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Crónica de Mike Farris en Barakaldo (Bizkaia): Un genio a ras de suelo

A veces cuando te sueltan la palabra acústico es para echarse a temblar. Conviene prepararse para una velada tranquilita, sin demasiado desmelene, y estar listo para un recital por lo menos diferente. Pero hay artistas que son verdaderos maestros en este género sin pretenderlo, así a bote pronto nos acordamos del añorado Sylvain Sylvain de New York Dolls, que incluso consiguió que parte del respetable ladrara en una ocasión y que la mayoría saliera del recinto más que satisfecho tras una suerte de mezcla de cuentacuentos y concierto de rock.

El competente y otrora fundador de Screamin’ Cheetah Wheelies Mike Farris pertenece sin duda a esa estirpe de artistas tan sublimes que pueden brillar en múltiples registros, incluso aunque estos sean antagónicos. Tal fue el caso del bolo acústico que ofreció en un recinto tan poco habitual para el público rockero como el Teatro Barakaldo, con unas condiciones sónicas tan impecables que deberían ponerle en el punto de mira de aquellos deseosos de ofrecer un espectáculo más sosegado, pero no por ello exento de emoción.

Dada la tendencia a la comodidad de los fieles no teníamos claro si la cita acabaría siendo un llenazo absoluto o más bien un mero pasatiempo de los cuatro freaks de turno. Al final se congregó una más que considerable afluencia, con gente que parecía local y un importante grupo de auténticos fans que jalearon al norteamericano a lo largo de la velada.

Con un disco relativamente reciente como ‘The Sound of Muscle Shoals’ bajo el brazo, pensamos que Mike Farris le daría bastante cancha a dicho lanzamiento, pero la verdad es que este hombre posee bastante material para tocar, sobre todo si le da por echar la vista atrás hacia los tiempos de Screamin’ Cheetah Wheelies, eso sin contar su prolífica carrera en solitario. Precisamente, de la época de los antes mencionados era “Hello Venus”, que arrancó el bolo con el veterano vocalista desplegando todo su poderío a las cuerdas vocales.

A Farris los divismos le interesan cero, por lo que desde el comienzo demostró una especial cercanía con los asistentes, a los que llamó “hermosos” tras pedir que se iluminaran las luces del recinto. Y del mismo modo restó solemnidad al hecho de estar en un teatro al afirmar que no era necesario guardar un silencio sepulcral digno de una obra de Shakespeare, sino que su intención era que se tratara de algo más cercano a un concierto de rock.

Que tiene una predilección particular por el álbum ‘Magnolia’ de Screamin’ Cheetah Wheelies nos lo certificó al rescatar varias piezas del estilo de “Good Time” o “Backwoods Travelin’”, pero su competencia a las cuerdas vocales era tal que en el fondo daba un poco igual lo que tocara. Desplegó un chorro de voz impresionante que encontró un gran aliado tanto en la privilegiada acústica del lugar como en la buena predisposición de los fieles, que dieron palmas, no verbeneras, sino espontáneas, desencadenadas por la propia música.

Otro detalle importante es que a pesar de batirse solo ante el peligro, únicamente con una acústica, en ningún momento se tornó cansino o aburrido. Todo ello gracias a las anécdotas y explicaciones que iba intercalando el de Tennessee entre canción y canción. Nos contó lo mucho que le encantaba nuestro país y que la mayoría de turistas se solían decantar por Barcelona, pero que para él Euskadi era su “segunda casa”. En este sentido, se acordó de su amigo Eneko, al que le dedicó la versión de Tom Petty “Swingin’”.

No fue la única incursión en el cancionero ajeno de la noche, pues se atrevió con el mítico “Folson Prisom Blues” de Johnny Cash y hasta con “Corinna” de Taj Mahal, en recuerdo de su mánager Rose, si no me equivoco. También tuvo palabras amables para su esposa, que debía estar entre el público, y aseguró que no celebran su aniversario como las parejas habituales con un día y ya, sino que las celebraciones en su caso duran un año entero. A ese amor que cumplía esa jornada tres décadas de trayectoria dedicó “Let Me Love You Baby”.

Desde las butacas llegaban gritos como “God Bless You, Mike” o “Maestro” y alguno incluso le retaba al decir: “¡A capela!”. Podría haberlo hecho sin demasiada dificultad, pero es que este tipo tampoco es un chulito. Y no dudó en admitir sus propias limitaciones al confesar que había algún punteo muy complicado para tocar y cantar al mismo tiempo. Sin trampa ni cartón.

Si hay un terreno en el que Farris se mueve cual pez en el agua, ese era el de los clásicos góspel, como pudimos comprobar en estudio en aquel “Oh, Mary Don’t You Weep” de ‘Salvation in Lights’, o esa misma noche en directo con “John The Revelator”, una canción tradicional que ha sido versionada por miles de artistas, vale, pero seguro que pocos consiguen la cota de intensidad que logró el bueno de Mike.

Nos explicó además que uno de los primeros temas que escuchó a través de su padre fue “Blue Yodel (T for Texas)” de Jimmie Rogers, así que lo rescató a modo de homenaje. Y con el recordado Tom Petty en la memoria se despidió al de casi dos horas sin que se escucharan ronquidos en las butacas ni nada de eso.

El personal lo gozó tanto que regresó para un bis, que fue también de ‘Magnolia’, “Father Speaks”. No había pocos fans en el recinto del debut de Screamin’ Cheetah Wheelies que echaron en falta algún que otro corte, pero ya se sabe que no se puede contentar a todo el mundo, algo además complicado con tanta tela por cortar.

Farris desafió las convenciones de lo que deberían ser los bolos acústicos y nos legó un concierto divertido, dinámico y encima con un genio a ras de suelo y en pleno esplendor. Qué grande es este señor. Que vuelva cuando quiera a su segundo hogar.

Alfredo Villaescusa

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