Crónicas
Lukiek + Adur en Bilbao: Una química asombrosa
«La energía y el respeto que se tenían entre ellos sobrevolaban en el ambiente y se elevaban por encima de todo lo demás»
16 mayo 2025
Sala Santana 27, Bilbao
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
Quizás en los tiempos que corren sea un tanto idealista pensar que en una banda todos los componentes son los mejores amigos del mundo, pero de vez en cuando uno se ha topado con grupos con miembros que ni se miran a la cara y que bien podrían estar tranquilamente sentados en una oficina en vez de subidos a un escenario. Damos por sentado que debería existir cierta conexión por decreto, olvidando las dinámicas internas, el ego de cada cual o la mera confluencia de intereses contrapuestos.
En el caso de Lukiek, que han cumplido ya una década en activo, nos gustaría pensar que hay algo especial entre ellos. Y si no es así, desde luego son unos actores del copón. Con un sonido que remite inequívocamente al rock alternativo de los noventa, han conseguido labrarse un camino independiente, haciendo las cosas a su manera, e incluso distanciándose de Belako, la banda madre del cantante y guitarrista Josu Ximun. Considerar a este combo un simple proyecto paralelo de estos últimos sería una profunda injusticia, y un craso error.
Recordamos que la última vez que vimos a Lukiek en la bilbaína sala Santana había una notable afluencia de personal, no en vano contaron con una banda de indiscutible tirón como Biznaga. En esta ocasión, tal vez el ambiente no resultara tan agobiante, pero sí que lograron congregar una cantidad de peña bastante respetable, teniendo en cuenta lo complicado que resulta para los grupos locales sacar la cabecita entre tanto concierto programado el mismo día.
Estuvieron además bien acompañados por Adur, toda una propuesta peculiar donde las haya, que ellos definen como “bilbo rave punk” y que puedo garantizar que no existe nada ni remotamente parecido por estos lares. Por el rollo electrónico podrían recordar a VVV [Trippin’ You] o Merina Gris, pero luego escuchas una voz que lo mismo remite al metalcore que al folklore vasco y ya te terminan de volar la cabeza. Por si fuera poco, en “Sutan”, si no me equivoco, hasta tocan una especie de cuerno al comienzo. Para los que dicen que hoy en día no puede sorprender nada, que les peguen una oída y acabarán transformados. Sin complejos.
Los mungitarras Lukiek también han evolucionado en cierta manera con su tercer disco, que sigue la tendencia numérica en cuanto al título, aunque luego las composiciones se tornen más complejas y ambiciosas que antaño. Valga a modo de muestra decir que en su último trabajo hay hasta un tema de casi ocho minutos, algo que ni hubiéramos imaginado en sus álbumes anteriores, al igual que el detalle de introducir vientos.
Siempre agradecemos que los grupos ofrezcan recitales completamente diferentes a la vez precedente y que no tiren de manual sin cambiar ni una sola coma, una actitud más de grises funcionarios que de gente del rock que intenta transmitir algo. En este sentido, nos sorprendió que recurrieran tan pronto a uno de sus himnos como “Don Gomes”, que sigue siendo uno de sus puntos álgidos en las distancias cortas.
Lo cierto es que los días previos no pudimos dar tanta cancha como nos hubiera gustado al último disco de Lukiek, y eso que no es un trabajo de los que entran a la primera escucha, pero diríamos que sonaron la pieza que abría el álbum, “Sagatzak Negar”, así como el corte que le seguía, “Kakarraldoak”, con importante influencia de Smashing Pumpkins.
El trío se presentó con una compenetración alucinante, digna de un triángulo equilátero, se nota que han pasado horas y horas en el local de ensayo puliendo cada detalle. Cada vez que vemos al batería Christian salimos un poco más anonadado por su extraordinaria competencia a las baquetas, pero Antton al bajo tampoco le va a la zaga con su ritmo implacable o Josu a la voz y guitarra, que aporta el enganche definitivo a la propuesta.
Pensamos que quizás se cortarían en directo, pero hasta sacaron el consabido trombón de varas en “Ardi Baltzenak”, su tema de casi ocho minutos que no pierde nada de empaque en su traslación al escenario. Y la recepción no fue para nada indiferente, con el grueso del respetable comiendo tanto de la mano que Josu hasta se acercó al foso en un momento dado.
Lejos de divismos trasnochados, invitaron a las tablas a sus precedentes en escena, para que el hermanamiento entre artistas fuera total, y hasta nos pareció que Josu colaba una referencia a New Order cantando un trozo de “Bizarre Love Triangle”. O tal vez se tratara de una mera sugestión personal, como cuando uno acaba viendo lo que quiere ver. En ese caso, no nos condenen al fuego eterno.
Otro detalle curioso del bolo es que el público se antojaba tan disciplinado que optaba por agacharse sin que nadie se lo pidiera. A un servidor cada vez le cuesta más realizar esa especie de ejercicios acrobáticos, pero valoramos positivamente que los fieles animaran el show sin pedir permiso, solo por el efecto que causaba la música en sus cuerpos. Y esto no sucedió una, sino varias veces.
Si alguna canción debían incluir en el repertorio sí o sí, esa era “Vanpiro Zara Orain”, que desató las gargantas al máximo, como era de esperar, pues se trataba de uno de sus grandes clásicos. Supongo que después de diez años en la brecha ya se puede aplicar dicho término sin pudor alguno. Y como si se tratara de una especie de maldición, a Josu se le rompió una cuerda justo antes de despedirse de las tablas. Por lo menos fue al final.
Regresaron con una impactante revisión de “Kontuz!”, en clave reggae en un comienzo, antes de insuflar su característica furia post punk. No podrían haber elegido un tema más apropiado para dejar un inmejorable sabor de boca entre el personal, de esos que incita a darlo todo y a la vez a quedarse con ganas de escuchar más. Sin saciarse.
Fue un repertorio diferente al de la gira pasada, pero muy efectivo y con gran potencial. Aparte de las canciones, contemplamos una química asombrosa en el trío de Mungia, era algo mucho más grande que no se podía explicar en términos instrumentales, en tocar bien o mal. La energía y el respeto que se tenían entre ellos sobrevolaban en el ambiente y se elevaban por encima de todo lo demás.