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Crítica de Elisma: Somos nosotros los que hacemos rock

Caña setentera y ochentera. Es lo primero que se te viene a la cabeza al escuchar los diez cortes (su edición en vinilo contiene uno más) que forman el nuevo larga duración del trío gerundense Elisma, el tercero tras ‘Andar’ (2011) y ‘Mundo inmundo’ (2014).

No se trata de un álbum conceptual en su conjunto, si bien el envoltorio tiene un significado claro, como ellos mismos han manifestado: “'Somos nosotros los que hacemos rock’ se refiere a esa gente que vive como si fueran estrellas del rock pero que, ni hacen rock, ni lo son realmente”. Su single y tema que da nombre al disco está claramente enfocado en esa dirección: “Podrás salir mucho por la tele, te convertirás en un gran pelele”, e instintivamente se te viene a la cabeza la figura de Fortu. Precisamente es en aquellos Obús, junto a Barón Rojo, donde encuentro las principales referencias en su sonido.

No es la única canción con temática de crítica; la primera y pegadiza “Negocio de guerra” (no creo que sea necesario explicarla) y la penúltima “Voy a montar una banda tributo”, con final utilizando el riff de “Sweet child of mine”, tiran por los mismos derroteros: “Matáis todo lo de ahora reviviendo siempre lo de ayer”. Resulta paradójica esta última teniendo en cuenta que el líder de Elisma, Ismael Berengena, perteneció durante seis años a una banda tributo a AC/DC, llegando a ponerse en la piel de Angus Young en más de 300 conciertos.

Investigando un poco sobre el grupo, cuyo sonido se podría considerar a medio camino entre el hard rock y ese heavy metal clásico español que tan bien representan los antes mencionados Obús, me encuentro con que el hermano de Ismael y batería de Elisma, Rubén Berengena, cuenta con una reputada trayectoria como músico de sesión y más de cien discos grabados en su haber. Sorprende entonces, un poco menos, el corte “Triceratops”, tres minutos y medio puramente instrumentales copados casi enteramente por un solo de batería al que acompaña la guitarra unicamente en el comienzo y final del tema. Su bajista, Gerard, que se estrena en este álbum, posee también una trayectoria más que respetable. Dos baladas, nuevamente altamente pegadizas, algo en lo que coinciden (casi) todas las canciones, sirven para bajar un poco las revoluciones del disco: “Oh nena” y “Vampiro”, que a buen seguro tiene otro mensaje oculto detrás.

Su sonido quizás recuerde en exceso a aquellas bandas que comenzaron a labrarse un nombre en el heavy/rock duro nacional a finales de los setenta en nuestro país, pero lo cierto es que, en la actualidad, no es un estilo que abunde en exceso (al menos que yo sepa).

Manu Gamarra

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