Crónicas

The Sonics: Saqueadores de temazos

«"En esencia, en las distancias cortas, siguen siendo unos saqueadores de temazos con notable habilidad"»

23 febrero 2018

Stage, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Quizás un servidor para determinadas cosas sea excesivamente purista, pero lo cierto es que eso de reflotar bandas míticas siempre nos pareció un poco tomadura de pelo, más todavía si entre sus filas solo se encuentra un miembro original o ninguno. Tenemos por ahí casos verdaderamente sangrantes, como por ejemplo el de las leyendas del pub rock británico Dr. Feelgood, que a día de hoy siguen girando sin supervivientes de la época de mayor gloria del grupo. Y en el panorama patrio tampoco nos libramos de situaciones similares, como cuando el batería “Tele” decidió reformar Triana a mediados de los noventa y tras su fallecimiento en 2002 los restantes componentes continuaron utilizando ese nombre.

En una tesitura parecida se encuentran los legendarios garajeros The Sonics, surgidos en Tacoma en 1960 y desbandados por completo entre 1966 y 1968, algunos para ir a la universidad y otros para ganarse el pan de una manera más tradicional. Se reunieron en 1972 para un concierto en el Paramount Theater de Seattle y posteriormente gracias al punk su figura se fue rodeando de un aura mítica de precursores que les llevó a regresar con todas las de la ley ya en 2007, una vez que se habían jubilado de sus respectivos trabajos.

En la actualidad, el interés por su propuesta no ha disminuido un ápice, quizás hasta ha aumentado, pues en su última gira llegaron a agotar entradas en Madrid, Barcelona, y también en Bilbao en una sala Stage abarrotada de peña bailonga y todos los clásicos del rockerío local, un evento fundamental en la escena al que había que acudir sí o sí. Pese a que cuenten solo con un miembro original, el saxofonista Rob Lind, su nombre constituye para muchos el único aval necesario para acudir en masa a sus guateques en los que predomina el repertorio ajeno.

Esta era ya por lo menos la tercera vez que veíamos a The Sonics en directo, o más bien a lo que queda de ellos, y la impresión que nos llevamos fue la misma que la de anteriores ocasiones. Su verbenilla es muy entretenida y para pasar un rato agradable siempre se antoja buena opción, pues no costó en absoluto meterse en harina desde el comienzo con su inapelable “Cinderella” o el himno de Eddie Cochran “C’Mon Everybody”, muy bien llevada y cantada por el jovenzuelo guitarrista Evan Foster.

“Have Love, Will Travel” de Richard Berry posee asimismo una historia importante detrás, como señalar que el público generalista se fijó en la adaptación endurecida de The Sonics a raíz de un anuncio de coches en 2004, y en “He’s Waiting” tomó el testigo a la voz el teclista Jake Cavaliere, que no es para nada un desconocido al liderar la incendiaria formación californiana The Lords of Altamont. Maravillas del pluriempleo.

Con el superviviente Rob Lind, ex piloto de caza de combate durante la guerra de Vietnam, comandando a la audiencia, aquello fluyó de manera muy natural, aunque el sonido no fuera el mejor posible. Un detalle insignificante que tal vez cobraría su relevancia en un bolo de rock progresivo, pero no desde luego en uno de garaje. A buscar exquisiteces a otra parte.

Eso sí, considerar a The Sonics precursores del punk probablemente sea lanzar demasiado las campanas al vuelo, porque por muy chirriante que fuera su sonido en la época, todavía estaba a años luz del de ‘Raw Power’ de Iggy Pop and The Stooges, por ese mismo motivo podríamos remontarnos incluso hasta los tiempos de Elvis. Volvieron al saqueo ajeno con el frenético “Lucille” de Little Richard, que les quedó muy bien, dicho sea de paso, antes de condescender con un predecible “Louie, Louie”, más trillado que el tebeo pero que consiguió que la peña moviera los brazos como en un guateque postdesarrollista. El chaval de la guitarra se lució de lo lindo en los punteos.

Interpretar hoy en día el “Money” popularizado por los Beatles se antoja un tanto risorio, aunque bordan con una precisión tal las incursiones fuera de su exiguo catálogo que hasta se les pueden perdonar estas faltas. En ese sentido, el “Keep A Knockin”, del pionero Richard de nuevo, sirvió de sobra para espolear a la muchedumbre en la recta final.

Y con el subidón encima del respetable, las leyendas se arrancaron con su celebérrimo “Psycho”, que desató el delirio hasta el último rincón de la sala, se movieron los brazos más que nunca e incluso algunos se atrevieron a montar pogo. No se podrían marchar de esta guisa y cuando se vio que regresaban la chica bailonga que teníamos al lado aulló casi como una locomotora, impresionante recibimiento para otro clásico ajeno, el “I Don’t Need No Doctor” de Ray Charles, que después de haber escuchado en nuestra juventud hasta reventar la versión de W.A.S.P., aquello se asemejaba a simples juegos florales.

El festín no defraudó con la última traca de “Strychnine”, otra ocasión en bandeja de plata para alabar la labor del precoz talento de las seis cuerdas, el saxo Rob Lind solo tenía ojitos para él. Y “The Witch” finiquitó con galones la sesión nostálgica, no sin antes prometer que regresarían a la ciudad con un nuevo álbum, su referencia más reciente data de hecho del 2015, tampoco es tanto para un grupo de su trayectoria, entre disco y disco han llegado a pasar cerca de cuatro décadas. Pura minucia.

A pesar de sus resultonas composiciones propias, la verdad es que en esencia en las distancias cortas siguen siendo unos saqueadores de temazos con notable habilidad, no vale cualquiera para aportar el brío requerido a piezas de otros autores. Por esa tendencia al expolio cultural nosotros siempre los consideramos algo sobrevalorados, aunque no obviamos su granito de arena a la hora de desarrollar tendencias que explotarían varios años después. Cimientos sobre los que construir. O destruir.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Alfredo Villaescusa
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