Crónicas
Granito Rock 2020: Jorge Salán + José Andrëa y Uróboros + Alberto Rionda & Israel Ramos (Avalanch, Alquimia): Fuimos, somos y seremos
«La edición de este año del Granito Rock se celebró en la mañana de un domingo en pleno mes de diciembre, en una carpa climatizada y con un fin todavía más loable que traer al primer plano la música en vivo»
27 diciembre 2020
Collado Villalba, Madrid
Texto y fotos: Jason Cenador
Por muy cuesta arriba que se ponga el camino, la música en directo es un vehículo con una fortaleza emocional y una importancia tan primordial para tanta gente que seguirá carburando pese a ocupar en demasiados casos el vagón de cola para esas autoridades competentes que deberían preocuparse por igual de todos los trabajadores en estos complicados tiempos, también los de la cultura en todos sus ámbitos.
Afortunadamente, siempre hay luchadores que contra viento y marea pelean por las buenas causas, y si son varias las que concurren al mismo tiempo, la satisfacción es doble. Lejos del tórrido verano que suele albergarla, la edición de este año del Granito Rock se celebró en la mañana de un domingo en pleno mes de diciembre, en una carpa climatizada por la que hay que reconocer la deferencia a las autoridades locales de Collado Villalba y con un fin todavía más loable que traer al primer plano la música en vivo.
Y es que es tiempo de ir todos a una, de apoyo mutuo, de recordar aquella máxima que rezaba que solo el pueblo salva al pueblo. Por eso, la entrada para el evento, cuyo aforo era muy limitado y que cumplía con exquisito celo todos los protocolos de seguridad, costaba cinco kilos de comida no perecedera, destinados a los más vulnerables. Se pidió especialmente comida infantil y el público reaccionó llevando, en la mayoría de los casos, más material del estrictamente necesario. El corazón del rock late con fuerza y se envalentona ante las adversidades.
Tras una afectuosa presentación por parte del máximo responsable del festival, Jesús Ruiz, José Andrëa y Uróboros saltaron a escena con la mirada ilusionada de quien ve uno de sus sueños al filo de la consecución. Era su primer show tras el estallido de la crisis sanitaria, y todos los músicos aparecieron con inusitada energía y en buen estado de forma. Todos menos el teclista Sergio Cisneros “Kiskilla” y el flautista Fernando Ponce de León, que por cuestiones de salud finalmente no estuvieron sobre las tablas.
José Andrëa tomó la palabra antes de que la música empezara a sonar para agradecer a los presentes que hubieran pagado una entrada tan maravillosa y todos los integrantes de la banda dedicaron a la audiencia un sentido y correspondido aplauso. Abrieron la lata entonces con “Bienvenidos al Medievo”, tema que presta su título a su más reciente disco y cuya letra porta un necesario mensaje de rebeldía y desobediencia. No tardaron en recordar el pasado común de buena parte de la banda en Mägo de Oz con la emocionante “El cantar de la luna oscura”, seguida “Hasta que el cuerpo aguante”, otro clásico de la vertiente más accesible de banda en la que militaron, además del propio José Andrëa, el bajista Pedro Díaz “Peri” y los ausentes Kiskilla y Fernando.
Presentada como un tema al que Peri puso un sentimiento especial en su confección, “Ocaso” se nos clavó como un alfiler en el alma con su profundidad a medio tiempo antes de que “El último Jincho” nos dejase un final apoteósico entre la guitarra del siempre virtuoso Juan Flores “Chino”, una de esas eminencias discretas cuyo instrumento cuenta mucho más que vacuos alardes, y unos portentosos agudos de José. Quien tuvo, retuvo y retiene, pese a quien pese.
Un alegato por la libertad nos introdujo a la imprescindible “El que quiera entender que entienda”, última de Mägo de cayó antes de echar el cierre con “Para que nunca amanezca”, tal vez uno de los cortes de la presente etapa que mejor comportamiento demuestran en vivo, con un estribillo de los que se graban a fuego.
Después de unos minutos de asueto en el que el público de cada hemisferio de la comodísima grada podía abandonar la carpa hacia un extremo, si bien no había posibilidad de adquirir ningún refrigerio en el interior del recinto vallado donde se situaba la carpa, la dupla formada por el guitarrista Alberto Rionda e Israel Ramos empuñó el bastón de mando para deleitarnos en acústico con un puñado de canciones de ambas bandas que comparten, los recuperados Alquimia y, por supuesto, Avalanch.
De los primeros fue, reivindicación de que se pueden seguir haciendo conciertos en condiciones de seguridad por parte del vocalista mediante, los dos primeros cortes, “El lobo y el arca” y “Dama oscura”. Se esmeró el frontman en arrancar constantemente las palmas de un público que oscilaba entre el entusiasmo y el comedimiento consecuencia de la atípica manera de contemplar un concierto. A veces era, de hecho, complicado por parte de los artistas arrancar un grito unánime y entusiasta; la procesión iba por dentro, por debajo de esas mascarillas que no eclipsaban la excitación de las miradas.
Más acompasado, dentro de los cauces que impone el acústico, fue “Divina providencia”, antecesor de una punzante “Vulnerable” que sonó a gloria y que casa con el formato con inusitada perfección. Rompieron el hielo, y el frío que Rionda decía tener, con constantes bromas entre ellos, alusiones a Julio Iglesias y Raphael incluidas, y es que su entendimiento va mucho más allá de lo musical. Se nota que son, desde hace muchos años, buenos amigos, y eso siempre hace que los proyectos carburen mejor.
Llegó entonces el momento de defender el inmenso legado de Avalanch, y lo hicieron con dos temas consecutivos de aquel formidable “El hijo pródigo” al que originalmente ponía voz Ramón Lage, “Papel roto” y “Alas de cristal”, que obtuvieron una entusiasta acogida por parte de un público que, entonces sí, se animó mucho más a cantar. Ni los filtros FFP2 frenaban las partículas de emoción contenida y desbordada a partes iguales, por paradójico que resulte.
Sobre una leyenda que, dijo Isra, les “copió” Oscar Wylde versa “El príncipe feliz”, preludio de otra leyenda más próxima, netamente asturiana, la que pone temática a la espeluznante “Cambaral”, de nuevo original de Avalanch. Las bromas por las constantes referencias a leyendas en las letras de Alberto Rionda fueron inevitables, como inevitable fue que nuestros ojos se empañasen cuando la hechizante “Xana” nos deslumbró y caló de belleza hasta los huesos. Nos la hicieron corear, del mismo modo que nos instaron a aplaudir y zapatear al mismo tiempo, con la inequívoca intención de hacer partícipe a la audiencia en todo momento. Y es que un concierto ha de ser siempre una catarsis progresiva, incluso aunque los elementos remen en contra.
Nos avanzaron el final recordando al siguiente artista en liza, su ahora compañero de filas en Avalanch Jorge Salán, quien según ellos estaba desgastando las púas de tanto practicar entre bambalinas. Muchas bromas y buen rollo aparte, recordaron el carácter benéfico que “Almas unidas”, grabada en varios idiomas, posee, pues sus beneficios fueron destinados íntegramente a Médicos del Mundo. Con ella pusieron el broche de oro a una de esas actuaciones que no necesitan electricidad para blandir intensidad.
En la cúspide del cartel, nuestro genio de las seis cuerdas más internacional, Jorge Salán, subió al escenario junto al bajista Luisma Hernández, actualmente también en las filas de Obús, y el batería Pablo Romero. Lo hicieron tras unas últimas palabras del organizador del festival, que dijo que a los heavies nos vale con mover el pelo y la cabeza. La música es omnipresente, con y sin restricciones. Y lo puede todo.
Jorge Salán se encuentra presentando su sublime último álbum, ‘Tempus’, y a él pertenecen “Tocar el cielo”, “Viejos dinosaurios” y “Vida”, la triada con la que empezó a exprimir su impresionante habilidad a la guitarra, siempre supeditada en su caso a la canción, ente supremo por encima de exhibiciones técnicas vacías de contenido más propias de un concurso de digitación que del irrenunciable valor emocional de la música en su conjunto. Jorge lo tiene claro y siempre ha sometido su ilimitada cualificación técnica a la expresividad de sus temas.
Siguió en primer plano su más reciente lanzamiento, primero en solitario y en terrenos del hard rock en cerca de una década, con “Es momento de luchar”, en la que originalmente presta su combativa voz El Drogas y que en esta ocasión fue cantada a pachas entre el propio Jorge, cuya garganta sigue respondiendo fenomenal, y el batería, quien emuló con unas tesituras ásperas y aguerridas al que fuera piedra angular de Barricada. ¡Muy logrado!
La faceta bluesera de Salán tomó entonces el primer plano con “Key to Love” y “Going Down”, versiones de John Mayall y Freddie King respectivamente a las que el mago madrileño saca partido con una excelsitud que deslumbraría a sus propios creadores originales. Dispuesto por completo a que el público se viniese arriba, nos pidió que gritásemos hasta hacer retumbar la carpa antes de acordarse de Pedro Andreu, batería de Héroes del Silencio y ahora en L4 Red, quien participó en la siguiente en liza, “Silencio”, con la que retomó la defensa a ultranza de su nuevo disco.
La única mirada atrás a su discografía en solitario – blues aparte – fue para recalar en su ya lejano pero siempre admirado primer álbum, ‘The Utopian Sea of Clods’, un redondo inolvidable que dejó anonadado a todo el mundo cuando era un chaval muy pero que muy joven. La precocidad fue siempre su aliada para alcanzar la cúspide. De él hizo sonar la excelente “One Way”, que, siendo sinceros, fue la que más entusiasmó de todas a quien escribe estas líneas. Nostálgico que es uno.
Una de las piezas, sin duda, más destacadas de ‘Tempus’ es la conmovedora balada “Todo se me muere”, en la que participa nada menos de Kutxi Romero, vocalista y alma máter de Marea. Recordó Jorge que un lunes del confinamiento le llamó pidiéndole que le regalase una de sus letras a eso de las seis de la tarde, y que a las nueve ya tenía en su correo electrónico una poesía del prolífico letrista de Berriozar, a la que le puso música con brillante acierto. “Ostia, esto acojona”, llegó a espetar Salán cuando empuñó en completa soledad ante el respetable la guitarra acústica, para ponernos los pelos como escarpias con una canción emotiva como pocas que pervivirá mucho tiempo en el imaginario colectivo y que inevitablemente asociaremos de algún modo a lo vivido en este complicado año.
Pablo se marcó un solo de batería para que aquello volviera a pisar el acelerador, una vez el guitarrista presentó a sus compañeros de filas, al ritmo de Jimi Hendrix, de quien versionó con inmensa calidad, pasión y convicción de la mano de “Fire”. Se nota que los temas que parafrasea los siente como propios, y así se los transporta a la audiencia, aunque no hubiera estado de más que se hubiera acordado de algunas otras canciones de su propia cosecha, de discos como ‘Sexto asalto’ o ‘From Now On’ que bien merecen su cuota de cariño.
Sí hubo tiempo para adentrarse en su etapa bluesera junto a The Magestic Jaywalkers de la mano de “The Hunter”, antes de regresar al sendero de las versiones a grandes maestros cuya influencia hicieron de Jorge Salán uno de los más venerados guitarristas de nuestros días. Lo hizo con “The Thrill is Gone”, de B.B. King, y la imperecedera “Johnny B Goode” de Chuck Berry.
Aún quedaba reservada para todas y todos los presentes una sorpresa de alto calibre, que llegó cuando Jorge invitó a escena a “sus compañeros” de las bandas anteriores. Así, aparecieron en escena El Chino, Alberto Rionda, Israel Ramos y José Andrëa, con quien llegó a compartir formación en aquella etapa gloriosa de Mägo de Oz, cuando tocaron el estrellato con el ya legendario ‘Gaia II: La voz dormida’. El momento fue único, y, de hecho, ambos trataron de recordar cuándo fue la última vez que compartieron escenario, muchos años atrás. El propio José, tan feliz como los enmascarados frente al escenario por el acontecimiento, se deshizo en elogios hacia todos los presentes bajo los focos antes de que acometieran “Smoke On the Water” de Deep Purple, repartiéndose entre todos el protagonismo y siento felices sintiéndose lo que son, músicos como la copa de un pino.
No os lo niego, a uno le cuesta desentumecerse cuando el despertador suena un domingo por pronto la mañana. Pero la ocasión de volver, en cierto modo, a recuperar la esencia de un show en vivo, a exprimir como un limón la música en directo, a vivir, en definitiva, ejerciendo lo que uno es, nos hizo saltar de la cama como el paracaidista que se eyecta de un aeroplano en pleno vuelo. Qué bonita es la cultura, qué humanos nos hace. Y cuando hay solidaridad y música en la misma ecuación, el resultado siempre va a ser estupendo a pesar de las dificultades. Es lo que somos, y todos cruzamos los dedos para que en este próximo 2021 podamos ejercerlo a pleno rendimiento. Hasta entonces, paciencia y aguante, que todo se andará.
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3 comentarios
Conciertos muy dignos de las bandas participantes en esta edición de uno de los festivales más ilustres de la provincia de Madrid como es el GRANITO ROCK el cual ni el jodido virus puede con ello. Muy buen gesto de todos los músicos implicados de tocar juntos para el final del festival. Menudo cambio de imagen para Alberto Rionda.