Crónicas

Crónica de Redd Kross + Bullet Proof Lovers: Disparos a bocajarro frente a la fábrica de chicle

«Una munición que sigue conservando plena vigencia a día de hoy, pese a que en ocasiones no consiga establecer una trayectoria adecuada. Habrá que confiar de nuevo en el azar»

7 diciembre 2017

The Secret Social Club, Madrid.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Que una velada salga perfecta depende de multitud de factores. A veces incluso el equilibrio es tan frágil que parece todo un milagro que nada se tuerza. Un recinto inadecuado o un sonido paupérrimo pueden echar a perder por completo hasta el mejor de los recitales. Y en el caso de que seas muy fan del grupo en cuestión, solo te queda cerrar los ojos y esperar a que aquello pase cuanto antes. Un ultraje innombrable al que no conviene poner ninguna cara para que el formateo mental se ejecute de manera instantánea.

Mira que somos fan del malditismo y del lado atormentado de la vida, pero uno de los géneros de los que quizás más disfrutamos en la actualidad sea el luminoso power pop que combina la tralla del punk con las pegadizas melodías del pop. Una simbiosis casi perfecta que ha llevado a algunos críticos a definir dicho estilo como “la mejor música del mundo”. Y lo cierto es que razón no les falta, pues es tal el sentimiento buenrollista que te embriaga al escuchar a The Beat, Teenage Fanclub o los californianos Redd Kross que protagonizan esta crónica que no entendemos cómo no se produce un éxodo masivo a monasterios u otros lugares de recogimiento espiritual.

En definitiva, que íbamos con ganas de presenciar ya por tercera o cuarta vez a los hermanos McDonald en una gira de esas porque sí, ya que llevan sin sacar disco desde su respetable ‘Researching The Blues’ de 2012 y nunca han destacado por su fértil producción artística. Pero eso no supone impedimento alguno para que a lo largo de las décadas se hayan labrado una ingente masa de seguidores capaces de cantar sus himnos a pleno pulmón y de llenar recintos como el de The Secret Social Club de la plaza Tirso de Molina.

Pocos teloneros podrían complementarse tan adecuadamente como esa entente de talentos desbordantes llamada Bullet Proof Lovers, capitaneada por el príncipe del power pop Kurt Baker y miembros de las bandas donostiarras Discípulos de Dionisos o Nuevo Catecismo Católico. Pese a que el personal se moviera menos que un gato de escayola, salieron motivados a tope con agallas para regalar, como las que destilan “Ain’t No Joke”, “Take It Or Leave It” o la adrenalínica “Can’t Let Go”, podríamos citar casi cualquier pieza de su reciente álbum ‘Shot Through The Heart’, un auténtico cañonazo a los sentidos.

La excesiva separación entre músicos y público no les perjudicó en absoluto, pues están más que acostumbrados a saltar a las masas y contagiar ese ímpetu acelerado que llevan dentro. “Podemos oler vuestro sudor”, bramaba el guitarrista Juan antes de elevar el mástil como un escandinavo y desmadrarse igual que si estuviera poseído. En el presente año les hemos visto en directo ya unas tres veces y ya se han convertido en uno de los grupos contemporáneos favoritos de un servidor. Cualquiera que haya estado en un bolo suyo lo entenderá. Siempre enormes.

Si con los teloneros el sonido no fue muy allá, lo sucedido con las estrellas Redd Kross alcanzaba el calificativo de lamentable, una percepción que no era exclusivamente personal, pues un espectador veterano chillaba indignado: “¡No se oye la voz!”. Aquello era una maraña sónica de muy poco fuste, donde únicamente sobresalía la batería que apagaba el resto de instrumentos y lo demás había que intuirlo. Vaya jodienda.

Es probable que los californianos no fueran en un inicio conscientes de la situación porque llevaban su característica sonrisa de satisfacción mientras interpretaban temazos del calibre de “Lady In The Front Row” o la joya “One Chord Progression”, deslucida por completo por las paupérrimas condiciones sónicas. El vocalista Jeff McDonald sigue siendo un osado en lo que respecta a la vestimenta con unos pantalones blancos con dibujos horteras que la decencia aconseja ni siquiera atreverse a imaginarlos.

Lo que sí dolía era pensar en el pedazo repertorio que se estaban marcando sin que se escuchara con la nitidez requerida. Al personal tampoco parecía importarle mucho aquello, pues “Uglier”, uno de los mejores temas de su último disco, se celebró con auténtico alboroto, aunque los más sensatos continuaban exigiendo que se subiera la voz. “Stay Away From Downtown” desató otro griterío mientras un señor decía enfurruñado que “la guitarra no se oye” y la peña lo miraba como poco menos que al viejo Scrooge en ‘Cuento de navidad’. Cada uno a lo suyo.

En la homónima “Researching The Blues” la cosa mejoró tímidamente, pese a que no alcanzaron todavía los mínimos aceptables, pero si se arrancaban con un fragmento del blues desgarrador de The Beatles “Yer Blues” todo se convertía en algo más soportable. Lo mismo pensamos cuando las gargantas se elevaron hasta la estratosfera en “Annie’s Gone”, con un pequeño numerito introductorio del cantante con una tela de colores que parecía un truco de ilusionismo. ¡Ale Hop!

Las féminas entonaron hasta el riff de “Pretty Please Me” y la balada “Mess Around” fue ya el culmen del griterío y uno pensó de inmediato en ese sentimiento de hermandad que poseen los bolos de Teenage Fanclub. La chica que teníamos delante pegó un morreo al novio de la emoción y se le arrejuntó, quizás un preludio de lo que le esperaría a la noche. Cuando decimos que en estos recitales se desatan grandes pasiones es por algo.

En sus conciertos no puede faltar el preceptivo homenaje a KISS en forma de un “Deuce” que siempre les queda impecable con esos movimientos de melena clavados a los de Paul Stanley y Gene Simmons. Y se despegaron por un rato de la etiqueta de moñas con la tralla hardcoreta de “Linda Blair”, que quizás alargaron innecesariamente.

Reservaron para los bises el algodón de azúcar de “Bubblegum Factory” y otra versión de The Beatles, otra de sus influencias ineludibles, nada menos que el “It Won’t Be Long” del segundo álbum de los Fab Four, donde hasta al señor mayor enfurruñado se le pasó el enfado y cantó emocionado lo de “You’re coming home” antes de que mutaran en un ritmo circense. Y cerraron, como no podría ser de otra manera, apelando a la dulce irrealidad con “Jimmy’s Fantasy”.

Una lástima que el negro nubarrón del sonido no lograra disiparse por completo y echara a perder tantos disparos a bocajarro frente a la fábrica de chicle. Una munición que sigue conservando plena vigencia a día de hoy, pese a que en ocasiones no consiga establecer una trayectoria adecuada. Habrá que confiar de nuevo en el azar.

Alfredo Villaescusa
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