Crónica de The Hillbilly Moon Explosion: Una señora de David Lynch
7 diciembre, 2015 6:28 pm Deja tus comentariosLas hay que se hacen las misteriosas y se regodean en ello, imprimiendo un halo de santidad a cada acto cotidiano, como si fuera un evento único en el mundo. Esfinges sin enigma según aquel relato de Oscar Wilde en el que una dama con velo exigía citas discretas y alquilaba habitaciones que levantaban todo tipo de especulaciones acerca de las actividades que realizaba en su interior. De ahí conocemos una de las grandes frases del maestro inglés de la ironía y lo políticamente incorrecto: “Las mujeres están hechas para ser amadas, no para ser comprendidas”.
De una dignidad similar presume Emanuela Hutter, una de las mitades junto a Oliver Baroni de los renovadores del rockabilly contemporáneo The Hillbilly Moon Explosion, nombre que enfatiza la unión de las respectivas carreras de ambos músicos, pues él provenía de Hillbilly Hunters y ella del trío MD Moon. Una peculiar conjunción bajo la que amasaron rock n’ roll clásico, canción italiana, cine negro y hasta ecos que agradarían a Tarantino.
Hace unos añitos su dueto junto a Sparky de los psychobillies Demented Are Go se convirtió en todo un hit veraniego dentro del rollo y quizás eso pesó para que se congregaran tantas féminas estilosas, alguna hasta con mechón oxigenado a lo Imelda May. Unos cuantos tupés dispersos por la sala conservaron el mínimo exigible de autenticidad, aunque como explicaremos más tarde, no parece que acabaran muy contentos con el bolo.
Ante un micro con lucecitas de cuento de hadas, The Hillbilly Moon Explosion centraron de inmediato la atención en esa mujer fatal que los conduce con medias de rejilla, taconazos, vestido de leopardo y tonos delicados y elegantes en la línea de Nancy Sinatra o divas actuales decadentes del estilo de Lana del Rey. Era una señora enigmática, como de película de David Lynch, a la que uno imagina fácilmente bebiendo Bourbon o fumando cigarrillos con boquilla. O incluso hasta montándose un numerito lésbico como Naomi Watts y Laura Harring en ‘Mulholland Drive’.
La inicial “Buy Beg Or Steal” nos introdujo en un universo plagado de referencias cinematográficas mientras Emanuela se transformaba en la protagonista de un drama haciendo de vez en cuando gorgoritos o dándonos la espalda moviendo el trasero. En esos momentos, los rockers aguerridos no pudieron reprimir el clásico piropo obrero “¡Que ese culito no pase hambre!”.
El espectáculo derrochaba mucha clase, hay que decirlo, con una cantante que además bebía champán en copa, para más inri. Y las piezas escogidas no carecían de distinción, caso del homenaje que tributaron al “Leader Of The Pack” de The Shangri-Las antes de “Johnny Are You Gay?”, una suerte de revisión del sonido de los grupos de chicas de los sesenta.
La vena latina sobresalió en “Perfidia”, la sección de viento no tardó en desfilar entre la muchedumbre, y la fronteriza “Westbound Train” puso hasta a parejas a bailar. La entrega del personal fue descomunal, con una tipa en primera fila que levantaba las manos como si orara, y el entusiasmo se desbordó en “My Love For Evermore”, su gran éxito, donde se echó de menos la voz aguardentosa a lo Tom Waits de Sparky.
Otro de los puntos álgidos de la noche estuvo en la muy conseguida versión del “Call Me” de Blondie, con trompetas incluidas, que sonó bastante más digna en directo que la de los originales hace un par de años en el festival Azkena. En este aspecto, cabe resaltar la fijación de las bandas de este rollo por el periodo ochentero, el popular “Tainted Love” de Ed Cobb, por ejemplo, ha conocido cien mil adaptaciones, y los norteamericanos The Brains se han atrevido incluso con el “Personal Jesus” de Depeche Mode o el “Lovesong” de The Cure.
Los estertores finales fueron de órdago con la frenética deudora de Little Richards “Rag Doll Baby”, en la que proliferaron peonzas humanas girando por la sala, y la no menos impactante “Little Lil”, con trompetas tarantinianas a tope, solo de quitar el hipo, aullidos y hábil manejo de los tiempos acelerando y aminorando a su antojo. ¡Wow! ¿Quién da más? Un momento épico y profundamente eléctrico, por mucho que hubiera solo una guitarra. Era algo que tenía más que ver con la actitud, como dejó patente el contrabajista al realizar un mítico molinillo a lo Pete Townshend.
Ya habían cumplido, pero después de semejante subidón los bises de rigor se hacían preceptivos. Algunos rockabillies trues entonces gritaron con sorna “¡Tocad una versión!”. Y la verdad es que en el fondo tenían razón, la única pega que se le podría sacar a su bolo sería precisamente eso, la abundancia de adaptaciones en su cancionero, demasiados cortes que igual al aficionado de a pie le sonarían de refilón, pero que para los entendidos en la materia significan una clara falta de ideas originales. Aunque seamos serios, estos suizos tampoco van de puristas, pues picotean de un inabarcable ajuar, por lo que exigir certificados de autenticidad no sería de recibo.
De hecho, rescatar el “Have Love, Will Travel” de The Sonics no supone un esfuerzo para quedarse calvo, pese a que nos sonó bastante más potable que en la verbenilla que montaron el pasado verano en Mundaka las leyendas garajeras, otros que fusilaban repertorio ajeno que daba gusto. Y terminar con el “Diamond’s Are A Girl’s Best Friend” de Marilyn Monroe no implicaba alcanzar el éxtasis, aunque otorgaba una soberbia nota de distinción que encajaba al milímetro con la pinta de viuda negra devorahombres de Emanuela.
Una auténtica señora de David Lynch, de rompe y rasga, de las que por donde pasa no vuelve a crecer la hierba. Personajes poderosos que dan miedo y al mismo tiempo se muestran deliciosamente irresistibles. “She’s a femme fatale”, como repetían The Velvet Underground.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan
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