Crónicas
Ian Hunter & The Rant Band: Un señor impecablemente conservado
«Como una estrella atemporal, Hunter burló el pasó del tiempo y volvió a ofrecer un show pleno de vigorosidad y energía»
20 octubre 2017
Kafe Antzokia, Bilbao
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan
Pocas estrellas del rock retienen ese halo mítico que les llevo a convertirse en leyendas ya desde su juventud. A algunos les echaron a perder las drogas, la mala vida, o por el contrario, se acomodaron tanto que cuando se quisieron subir a un escenario de nuevo parecía que no habían salido nunca del sofá.
Alcanzar determinadas edades en plenas facultades debería considerarse un triunfo en sí mismo, una manera de desafiar el paso del tiempo y plantar cara a esas convenciones sociales que dicen que un anciano estaría mejor mirando obras, cuidando de los nietos, coleccionando sellos o cualquier otra actividad placentera que no suponga amenaza alguna para los bienpensantes.
Si hay un tipo que hoy en día se podría reconocer perfectamente por la calle porque no ha perdido aquellos rasgos característicos que le definían antaño, ese sería Ian Hunter, que a sus 78 años sigue calándose esas ya legendarias gafas de sol que empezó a llevar allá por los primeros días de Mott The Hoople. Quizás el secreto estuviera en que nunca se le subió la tontería a la cabeza, era un tipo serio, renunció a las farras de rock star y sentó la cabeza tan temprano que para 1969 ya tenía dos retoños a su cargo.
Y por lo que contemplamos aquella noche, el carismático vocalista no ha perdido un ápice de su aura legendaria, las crónicas de sus bolos le ponen por las nubes, por lo que su talento no parece ni mucho menos flor de un día. Un dominio de las tablas que se vio recompensado por un Kafe Antzokia a reventar, un poder de convocatoria digno de una figura de su categoría y que ante los habituales decesos que sufrimos últimamente en el mundo de la música quién sabe si se repetirá una oportunidad semejante.
Prueba inefable de que el bueno de Ian Hunter juega en otra liga es que se trajo su propio personal de seguridad, por ahí vimos un negrazo inmenso que no le quitaba la vista desde detrás del escenario y a un lado otro segurata de paisano que casi se encaró con Suso del desaparecido garito Umore Ona porque este con toda su chulería quería dejar su chupa encima del bafle. Otro personaje casi tan mítico como el vocalista de Mott The Hoople.
Rodeado de una banda de órdago a la que el calificativo de acompañamiento no le haría suficiente justicia, echaron desde el inicio carnaza en el asador con ese “Once Bitten, Twice Shy” que muchos rockeros recordarían por la tremenda versión de Great White. Parecía que los astros verdaderamente se habían alineado porque el sonido se antojaba impoluto a medida que avanzaba un repertorio dominado por la presencia de sus dos últimos álbumes junto a The Rant Band, esto es, ‘When I’m President’ y ‘Fingers Crossed’, caso de “Fatally Flawed” o “Morpheus”. Un servidor estaba tan encantado con lo que escuchaba que no dejaba de repetir “Oso ondo” (Muy bien), tal vez esperando que el propio Hunter apreciara sus palabras en euskera.
Ian se sentó en el piano para “Just Another Night”, uno de los grandes éxitos de su carrera en solitario, y relajó ánimos con la balada a lo Rod Stewart “Fingers Crossed”. Había que aminorar el ritmo en ocasiones, pues el personal se descontrolaba en los rocanroles de Mott The Hoople como “All The Way From Memphis”, con la peña gritando a pleno pulmón “one, two, three, four”. Hay que destacar que esa noche además se habían acercado desde la capital guipuzcoana representantes de aquella incendiaria escena de Buenavista formada por bandas del calibre de Nuevo Catecismo Católico o Discípulos de Dionisos, aparte del conchavelasquiano David de Sonic Trash, otro que le gusta meter ruido al que le sorprendió también el pletórico estado vocal de Hunter.
Uno de los momentos más recordados del show podría ser “Roll Away The Stone”, impecable con esas cuerdas vocales que cualquiera diría que han estado conservadas en formol, aunque echamos de menos los vientos de la versión original, al igual que la voz femenina. Con tanto material para elegir a porrones, recurrir al cancionero ajeno era más que nada una pura vindicación que nada tenía que ver con el saqueo gratuito, una muestra de respeto que se entiende por completo si se trata de homenajear a una figura tan influyente en el glam rock como Lou Reed y su inmortal “Sweet Jane” con las gargantas elevándose en el estribillo una vez más.
Una breve pausa y ya estaba el hombre dando el callo de nuevo acordándose del tristemente desaparecido David Bowie con “Dandy”, compuesta especialmente en su memoria. El ambiente puretil se convertía en ocasiones un poco insoportable, ya que de vez en cuando llegaban ráfagas de olor a café, pero por lo menos no había despreciables cotorras, así que tampoco era cuestión de quejarse. Una pena que las nuevas generaciones pasen por completo de Hunter, la edad media andaba por las nubes y se podía contar a los treintañeros con los dedos de la mano.
No se entendería un concierto suyo en el que no se finalizara con “All The Young Dudes”, aquel histórico tema que el Duque Blanco cedió a Mott The Hoople después de que estos rechazaran “Suffragette City” porque no era “lo suficientemente buena”. Manda huevos, enmendando la plana a Bowie, claro que sí. Muy épica y emotiva les quedó mientras Ian, con su clase habitual, iba señalando a la concurrencia como si se tratara de un videoclip.
Todo un bolazo de dos horas que una vez más sirve para dar una patada a todos los imberbes que no aguantan tocando más de 60 minutos, la gente de antes estaba hecha de otra pasta, no cabe duda. Ya les gustaría a muchos contemporáneos de Hunter poder ofrecer en la actualidad un espectáculo de esta categoría. Un señor impecablemente conservado. Ojalá que coincidamos más veces, maestro.
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