Crónicas

Ramoncín en Bilbao: Exultante icono transgresor

«Nos quedamos con las ganas de escuchar “Flores negras”, “Soy un chaval” o la todavía más improbable “Pasamos de casi na”, pero para nada salimos disgustados de la sala, sino muy agradecidos por haber disfrutado de un exultante icono transgresor en plenitud de facultades durante cerca de dos horas.»

23 febrero 2024

Sala Stage, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Decía Larra allá por el siglo XIX lo normal que era acabar en la cárcel por “poco liberal” que uno haya sido. Por aquel entonces, ese término no estaba tan secuestrado como hoy en día y tales palabras bien valían para ejemplificar el débil hilo que pendía sobre la libertad de expresión. Pasaron los años, y en el país acostumbrado a quemar herejes en la hoguera, cambiaron los métodos, pero no las ideas carpetovetónicas con hedor a sacristía.

Las redes sociales adoptaron el papel del férreo inquisidor Torquemada y todo un pionero del punk patrio e icono de transgresión como Ramoncín se convirtió en uno de los personajes más odiados del panorama musical. Un odio injustificable producto de la ignorancia que ni siquiera disminuyó tras una sentencia absolutoria por el famoso escándalo de facturas falsas de la SGAE. El daño ya estaba hecho, pues por estos lares hace tiempo que la presunción de inocencia muchos se la pasan por el forro.

Una de las veces en las que Ramoncín tocó en Bilbao fue tan sonada que tuvo que abandonar el escenario por lanzamiento de objetos, un episodio de los comienzos de su carrera que todavía recordó en su cita en la capital vizcaína. Fue uno de esos eventos señalados en rojo que no se quería perder nadie del rockerío local, y por eso se agotaron entradas en la sala Stage, con una colosal muchedumbre en el recinto.

Lamentablemente, por cuestión de horario, no pudimos disfrutar del repertorio habitual que Ramoncín suele interpretar en directo, y nos resultó casi incomprensible que no sonaran “Marica de terciopelo” ni ‘Ángel de cuero”, esa maravilla inspirada por una columna del recordado dandi literario Francisco Umbral. Pero eso no quita para que saliéramos satisfecho por ver a una leyenda del rock patrio en un estado físico y de entrega brutal.

Tanteó en un inicio el terreno con piezas discretas tipo “No volarán”, pero el ambiente despegó de un plumazo con el himno “Putney Bridge”, con una banda impresionante en la que sobresalía el guitarrista Guss Martín, todo un veterano de las seis cuerdas con varias décadas de trayectoria a las espaldas al que ya habíamos visto con otros combos, aunque no sabríamos precisar cuáles. La promesa que nos hizo Don Ramón de que íbamos a contemplar a un grupo de rock de verdad la cumplió por completo.

El vínculo que siempre le unió con el País Vasco (se contaba que llevaba en la chupa de cuero un pin de HB y hasta llegó a grabar una versión en euskera de “Hormigón, mujeres y alcohol”) quedó patente en el descomunal cariño que le profesaba la afición, con gritos de “guapo” por doquier y sin perder ni un detalle del show.

Uno de los colofones de la velada se alcanzó con la glorificación de los suburbios de “Chuli”, con una interpretación magistral de poner pelos de punta. Ah, y no debemos pasar por alto el detalle nostálgico de salir luciendo ese mismo rombo en el ojo que paseó con una chulería y descaro nunca vistos en televisión ante la presentadora Mercedes Milá. Grande. Gestos de este calibre le honraban ante sus fieles.

Ramoncín sigue siendo un tipo comprometido, lo demostró cuando se acordó de las víctimas de la violencia machista antes de “La chica de la puerta 16”, esa genialidad que compuso junto al maestro Pepe Risi de Burning. Y “Reina de la noche” fue otro de los instantes más esperados, una escalera más hacia el cielo al que habríamos llegado si no se hubieran olvidado de “Ángel de cuero”.

Recordó a los que se quejan de que ahora no hay libertad lo peligroso que era antaño presentarse con pendiente y pelo largo en el paraninfo de la universidad en Madrid. Presumió además de que muchas de sus canciones fueran censuradas (o canceladas, como se dice ahora) en su época y como testimonio de aquello ahí estaba “Hola, muñeca”, que devino en un estremecedor blues contundente que prohibirían sin pensárselo algunas mentes totalitarias en la actualidad.

Precisamente, esos mismos personajes también encontrarían problemas en ciertas estrofas de “Canciones desnudas”, pero estábamos ante un artista de veras leal con su público, por lo que no cabrían pasteleos del gusto de los intolerantes. Ni de los de antes ni de los de ahora. Ya nos lo dejó claro el propio Ramoncín en una entrevista en la que aseguró que no diría “todes” ni aunque le colgaran “de las pelotas en la Puerta del Sol”.

El frontman llamó la atención sobre el hecho de que apenas se vieran móviles dando por saco en el recinto, y la verdad es que no recordamos demasiados infraseres deseosos de grabar vídeos que luego nunca verán. Con todo el influjo, o más bien secuestro, de la tecnología hoy en día ya tenía mérito conseguir atraer la atención de una manera tan abrumadora. Chapó absoluto por él y su banda.

“Como un susurro” valió para que el madrileño estrechara lazos con los fans de las primeras filas sin dejar de cantar ni un solo momento antes de enlazar con la inevitable “Rock & Roll Duduá”, donde recordó más que nunca a sus paisanos Burning y con el gran Guss Martín coronándose una vez más a las seis cuerdas.

Entre el repertorio había temas que si uno se los escucha en casa tal vez no destaquen demasiado, pero que en las distancias cortas adquirían otra dimensión diferente, mucho más potente. Era el caso de “La cita”, o más adelante, una épica “Miedo a soñar”, con una interpretación deslumbrante por parte del septeto.

Como hemos mencionado, a causa del horario tuvieron que recortar el repertorio, pero todavía hubo margen para disfrutar de un “Estamos desesperados”, coreado a pulmón de principio a fin, o de un inmenso “Barriobajero”, aunque fuera en versión amputada. Íbamos a levantar el puño para gritar lo de “Me siento orgulloso de ser un barriobajero”, pero nos quedamos con las ganas porque prescindieron de la mejor parte de la canción.  Para la próxima.

Regresó Ramoncín a las tablas advirtiendo que “faltaba algo” y se arrancó con el rock n’ roll chulapo y macarra de “Felisín el vacilón”, otro de los momentos que justificaba no haberse perdido semejante show. Habría sido grave olvidar “Al límite”, puro rock americano en la senda de Springsteen al que solo le faltaba el saxofón, o la inapelable guinda del pastel con “Hormigón, mujeres y alcohol”, que preguntó si la preferíamos en castellano o en euskera antes de arrancarse con unas estrofas en la lengua de Aresti.

Nos quedamos con las ganas de escuchar “Flores negras”, “Soy un chaval” o la todavía más improbable “Pasamos de casi na”, pero para nada salimos disgustados de la sala, sino muy agradecidos por haber disfrutado de un exultante icono transgresor en plenitud de facultades durante cerca de dos horas. Qué injusticia que todos los ignorantes que realizan comentarios en su contra jamás se atrevan a ir a un concierto suyo para que se les cierre la boca a base de actitud y guitarrazos. Respeto eterno al verdadero y único ángel de cuero.

Alfredo Villaescusa
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