Crónicas

Queen + Adam Lambert: Merece la pena

«Tras casi dos horas y media de concierto, resuelvo la ecuación: dudo mucho que algún alma reunida en el WiZink Center de Madrid se haya arrepentido de pagar su entrada»

6 julio 2022

WiZink Center, Madrid

Texto: Sergio Julián (@sergio42). Fotos: Lukas Isaac

Es sencillo desconfiar y quererse bajar del barco antes de empezar. La deriva de las entradas de los conciertos (con sus inexplicables gastos de distribución, de los más altos de Europa), la situación económica, la segregación por tipo de ticket y la duda de si ibas a asistir a un grupo tributo con un par de abueletes son factores que hacen que te preguntes si merece la pena ver a Queen + Adam Lambert o no. Tras casi dos horas y media de concierto, resuelvo la ecuación: dudo mucho que algún alma reunida en el WiZink Center de Madrid se haya arrepentido de pagar su entrada.

El respetable no podía mostrarse más eufórico antes de comenzar el concierto. Con una hora de inicio programada de las 21:30, el recinto estaba lleno hasta la bandera desde media hora antes. Cualquier mínimo ataque de sintetizador para caldear el ambiente hacía que el respetable rompiese a aplaudir. Frente al público, el mismo tipo de pantalla semicircular transparente de la última gira que se levantaría a modo de telón al inicio del concierto y una pequeña locura: cuatro palcos con diez personas en cada uno de ellos. Una vista privilegiada, que incluía un tour por el backstage y más cositas, al económico precio de 1000€ más 133€ de gastos de distribución. ¡Casi nada!

Con cinco minutos de retraso y el sonido de una orquesta afinándose para comenzar su particular “Noche en la ópera” la PA revienta con una versión orquestal de “Innuendo” pasada por el filtro de Zimmer. Todo suena muy cinemático, muy teatral y sirve a la perfección para que un falso telón digital se abra y deje ver la silueta de Brian May tocando los primeros acordes un “Now I’m Here” que sonó contundente, si bien no tan nítido como acabaría sucediendo con otros temas con el paso de la noche.

El público se volvió loco cuando los focos iluminaron al verdadero guitarrista, acompañado de sus inseparables Red Special (pude contar hasta 12 sobre el escenario); a Roger Taylor, de menos a más en el concierto y luciéndose en coros; a Adam Lambert, del que luego comentaremos más cositas; y de una notable banda en directo con Spike Edney a los teclados (quien ya tocó con la banda en conciertos como Wembley o Live Aid); Neil Fairclough al bajo y Tyler Warren a la segunda batería.

Esto fue especialmente extraño. Tras el temón de ‘Sheer Heart Attack’, se sucedieron a modo de medley versiones abreviadas de “Tear It Up”, “Seven Seas of Rhye” y “Hammer to Fall” en las que ambas baterías tocaban al tiempo lo mismo, dando lugar a algunas descoordinaciones en fills que hacían dudar del estado físico de Taylor o de si alguna de ellas no estaría con sus micrófonos apagados. Más tarde, cuando Warren se dedicaría a tocar percusiones, podría comprobarse que Taylor a sus 72 años sigue estando a gran nivel.

 

Adam Lambert: gran cantante, mejor representante

Después del momento karaoke de “Somebody to Love”, al que el Palacio de los Deportes se entregó en cuerpo y alma, llegó una interpretación completamente teatral de “Killer Queen” con un Adam Lambert desbocado. El tío va completamente sobrado de voz. No falla una nota, no le falta voz, se mueve sobre el escenario con movimientos sexys y lo hace todo con su propia firma. Nada que ver con Paul Rodgers: su estilo encaja perfectamente con el concierto de grandes éxitos de Queen. Lamentablemente, a veces da la sensación de ser un poco monigote.

Antes de tocar “Don’t Stop Me Now”, abanico en mano, tomó la palabra para presentar a dos legendas del rock como “Brian May y Roger Taylor”, y  comentar que su papel era “ayudar” a “celebrar la música” de un “dios del rock irremplazable” como es Freddie Mercury. Discurso calcado en cada ciudad y en cada gira desde hace una década. ¿Realmente Lambert se siente cómodo diciendo esto cada noche o es un peaje guionizado para calmar los humos del fan más escéptico? Inmediatamente después, “In The Lap of the Gods… Revisited” y una “I’m In Love With My Car” con Roger Taylor a la voz sonaron de lujo, con una intensidad inesperada. Ambos cortes pusieron sobre la mesa que, más allá de tocar el ‘Greatest Hits’, todavía se acuerdan de su vertiente más progresiva y sinfónica.

Hits y pornografía emocional

Tras un cambio en la disposición de las luces del escenario, llega el Motopapi. Adam Lambert aparece con otro look y montado sobre una Harley Davidson llena de purpurina y "brilli-brilli" para interpretar una “Bicycle Race” mutilada de la parte instrumental final. Después, la excelente base rítmica protagonizaría “Fat Bottomed Girls”, mucho más contundente y cruda que en su versión de estudio, que dejó la imagen de May corriendo por la pasarela para marcarse un solo, y “Another One Bites The Dust”, en la que pudimos ver el desparpajo de Lambert moviéndose con plataformas al puro estilo Kiss. Por cierto, John Deacon ni está ni se le espera: ni una alusión a su figura en todo el show. Estará cómodo en casa cobrando los royalties. Termina esta nueva hornada de hits con “I Want It All”, que vino precedida por un  nuevo lucimiento vocal de Lambert y acabó por todo lo alto con un fantástico solo. May no falla (casi ni una) y, aún con su edad, se atreve a sostener todo el peso de guitarras del show sin el apoyo de un segundo guitarrista.

El momento más emocionante de la velada, todo un ejercicio de pornografía emocional perfectamente ejecutada, llegó con la interpretación en acústico de “Love of My Life” con May a la voz y guitarra de doce cuerdas. En las estrofas finales, la pantalla se divide en dos para que el guitarrista abandone las labores vocales dejando paso a una grabación de Freddie Mercury interpretando las últimas líneas del tema. La imagen está construida de modo que parecen que ambos se están mirando, lo que unido a la mirada de yayo de May crea una imagen cargada de emoción. ¿Pornografía? Sí, y más con toda la grada iluminada por los flashes de los móviles y el karaoke de absolutamente todos los presentes, pero con elegancia británica.

Bengalas, láseres, dibujos animados…

El interludio acústico, ya con banda de apoyo pero sin Lambert, continúo con “’39”, fantástico tema con rollito folkie que muchos de nosotros también recordamos por la versión de Mägo de Oz. Cuando nos queremos dar cuenta, una batería ha aparecido al borde de la pasarela y ahí que se dirige Taylor con paso firme para llevar la guitarra eléctrica a May antes de compartir con él a la voz “These Are the Days of Our Lives”, acompañadas con imágenes de archivo de la banda y posiblemente el momento más AOR de la velada. Tras una descafeinada “Crazy Little Thing Called Love”, en la que el equipo de luces no acompañó nada, llegó la fantástica “Under Pressure”, en la que se echó de menos a Bowie, con un Taylor que, si bien cuenta con un buen nivel vocal, simplemente tiene un color de voz completamente diferente al Duque Blanco.

El show avanzaba sin descanso, a un grandísimo ritmo. De vuelta al escenario principal, tiempo para “A Kind of Magic”, que acabó siendo una de las mejores interpretaciones de la noche gracias al apoyo de una animación de las figuras dibujadas por Roger Chiasson para la portada del álbum del 86 y la guitarra de May disparando en pleno solo bengalas a la audiencia. Nada que no hayamos visto, pero no por ello dejaba de sorprender. A continuación, tras la obligatoria presentación a los músicos de apoyo y a la “mejor crew de rock and roll del mundo”, una buena interpretación de “I Want to Break Free” con una bola disco que, de nuevo, iluminó todo el WiZink Center creando una escena fotografiable más. Después, “Who Wants to Live Forever” volvió a llevar la emoción al recinto en una interpretación en la que se echó en falta más garra y pasión a Lambert, que acabaría por hundirse a los confines en un escenario iluminado por las velas del videoclip de la canción.

Siguiendo el guion

Después, llegaron los minutos de gloria de Brian May, quien, acompañado de imágenes espaciales y planetas volando, construyó un solo a su estilo: cargado de reverberaciones, delays, ruido y acordes, más allá de punteos y prodigios técnicos. La sensación es que quizá se extendió más de la cuenta y, de hecho, el propio May se vio incómodo: una vez bajó a la pasarela para continuar su solo, no dejaba de mirar a la pantalla para comprobar cuándo acababa la animación que le marcaría su final. Es lo malo de los grandes espectáculos coreografiados: aunque no te sientas en el mood, tienes que cumplir la escaleta.

La traca final antes de los bises llegó con una “Tie Your Mother Down” que sonó cañerísima, pero que quedó recortada, de nuevo, tras el primer estribillo; “Show Must Go On”, en las que el equipo de la cruz roja atendió a un desmayo en medio del foso, mientras que la banda hacía honor a la canción sin prestar atención a lo sucedido; una “Radio Ga Ga” que sonó potentísima y se vio acompañada con láseres y proyecciones de “Metrópolis” de Fritz Lang, creando una distopía completamente irónica vivida en tiempo real con imágenes de los propios asistentes palmeando como robots, y “Bohemian Rhapsody”, un fantástico broche para el cual Brian May emergió de debajo del escenario entre humo y brillitos para tocar su solo.

Los bises se iniciaron con otra divertida interacción que tiraba de archivo. En pantalla, una grabación de Freddie Mercury en Wembley con el habitual intercambio de voz y respuesta del público. Divertido y efectivo. Después, el robot de ‘News of the World’ volvió a levantar la pantalla semicircular con sus manos (al igual que en la gira de 2018) para la interpretación de la versión extendida de “We Will Rock You”, habitual en sus directos desde hace décadas; y “We Are The Champions”, otro momento karaoke que puso el punto y final al concierto.

Entonces… ¿Voy o no?

Es verdad que hay cosas en la propuesta de Queen + Adam Lambert que chirrían. Los homenajes excesivamente emocionantes, la sensación constante de guion, los precios abusivos, los palcos VIP, un setlist quizá excesivamente complaciente y la carente improvisación de todo el concierto. Sin embargo, el espectáculo es fantástico, la banda suena súper rodada; la selección de temas es incontestable, los recursos visuales son francamente solventes y su compromiso con el público es incontestable durante las cerca de dos horas y media que dura el show.

Chicos, chicas, "chiques": no estamos ante un sacacuartos, y eso tras ver cómo funcionan otras giras de dinosaurios es noticia. Estamos ante un fantástico espectáculo que rinde homenaje a una de las bandas de rock más grandes de la historia, digna de llenar estadios, pero cómoda en su faceta de pabellones. Yo ya lo he visto y, sinceramente, deberá esperar unos cuantos añitos hasta que me vuelva a animar. No volvería mañana, vaya. Eso sí, ya estoy recomendando a todo el mundo que si tienen la oportunidad, y la solvencia económica, no la desaprovechen.

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Esta entrada fue escrita por Redacción

2 comentarios

  • Juandie dice:

    Una vergueza por parte de Brian May y Roger Taylor el girar con tan histórico nombre y encima con el pijo patético de turno a la "voz". Aún esta a tiempo de no reunirse John Deacon con esta gente.

  • Alarma dice:

    Juandie, es una vergüenza que te dejen publicar comentarios tan anodinos. ¿Aún está a tiempo de reunirse John Deacon? Van a hacer 25 años que Deacon no tiene ningún interés en volver a tocar en ningún sitio

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