THE DICTATORS NYC: ¿QUIÉN NOS SALVARÁ?

El ex Manowar Ross The Boss y Dick Manitoba, las dos caras más reconocibles de The Dictators NYC

Kafe Antzokia, Bilbao

Llega un momento en que debemos aferrarnos a un tronco que nos sirva para mantenernos a flote durante un tiempo determinado, tal vez sea unos segundos o varias horas, nadie lo sabe. Siempre será eso mejor que ir a la deriva sin asidero alguno hasta acabar en una catarata o cualquier profundidad insondable. Es necesario vislumbrar una luz a la que dirigirse, un faro que nos guíe en periodos de confusión, porque uno al final se cansa de todo, incluso de tanto vagar errático.

Quizás eso mismo pensarían ‘Handsome Dick’ Manitoba, Ross The Boss y JP ‘Thunderbolt’ Patterson cuando decidieron que no se podía poner en barbecho a una leyenda así como así y que con ellos no iba aquello de la apacible vida de señores mayores que juegan al mus y miran obras. Por eso, ni cortos ni perezosos, decidieron reflotar el insigne nombre de The Dictators reclutando al bajista Dean Rispler y a la guitarra al histórico Daniel Rey, que produjo álbumes y compuso canciones para The Ramones. No dudaron tampoco en añadir el acrónimo NYC por respeto a los componentes de la banda original de los setenta o a aquellos que no quisieron o pudieron involucrarse en la historia.

Habituales de los escenarios de la piel del toro, volvían otra vez por estos lares en una gira de casi veinte fechas de esas que solo hacen los auténticos de verdad y los que llevan en las venas la mítica filosofía de tirar millas. Y demostraron que siguen manteniendo el empuje necesario para perpetuar con dignidad la leyenda por unos cuantos años más por lo menos. El personal respondió a la llamada y abarrotó la sala hasta el nivel adecuado para montar ruido sin agobiarse en exceso.

Calentaron previamente The Hammer Killers, combo de Bermeo que le daba a un punk rock excesivamente influenciado por Motörhead, en el que incluso hasta su cantante adoptaba una pose clavada a lo Lemmy. Para pasar el rato se podían aguantar, aunque al de unos pocos temas uno casi encontraba más interesante salir fuera a echar un cigarro. Cuestión de prioridades.

Vienen prácticamente cada año, pero siguen provocando en la congregación el entusiasmo de la primera vez, son como el Día de Acción de Gracias para los americanos, una tradición ineludible que debe satisfacerse para que impere el orden en el universo. Por eso, nada más salir a escena con “New York, New York”, Manitoba, el entrañable voceras de The Dictators NYC, se fundió en un sentido abrazo con la multitud, del mismo modo en que uno lo haría con un amigo al que no se ve a menudo.

No tardaron en reivindicar la esencia neoyorquina en “Avenue A” y aquellos sitios antaño gloriosos que ya han pasado a la noche de los tiempos, al igual que sucede últimamente en la capital vizcaína que lleva camino de convertirse en una vulgar urbe de diseño para señores mayores. Y en este despliegue de autoafirmación era inevitable que cayera el himno “Who Will Save Rock N’ Roll”, que según contaron trata sobre mantener viva la llama del rock en los tiempos que corren. Desde luego que con giras tan mastodónticas como la suya su fidelidad a la causa está fuera de toda cuestión.

El rollo decadente a lo New York Dolls se hizo patente en la oda a la heroína de Flamin’ Groovies “Slow Death”, con Manitoba enroscándose el cable del micro alrededor del brazo como si fuera a meterse un pico. Pero a pesar de su predilección por la turbiedad, siguen despertando nobles sentimientos entre la muchedumbre, incluso el puro amor, como aquella fan que se subió al escenario solo para dar un casto beso en la mejilla a Ross The Boss. Ohhh. Le faltaron las flores y recitar a Bécquer.

Es imprescindible en sus actuaciones la animada “Baby Let’s Twist”, con las masas tan exaltadas que el vocalista volvió a abrirse paso entre el bullicio igual que Moisés en el Mar Rojo. Manitoba era como un oso amoroso, la peña le acariciaba en la cabeza como si fuera un perrillo, otros se fundían en abrazos como si le conocieran de toda la vida y el tipo además se dejaba querer con detalles simpáticos.

Uno de ellos fue cuando nos contó que la gente no se creía el prodigioso ritmo de vida que llevaba a su edad con 18 conciertos en 18 ciudades distintas. “Me dicen que debería estar jugando a cartas y tocando la guitarra acústica”, relató mientras cantaba un fragmento del “Blowin’ In The Wind” de Dylan. Y desafió a los rigores de los años subiéndose encima de los bafles igual que si fuera un chaval. Ya les gustaría a tantos jovencitos incapaces de estar más de una hora a las tablas derrochar la vitalidad escénica de este señor. Un auténtico pateador de culos.

El clímax y despedida llegó con el clásico de MC5 “Kick Out The Jams”, pieza apabullante que ya le habíamos visto entonar hace unos añitos en el festival Azkena con miembros de la banda original vestidos con buzos naranjas. Volvieron para finiquitar un recital de altura con el pepinazo “Stay With Me”, a cuyo término hubo una avalancha que se acercaba a darles la mano y ellos correspondían como señores. Muy grandes.

Hay algunos que son como fantasmas con una bola arrastrando el peso de sus leyendas, pero otros lo portan con una dignidad tal que únicamente pueden recibir elogios. The Dictators son una especie de “deus ex machina”, un elemento externo que puede solucionar cualquier trama o circunstancia adversa. Cuando uno piense en la ponzoñosa comercialización del rock n’ roll y en la falta de garra originaria, cuando uno entrelace las manos en posición de rezo y se pregunte “¿quién nos salvará?”, la respuesta está clara, ellos.

TEXTO Y FOTO: ALFREDO VILLAESCUSA

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