Crónicas

Crónica de Chris Robinson Brotherhood: : Sobredosis hippiosa

«Una sobredosis hippiosa para la que quizás había que hacer una preparación especial, ejercicios espirituales o incluso pellizcarse de vez en cuando para no caer ahí fundido del sopor.»

7 marzo 2018

Kafe Antzokia, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Recuerdo que la primera vez que vimos a los Black Crowes en una edición del festival Azkena nos pareció un peñazo monumental, poco podríamos imaginar que se llegaran a enredar tanto en sus divagaciones algodoneras. Cuando repetimos unos años más tarde en un BBK Live, la percepción fue totalmente diferente, quizás porque ya veníamos mentalizados de casa, pero sus elucubraciones sonoras e idas de olla se nos antojaron una auténtica maravilla acrecentada por un enorme Chris Robinson danzando descalzo sobre una alfombra cual irredento hippie. La novia de por entonces decía que aquello era un “rollo”, aunque ahí aguantamos hasta el final en la quinta dimensión por dentro mandando a cascarla a la parienta y al mundo en general.

En recuerdo de tan gratas sensaciones y con cierta curiosidad al respecto marcamos en rojo con bastante antelación la fecha de la parada bilbaína de la gira peninsular de Chris Robinson Brotherhood, un acontecimiento único por estos lares en el que habría que estar sí o sí. Y muchos debieron pensar igual porque las entradas se agotaron con una pasmosa rapidez, esa sería otra de las varias ocasiones en ese mes en las que el Kafe Antzoki colgaría el cartel de lleno completo.

Debido a que se anunciaba un espectáculo largo como un día sin pan de unos 180 minutos de duración, el bolo comenzó a una hora verdaderamente intempestiva para los que curran de tarde. El olor a incienso se notaba en el ambiente y eso proporcionaba una atmósfera de ritual místico o clase de yoga que contribuía a la relajación absoluta, crucemos las piernas, cerremos los ojos, sintamos los chakras y omm.

Ante un respetable eminentemente envejecido y una vistosa bandera de fondo, Chris Robinson Brotherhood iniciaron el viaje espiritual acordándose de los clásicos, en concreto, del “I’m Ready” de Fats Domino. Sin prestar demasiada atención a la reacción del público, la hermandad siguió a lo suyo con los diez minutazos pasados de “Rosalee”, que ya certificaba que esa noche predominaría la tranquilidad, música para tararear y mover ligeramente la cabeza, como hacían gran parte de los asistentes, pogos no habría ni por asomo, no.

Hay que reconocer que aquello gozó de un sonido impecable desde el primer momento, aunque un concierto mal ecualizado en el Antzoki es casi lo más raro del mundo. La mayoría de los fieles coincidían en resaltar ese aspecto, y es que la calidad era extraordinaria independientemente de los gustos de cada cual, al igual que el notable talento de los acompañantes de Chris, con mención especial para el guitarrista Neal Casal.

Lo malo es que había que tener el cuerpo para aguantar piezas que parecía que no terminaban nunca, basta señalar que durante la primera parte de unos 70 minutos tocaron unos ocho temas, así que echen cuentas, señores. A nosotros nos resultó una soberana brasa, o quizás es que no habíamos descansado lo suficiente. Droga dura para meterte de un tirón.

Ni siquiera las versiones que intercalaban nos lograron sacar del sopor, caso del “I’m A Hog For You” de The Coasters, combo de gran influencia en los 60 y 70 a los que admiramos por haber escrito “Down In Mexico”, una de las canciones más sensuales de la historia. Eran profanaciones tan hippiosas que restaban por completo cualquier intento vigorizante en el repertorio, con fijarse en que la original apenas superaba los dos minutos  y el porro lisérgico de Chris casi llega a los diez está ya todo dicho. Tal vez nosotros éramos el raro, el tipo que no debería estar allí, porque la gente, mejor dicho, los señores, bailaban contentos como si se hubieran tomado algo esa jornada laborable y cuando el voceras de Black Crowes se arrancó a soplar la armónica se desató una ovación descomunal.

Había incluso una chica sentada como si estuviera en una comuna y si cerrábamos los ojos podríamos imaginarnos hasta el barro de Woodstock, una pena que el bueno de Chris no se animara a bailar descalzo. El poso sosegado de “Beware, Oh Take Care” no contribuyó a despertar, sino más bien a bostezar, y algo levantamos la cabeza con “Hello L.A. Bye Bye Birmingham” de Delaney Bramlett con ese efectista final a lo “With A Little Help From My Friends” en clave Joe Cocker.

Tras un descanso de unos veinte minutos, la siguiente parte no tenía pinta tampoco de ser un desmelene y alguno hasta gritó “¡Me aburro!”, encima se nos plantaron delante un par de cacatúas, vaya suerte la nuestra. Dado el colocón psicodélico inducido por tanto marear la perdiz, no sabríamos precisar con exactitud qué sesión resultó más soporífera si la primera o la segunda, seguramente ambas por igual, aunque pensamos que quitando peñazos de una y otra podríamos llegar a configurar un recital más dinámico.

En este sentido, “If You Had A Heart To Break” fue de lo mejor de la velada con ese aire al “She Talks To Angels” de su antigua banda. El respetable seguía en éxtasis místico, enamorado del barbudo cantante y su voz, que también sonó inmaculada, hay que decirlo. “Eres el puto amo, Chris” le soltaron desde las primeras filas y se pudo escuchar asimismo algún “guapo” por ahí, prueba evidente de su tirón entre el sector femenino, no en vano Robinson estuvo casado con la actriz Kate Hudson, la adorable Penny Lane de ‘Casi famosos’.

Hubo recuerdos a Dylan en forma de “She Belongs To Me” y “Tough Mama” y la única concesión a los cuervos estuvo en “I Ain’t Hiding”, de su álbum ‘Before the Frost…Until the Freeze’ del 2009, un guiño oscurantista, insuficiente y que desde luego no saciaría a los fans del grupo que hubiera por la sala. “Behold The Seer” y “Shore Power” aportaron cierta vidilla en los estertores, pero para entonces algunos ya llevábamos tanta tontería en la cabeza que solo queríamos escapar de aquel burbujón hippie.

Muy en la tónica con la infatigable velada recuperaron el “They Love Each Other” de Grateful Dead en el único bis final mientras casi enfilábamos la puerta de salida y comprobábamos la auténtica reserva de cotorras que había al fondo del recinto. Demasié. Una sobredosis hippiosa para la que quizás había que hacer una preparación especial, ejercicios espirituales o incluso pellizcarse de vez en cuando para no caer ahí fundido del sopor. Menos mal que ya hay intención de reflotar a los Black Crowes.

Alfredo Villaescusa
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