Crónicas
Apocalyptica + Epica + Wheel: El inmenso poder de la música
«Madrid acogió los formidables shows de Apocalyptica y Epica, una dupla de magnífico encaje cuya visita tuvo que atrasarse en varias ocasiones a causa de la pandemia. Pero el gran día llegó y no defraudó a nadie»
12 febrero 2023
La Riviera, Madrid
Texto: Jason Cenador. Fotos: Carmen Molina
La superlativa sinfonía de dos de las bandas más cualificadas, deslumbrantes y espectaculares en vivo de todo el continente volvió a resonar, tan majestuosa como siempre, un domingo de febrero en el que una abarrotada Sala La Riviera de Madrid acogió los formidables shows de Apocalyptica y Epica, una dupla de magnífico encaje cuya visita tuvo que atrasarse en varias ocasiones a causa de la pandemia. Pero el gran día llegó y no defraudó a nadie.
A media tarde, los finlandeses Wheel fueron los encargados de allanar el terreno hacia lo que vendría después con ‘Rumination’, su último EP, como telón de fondo y avalados por dos álbumes, ‘Resident Human’ (2021) y ‘Backwards’ (2019), con los que han logrado abrirse un hueco nada desdeñable en el panorama.
Aunque afanados en escena y con un firme saber estar, su metal progresivo no logró cautivar ni enganchar prácticamente en ningún momento de la media hora larga de actuación de la que dispusieron, y se antojó anodino, descafeinado y carente de esa virtud que cotiza tan al alza en su género como es la de sorprender, la de descolocar al oyente con la genuinidad como arma elemental. Planos y densos, aunque dejaron indudable impronta de su depurada técnica, quien suscribe estas líneas no encontró por dónde cogerlos. Sin embargo, su entrega bien merece una segunda oportunidad.
El guión dio un giro de 180 grados desde el momento en que la intro “Alpha-Anteludium” comenzó a sonar elevando a la estratosfera una emoción contenida que explosionó al son de “Abyss of Time”, pieza que inaugura el último elepé de Epica, ‘Omega’, y que se antoja ideal para inaugurar una gala a lo grande.
Accesibilidad y complejidad se entrelazaban en un corte magnético que nos adhirió más al escenario con las absorbentes imágenes que proyectaba una pantalla trasera, a la que sacaron muy buen partido. “The Essence of Silence”, otra de las piezas más digeribles de los neerlandeses, y la más enjundiosa y robusta “Victims of Contigency”, en la que el siempre disfrutón e hiperactivo Coen Janssen lució por primera vez su teclado portátil curvo en primera línea de escenario, fueron la siguientes en hacernos casi levitar con una banda excelentemente plantada sobre las tablas, cuyos engranajes están tan engrasados que cualquiera podía pensar que dedican su vida a comer, dormir y tocar juntos. No les hace falta, claro, para alcanzar tan soberbio nivel: son unos genios irrepetibles.
Con su habitual cercanía y simpatía, Simone Simmons se dirigió por vez primera a la nutrida audiencia antes de confesarle que la que vendría después es una de sus canciones favoritas de toda la discografía de Epica. No era otra que la gloriosa “Unleashed”, pomposa y corrosiva al tiempo que delicada, un torrente colosal de aguas cristalinas que dio paso a “The Final Lullaby”, antecedida por confusos sonidos de caja de música e imágenes de muñecas giratorias de carrusel.
Mark Jansen se desplazó entonces hacia el centro del escenario para ocupar el rol de frontman halagando al público de Madrid como el más ruidoso de la gira para después detonar la canción más soberbia y bestial de toda la velada, una “The Obsessive Devotion” a la que cualquier adjetivo de loa se le quedaría corto.
Es una maravilla absoluta, un himno de esbelto desgarro con el énfasis puesto en las abrumadoras guturales de un Mark que tenía la garganta en plenitud absoluta en comunión con una Simone que sigue demostrando que es una de las mejores vocalistas que ha dado el metal sinfónico, desenvolviéndose con finura tanto en terrenos líricos como en tonalidades más medias. Su voz sonó hermosa, radiante.
La propia cantante volvió al primer plano para avisarnos de que llegaban los monstruos antes de acometer “The Skeleton Key”, del mencionado ‘Omega’ al igual que la inspiradísima y exuberante balada “Rivers”, con la que lograron hipnotizarnos y transportarnos a una dimensión paralela pese a que, al contrario que en sus shows en Francia, no contaron en ella con la colaboración de miembros de Apocalyptica.
Para ella, por cierto, una entrañable Simone pidió que alzásemos la luz de nuestros móviles interesándose por cómo se decía en castellano. De hecho, se esforzó más que nunca en el idioma y el público bien se lo supo agradecer. También hizo gala de su sentido del humor, pues dado que se trataba de la balada, invitó al personal a ir al cuarto de baño, pedir algo de bebida o incluso echarse una siesta. Pero no, semejante obra de arte requería, desde luego, el ciento diez por cien de nuestra atención.
El gran pero del show de Epica fue, a todas luces, lo escueto de su repertorio, al confluir con Apocalyptica en esta gira que ha venido en llamarse ‘The Epic Apocalypse Tour’, nombre que no podemos decir que resulte muy rebuscado. La otra opción, tal vez, habría sido ‘The Apocalyptic Epicness’. Bromas aparte, no nos hizo tanta gracia que prescindieran de dos piezas de lo más lustroso de su discografía como “Design Your Universe” o “Fools of Damnation”, y no nos sentó del todo bien verlas en repertorios al norte de los Pirineos. ¿Envidia? Pues tal vez; el caso es que el setlist tuvo una duración inferior, y, en esas lides arabescas que de cuando en cuando han sacado a colación los limburgueses, se decantaron por “Code of Life”; buen tema, sí, pero vaticino que no persistirá en sus repertorios a futuro.
La que nunca ha desaparecido de sus actuaciones, pese a que Simone Simons nos confesaba hace algo más de un año que está “cansada” de ella, es la imprescindible “Cry for the Moon”, muy coreada por el respetable.
La banda se lo pasaba en grande, con constantes gestos de complicidad entre todos ellos y buenas vibraciones por doquier. Al virtuosismo a las seis cuerdas de Isaak Delahaye y la firmeza de Rob Van der Loo al bajo se incorporaba el monumental sustrato de la batería de Ariën van Weesenbeek, un animal de las baquetas que no dejó de improvisar, variar con respecto a las versiones de estudio de las canciones y dejarnos anonadados. Un breve solo suyo nos condujo a “Beyond the Matrix”, en la que Simone saltó tanto que reconoció tras ella que, en cuanto terminara el concierto, necesitaría una ducha.
El final, apoteósico como siempre, llegó con otra obra maestra sin parangón, “Consign to Oblivion”, una aventura musical solo a la altura de héroes del pentagrama con un don fuera de lo común.
La letra de Mark Jansen, por cierto, bien merece tu lectura y tu reflexión. Con ella, para la que animaron a hacer un gran wall of death, nos dejaron tan satisfechos como siempre, sí, pero con ganas de mucho más. Esperamos que regresen muy pronto con un show más largo. ¿Mejor? ¿Se puede mejorar la perfección?
He de reconocer que mi recuerdo de los anteriores conciertos de Apocalyptica que he vivido en primera persona no era especialmente excitante ni tampoco lo contrario. En no pocas ocasiones encontré cierta falta de dinamismo en su puesta en escena y es por ello que no ocultaba cierto temor hacia una actuación más bien anodina un domingo a la hora de cenar, pero nada más lejos de la realidad.
Taxativa e inmisericordemente, los chelistas finlandeses volatilizaron cualquier recelo desde el minuto uno y me cerraron la boca bien cerradita. Solo podían entrar moscas cuando la abría para corear sus canciones o celebrar el ecuménico show con el que nos agraciaron.
La sintonía con el público fue absoluta desde el primer momento, cuando las imágenes de una llanura agrietada por la sequía a cuyo horizonte podía adivinarse una ciudad que más tarde descubriríamos que estaba hecha unos zorros nos introdujeron, muy apropiadamente, a “Ashes of the Modern World”, seguida de otra pieza instrumental que, a juicio de quien escribe, es la más sobresaliente y redonda de su producción, la eterna “Grace”, que sonó a caviar musical, con esa exquisita discordancia entre las distorsiones cercanas al thrash y el dulce y penetrante sonido del violonchelo solista en semiacústico.
Ya con el cantante estadounidense de ascendencia cubana Franky Pérez en escena, implementaron un cariz más propio del groove metal norteamericano al show con “Personal Jesus”, seguida de la más sentida y profunda “Not Strong Enough”, una invitación a reflexionar sobre nuestras propias fortalezas y la aceptación de nuestras inherentes debilidades.
Visiblemente feliz de haber regresado a una gira internacional en condiciones Eicca Toppinen se dirigió a la audiencia manifestado que es genial vernos de nuevo las caras y recordando que antes de la Covid publicaron un álbum, ‘Cell-0’, del que nos puso rumbo a una canción sobre la esperanza, “Rise”, un precioso medio tiempo instrumental capaz de erizar el vello como si a uno le deslizaran una pluma sobre la tez.
A continuación, enhebraron un drástico cambio de ritmo con “En Route to Mayhem”, con esos asesinos solos thrash de violonchelo electrificado que en vez de erizar el vello, arrancaban la piel a jirones. El contraste en la música, divino tesoro, como la juventud que nos recordaba desde la lejanía que era domingo por la noche. Pero poco importaba, el ambiente era de sábado, de viernes, de diversión absoluta gracias a un show que mantuvo fija nuestra atención en todo momento.
Hablándonos en un castellano nativo gracias a sus orígenes cubanos y combinado con su inglés igualmente nativo (pues él es de Las Vegas) que tal vez en Madrid habría sido prescindible, Franky volvió a escena para presentarnos con simparía “Shadowmaker”, en cuyos coros Eicca demostró que no está precisamente afónico y a cuyo final hicieron un guiño al “Killing in the Name” de Rage Against the Machine.
En un momento de agitación instrumental y poderoso tropel eléctrico, de repente vimos al propio Franky sentado a la batería y demostrando que, además de ser vocalista, tiene una tremebunda pegada a los tambores, tocando como un auténtico profesional. El titular del puesto, Mikko Sirén, tocaba entretanto platos y una suerte de bidones que flanqueaban en un lateral a su completísimo instrumento, con artefactos de percusión de la más diversa índole.
Aquello era ya un hervidero cuando la emoción rebasó los contornos de la sensatez con la siempre increíble “I Don’t Care”, una de sus canciones más accesibles y la más coreada con creces de su concierto, con permiso, claro, de los himnos de Metallica que defendieron a continuación, “Nothing Else Matters” y “Seek and Destroy”, que no llegaron a sonar íntegros pero sí encandilaron al personal.
Recordemos que Apocalyptica saltó a la fama con aquel pretérito álbum ‘Plays Metallica By Four Chellos’ de 1996. Entre ambas, por cierto, se coló también una alusión al “Inquisition Symphony” de Sepultura, gruesa, dinámica y poderosa.
Fue este tramo de versiones llevadas con sumo acierto a su propio terreno el pretexto ideal para que Perttu Kivilaakso hiciera de maestro de ceremonias e introducir con sumo carisma al resto de sus compañeros, recordando, de paso, aquel día en el que tomándose algo con Eicca Topinen en un bar surgió la idea, como quien no quiere la cosa, de montar una banda de violonchelistas para tocar metal. También aprovechó para reafirmar la amistad entre España y Finlandia, que cree que durará por siempre y, claro, para presentar a Apocalyptica como nuestra banda de chello metal favorita. Pocos estarían en desacuerdo.
Ya en tiempo de los bises, la instrumental “Farewell” fue una de las cotas álgidas de la actuación, un tema exageradamente bonito al que no le falta ni le sobra absolutamente nada para embriagar hasta la extenuación. Profunda y sublime, fue la antesala perfecta al final apoteósico, entre simpáticas bromas con Noruega y el black metal, con “In the Hall of the Mountain King”, la más vanagloriada composición del que probablemente sea el compositor noruego más célebre de todos los tiempos, Edvard Grieg, antes de la que colaron un guiño a la “Pequeña serenata nocturna” de Mozart, la cual aceleraron para, como si de una etapa ciclista de montaña culminada al sprint se tratase, terminar en lo más alto.
Con bromas para que nos comprásemos una camiseta en el merchandising “porque oléis a mierda” y toneladas de afecto y cercanía, Eicca y los suyos se despidieron echando el telón a una noche mágica en la que el metal sinfónico en su más radiante frondosidad nos abdujo y nos elevó al infinito durante unas cuantas horas. Pocas ganas había de aterrizar el lunes a una realidad de la que adquirimos distancia gracias al inmenso poder de la música.
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1 comentario
Extenso resumen hacia las cañeras descargas que se marcaron estas tres buenas bandas en esa gira conjunta que por suerte pasó por nuestro pais en la mejor sala rockera de Madrid como es La Riviera.