Crónicas
Greta Van Fleet + Black Honey + Hannah Wicklund: La catarsis es atemporal
«El rock de Greta Van Fleet tiene de todo menos fuegos de artificio y quien no goce de la genialidad por un mero condicionante cronológico, eso que se pierde»
4 diciembre 2023
WiZink Center, Madrid
Texto: Jason Cenador. Fotos: Alfonso Dávila
El rock and roll siempre tuvo una vocación de catarsis, de llegar a un éxtasis que distancie al oyente de lo terrenal y lo transporte a una dimensión de excitación y bienestar separada momentáneamente de lo cotidiano, en las antípodas del conformismo y la monotonía. Dejarse llevar por la electricidad, perseguir el cénit y evaporar las emociones hasta convertirlas en nubes sobre las que flotar es un objetivo indisimulado al que Greta Van Fleet aspira al subirse un escenario. Y lo logra, ya lo creo que lo logra.
La venida de la banda de Míchigan a nuestro país traía consigo dos sorpresas a cada cual más extraordinaria en forma de teloneros, dos nombres que no será de extrañar que el día de mañana luzcan en el primer escalafón de la cartelera. Al tiempo.
Muchos todavía nos estamos preguntando de dónde ha salido Hannah Wicklund, la primera arista en pisar el escenario del WiZink Center de Madrid. ¿Acaso su brevísimo concierto de apenas veinticinco minutos fue una ensoñación? La sensación a su conclusión fue la que se debe de tener cuando una deidad hace su fugaz aparición para después irse. Pero aquí no creemos en milagros ni en eventos sobrenaturales, por mucho que el concierto de la norteamericana y su banda se acercase a ese calificativo.
Con un blues rock sublime, enérgico, orgánico y majestuoso, heredero de lo más granado de Jimi Hendrix o Jannis Joplin, Wicklund nos dejó ojipláticos con su prodigiosa voz, que casi es imperativo escuchar en primera persona para siquiera creérsela. Su extraordinario concierto echó a andar a las siete de la tarde de este lunes con sabor a sábado noche de la mano de “Hell in the Highway”, seguida por “Hide and Seek” y “Witness”. ¿Atestiguábamos una futura leyenda en acción o una privilegiada del rock que no nació en el momento adecuado para serlo? Solo el tiempo dirá.
Sola en el escenario, con la única compañía de esa guitarra que mimaba y a la que sacaba lustre a cada punteo, se quedó para “Songbird Sing”, adelanto del que será su nuevo disco, que, como comentó a la audiencia, tendrá el orgullo de publicar a través de su propio sello. Ya de vuelta con su segura y sólida banda, “Strawberry Moon” y “Bomb Trough the Breeze” nos condujeron directos a una conclusión demasiado temprana. Genialidad total. ¿Cuándo vuelve ella sola?
Si Hannah Wicklund era hija de Hendrix y Joplin, los siguientes en liza, Black Honey, parecían traer inoculado el suero de la profundidad de The Cure y el sentido del garbo de Royal Blood. Más opacos y hondos en su propuesta, desplegaron una absorbente nebulosa eléctrica cargada de expresividad con “All my Pride”, sucedida por la envolvente "Charlie Bronson", en la que la voz de su cantante y guitarrista, Izzy B Phillips, planeaba sobre nuestras cabezas con reverb y cierto carácter garajero. Llamaba la atención la correosa distorsión del bajo, en franco diálogo con las guitarras, dotando al sonido de un empaque extraordinario.
Conforme su concierto fue avanzando, su magnetismo fue in crescendo, y cortes como “Heavy”, “I Like the Way You Die” y “Lemonade”, sobre la toxicidad emocional y de nuevo cuño, fueron fijando más y más nuestra atención en los de Brighton, cuya solidez aplastante quedó bien de relieve también en “OK”, un corte a lo Pulp Fiction arrancado por Izzy a capela, “Corrine” y “Run For Cover”, con la que culminaron en alto un show que, tal y como su frontwoman proclamó, fue también una celebración de la diversidad. Porque sí, hubo proclamas feministas y contra la homofobia que, naturalmente, resultaron muy aplaudidas.
Tras una larga espera en la que el personal de seguridad del WiZink Center no permitió a nadie del público salir a la calle a tomar siquiera el aire unos instantes (incomprensiblemente, dos horas y media después de la apertura de puertas estaba prohibido so pena de no poder reingresar al recinto), una majestuosa y larga intro orquestal llevaba el entusiasmo de los concurrentes hasta el punto de ebullición. La detonación vino al caer el telón y aparecer los cuatro componentes de Greta Van Fleet de pie, como verdaderas estrellas, tras la batería.
No tardaron en enfundarse sus instrumentos y, tras un certero guitarreo, un petardazo pirotécnico condujo a la eclosión de “The Falling Sky”, uno de los muchos temazos de su más reciente esfuerzo discográfico, ‘Starcatcher’, que vinieron a defender con la convicción del trabajo bien hecho. Por delante, casi dos horas y media de pura gloria rockera.
Aunque la pirotecnia fue constante y, a decir verdad, muy bien diseñada y conseguida, el rock de Greta Van Fleet tiene de todo menos fuegos de artificio. Su magia emana de las entrañas, su organicidad es absoluta y su autenticidad, incuestionable. Que sí, que son herederos de Led Zeppelin. Como tantos otros. ¿Cuántas bandas de heavy metal lo son de Black Sabbath, Deep Purple o Iron Maiden? ¿Cuántas de rock alternativo lo son de Nirvana o Foo Fighters? ¿Acaso las mencionadas no se fijaron en otros que los precedieron? A uno la innovación de fascina y le interesa, pero hay algo que ha de sobreponerse en el arte de la música sobre cualquier otra cosa buena: la expresividad, la fuerza de la canción. Si un tema es bueno, lo es tanto si lo compuso Led Zeppelin en los setenta como si lo acuñó Greta Van Fleet en los 2020. Y quien no goce de la genialidad por un mero condicionante cronológico, eso que se pierde.
Además, la banda de los hermanos Kiszka sigue abriéndose paso hacia una sonoridad auténtica, retro y de raíces, pero propia y distinguible al mismo tiempo. Buena prueba de ello es “The Indigo Streak”, segunda en caer, en la que la incalificable, absoluta y poderosísima voz aguda, limpia y aguerrida de Josh Kiszka se fundía con la electrizante e hiperactiva guitarra de su hermano Jake, que tiene una puesta en escena, una sapiencia de cómo desenvolverse en el escenario y hacer de su instrumento un apéndice de su propio ser, propia de los grandes. Cuando soleaba, era con un fideo divagando en una cazuela llena de agua hirviendo. Pura efervescencia.
“Built by Nations”, de sublime riff y final apoteósico, dejó el camino despejado para “Meet the Master”, acometida, previa intro del “Norwegian Wood” de The Beatles, con Jake a la acústica y el polifacético e inspiradísimo Sam Kiszka al teclado. El también bajista alternó ambos instrumentos durante toda la gala. La canción, una de sus más sublimes apologías de la psicodelia, nos cautivó en su dinámica, y culminó en el Tourmalet del rock and roll, con un solo de guitarra – ya eléctrica – fabuloso y un derroche vocal por parte de Josh difícil de describir.
Es una delicia cómo su voz, en las partes instrumentales, se convierte en un instrumento más. Su saber estar, su porte bajo los focos con cierto aire a Mercury, hace de él una figura que coqueta con el misticismo al tiempo que nunca despega sus pies del suelo. Si había algún foniatra en la sala, quedaría aturdido por su apabullante rango vocal.
Comentó el frontman que la vida ha de ser, ante todo, una celebración de todo cuanto nos ha sido dado, antes de dar paso a una de sus favoritas en vivo, “Heat Above”, que lo es también para el gentío que abarrotó la pista y dio una muy buena imagen también al primer anfiteatro de gradas del céntrico pabellón madrileño.
Más dicharachero que en los primeros compases del show, Josh introdujo “Broken Bells”, un medio tiempo que sonó fino y preciosista, como una canción más intimista que conforma una retrospectiva hacia los problemas atravesados, que son, asimismo, una enseñanza para sostener la relación con el mundo y con uno mismo. Hay enjundia en su filosofía, esto no es aire, no se volatiliza como la última flatulencia sonora de radiofórmula. Esto es rock con toda sus consecuencias, también cuando se torna más comedido, aunque, claro, si después llega un subidón del tamaño de “Highway Tune”, presentada como una excusa para perder la cabeza, la locura colectiva está más que garantizada. El público ya estaba comiendo de sus manos, dejándose la voz y vibrando como las seis cuerdas de la guitarra de Jake. La canción se alargó mucho, con improvisación a raudales durante la que Josh arrojó rosas blancas al público y hasta felicitó el cumpleaños a una asistente en las primeras filas.
Un prolongado solo de batería de Danny Wagner nos mantuvo bien entretenidos mientras los operarios montaban todo lo necesario para la parte acústica del concierto, aunque siguieron poniendo a punto el piano de madera un tanto rústico que ocuparía el centro de la escena mientras Josh y Sam, sentado al piano lateral, versionaban con acierto “Unchained Melody”, original de Hy Zaret & Alex North. Muy frondosa, ya con los cuatro en primer plano, con Wagner también con una guitarra y Sam al mencionado piano, sonó “Sacred the Threat”, sucedida por una versión desenchufada de la infinitamente coreada “Black Smoke Rising” que, pese a que sonó tan maravillosa como suenan las mejores canciones desprovistas de electricidad, a gran parte de la audiencia estoy seguro que le hubiera gustado disfrutar en eléctrico.
Tocaba volver a enchufarse, y, mientras los afanados trabajadores del escenario retiraban lo que habían montado minutos atrás, Josh salía a hombros de un colaborador desfilando a un lado y otro de foso de fotógrafos para repartir en mano rosas blancas a las primeras filas. Una recta melodía de teclado de Sam dio pie a la fenomenal “Fate of the Faithful”, otro acicate para el espíritu que contuvo un largo y apasionado solo de guitarra, aunque el momento de apoteosis absoluta en el terreno de las seis cuerdas con las que prácticamente hacía fuego Jake Kiszka arribó después, con un kilométrico solo, casi interminable, con el éxtasis como permanente objetivo y el infinito como única limitación.
Apenas dos segundos de silencio hubo entre el delirio instrumental y el arranque de “Sacred the Thread”, temazo en toda regla en el que la voz de Josh volvió a ser irreal, asombrosa.
El propio frontman dijo con sorna que como vestir prendas de ropa es una declaración de moda, iba a quitársela, y se despojó de la capa que vestía, uno de los diversos outfits que lució a lo largo del show, antes de dar paso a otra de sus favoritas, “The Archer”, delicia que fue a parar a otro exultante momento instrumental largo casi en exceso en un fantástico mano a mano entre Jake a la guitarra y Sam a las teclas mientras al fondo del escenario, el fuego ardía sin parar.
Tras un momento de receso, la locura en forma de música retornó de la mano de Sam al teclado, que interpretando “Rhapsody in Blue”, pieza de George Gershwin, sentó los cimientos de la esbelta “Light my Love”, culminada con la enésima detonación pirotécnica y los colores del arcoíris en la iluminación del escenario. También en el público había varias banderitas del orgullo LGTB, celebrando la diversidad, la libertad.
“Si nos lo permitieran, seguiríamos con vosotros hasta que saliera el sol”, aseveró Josh antes de dar paso a un último bocado de efusividad rockera, “Farewell for Now”, tras la que se despidieron sobre la misma peana tras la batería desde la que habían saludado al comienzo de esta catarsis colectiva que lograron desatar a base de un rock and roll sentido, efusivo y natural como la vida misma que sigue siendo la autopista más rápida hacia la emoción sin techo. Y eso, lo haga Greta Van Fleet, Led Zeppelin o Perico el de los Palotes, que diría mi madre, no conoce de calendarios. Pocos lo han logrado y lo logran como los dos primeros. Lo genuino fue, es y será atemporal.
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6 comentarios
Gran resumen hacia el rockero y cañero concierto que se curraon los GRETA VAN FLEET en el Palacio De Los Deportes de Madrid presentando su último álbum de estudio el cual ha calao bien por estos lares.
El concierto fue un autentico coñazo y lo mas parecido que habeis visto tu y el cronista,dege ser vetusta morla y entre los 2 reneis 50 años si llega. Venga ya!!!
Maravillosa crónica. He vuelto a disfrutar del concierto masticando cada palabra.
¿Cuando vuelve Hannah?
Lo de los años lo digo porqué parece que os conformais con cualquier cosa, nunca vi un grupo tan sobrevalorado un concierto tan aburrido ni que ofreciera tan poco por 60€. La gente se marchaba a mares antes de los bises. 3/4 partes del concierto sin bajo solos sin ton ni son en fin una pena de concierto.
Aburrieron hasta las ovejas.
Mariskal ponte las pilas no mandes al mismo que mandas para hacer la cronica de Leiva a cubrir a qotsa.
Pues otras reviews dicen que la voz estaba de más...
Pero bueno, como siempre hay que darle bombo a las cosas mainstream aunque sean copias
En algunas canciones( no en todas) grita como una hiena.
Y si, claro que es un grupo fabricado y muy sobrevalorado el problema es que encima ellos se lo han creido.
Una pena los cronistas de rock actuales.
Un saludo