Little Richard: los momentos clave de la vida del Melocotón de Georgia en 5 canciones

11 mayo, 2020 7:04 pm Publicado por  3 Comentarios

De Ricardo Wayne Penniman a Little Richard

Aunque fue mundialmente conocido como Little Richard, algunas fuentes señalan que Richard Wayne fue bautizado con el nombre de Ricardo Wayne Penniman en 1932, lo que ya desde su origen arrojaba pistas del largo camino que recorrería el arquitecto del rock ‘n’ roll  hasta encontrar su propia identidad, y su propia voz.

La senda del pequeño Richard empezaría como la de muchos de sus compatriotas sureños: en la iglesia comunitaria. Su padre, Charles “Bud” Penniman, era predicador de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, aunque también regentaba un club, el Tip In Inn, en el que vendía “moonshine”, aguardiente casero de contrabando. No sería la última vez que lo sagrado y lo profano confluyeran en la historia de Little Richard.

Pero volviendo a sus inicios, el pequeño Penniman, como decíamos, empezaría desde muy pequeño como muchos de sus coetáneos, cantando y tocando el piano en la iglesia los domingos. Allí saborearía por primera vez la respuesta de un público entusiasmado.

Fuera de los focos la vida era otra cosa para un crío que cojeaba ligeramente debido a que tenía una pierna ligeramente más corta que la otra, y a sus aires amanerados, lo que hacía que los otros chavales le llamaran “marica, friki o nenaza”, entre otras lindezas.  Daba igual, Richard pronto descubriría que su sitio no estaba en la segregada y conservadora Macon de los años cincuenta, si no en la carretera. Una carretera a través de la que recorrería esa Old Weird America, definida por Greil Marcus; la América de los Medicine Shows, que conocería de primera mano vendiendo aceite de serpiente y tónicos revitalizantes con el Dr. Hudson, o cantando para atraer a las masas al espectáculo del Dr. Mobilio, una especie de médium o espiritista, que llevaba capa y turbante, y del que aprendería más de un truco para cautivar a la audiencia.

Pero su verdadera escuela serían los garitos y tugurios del Chitlin’ Circuit, donde los negros podían ir a divertirse despreocupadamente en unos Estados Unidos –sobre todo en el sur-, peligrosos y profundamente racistas. Sería allí, mientras se ganaba la vida como cantante de baladas en orquestas, cuando conocería al pianista autodidacta Eskew Reeder Jr.

Crazy, Crazy Feelin’: Esquerita!

Esquerita -su nombre artístico-, destacaba por su estilo endiablado de tocar el piano, su larguísimo tupé, su maquillaje y sus gafas de sol- dicen que tenía un ojo de cristal-, además de sus pieles de leopardo y su imagen estrafalaria. No es de extrañar que, cuando este pianista precoz, negro, afeminado y homosexual cruzara su camino con el de un aún desconocido Little Richard, la marca fuera indeleble. El propio Little Richard, muchos años después y sin dar excesivos detalles del encuentro, afirmaba que fue Esquerita quien le enseñaría a tocar el piano en la manera que terminó por ser su seña de identidad. “Es de los mejores pianistas que he visto, y eso incluye a Jerry Lee Lewis”. Palabras mayores. De su imagen nunca dijo nada, aunque tomaremos por buena la afirmación del propio Richard, que decía que “sin Esquerita, no habría habido Little Richard”.

Tutti Frutti: la canción de un friegaplatos sobre el sexo anal que cambió el mundo del monocromático al Technicolor

Tampoco habría habido Little Richard sin “Tutti Frutti”, la canción que le lanzó al estrellato. Y estuvo a punto de no grabarse.

En 1955, el originador del rock ‘n’ roll ya llevaba varios años tratando de originar su carrera, con resultados dispares a nivel discográfico. La última bala en la recámara, serían unas demos que mandó a Specialty Records, que según contaba Bumps Blackwell, el productor encargado de escucharlas, “venían en un envoltorio en el que parecía que alguien hubiera comido”. Menos mal que Blackwell tenían instrucciones directas del dueño de Specialty, Art Rupe, de buscar a alguien que pudiera replicar el éxito que acaba de tener la Atlantic con Ray Charles, que había dejado de llamarse R.C. Robinson al mismo tiempo que había dejado de imitar el estilo de Nat “King” Cole, y estaba haciendo ganar millones a todo el mundo.

Esto y la insistencia de Little Richard, que al parecer llamaba al  sello cada cuatro o cinco días para preguntar si habían escuchado sus cintas, hizo que finalmente reservaran el estudio para una última prueba. Sin embargo, las sesiones resultaron un desastre, con Little Richard cohibido por los músicos de sesión, y sin llegar a soltarse. En un punto muerto, decidieron hacer una pausa para comer, y fueron al Dew Drop Inn, sitio de moda de Nueva Orleans, en el que Little Richard al ver el piano, se sentó y comenzó a aporrearlo: “A-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom! Tutti Frutti, good booty. If it don't fit, don't force it. You can grease it, make it easy”. Algo así como “Tutti Frutti –que en el argot de la calle se refería a los homosexuales-, buen trasero, si no cabe no lo fuerces, puedes lubricarlo para facilitarlo”. Había que suavizar un poco la letra, pero Art Rupe y Bumps Blackwell supieron al instante que tenían un hit.

Sin embargo, el proceso de “sanitización” del tema costaría un poco. Al parecer, al joven Penniman, con sus buenos modales sureños y su educación evangelista, le daba vergüenza interpretar la canción delante de Dorothy La Bostrie, la letrista contratada para reescribirla. El tiempo se acababa, y a Blackwell se le ocurrió que Little Richard interpretara el tema de espaldas. Por fin, con tan solo quince minutos de sesión restantes, La Boistre regresó al estudio con la nueva letra. Richard replica que ya no le queda voz, pero Blackwell insiste: “Tienes que cantarla”. Tampoco hay tiempo de escribir nuevos arreglos, así que será el propio Richard, con su estilo “poco ortodoxo” el que se siente al piano. El resto, es historia.

Long Tall Sally: un tema tan rápido que Pat Boone no pueda cantarlo

“Tutti Frutti”, con su estilo salvaje y la forma desenfrenada de cantar de Little Richard, quizá sonaba demasiado “negra” para la sociedad estadounidense de la época, por lo que desde la industria discográfica se apresuraron a lanzar una versión “aseada” del single, a cargo del cantante y actor prefabricado –y blanco-, Pat Boone. Lo más irónico de todo fue el hecho de que la cover de Boone superó en las listas de éxitos al original, a pesar de que dudamos de que nunca llegara a entender el significado de “A-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom” (frase acuñada por Little Richard en sus tiempos de lavaplatos en la estación de autobuses Greyhound de su ciudad natal, cuando agobiado por el calor y por el incesante flujo de platos y cazuelas, le gritó a su encargado la incomprensible frase).

Para evitar que Pat Boone, o algún otro edulcorado cantante blanco, rubio y de ojos azules, le robase el éxito que por derecho merecía, tanto Little Richard como su productor buscaron componer un tema cuyo ritmo fuera tan endiabladamente rápido, que Pat Boone no fuera capaz de cantar la letra. Con ese espíritu nace “Long Tall Sally” que, de propina, nos dejó por primera vez el característico “oooooooooh”, que acabaría por convertirse en marca registrada de Little Richard y que Boone, por supuesto, fue incapaz de replicar; sí que se atrevió a lanzar su propia revisión del sencillo, aunque en aquella ocasión, sin superar a la original en los charts.

Slippin’ and Slidin’: ¡quiero unirme a Little Richard!

Aunque a principios y mediados de los sesenta Little Richard se vio relegado a tocar en el circuito de oldies -viejas glorias- por razones que comentaremos un poco más adelante, en Europa, y especialmente en Reino Unido, sus primeros hits seguían vendiéndose muy bien. La razón era que una nueva generación que se había criado con su música, la que inventaría el rock, reivindicaba sus canciones como una de sus principales fuente de inspiración. Entre estos jóvenes ingleses que liderarían la inminente British Invasion, se encontraban los Beatles, que serían los encargados de telonear al conocido como “Georgia Peach” (melocotón de Georgia) durante su gira europea en 1962. Los de Liverpool eran fans absolutos de Richard, que de hecho contaba divertido, como durante aquellos conciertos –aquel backstage del Star-Club en Hamburgo debió ser para verlo-, enseñó a Paul McCartney a imitar su reconocible “ooooooooh”.

 

Parece que lo de estimular el talento joven era algo innato en Richard, que entre 1964 y 1965 contó en su grupo de acompañamiento, The Upsetters, con Jimi Hendrix, si bien parece que el joven Jimi era poco disciplinado y acabó por ser despedido, aunque aquí las versiones difieren. Mientras el hermano de Little Richard, Robert Penniman, contaba que echaron a Hendrix por “llegar sistemáticamente tarde al bus y flirtear constantemente con las chicas, y cosas así”, el propio guitarrista de Seattle sostenía que fue él quien dejó la banda porque no le pagaban a tiempo, e incluso llegó a comentar en alguna ocasión, que Little Richard le había hecho cambiarse de ropa “porque él era el rey del rock ‘n’ roll, y el único que podía estar guapo”.

Sin embargo, de lo que no hay duda es de que la experiencia formativa con Little Richard y su banda fue fundamental para el principiante Hendrix, que a su llegada a Inglaterra le dijo a la prensa: “Quiero hacer con mi guitarra lo que Little Richard hace con su voz”.

Aunque fuera por poco tiempo, Hendrix había cumplido el sueño de adolescencia de Robert Zimmerman, que antes de convertirse en Bob Dylan y ser una estrella por derecho propio, había dejado escrito en eso tan estadounidense que son los anuarios de graduación del instituto, que su aspiración en la vida era “unirse a Little Richard”.

Great Gosh A’Mighty: la batalla entre lo sagrado y lo profano

Como decíamos al principio, el camino de Little Richard comenzó en la iglesia y, en realidad, nunca terminó de alejarse de ella. Igual que otros muchos de sus contemporáneos, como Jerry Lee Lewis –ahora, el último hombre en pie-, Elvis, o Johnny Cash, la educación sureña profundamente religiosa que había recibido marcó irremediablemente su relación con el rock ‘n’ roll, considerado, sobre todo en sus inicios, la música del diablo.

A lo largo de su vida, Little Richard renunció y volvió al mundo del espectáculo, renunció y volvió a la iglesia, al igual que renunció y volvió a la homosexualidad. Tan pronto se declaraba “omnisexual”, como afirmaba que el rock ‘n’ roll te convertía en homosexual. De vender biblias y predicar los evangelios, pasaba a las fiestas más locas y desatadas, en las que se consumían todo tipo de sustancias. En su interior convivían dos personalidades, una salvaje, excesiva y excéntrica, y otra espiritual y generosa, que quizá llegaron a confluir en su faceta de reverendo, oficiando bodas de celebridades (como la de Demi Moore y Bruce Willis en 1987). Y es que, la batalla entre lo sagrado y lo profano en el interior de Little Richard, estuvo ahí desde el principio, y se libraría hasta el final.

Cuentan quienes le acompañaban en sus primeros días de éxito -los más salvajes-, que siempre llevaba una biblia consigo, e incluso la leía en los descansos entre sets. También se dice que no era raro que los participantes en alguna de sus famosas “orgías post-concierto”, se despertaran por la mañana escuchando a Richard leerles de corazón pasajes de los evangelios. Otra vez la dichosa dicotomía.

Pero parece que todo alcanzó un punto de no retorno durante un vuelo a Australia en 1957, cuando al parecer, el cuásar del rock ‘n’ roll vio por la ventanilla del avión un haz de luz, y pensó que uno de los motores se había incendiado. No está muy claro lo que sucedió en realidad (hay fuentes que sostienen que puede que lo que viera fuera un destello del Sputnik, el satélite soviético…), sin embargo, sí está claro lo que pasó después: Richard se había prometido a sí mismo que si sobrevivía, dejaría su vida de pecado, y se entregaría a Dios. Y así lo hizo.

Tras el incidente en Australia, el melocotón de Georgia se matriculó en el Oakwood College, perteneciente a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, con el objetivo de convertirse en presbítero y servir a la iglesia. Sin embargo, el conflicto interno no tardó en aflorar, y acabaron por echarle de la institución por saltarse clases, por pasearse por el campus en un Cadillac amarillo chillón, y por flirtear con los otros estudiantes, que por cierto, eran todos hombres. Y es que, Little Richard, simplemente, no podía dejar de ser Little Richard.

Por Ismael Molero

Un sinfín de músicos han querido rendir homenaje a Little Richard.

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