelonesa, y mismas sensaciones: autenticidad, madurez y, sobre todo, ardor. Qué bien se lo pasan estos tipos encima del escenario. Y eso que, como no recordará Kutxi en breve, llevan un tute importante encima. Al mismo Kutxi se le ve suelto y divertido; al Kolibrí, apasionado; César Ramallo aporta exquisitez y contención, Ayerdi saber hacer, y el Piñas… el Piñas es un vendaval de disfrute y energía. Esta vez no hay mención a “los tontos de los móviles” (claro, había demasiados), pero el señor Romero nos da permiso para fumar, no vaya a ser que a él no le dejen. Y fumamos…
Me lo iba a callar, pero no quiero, porque os afecta como lectores: me tenéis que disculpar por no poder hacer apreciaciones en primera persona de las tres siguientes canciones (“Mierda y cuchara”, “Muchas lanzas” y “Manuela canta saetas”), pero es lo que tiene que algunos no entiendan (tampoco preguntan) que hay quienes vamos a hacer fotos y también a escribir la crónica del show de rigor, y que es una auténtica putada que, tras terminar con la primera tarea, te hagan ir (acompañadito, cual niño de primaria, no vaya a ser que te portes mal) a dejar la mochila de la cámara en el guardarropa y que también es una jodienda que luego no te dejen bajar a pista, donde suelen estar tus amig@s y te tengas que quedar en la grada (des)compuesto y cabreado. Al parecer fue durante estos cortes, que escuché cual lejana y añorada letanía, cuando empezaron los problemas de sonido de Kolibrí en los solos. Poco más puedo deciros.
Por suerte liberé mi mente del enfado a tiempo para disfrutar (bendita música) de uno de los clásicos por excelencia del grupo, “Corazón de mimbre”, durante la cual Kutxi se atreve a hacer variaciones vocales de las que hace 15 años no hubiera salido bien parado (bendita experiencia). “¡Tambores! ¡Y larga vida a Evaristo y a la Polla!”, suelta el frontman antes de interpretar a dos voces (la suya y una acertada imitación / homenaje de / al mayor tótem de nuestro punk) “Mil quilates”. Lástima que haga falta que nos jaleen para botar en un concierto de rock’n’roll, pero bienvenida sea la iniciativa del cantante de llevar a cabo un, en sus palabras, “polímetro del r’n’r” previo a la interpretación de “Que se joda el viento”, que el público haga temblar la grada en la que me encuentro con sus saltos durante la misma, o que (y a pesar de los ya evidentes problemas de sonido en los solos o el comprensible cansancio vocal que el del sombrero empieza a manifestar) lo sigan haciendo durante “Hierro y terciopelo” para pasar a opacar el sonido de la banda con sus coros durante la más que sorprendente (por inspirada y por poco interpretada en directo) “Lija y terciopelo”.
Da igual si es verdad o cachondeo que al Kutxi se le ha enrollado el calzoncillo “como un shawarma” y necesita pasar por boxes o la razón principal de lo que se avecina, y que también es ya costumbre, es simple estrategia para gestionar el ya citado cansancio. Lo importante, a mi entender, de que Eduardo Beaumont, “el Piñas”, se encargue de poner sus cuerdas vocales al servicio de “Pecadores” y “Trasegando”, son dos cosas: que tenemos garantizada (toco madera) la continuidad de la actividad del grupo en caso de que el cantante principal algún día se encuentre realmente indispuesto; y que si lo nuestro va de actitud vital y de que el artista busque en el público lo que el público busca en el artista, al del bajo le sobra lo primero y se aplica lo segundo. Que hay que soltarle a un grupete: “Ya, ya, Soria, pero no me dejáis ver a los de atrás”, a los cansinos de la banderita de su provincia, pues se le suelta y “vamos a pecar un poco”.
Hemos hablado de gustos. Pues vuelve la voz solista (con los calzoncillos ya desenroscados, suponemos) para, antes de que Eduardo García salte de nuevo al escenario para acompañar a la banda principal (volviendo a rasgar las cuerdas de su garganta y las de su mástil), presentarlo asegurando que el artista fue “de los pocos que” le “pellizcaron el alma después de la adolescencia” con su música. Habrá que repasar la discografía del menda. La sensibilidad del Kutxi no es mala consejera. Tampoco es moco de pavo a la hora de inspirarle letras como la de la siguiente en caer, “Pájaros viejos”, dedicada al fallecido (durante el último parón del grupo) padre de César Ramallo; ni para interpretarla con un sentimiento honesto y desgarrador. Me empiezo a temer un final decepcionante cuando la interpretación de Kutxi es definitivamente fallida por primera vez al entonar “En tu agujero”, pero mira tú por dónde… Esta es la música del pueblo, de la calle, de la gente, y resulta que cuando uno parece que va a caer, entre tod@s, en esta ocasión gracias al esfuerzo vocal del público, parecen llevar en volandas esa capacidad pulmonar hacia una inesperada resurrección que le permite hacer el primer amago de terminar en lo alto con “Ocho mares”, “La Rueca” y el “Romance de José Etxeberria”. Así sí.
Marea es tal vez la única gran formación (siempre estable, además) del rock estatal cuya trayectoria he tenido la suerte de ir siguiendo sobre la marcha, según iba desarrollándose, desde su primer disco. Lo digo porque es todo un lujo ver cómo, con el devenir de los años, aquello que antes sólo era actitud y entrañas, se ha ido complementando con una solvencia en directo digna de alabanza. He oído a Kutxi desgañitarse cantando “Como los trileros” cuando aún no pasaba de la cuarentena, y es una suerte (entrando ya en los bises) poder verle hacerlo ahora (con la energía ya agotándose) utilizando la técnica y el diafragma; he visto al grupo intentar homenajear a otros clásicos del ramo demostrando más ganas que acierto, y es un privilegio asistir hoy día a su visión de “Preparados para el rock and roll”, de Los Suaves.
El rock y el metal son tal vez los únicos géneros (siempre fieles, asimismo) de la música que me han pellizcado a mí el alma con tanta fuerza que me han hecho adicto. Lo digo porque es un consuelo observar cómo, con el pasar de las canciones de los buenos directos, aquello que antes sólo eran móviles encendidos y gente más bien paradita, se va convirtiendo en una catarsis digna de mención. Hoy he visto (entrando ya en los “trises”) a grupúsculos de melenud@s abrazarse, derramando cerveza, mientras cantaban “Bienvenido al secadero”. Hoy he presenciado cómo una chica lloraba de emoción al escuchar “Como el viento de poniente”. Hoy me he olvidado del mundo, y de esto que tenía que escribir, y de la libretita, y del boli, mientras berreaba los versos de “El perro verde”. Y hoy espero, a pesar de que estos cinco músicos se ven a sí mismos más como una familia sin demasiados compromisos ni promesas que cumplir, que como a estrellas del rock que han de cumplir un calendario de lanzamientos y de carreteras, que no tengan que pasar otros ocho años para acostarme con “Marea”.
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1 comentario
Otro gran concierto como suelen hacer los históricos MAREA en uno de los mejores recintos de Barcelona presentando su ultima placa de estudio la cual es un pedazo de álbum. Yo tuve la suerte de haberles visto en el Auditorio de la Alameda de JAÉN hace 6 meses.