Crónicas

Paul Collins en Bilbao: Rock N’ Roll del siglo XXI

«A veces una hora y pocos minutos puede dar para mucho, como constatar el respetable estado de forma de un septuagenario que desde luego podría dar sopas con honda a unos cuantos jovencitos en cuestión de actitud.»

27 octubre 2024

Sala BBK, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Para convertirse en un referente no hace falta llenar descomunales estadios ni tampoco llegar a una edad venerable. Basta poner sobre la mesa el material publicado y comprobar cómo existe una generación que bebe los vientos por esas composiciones o que incluso un grupo de renombre se apropia de una canción en concreto y tiene tal éxito que la mayoría acaba pensando que es suya. Pero no, hay que reconocer el mérito al que se lo merezca, sobre todo si hablamos de currantes del rock con varias décadas de trayectoria a las espaldas.

La huella de Paul Collins puede sentirse en la actualidad especialmente en Kurt Baker y otros combos de power pop contemporáneo, por algo siempre se le consideró el rey en este género. Un título que para nada le ha caído del cielo por motivos de sangre, sino que se lo ha ganado a pulso con discos y temazos como pinos. Casi parece una ironía que justo cuando se disolvía en 1978 la banda que Collins fundó junto a compositores tan hábiles como Jake Lee o Peter Case, The Nerves, ese mismo año Blondie lo petara con su revisión de “Hanging on the Telephone”.

La última vez que vimos a Paul Collins en Bilbao fue en un abarrotado segundo piso del Kafe Antzokia allá por 2015 y recordamos que se montó un fiestón impresionante. Con aquello en mente, no entendemos cómo en esta ocasión les dio por un formato tan rígido en la céntrica sala BBK con butacas numeradas y sin posibilidad de levantarse, por mucho que el repertorio lo demandara en determinados tramos. Habrá alguno al que no le importe permanecer sentado mientras se están marcando un bolazo, pero a nosotros nos dejaron bastante mal recuerdo esos recitales con sillas que proliferaron durante la dictadura cultural de la pandemia.

Pero bueno, habría que adaptarse a la situación, a pesar de que conocemos casos de gente que no asistió al concierto de Paul Collins por tratarse de una sesión numerada con asientos. Hubiéramos preferido lanzar las sillas a la hoguera, aunque un servidor es tan fan de este señor que le vería incluso si tocara en globo o parapente.

Los que se pensaban que ofrecería a sus setenta palos un recital de jubilado se equivocaron por completo tras un colosal arranque con el himno “Rock N’ Roll Girl” para calentar gargantas pero bien. El festín continuaría repasando la primera etapa de The Beat con joyas del power pop como “Let Me Into Your Life”, “Don’t Wait Up For Me” o “I Don’t Fit In”.

Vale que el tipo tiene sus años y quizás no se parezca demasiado al jovenzuelo que aparecía en la portada de los discos de The Beat, pero conserva la voz en un estado muy digno. La colosal banda que le acompañaba, con mención especial para el bajista pluriempleado Juancho, que también toca con Kurt Baker, engrandecía un legado que no precisó de presentación en la mayoría de los casos.

Como si fuera discípulo de Ramones (fue más bien contemporáneo), encadenó pieza a pieza sin apenas descanso, toda una gesta para un señor de una edad considerable. El repertorio no poseía arista alguna por la que se pudiera colar el aburrimiento, con cortes que bordeaban el punk como “U.S.A.” o “Walking Out On Love”, pero tampoco oficiaron a piñón pijo, pues se marcaron otras piezas más para canturrear como “Work-A-Day World” o “C’Mon Let’s Go”. Y todo ello sin perder ese concepto guitarrero y directo que es la base del género power pop.

¡Estás como una cabra!”, le gritaban algunos señores, quizás envidiosos de la tremenda vitalidad que el neoyorquino afincado durante una temporada en la península todavía desprendía sobre el escenario. Cierto es que el foco se puso en los comienzos de su carrera con The Nerves o The Beat, pero también hubo espacio para composiciones recientes como “Stand Back and Take a Good Look”, que daba título a su último trabajo de estudio y poseía bastante eco a los inicios de The Beatles.

Las inconfundibles notas del empiece de “You Won’t Be Happy” apelaron a la fibra sensible, ese terreno de sensaciones reconocidas, y Collins anunció la intención de volver atrás “hacia el mismo principio de todo” antes del clásico impepinable de “Hanging on the Telephone”. Ya solo por ese momento había merecido la pena acudir al bolo.

La peña aplaudía de vez en cuando y tal vez aquello ejercía de gasolina perpetua para Collins, que lejos de aflojar el pistón, pisaba aún más a fondo el acelerador. El colofón en este sentido se alcanzó con una arrolladora “One Way Ticket” de The Nerves, a velocidad de crucero importante y con una única pausa para despedirse. Impresionante.

Volvió en plan solitario para marcarse “Many Roads To Follow” y “You and I” sin la ayuda de la banda, que ya se incorporó en otro hit del calibre de “Different Kind of Girl” y en una inapelable “All Over The World”, que Collins recordó que “en 1984 estaba sonando por todo el país”. Una piedra angular del power pop en la que el guitarrista aprovechó para lucirse en el solo.

A veces una hora y pocos minutos puede dar para mucho, como constatar el respetable estado de forma de un septuagenario que desde luego podría dar sopas con honda a unos cuantos jovencitos en cuestión de actitud. Los que teníamos al lado decían que terminaría a las 21.30 y que a las 22.30 estarían en la cama y sin resaca. El Rock N’ Roll del siglo XXI, añadieron. Pues a tope con ello.

Alfredo Villaescusa
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