Crónicas
Mad Cool Welcome Party: Brindis al sol para forofos
«Una fiesta de bienvenida del Mad Cool con afluencia considerable, pero sin tantos agobios como el año pasado»
10 julio 2019
Espacio Mad Cool, Valdebebas IFEMA, Madrid
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Alfonso Dávila y Alejandro Rico
Llamar la atención es muy fácil. Hacerlo con inteligencia no tanto. Lo hemos visto recientemente con partidos políticos que acuden a saraos donde no están invitados con el único ánimo de provocar al personal y también está presente este fenómeno en el mundo de la música con espectáculos sobredimensionados que en realidad no ofrecen tanto como prometen. Una derivación de aquella consabida idea de que todo entra mejor por los ojos. El bombardeo de estímulos visuales.
En el festival Mad Cool todo es excesivo, a lo grande. Ya de entrada, casi asusta adentrarse en la vasta inmensidad de un recinto en el que a veces pega tanto el sol como en la sabana africana. Chicas con pelos de colores y algunas palabras en inglés, por la considerable presencia de guiris, reciben al visitante en una suerte de parque de atracciones en el que este año hay hasta coches de choque, por si a alguno le entra la necesidad de rememorar épocas juveniles en ambiente rural.
Lejos del caos organizativo del arranque de la pasada edición, la jornada inaugural, que atrajo hasta casi 40.000 personas, se saldó con relativa normalidad y la sensación imperante de que no había tanto agobio como en el 2018, aunque el retorno a casa fuera una odisea digna del laberinto del Minotauro.
La poca pericia de quienes atendían las barras, que en ocasiones no sabían ni el precio de los artículos, llamó la atención en unos servicios que deberían estar preparados para acoger ingentes multitudes. Pero bueno, por lo menos el kalimotxo y el resto de bebidas que probamos alcanzaban el nivel de lo aceptable.
Vamos al lío. Un atronador redoble de batería asustó a la mayoría de los asistentes que en ese momento se incorporaban a la fiesta. Eran los británicos The Amazons, que en esos momentos inauguraban uno de los escenarios principales con su indie rock elegante muy deudor de U2 y otros combos del rollo Glasvegas. Confirmaron que si en la actualidad se está hablando mucho de ellos es con motivos más que justificados, algo que demuestran con temazos del calibre de "25".
"A España le gusta el puto rock n' roll", decía su vocalista pelirrojo ante el entusiasmo considerable de la concurrencia bajo la solana ya entonces importante. Y lo cierto es que sonaron impecables, hasta el punto de labrar una de las mejores actuaciones del día en la que brillaron piezas de su debut como "Junk Food Forever" o "Black Magic". Enormes. Que vuelvan cuanto antes.
La marcianada de Don Broco, por otra parte, nos dejó un tanto fríos, o quizás es que un servidor no pilló ese punto freak en el que lo mismo se arrancaban con los clichés típicos del metalcore, que se acercaban sin rubor al pop empalagoso o al R&B contemporáneo. Y las pintas que llevaban había que verlas, con un cantante que parecía salido de 'Corrupción en Miami' o cualquier otra serie ochentera y un guitarrista que no desentonaría en una carroza del Orgullo.
Abusaron además de todos los tópicos que detesto en los bolos, como lo de obligar a agacharse a la peña o ese momento de vergüenza ajena en el que mandaron quitarse la camiseta y ondearla cual estandarte, como primates en su hábitat natural. Si en un comienzo atraía la versatilidad de su propuesta, al final acabaron haciéndose un tanto cansinos. Un grupo, en definitiva, para saltar, hacer el monguer o embadurnarse la cara con brillantina.
La tormenta blanca
Pasamos por completo del pop electrónico con regusto funk de Metronomy y nos plantamos para contemplar a Whispering Sons, uno de los nombres más prometedores del panorama post punk y seguramente de lo mejor que ha salido en ese espectro en la última década por lo menos. Habría cuatro monos en un inicio, pero al final acabó congregándose una multitud considerable que acabó subyugada ante los enérgicos movimientos de su andrógina vocalista, muy del estilo de un Ian Curtis puesto de anfetas.
La tormenta blanca con atisbos ruidistas que desataron provocó que se cayera el pie de micro, se simularon latigazos con los espasmos de su inquieta cantante y hubo hasta actitudes desafiantes herederas del punk. Después de verlos en directo uno comprende que "Wall" se haya convertido en toda una piedra angular del género y uno de los himnos más radiados en el ambiente gótico. Nunca fallan en las distancias cortas.
El pollo de Rosalía
Como decíamos en la entradilla, ahora que está tan de moda montar jarana en lugares donde no se te espera, también parece que existe una tendencia a exagerar cosas que luego en realidad no son para tanto. Es lo que sucede con el fenómeno Rosalía, una apología inmisericorde del chonismo en el que se cuelan frases como "Ponme la mano aquí, que la tienes fría", que pueden llevar a pensar mal. Todo ello en una suerte de sucedáneo flamenco con "olés" y palmas cada dos por tres, que debería escandalizar a cualquier purista del género. Y esto dicen que es una renovación, oye.
Eso sí, concedemos que las coreografías estaban muy curradas y que el espectáculo nada tiene que envidiar al de una diva del pop contemporáneo tipo Madonna o Beyoncé. Hubo cantos a capella que demostraron que esta chica por lo menos posee voz, vale, pero llegamos a la conclusión de que aquello estaba más pensado para esos guiris que veranean en nuestro país y consideran el flamenco algo tan exótico como la sangría. No faltaron éxitos de su álbum 'El mal querer', la rumba en catalán "Milionária" y hasta la versión de Las Grecas "Te estoy amando locamente", en total consonancia con los coches de choque del recinto. Se vieron por ahí perreos incluso con camiseta de Metallica. "Tienes que decir lo malo que fue, una estafa", nos dijeron unos tíos que se piraban despavoridos, así que ahí cumplimos. Un pollo sobredimensionado digno de partidos naranjas.
En un rollo similar, la diva Lykke Li también le daba al pop, pero de una manera más elegante y con el impresionante aval de haber colaborado con el maestro David Lynch, un hecho más que suficiente para tomarle en serio. Eso unido a que en esta ocasión había bajo o batería en vez de sonidos programados, aparte del considerable rango vocal que abarcaba esta sueca, que le acercaba a Anna Calvi. Pero aquello estaba bien para escuchar un par de temas, por ejemplo, su himno "I Follow Rivers", todo un llenapistas indie.
Aprovechamos para picotear algo de los madrileños en boga The Parrots y nos encontramos con una carpa en pleno estado de ebullición, con una multitud desatada berreando el mítico "Demolición" de Los Saicos, pioneros peruanos del punk, y casi se nos saltan las lágrimas al escuchar semejantes sonidos chirriantes. Lástima no haber acudido por allí antes. Otro éxito de los justificados.
Como Rammstein
Y lo de Bring Me The Horizon tal vez resultó un tanto fastuoso, en línea con la tónica de la jornada. Pero era hasta gracioso contemplar en un grupo antaño de metalcore tal espectáculo con bailarinas y tonadillas cercanas a Arctic Monkeys en sus mejores momentos. "Mantra" demostró su completa solvencia para el directo, con un respetable eminentemente juvenil enfervorizado a tope que hacía de aquello por lo menos entretenido.
De vez en cuando sacaban aspersores o llamaradas como si fueran Rammstein, y ya en el segundo tema Oliver Sykes, vocalista encantado de haberse conocido y de hazañas como mear en la boca a una fan, pidió un circle pit que costó ejecutar a un personal no habituado a tales muestras desmedidas de afecto. "Medicine" fue uno de los picos de la noche con su rollo a lo Linkin Park antes de que en "Wonderful Life" ondearan estandartes sobre plataformas mientras por las pantallas aparecía Dani Filth, que colabora en la versión en estudio.
"Shadow Moses" mantuvo el interés con sus efluvios dubstep, y por el comienzo y estribillo de "Happy Song" Marilyn Manson casi podría demandarles por su excesivo parecido a "mOBSCENE". Tuvimos que contener el vómito cuando pidieron a la peña hacer el símbolo del corazón con las manos, a la vez que por la pantalla se inducía a ello, o a su voceras le daba por soltar chorradas en castellano dignas de guiri borracho de Magaluf. Maneras de estrellas del rock totales, no en vano hace pocos años ya hubo polémica por su engreído comportamiento en el Resurrection Fest.
En el final a Oliver le entraron ganas de interactuar y se hizo fotos con los fieles de las primeras filas y hasta se subió a la tribuna de invitados después de recorrer el paseíllo central como si fuera Jon Bon Jovi. "Drown" y "Throne" sirvieron para finiquitar un recital decente que no aburrió en absoluto, pese a que en ocasiones sobrevolara la percepción de cierta artificialidad y de que el producto que se ofrecía no era ni de lejos para maravillarse. Un brindis al sol para forofos.
Y hasta aquí alcanzó una fiesta de bienvenida del Mad Cool con afluencia considerable, pero sin tantos agobios como el año pasado. Esperemos que esa tónica se mantenga en las tres jornadas siguientes, aunque el calvario de la evacuación después de los conciertos sea para mirárselo, sobre todo teniendo en cuenta que a partir de hoy ni siquiera el metro vale como alternativa viable para volver a casa. ¿Tan difícil resulta que las instituciones se pongan de acuerdo para que el suburbano abra toda la noche como hacen en otros festivales como el BBK Live? El mundo de las utopías.
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2 comentarios
Cuando haya bandas rockeras que merezcan la pena en su cartel me leeré dicha crónica.
Tu crónica es una gran mierda sin ninguna base musical, habla sólo de los géneros de los que entiendes y te irá mejor