Crónicas
Graspop Metal Meeting (domingo): Mötley Crüe despeja cualquier incógnita, Def Leppard derrocha finura y Hollywood Vampires resucita a los muertos
«Cuatro himnos como cuatro soles consiguieron que la sonrisa no se nos borrase, como mínimo, hasta el próximo año. Porque volveremos a Graspop en 2024 y volveremos a vivir cuatro de los días más felices de cada año en el edén del rock y el metal»
18 junio 2023
Dessel, Bélgica
Texto: Jason Cenador y Matias Lipasti. Fotos: Hughes Vanhoucke
Con muchas horas en nuestras piernas y el cuerpo acusando ya el desgaste de tres jornadas a pleno rendimiento para succionar hasta la última gota de la experiencia de un evento tan apasionante como el Graspop Metal Meeting, volvíamos al recinto para echar el resto en la cuarta y última incursión al Olimpo belga de los sonidos más aguerridos y contundentes. (Lee aquí la crónica de la primera jornada, aquí de la segunda y aquí de la tercera)
Abrían la lata los suecos Eclipse, uno de esos grupos que hace años que parecen destinados a ocupar un escalafón superior en el plano del hard rock melódico, para lo que no les falta calidad, pero que por el momento permanecen en ese constante disparadero a la espera de su merecida oportunidad.
Es vedad que no son la alegría de la huerta ni el carisma personificado, pero temazos como “Roses On your Grave”, la recién estrenada “The Hardest Part Is Loosing You”, “Black Rain” o la muy festiva y tremendamente pegadiza “Viva la victoria” les colman de argumentos para demandar un horario más favorable.
Así será de hecho, en el Lion Rock Fest, el festivalazo de hard rock que se celebrará en el Palacio de Congresos y Exposiciones de León el próximo 4 de noviembre, que contará también con Gotthard, H.E.A.T, Crazy Lixx, Be For You y 91 Suite, y para el que os aseguramos que la victoriosa banda sueca llega en plena forma.
Tomaron el testigo los alemanes Kissin’ Dynamite, otros que también llevan años en la pelea y que tienen sobrados comodines en su baza para ganar muchas más partidas. Su hard rock y heavy metal suena con un relumbre y un gancho inmensos en directo, y cortes como “No One Dies Virgin”, “Sex Is a War”, “I’ll Will Be King”, ese himno fastuoso que es “Not the End of the Road” o “Flying Colours” cumplieron con creces con las expectativas, con un Johannes Braun en un genial estado vocal.
El de Elgant Weapons era uno de sus primeros conciertos en el marco de un macrofestival, y así lo aconsejaba el pedigrí de sus integrantes, pues la banda está comandada nada menos que por el muy militante guitarrista de Judas Priest Richie Faulkner, uno de esos músicos que vive por y para el heavy metal con una honestidad apabullante, y el vocalista chileno que durante tantos años estuvo afincado en nuestro país Ronnie Romero, cuya incorporación a la última encarnación de Rainbow catapultó a la fama mundial.
No había pasado ni un mes del lanzamiento de su ópera prima, ‘Horns for a Halo’, un disco de heavy metal con cimientos clásicos pero personalidad propia que se encargaron de defender con oficio y mucho garbo, y del que hicieron sonar hasta siete canciones: “Do or Die”, “Dead Man Walking”, un “Blind Leading the Blind” que va camino de ser buque insignia del grupo, la homónima “Horns for a Halo”, “Downfall Rising”, “Dirty Pig” y “Bitter Pill”. Entre ellas no se coló ni una sola alusión a Judas Priest ni a ninguno de los proyectos en los que está o ha estado inmiscuido Ronnie, pero sí una férrea cover del “Lights Out” de UFO.
Sin duda, Elegant Weapons permite a Richie Faulkner esmerarse al máximo a las seis cuerdas y exprimir un registro tal vez más amplio que el ya de por si extenso que despliega junto a Halford y compañía, y exhibió una solvencia y una pegada solo al alcance de unos pocos privilegiados. En cuanto a Ronnie Romero, lo encontramos entregado y seguro, con una voz tal vez más rasgada y áspera de la que nos tiene acostumbrados, tal vez por la naturaleza más metálica de la banda.
A estas alturas de la película, pocos dudan ya que Erik Grönwall es el cantante perfecto para los Skid Row del siglo XXI, tal vez el único que ha logrado de veras sobreponerse a la alargada sombra de un Sebastian Bach cuyo retorno al grupo se antoja más quimérico que otra cosa. Volvió a patentizar que su sobrenatural garganta y su inabarcable carisma en escena se ajustan como anillo al dedo a una banda de primer orden como la norteamericana, y desde el arranque con la aguerrida “Slave to the Grind” se metió al público en el bolsillo como muy pocos consiguen hacer.
El repertorio fue muy festivalero, con su homónimo debut ‘Skid Row’ y el propio ‘Slave to the Grind’ monopolizándolo casi en totalidad. Así, siguieron soltando carrete con “Big Guns” y una sobrecogedora “18 and Life” que sonó sublime, con un Erik de matrícula de honor. ¡Qué voz, qué actitud, qué gran artista!
“Livin’ on a Chain Gang” precedió a una muy cantada “Monkey Business”, tras la que “Makin’ a Mess” y “I Remember You” dieron paso a la única representante de su último disco, primero con Grönwall al frente, ‘The Gang’s All Here’, de la que desplegaron el tema de le presta título y que fue casi tan bien recibido como sus grandes clásicos, prueba de la vigencia que retienen a día de hoy. El golpe en la mesa final lo propinó “Youth Gone Wild”, clásicazo al no hay dios del rock and roll que se resista.
Y hablando de clásicos, uno sin cuya concurrencia el heavy metal europeo no habría sido lo que fue en los ochenta es Udo Dirkschneider, quien facturó frente al micrófono de Accept algunos de los himnos más sonados de una época gloriosa, a la cual nos retrotrae cuando sube a un escenario bajo el certero apelativo de Dirkschneider.
No hubo espacio en su repertorio para otra cosa que no fueran clásicos de Accept, y “Starlight”, “Living for Tonite” y una excelente “Midnight Mover” abrieron la veda para que la bestia germana saliera a cazar sobre el escenario a aquellos que dudan de su estado de forma. Se le ve mayor y es de modesta estatura, sí, pero su voz mantiene un temperamento, una potencia y un rango dignos, muy dignos de admirar. A sus 71 años es alucinante que siga así, y nosotros que nos alegramos de corazón.
Acompañado de una sensacional banda en la que Andrey Smirnov y Fabien Dee Dammers realizan un magnífico trabajo a las guitarras y la base rítmica corre a cargo del fidedigno bajista Peter Baltes y de Sver Dirkschneider, el mismísimo hijo de Udo, el vocalista germano continuó atizándonos con cañonazos de heavy metal como “Breaker”, “Princess of the Down” y la irresistible “Metal Heart”, antes de hacernos cantar una y otra vez la muy alemana intro del “Fast as a Shark” y encender después todos los propulsores con ese corte precursor del speed metal. Con el himno que es “Balls to the Wall” cerró por todo lo alto un gran concierto.
El vistoso circo de Avatar abrió sus puertas en el escenario colindante poco después con la hercúlea “Dance Devil Dance”, seguida por “The Eagle Has Lande” y “Chimp Mosh Pit”, ideal para poner música a uno de los últimos grandes pocos del festival bajo el beneplácito del dicharachero frontman Johannes Eckerström.
El show de los suecos tuvo una gran acogida, y se nota que su popularidad ha crecido con fuerza en los últimos años al albur de canciones como “Colossus”, “Let It Burn” o ese grandioso tema que es “Dance Devil Dance”, cuyo estribillo sirvió de imán para que los cuernos de buena parte de los asistentes se alzaran al cielo de Dessel, que ese día cambió el sol por una lluvia intermitente que en ningún momento condicionó el desarrollo del festival. Tras ella, “Smells Like a Freakshow” y “Hail the Apocalypse” cerraban su actuación.
Entretanto, en el Marquee los finlandeses Insomnium se dejaban notar con la maestría con la que practican su death metal melódico repleto de betas de melancolía, hondura emocional y mucha, mucha lobreguez. Había muchas ganas de disfrutar de su directo, y técnicamente no defraudaron, aunque su repertorio no fue, ni mucho menos, el ideal para un festival.
Muy centrado en su último trabajo, su muy interesante ‘Anno 1696’, tal vez debieron prestar más atención a algunos de sus temas más queridos, pues salvo el extasiante “While We Sleep”, que fue precedido, además, por un largo silencio a causa de un problema técnico, y ese arrebato nostálgico que fue “Mortal Share”, ninguna alusión hubo a aquellos memorables discos pretéritos que los catapultaron. Ni rastro de ‘Across the Dark’ o ‘One for Sorrow’, y eso fue una pena.
No podemos pasar por alto lo que ocurrió justo al acabar Insomnium en la otra carpa, la del Metal Dome, a la que decenas de miles de personas se habían desplazado hasta el punto de desbordar su aforo y que la organización tuviese que avisar que ya no cabía nadie más.
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De hecho, mucha gente se quedó fuera, y ese emplazamiento se saturó como nunca antes en la historia del festival. ¿El motivo? La actuación de un tal Helmut Lotti, un famosísimo tenor belga y célebre personaje televisivo al que le ha dado por pasarse al metal y que todos los locales y muchos de otros países europeos no pensaban perderse por nada del mundo.
Su dilatada carrera ha pasado por diversos estilos y acaba de recalar en la orilla del metal. Esta era, de hecho, su primera actuación en vivo en esta nueva versión de su camaleónica trayectoria musical, y en ella descargó ante un público fervoroso versiones como “Holy Diver” de Dio, “Poison” de Alice Cooper, “Smoke on the Water” de Deep Purple, “Run to the Hills” de Iron Maiden, “Easy Livin’” de Uriah Heep, “Paranoid” de Black Sabbath o “Here I Go Again” de Whitesnake.
Los periódicos locales recogían poco después, en sus versiones digitales, la voluntad de Helmut de seguir incursionando en el hard rock y el metal. Y muchos de los asistentes coincidían en que su concluyente versión del “Paradise City” de Guns N’ Roses sonó mucho mejor que el jueves con los originales.
De vuelta a los escenarios principales, Three Days Grace ofreció, sin atisbo de duda, uno de los mejores conciertos de todo el Graspop de este año, inaugurado por el increíble tema que abandera su último trabajo, ‘Explosions’, esa penetrante, potente y desahogante obra maestra del metal alternativo y post grunge que es “So Called Life”.
Los canadienses, guiados por un Matt Walst cuya voz es todo un don para la banda y que hace ya tiempo que logró que no se eche de menos al gran Adam Gontier, nos guarecieron de las aflicciones cotidianas con grandes canciones de pura emocionalidad como “Animal I Have Become”, “Home”, “The Good Life”, “Pain”, “The Mountain”, “I Am the Weapon” o la enorme “Painkiller”, recordándonos además, como ya hicieran a su último paso por el festival belga e intuyo que harán en todos sus shows, que no importa lo duro que sea lo que uno afronte, que hay que superarlo y seguir adelante.
Una explicación en pantalla gigante de cómo se formuló su exitosa “I Hate Everything About You” dio paso al mentado clásico, cuya frescura sigue intacta, algo que sucede también con “Never Doo Late” y la agitadísima “Riot”, con la que pusieron el broche de oro a un concierto de once sobre diez en el que todas las piezas del puzle encajaron a la perfección.
Ojalá fuesen más populares por nuestras latitudes para que nos visitasen con más frecuencia. Sus más de diez millones de escuchas mensuales en Spotify los avalan.
Muchas eran las expectativas, sobre todo por parte de los más veteranos del lugar, puestas sobre Generation Sex, la superbanda de nuevo cuño formada nada menos que por Billy Idol , el guitarrista de Sex Pistols Steve Jones, el batería de los míticos punks británicos Paul Cook y el bajista Tony James. Su cometido no podía ser otro que el de rendir culto a las gloriosas eras doradas de Sex Pistols y Generation X, bandas que se repartieron al cincuenta por cierto su representación en el repertorio.
Llevando al máximo exponente el dicho de que quien tuvo retuvo, hicieron las delicias tanto de quienes vivieron aquellos tiempos de ventura del punk como de quienes suspiran por haberlos vivido, y descargaron de una manera muy convincente himnos de Generation X como “Ready Steady Go”, “Wild Youth”, “Kiss Me Deadly”, “Dancing With Myself”, “King Rocker” y “Your Generation”, e incunables de los Pistols como “Pretty Vacant”, “Problems”, “Black Leather”, “Silly Thing”, “God Save the Qeen” y “My Way”.
Curiosamente, el “Anarchy in the U.K.” brilló por su ausencia, aunque en pocas horas lo escucharíamos de la mano de una banda alejada del punk en lo estilístico, que no en lo relativo a la actitud. ¿Adivináis ya cuál?
La disyuntiva para los amantes del punk era dura de tragar, pues en el Jupiler Stage Anti-Flag hacían bandera de su combatividad con sus comprometidos ladrillazos al sistema en forma de canciones irresistibles. “Laugh. Cry. Smile. Die.” destapó una retahíla anticapitalista musical de aúpa proseguida por “The Press Corpse”, contra la manipulación de los mass-media, y la genial y muy coreada “This Is the End (For You My Friend”.
Muchos saltos sobre el escenario, agitación y toneladas de buen rollo y solidaridad colmaron un show que fue detenido en un par de ocasiones en las que los músicos detectaron que alguien del público tenía algún tipo de problema. Predicar con el ejemplo, ante todo.
Nos encantó la acidez con la que defendieron “Hate Conquers All”, aunque es verdad que le restó un poco de melodía, y cómo en “Broken Bones” alguien del público jugaba con fuego sin reparar en lo profético que podía ser su mensaje manteniéndose de pie sobre alguien que, a su vez, estaba tumbado haciendo crowdsurfing.
Por suerte, no hubo huesos rotos, y sí una camaradería maravillosa que llegó a la cumbre cuando animaron a que diésemos la mano a los desconocidos que nos rodeaban. “1 Trillon Dollar$”, Die for the Goverment”, la icónica “American Attraction” o “Brandenburg Gate” despuntaron en un repertorio en el que hubo también tiempo para un midley con alusiones a clásicos de The Clash, Sex Pistons o Ramones. Nunca fallan; los de Pittsburgh siempre en nuestro equipo.
De vuelta al mundo de las superbandas, Hollywood Vampires se presentaban bajo una imponente dentadura vampírica que desviaba nuestra vista hacia el techo de su escenario. La aventura que idearon Alice Cooper, el actor Johnny Depp y el guitarrista de Aerosmith Joe Perry pareció más un proyecto principal de todos ellos que el patio de recreo para tributar a los grandes de los setenta que fue el fin primigenio para construir la banda.
Su concierto fue, he hecho, uno de los más divertidos, excitantes y empacados de todo el festival. Imposible desviar la atención de lo que sucedía bajo los focos desde que cortaron la cinta inaugural con “I Want My Now” y “Raise the Dead”, seguida “I’m Eighteen”, cantada por Alice Cooper con la misma entrega que blande cuando actúa bajo su nombre.
El veterano y afable cantante de Detroit siempre fue un hombre de grupo, por mucho que haya desarrollado su carrera bajo su propio nombre, y eso quedó más que patente.
Los inconfundibles synths de The Who, con un kilométrico teclado dibujando curvas en la pantalla gigante del escenario, dieron paso a su particular tributo a la mítica banda británica con “Baba O’Riley”, seguida por “The Boogieman Surprise” y por uno de los puntos álgidos ya no de su actuación, sino de todo el festival, esa gloriosa “People Who Died”, que en realidad es una versión de The Jim Carroll Band y que Hollywood Vampires hacen suya con protagonismo en las voces para Johnny Depp, un estribillo de campeonato y una infinita sucesión de grandes rockeros fallecidos homenajeados en la pantalla.
Entre ellos recordamos a Taylor Hawkins (Foo Fighters), Jimi Hendrix, Kurt Cobain (Nirvana), Chris Cornell (Soundgarden), Eddie Van Halen, Frank Zappa, Prince, David Bowie, Lemmy Kilmister (Motörhead), Freddie Mercury (Queen), Ronnie James Dio… La lista fue inmensa, como inmensa fue la interpretación del tema y la acogida de la gente.
De Bowie se acordaron más en concreto después con “Heroes”, bandera de Ucrania proyectada en la pantalla incluida, y Johnny Depp dedicó unas sentidísimas palabras a Jeff Beck, con quien mantenía una estrechísima relación personal y musical, antes de rendirle tributo instrumentalmente demostrando, de paso, su tino a las seis cuerdas.
Ya en la recta final, “The Death and Resurrection Show” de Killing Joke, una colosal “Walk This Way” de Aerosmith que nos recordó que el año pasado se cayeron del cartel y todavía estamos esperándolos, “The Train Kept A-Rolling” y una “School’s Out” original del propio Alice Cooper que desató la euforia, una euforia que hubiera sido aún mayor si hubiera caído “Poison”. Pero bueno, nunca llueve a gusto de todos.
Y llegó el momento más aguardado del día por muchos, el tiempo de despejar una de las mayores incógnitas de todo el festival. Ríos de tinta han corrido en los últimos meses y años sobre el estado de forma de Mötley Crüe y sus conciertos. Las acusaciones de playback, las condiciones vocales de Vince Neil (que antes de arrancar la gira no eran las mejores), las trifulcas a cuenta de la marcha de Mick Mars… Se ha hablado de todo, y ahora la música en vivo hablaría por ellos.
Y sí, digo en vivo porque comprobamos fehacientemente y de primera mano que no hubo ni rastro de playback en todo el concierto. Veíamos bien a Tommy Lee pisar el pedal del bombo de su batería, a Nikki Sixx sacar partido a su bajo, a John 5 haciendo magia con su guitarra…. Y a Vince Neil cantando.
Después del chasco monumental de Axl Rose al frente de Guns N’ Roses en la jornada del jueves, a alguno le temblaban las pantorrillas cuando, de golpe y sin avisar, nos metieron de lleno en el lado salvaje inaugurando su show de la forma más catárquica que a cualquiera se le podía ocurrir, con “Wild Side”.
Y así, a lo salvaje, empezaron a reivindicarse como ni el mayor de los optimistas habría sospechado. Como si del túnel del tiempo se tratase, nos transportamos de golpe a la época dorada de los Crüe, con un Vince Neil que no solo era reconocible, sino que llegaba con robusta solidez a todos los tonos, desprendía potencia en su voz y una presencia que solo con seguridad absoluta uno puede ostentar. El sonido era, además, excelente, con dos coristas abrillantando la parte vocal y todos en plena ebullición.
Supimos entonces que teníamos por delante uno de los mejores conciertos del festival, que el cansancio, las horas de pie, los casi cuatro días a nuestras espaldas poco o nada pesarían. Íbamos a disfrutar a base de bien.
“Shout at the Devil” sonó brutal, y tras ella el cantante rememoró el primer disco de la banda preparándonos para la dentellada hardrockera que fue “Too Fast for Love”, masivamente coreada como las anteriores, como las siguientes.
Las coristas eran también bailarinas que reforzaban ese universo macarra de Mötley Crüe, que aunque los tiempos cambien siguen preservando ciertos dejes que, según la perspectiva, pueden ser calificados de misóginos o, simplemente, de desinhibidos y libertinos. No entraremos hoy en ese debate; cada cosa en su contexto.
Fueron sucediéndose interpretadas con firmeza, nervio y pulidez “Don’t Go Away Mad (Just Go Aaway), “Saints of Los Ángeles”, “Live Wite” y “Looks That Kill” antes de que “The Dirt (Est. 1981)” nos recordase la película que los devolvió a la vida, que les insufló oxígeno para una nueva aventura, y de paso pusiera de relieve que la maquinaria compositiva sigue con pilas. No en vano, ya tienen tres nuevas canciones completamente finiquitadas a la espera de ver la luz.
Tomó entonces la palabra, dirigiéndose con cercanía al público, Nikki Sixx, que presentó a una chica local que por alguna razón estaba sobre el escenario y que aprovechó para lanzar alguna dedicatoria afectuosa aprovechando el minuto de protagonismo.
El carismático bajista dio paso luego “al mago de la guitarra”, John5, que se marcó un solo espectacular, absolutamente increíble, que nos dejó a todos con la boca abierta. Hay que ver el registro que tiene este pedazo de músico, que va mucho más allá de lo que le exigen las canciones de Mötley Crüe ahora o de lo que le pedían los temas de Marilyn Manson o Rob Zombie en el pasado.
El epopéyico momento a las seis cuerdas dio paso a un fragmento del “Rock ‘n’ Roll (Part 2) de Gary Glitter que nos condujo a la irresistible “Smokin’ in the Boys Room”, a la que adosaron un popurrí muy celebrado de “Helter Skelter” (The Beatles), “Anarchy in the U.K.” (sí, el tema de Sex Pistos que se comieron Generation Sex) y, por enésima vez en el festival, “Blitzkieg Bop” de Ramones.
El protagonismo fue después para Tommy Lee, quien sabemos ya de sobra que jamás dejará a un lado su particular e irreverente personalidad. Pidió a las chicas del público que se encontraban subidas a hombros de otros asistentes que enseñaran los pechos y no fueron pocas las que se prestaron a ello, ante las reacciones efusivas del percusionista, todo en un clima, eso sí, festivo y espontáneo.
Hombre de contrastes, Lee se sentó después al piano para tornarse emocional al inicio de “Home Sweet Home”, momento de recogimiento antes de salir en tromba nuevamente con himnos inmortales del hard rock angelino como “Dr. Feelgood”, “Same Ol’ Situation (S.O.S.)”, entre las que las dos participativas bailarinas fueron presentadas por la banda.
Se hincharon entonces en pocos segundos dos figuras femeninas con indumentarias robóticas similares a las que entonces portaban las propias bailarinas para ambientar “Girls, Girls, Girls”, ejecutada con un nervio y una pegada descomunales al igual que “Primal Scream” y la vibrante a más no poder “Kickstar my Heart”, con la que cerraron a lo grande un concierto de once sobre diez.
Quienes los veáis dentro de poco, podéis esperar una barbaridad capaz de dinamitar cualquier recelo. Ojalá sigan así muchos años, es una gran noticia que un grupo de su alcurnia presente a día de hoy un show de semejante calado.
No eran horas, un domingo a las doce de la noche después de cuatro jornadas de evento, para que todo un cabeza de cartel como Def Leppard pusiera el candado al paraíso del rock y el metal en directo, pero así fue, y es por ello que los legendarios británicos concitaron una audiencia que, aunque era masiva, resultó muy inferior a la que podían haber reunido, con muchos huecos incluso en las primeras filas. Se les podía ver cerquita y cómodamente, eso sí.
Sonaba de fondo el “Heroes” de Bowie que unas horas antes habían revisitado Hollywood Vampires antes de que “Take What You Want”, abanderada de su atractivo último álbum, ‘Diamond Star Halos’, diera el pistoletazo de salida a un show en el que nada defraudó pero tampoco sorprendió.
Def Leppard es una banda garantista en directo, que siempre suena cristalina y perfectamente equilibrada, y cuyos componentes están coordinados al milímetro, persiguen y encuentran la exquisitez interpretativa y huyen de aspavientos. Sus conciertos no son movidos, nunca lo fueron, al menos no en los últimos diez años. Son unos señores de bien.
Es verdad que hay cierta sensación de montaña rusa emocional cuando Def Leppard se presenta en un escenario, pues la dopamina se dispara cuando sus grandes hitos musicales como “Let’s Get Rocked” o “Animal” entran en juego, y así fue, mientras que en piezas con menos acogida en general como la pretérita “Foolin’”, “Armaggedon It”, una de las menos celebradas de su legendario ‘Hysteria’, o “Kick”, de su último trabajo, el suflé baja considerablemente.
Muy comunicativos con el personal y sin privarse de ir nombrando a los diferentes componentes de la banda, que recibieron el cariño de una audiencia encantada de poder seguir disfrutando en directo de un emblema del hard rock británico, prosiguieron con “Love Bites”, “Promises”, “This Guitar” y “When Love and Hate Collide”, conformando estas últimas la parte más sosegada del show antes de que “Rocket” volviese a transportarnos al espacio exterior con un aureola de temazo inapelable y con un Joe Elliot que, aunque estático, estaba bien entregado a la causa, al igual que ese excelente dúo de guitarras impolutas que forman Phil Collen y Vivian Campbell.
“Bringin’ On the Heartbreak” y “Switch 625”, que pasaron un poco sin pena ni gloria, antecedieron un solo de batería por parte de Rick Allen, cuya historia de superación y amistad sigue siendo un ejemplo a seguir.
Llegó después el momento de quemar todas las naves, que de eso los británicos saben un rato, y hacer que aquello bordease el delirio por última vez este año 2023, y así lo consiguieron con un alargado “Hysteria”, la aclamadísima “Pour Some Sugar on Me”, “Rock of Ages” y “Photograph”, cuatro himnos como cuatro soles para conseguir que la sonrisa no se nos borrase, como mínimo, hasta el próximo año. Porque volveremos a Graspop en 2024 y volveremos a vivir cuatro de los días más felices de cada año en el edén del rock y el metal.
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1 comentario
Sin duda la última jornada del Domingo fue la más extensa y la mayoria de las bandas estuvieron todas a la altura en especial la de MOTLEY CRUE y DEF LEPPARD en esta gira conjunta que pasó por el GRASROCK belga y que estuvieron de puta madre cada una de ellas. Pués ojala haya GRASROCK para el próximo 2024.