Crónicas
Sonorama Ribera 2021
«Estoy convencido de que esto de los conciertos sentados es una especie de selección natural para distinguir a los que les importa verdaderamente la música y a los que prefieren el postureo inmisericorde. En cualquier caso, me quedo con eso de que la vida es lo que pasa entre festi y festi»
Del 12 al 14 de agosto de 2021
Recinto Ferial, Aranda de Duero (Burgos)
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
Pocas veces un festival estuvo en el punto de mira de tanta gente. Desde que se difundió el dato de que más de 2.000 personas se contagiaron en las citas catalanas del Cruïlla, Vida y el Canet Rock, la música en directo entró de lleno en la categoría de esos sectores demonizados que desde luego no tienen derecho a trabajar en plena pandemia. Da igual que la actitud del Govern de avalar primero los protocolos y luego lanzar la piedra y esconder la mano fuera de lo más miserable que uno pudiera encontrarse en la clase política actual. Tampoco se tuvo en cuenta que fuera de nuestras fronteras en Lollapalooza se juntaran más de 100.000 personas sin mascarilla y apenas se registraran poco más de 200 casos. Las cifras siempre están ahí para airearlas según conviene.
Pero en materia de seguridad en el Sonorama Ribera del 2021 se hicieron las cosas bien, a pesar de los típicos descerebrados que no atienden a razones y les parece de lo más normal subirse a una silla para grabar un vídeo con el móvil. Con el público dividido en varias zonas de 1.000 asistentes, no había demasiado margen para ese descontrol que antaño asociábamos a las citas veraniegas. Había una zona de barra y comida en la que también había que permanecer sentado, por lo que eso de deambular sin rumbo fijo no estaba permitido. O te sentabas a ver un concierto o te tomabas una birra y seguías el bolo desde más lejos. El personal de seguridad se daba bien de vueltas por todo el recinto y al que no seguía las normas sanitarias enseguida se le pegaba el toque. En ese aspecto, de comportamiento irresponsable nada de nada.
Otra característica del festival es que se convirtió en un auténtico altavoz de la España vaciada, pues la reivindicación de la reapertura del ferrocarril Madrid-Aranda-Burgos fue constante durante los recitales de diversas bandas. Es una vergüenza que se haya dejado prácticamente incomunicada a una localidad con tanto potencial en materia gastronómica y de cultura del vino como Aranda de Duero. Y no hablemos ya de esos pueblos de la región que cuentan con uno o ningún transporte público al día. No es fuste que en ciertas zonas del país se malviva con servicios que parecen del siglo XIX. ¿Esto era el progreso?
Rock n’ roll de madrugada
En la primera jornada no puede decirse que predominara precisamente el rock, era más bien una rara avis reservada a crápulas noctívagos. Tras el indie del dúo Cala Vento, pasamos de largo las propuestas de Nach o El Kanka. Tal vez nos pudiéramos detener un poco en Sidonie, cuyo concierto tuvo retazos rockeros y resultó bastante más entretenido de lo que barruntábamos.
Los catalanes emularon a New Order o el rock danzón a lo Franz Ferdinand en “Me llamo ABBA” y su vocalista pidió iluminar a la peña para ver sus “outfits”. Entretener con el respetable sentado no resulta sencillo, pero Marc Ros y compañía lo consiguieron gracias al desparpajo de un comunicativo frontman que amagó con enseñar “un tanga de leopardo” y expresó su deseo de “meter la lengua a la gente”, algo que obviamente no pudo cumplir. Se marcaron notables duelos instrumentales protagonizados entre teclado y batería en su faceta más psicodélica y no descuidaron tampoco el pop elegante a lo The Smiths de “Carreteras infinitas”. Superaron por completo nuestras expectativas.
Los murcianos Viva Suecia son quizás uno de los grupos indies del momento y si uno les contempla en directo, lo entiende perfectamente. Un servidor tampoco alucina tanto con ellos como otra gente, pero lo cierto es que gozan de un sonido apabullante cargado de épica en las distancias cortas. Que no te emocionen temazos como “Los años” o “A dónde ir” debería ser para hacérselo mirar.
Su vocalista Rafa Val entona además de manera impecable y aporta el contrapunto necesario a ese colchón shoegaze que sobrecoge al escucharlo de cerca. Fue un bolo de estrellas totales. Como si se trataran de U2 por lo menos. Que la gente se desviva por cantar a pulmón incluso con mascarilla da buena cuenta de su tremendo potencial, aparte de que su componente guitarrero te hace enseguida conectar con ellos. “Lo que te mereces” o “Bien por ti” son himnos que incitan hasta a levantarse de la silla, como les sucedió a algunos que no pudieron controlar la emoción. Una pasada.
Se tornó por completo incomprensible que el grueso de los asistentes se marchara antes de la actuación de Los Zigarros. Pero sobre gustos no hay nada escrito, pues los hermanos Tormo no engañaban a nadie, hicieron lo que mejor sabían, puro rock n’ roll del que se te vuela hasta la peluca. Desde que arrancaron con “Resaca” y “Voy a bailar encima de ti” hicieron estremecer a los pocos fieles que aguantaron en el recinto a los que les dio exactamente igual la abundancia de sillas vacías. El rock n’ roll no entiende de modas de mierda.
Ovidi se salió poniendo poses a lo Pete Townshend y tocando con la misma pasión como si hubiera ahí miles de personas. Toda una estrella con actitud de chulazo que sabe lo que hay que ofrecer encima del escenario. El guitarreo a lo AC/DC de “Malas decisiones” nos supo a gloria en un festival indie, al igual que ese trallazo llamado “A todo que sí” con el que costaba permanecer en el sitio. Que les den bien dados a los que se piraron y se perdieron un bolazo tan espectacular.
Si “Hablar, hablar, hablar…” no te hace mover un poco la pierna, mejor compruébate la tensión, no sea que te hayas quedado sin sangre. Idéntica recomendación haríamos con el trallazo “Dentro de la ley” o con “¿Qué demonios hago yo aquí?”. Vindicación del rock n’ roll y de la autenticidad elevada al cubo.
Las fiestas del mañana
La segunda jornada del Sonorama Ribera nos pilló en medio de la ola de calor que azotaba a gran parte del país y lo cierto es que había que estar hecho de una pasta especial para aguantar impertérrito desde las seis de la tarde. Como ya hemos explicado, en la zona de conciertos uno no podía quitarse la mascarilla, por lo que lo de refrescarse el gaznate viendo un bolo era más bien una mera utopía.
Con ganas de catar a los andaluces Derby Motoreta’s Burrito Cachimba acudimos presto al recinto, pero oh sorpresa, la acreditación que el día anterior valía para hacer fotos, ya no servía, por lo que nos tuvimos que dar el paseíto de rigor hasta la caseta de acreditaciones y ahí descubrir que todo se debía al error de un responsable de seguridad. En fin, agradecemos que se preocuparan por nuestra salud cardíaca y nos obligaran a darnos una buena pateada a pleno sol.
Por culpa de este desafortunado incidente, nos perdimos parte de la actuación de los herederos contemporáneos de Triana, aunque conseguimos constatar el nivelazo de su vocalista Dandy Piranha, así como del resto de la competente y variopinta banda. Todo lo que hayáis oído sobre ellos es cierto, son muy grandes en las distancias cortas.
Derrocharon furor psicodélico y su llamada “kinkidelia” alcanzó su punto álgido con “The New Gizz” antes de que adquirieran tintes proféticos con “Aliento de dragón”. Lástima que su tiempo en escena se hiciera tan corto, son indiscutiblemente uno de los grupos que cualquier melómano debería ver hoy en día.
Sin abandonar Andalucía ni tampoco la psicodelia, era el turno de la malagueña Anni B Sweet, cantautora etérea con un chorro de voz espectacular y una banda de acompañamiento que desde luego era algo más que una mera comparsa, tanto el competente guitarrista como el batería dieron fe de ello. A esta chica siempre la hemos considerado una suerte de Lana del Rey patria, aunque su reciente cambio al castellano en ‘Universo por estrenar’ nos desbarata un poco los esquemas.
Nos dio pena que no se atreviera con aquella pedazo versión del “White Rabbit” de Jefferson Airplane que se marcó hace unos años en el Sonorama, pero el poso setentero sigue muy presente en su música, caso de la vaporosa “¿Qué hago yo aquí?” o del aire de road movie de “Buen viaje”. Previamente a salir a escena la presentaron como “una de las mejores voces de este país” y no nos atreveríamos ni por asomo a discutir semejante afirmación porque uno podía estar escuchando sus angelicales tonos durante horas. Una maravilla.
Pasando de largo el rollo electrónico medio trap de Delaporte llegamos hasta Amaral, una de las actuaciones estelares del día y que convendría reseñar pese a que se nos salga un poco de tiesto. Con un espectáculo renovado de corte futurista que comenzó tras la intro de “All Tomorrow’s Parties” de la Velvet Underground, apelaron en un principio a New Order en “Señales” mientras su vocalista descubría su cara tras quitarse una especie de esfera.
Ya cuando se arrancaron con sus clásicos “El universo sobre mí” y “Marta, Sebas, Guille y los demás” se formó el delirio entre el respetable. Da igual que te guste el punk, el heavy, el thrash o lo que sea, cualquiera con dos dedos de frente estaría de acuerdo en que Eva Amaral posee una voz deslumbrante, repleta de fuerza y de capacidad para emocionar. Lo cierto es que tampoco les suelo escuchar mucho en casa, pero las veces que les he visto en directo siempre me han parecido una bandaza del copón.
Hubo además momentos realmente rockeros en “Hoy es el principio del final” y muy conseguido les quedó eso de intercalar un fragmento de “Bizarre Love Triangle” de New Order al final de “Entre la multitud”. No fue ese el único homenaje que intercalaron durante la noche, también en “Hacia lo salvaje” recordaron el celebérrimo “A galopar” de Rafael Alberti y Paco Ibáñez, todo un emblema de la lucha antifascista. La de verdad. Había que estar muy ciego para no disfrutar de semejante recital.
León Benavente son otros de los que no defraudan nunca y que además legaron una de las mejores actuaciones de todo el festival. Iniciaron una suerte de in crescendo con “Cuatro monos” antes de imbuirse de orientalismos en “Amo”, podrían haber contado para esta última con Eva Amaral, que canta dicha pieza en el disco. Volvieron a los tiempos de su debut con la soberbia “Estado provisional”, que sonó bastante más potente que en estudio, antes de “La ribera”, con el vocalista Abraham Boba muy crecido gritando partes de la letra a la multitud. Enorme.
El frontman de apariencia bohemia recordó cuando tocaron por primera vez en un Sonorama “Animo, valiente”, otra revisión que reforzó su carácter más contundente. De su último trabajo ‘Vamos a volvernos locos’ rescataron “Ayer salí”, todo un trallazo muy apropiado en época de pandemia, previamente a que les diera por diseccionar la idiosincrasia peninsular en “Gloria”. Sin descanso para recuperar el aliento.
La letra de “La palabra” sigue hipnotizando como la primera vez que la escuchas, pero todavía quedaba el éxtasis colectivo de “Ser brigada” con la peña enfervorizada hasta el límite de lo permitido. Si no fuera por aquello de mantener la distancia de seguridad y demás, seguro que Abraham Boba en esta pieza se habría lanzado a la multitud como hacía antaño. Los pogos nos harán libres. Fundamentales desde ya en la historia musical de este país.
Quizás lo mejor de los festivales sea descubrir grupazos de los que hasta entonces no tenías la menor consciencia, por ejemplo, los cartagineses Arde Bogotá, que recientemente han fichado por Sony y han editado un álbum mayúsculo como ‘La Noche’. La etiqueta “indie” se suele utilizar de manera bastante gratuita y errónea y lo mismo te vale para definir a bandas que no tienen absolutamente nada que ver. En este caso, empero, sí estaría justificada, porque estos chicos pueden recordar tanto a Arctic Monkeys en “Cariño” como a Franz Ferdinand o a los Royal Blood más bailongos. No en vano en “Millennial” se preguntaban si el rock había muerto o se lo tenían que “cargar”.
Con su espectacular abanico de influencias dieron toda una lección de cómo debería sonar el rock del siglo XXI, sin el aroma a naftalina de los que no hacen otra cosa que rememorar épocas pasadas y sin complejos si es necesario acercarse a un rollo más comercial tipo U2, algo que ellos ya intentan en “Big Bang”. Y “Quiero casarme contigo”, como dijeron, “no es una declaración de amor, sino todo lo contrario”, aunque cualquiera podría caer rendido a sus pies tras escuchar el sonidazo que se gastan de cerca. Si existiera justicia en este mundo, deberían llenar pabellones ya. Tremendos.
El día de los placeres culposos
Dicen que el mismo concepto de “placeres culposos” no debería existir, pues es complicado que te guste algo y a la vez sentirse culpable como si uno estuviera cometiendo un crimen. El pensamiento true ha provocado miles de damnificados y no resulta extraño encontrarse con tipos que mantienen un discurso friendly en redes sociales mientras su comportamiento con el resto de semejantes dista de ser ejemplar. Si te llama algo, hay que asumirlo, y no esconderse bajo la capa de aguerrido. Liberémonos de complejos.
Con tal actitud convenía afrontar la última jornada del Sonorama en la que predominaban combos de esos que te mirarían con cara rara si admites que te gustan. Ya de entrada, el indie pop con dejes a Los Planetas de Comandante Twin no estaba mal como entremés y bien valía para ir entrando en materia antes de las desenfadadas chicas de Ginebras, que salieron cada una vestida de un color como si fueran Parchís. Hay que pillarles el rollo, pues se nota en sus letras que llevan mucho cachondeo en las venas, por algo cantan a los flechazos en el metro, al postureo moderno o a la canícula madrileña en “La ciudad huele a sudor”. Y esto no sé si les abrirá o cerrará puertas en determinados ámbitos, pero hasta Andrea Levy, portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Madrid, es fan de ellas.
Hablan demasiado en los conciertos, pero son conscientes y se descojonan de ello, aunque en su bolo en el Sonorama, por aquello de la limitación de tiempo, intentaron controlar este aspecto. Pero sus cosas buenas superan de goleada a las malas, pues eran tremendamente divertidas, sus canciones de algodón de azúcar se te quedan en la cabeza a la mínima y muchas melodías suyas sonarían clavadas a los Ramones si tuvieran más velocidad, como la genial “Chico Pum” o esa “Metro de Madrid informa” con la que se emocionaría hasta Joey Ramone. Ahora que no nos mira nadie, confieso que me encantan.
Muchas esperanzas teníamos también depositadas en La La Love You, otros de los aledaños del foro que llevan subiendo como la espuma desde hace ya un tiempo y que se confiesan influenciados por todos los grupos de pop y punk en castellano, ahí es nada. Son otros que siguen la senda ramoniana en la lejanía, pese a que utilicen múltiples efectos y detalles que hacen que su música apele a un público eminentemente juvenil. Y hay que reconocer que posee cierto atractivo su microcosmos de animadoras, vestuarios y adolescentes enamorados hasta las trancas. Como una peli de ‘American Pie’, vaya.
Qué pena que en directo parezca que llevan pregrabados a mansalva, porque “Irene”, “Laponia” o “La canción del verano” siguen siendo temazos absolutos, no hablemos ya de su himno para corazones rotos “El fin del mundo”. Ojalá me equivoque y pueda comprobar en una sala que son algo más que un mero paripé en el que sus verdaderas habilidades quedan sepultadas en una maraña de artificialidad. Flojos.
La Habitación Roja son ya unos veteranos del panorama indie patrio, pues su trayectoria abarca ya casi tres décadas y su presencia no es para nada extraña en Sonorama y demás festivales del palo. Nos sorprendió el poso guitarrero de su propuesta, aparte de su considerable colchón shoegaze, y lo cierto es que escuchar en las distancias cortas composiciones tan potentes como “Voy a hacerte recordar” o “1986” estremece como poco. Ellos ofician a un nivel muy superior, se les notan los galones por todas partes, y su vocalista y guitarrista Jorge Martí también lo borda por completo. Si te flipan My Bloody Valentine, Catherine Wheel y otros apóstoles del ruido, es muy probable que les pilles el puntillo. Un recital para sibaritas.
Entre grupo y grupo salió a escena Javier Ajenjo, director del festival, que con copa en mano reivindicó el vino Ribera del Duero y la cultura segura, algo más que necesario ante tanto ataque gratuito desde esas instituciones que en teoría deberían representar a todos. “La vida es lo que pasa entre Sonorama y Sonorama”, dijo apelando al lado sentimental y dejándonos con unos de los hijos pródigos de la cita desde sus comienzos.
En efecto, hablaba de Vetusta Morla, que dieron un cuidado bolo de cabezas de cartel con una reseñable puesta en escena en la que hubo hasta imágenes de pájaros. No en vano lo que hemos vivido en el último año ha tenido mucho de jaula por las restricciones que hemos tenido que soportar debido al coronavirus. “Estamos vivos y vamos a demostrarlo”, decía el vocalista Pucho al poco de comenzar el show con “Los días raros” y la verdad es que no necesitó esforzarse demasiado para que la multitud comiera de su mano.
Como si fuera una especie de homenaje a la tierra en la que se encontraban, invitaron al dúo burgalés Fetén Fetén para interpretar el vals “23 de junio” y luego “Finisterre”, su último adelanto que formará parte de su futuro álbum ‘Cable a la tierra’. Todo un homenaje a esa España vaciada que en este lugar cobraba más relevancia que nunca.
La temperatura siguió subiendo entre el respetable con “Sálvese quien pueda” y “Valiente”, por lo que los ánimos andaban ya bastante caldeados cuando el cantante sugirió una romería “laica y popular” hasta la Plaza del Trigo. Ay, cómo se echaron de menos esos conciertos en garitos por la mañana. Esperemos que vuelva la ansiada normalidad cuanto antes. Ese fue el deseo predominante en todo el bolo de los madrileños.
Los alicantinos Varry Brava recuperaron el concepto de los placeres culpables, pues la mayoría en ellos es excesivo, pero en el buen sentido de la palabra. Con su estilo a caballo entre Nacha Pop y Tino Casal, beben a paladas del lado más transgresor y ambiguo del pop de los ochenta, por algo no han dudado en llamar a su disco más reciente ‘Hortera’. Al igual que Vetusta Morla, su puesta en escena fue también reseñable, con predominancia del color rosa, los pantalones de leopardo de su excepcional vocalista o ese teclado en las alturas que solo se podía tocar estirando mucho los brazos.
A los que les encante la década de los cardados y las hombreras, seguramente disfrutarían con “Playa”, “No gires” y hasta la apelación a la música disco de los noventa de “Please Don’t Go”. Para gente sin complejos que adora las boas de plumas, la purpurina, el glam y todo lo que tenga que ver con eso. Impecables.
Y ya el cierre con Jack Bisonte nos pilló reventados, pero con la convicción de que había merecido mucho la pena vivir aquello, a pesar de las actuales circunstancias. Estoy convencido de que esto de los conciertos sentados es una especie de selección natural para distinguir a los que les importa verdaderamente la música y a los que prefieren el postureo inmisericorde. En cualquier caso, me quedo con eso de que la vida es lo que pasa entre festi y festi.
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3 comentarios
Festival de lo más variado en su cartel pero que la única banda rockera que mereció la pena como son los valencianos LOS ZIGARROS ofrecieron una rockera y digna actuación con ese aroma a los TEQUILA que tan bien desprenden sus temas.
Exceptuando a los ZIGARROS pocas bandas rockeras en su cartel.
Que se fue la gente antes de empezar los cigarros? Claro!!! Es que no fue un concierto de rock. Perdonar pero sobra la crónica.