Crónicas
Mayhem: Fetichistas de la oscuridad
«El universo de las parafilias es casi inabarcable»
Sala Santana 27, Bilbao
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos (Madrid): Alfonso Dávila
Frente a las ya tradicionales obsesiones por los pies o por la ropa interior, tenemos los que se excitan por los tacones, los sombreros o incluso el humo del tabaco, existen tantas posibilidades como recovecos tiene el alma humana. Porque muchas veces la delgada línea que separa la pornografía del erotismo se reduce a una simple cuestión de elegancia, de saber estar y de mantener la compostura sin arrastrarse cual vulgar baboso. No debería haber nada malo en cultivar el morbo, por mucho que estén en desacuerdo las monjas postmodernas partidarias de prohibir besos y tapar escotes.
Con esa predilección por lo escabroso han jugado desde siempre los noruegos Mayhem, supervivientes de aquella escena blackmetalera en la que se empezó quemando iglesias y se acabó matando gente, como aquel recordado episodio entre Varg Vikernes y Euronymous por el que el líder de Burzum pasó una más que larga temporada en el talego. No menos conocida era la historia del suicidio del cantante Dead, un tipo peculiar con un notable bagaje autodestructivo que se solía cortar en directo y hasta acostumbraba a oler un cuervo muerto que guardaba en una bolsa de plástico para impregnarse del hedor de la parca.
La piedra angular de la banda era sin duda ‘De Mysteriis Dom Sathanas’, uno de los discos más influyentes dentro del black metal cuya grabación tuvo que retrasarse debido a las muertes antes mencionadas de Euronymous y Dead. Un trabajo enigmático por el que en años posteriores hubo ciertas disputas en torno a la autoría de las canciones, ya que en línea con la filosofía underground del movimiento no se proporcionaba información alguna acerca de los miembros que lo registraron, aunque se sabe que el bajo corrió a cuenta del amigable Vikernes y de las voces finales se ocupó Attila Csihar, que viajó desde Hungría a Noruega gracias a su reputación de culto adquirida en Tormentor.
Había por tanto mimbres suficientes para que una variopinta multitud abarrotara la sala Santana 27, pese a que hace unos cuantos años seguramente no hubieran llenado ni la mitad. Tocar en el Resurrection Fest supone una de las más potentes campañas de promoción dentro del metal contemporáneo y por allí vimos conocidos de los que no sospechábamos ni por asomo su afición a tales aguerridos sonidos. Pero no nos las vamos a dar de trues, nosotros también acudimos un poco por pura curiosidad y porque el black metal, a pesar de su recurrente vertiente melódica, sigue siendo uno de los pocos baluartes que quedan de la autenticidad.
Por motivos laborales no llegamos a los teloneros, pero ya sabíamos que en el acto principal de la noche no habría sorpresas, el repertorio centrado en interpretar de cabo a rabo ‘De Mysteriis Dom Sathanas’ sería de sobra conocido y cualquiera que esperara otra cosa de Mayhem estaría perdiendo el tiempo. Con una niebla opaca que casi desbordaba el escenario, estos pioneros demostraron que su propuesta satanista sigue sacudiendo el espinazo en pleno 2017 debido a una fantasmagórica puesta en escena cuidada al milímetro con mucha teatralidad. Juraríamos incluso que sus propios miembros se esforzaban en poner caras de tipos perturbados o siniestros, bastaba cruzar miradas con el encapuchado Necrobutcher para que uno quisiera cambiarse de acera y tal vez hasta de planeta.
Otra de las señas inconfundibles de la época era ese característico sonido a lata que alcanzó proporciones míticas gracias a la proliferación de las cassettes y en ese aspecto estaba muy bien planteado el directo, evocando esas grabaciones que pasaban de mano en mano como si fueran una auténtica verdad revelada. Por supuesto, en otras fechas de la gira no han tardado en surgir los exquisitos que tratan de juzgar su sonido en base a criterios del siglo XXI, una inexactitud semejante a la de los que intentan valorar comportamientos de personajes históricos según las convenciones del pensamiento contemporáneo. Si el ambiente no se asemejaba al de una reverberante cloaca infernal, entonces algo se estaba haciendo mal.
A las habituales máscaras que suele portar el voceras Attila, se añadió una mesa con su cráneo y unas velas con las que jugueteó el líder de esta suerte de monjes benedictinos que poblaban el escenario. En ocasiones había tal maraña sónica que parecía que se habían dejado abierta la puerta de entrada al inframundo, pero su propuesta nos pareció mucho más creíble que la de otros oficiantes de misas negras en la actualidad tipo Ghost, aquí no había concesiones a la comercialidad. O entrabas en su culto o te podrías ir a orar a otra parte. Una pena que no recuperaran las cabezas de animales muertos de sus inicios, ese baremo utilizado para distinguir a los verdaderos fans de los advenedizos y escandalizables.
La apariencia espectral del vocalista quizás explicaba que las palmas de sus manos fueran inmunes a las llamas, una minucia para cualquier criatura del averno, y las vueltas que daba alrededor de la mesa adquirían la solemnidad de un ritual, una percepción incrementada cuando les daba por emplear utensilios de recurrente color rojo. Ni un detalle faltaba en el kit del perfecto satanista.
Y mucho de interpretación había asimismo sobre las tablas con un cantante que bordó su papel experimentando en ocasiones una suerte de éxtasis demoniaco, como cuando sacó esa especie de botafumeiro del mal para erradicar las esencias buenrollistas del lugar. Una estampa sobrecogedora a la que contribuyeron las figuras de esqueletos situadas en cada lado. Un aviso a navegantes para demostrar que no se andaban con chiquitas.
Y así el evento se desarrolló sin factor sorpresa en lo musical pero con mucha escenografía impactante, unos cincuenta minutos, lo que dura el disco ‘De Mysteriis Dom Sathanas’, y fuera, ni bises ni mierdas para encantar al vulgo. Fue un visto y no visto que difícilmente justificaría una entrada de 30 pavos, para lo cual deberían haberse estirado por lo menos media hora más. Pero si nos ponemos en perspectiva histórica, no todos los días uno tiene la oportunidad de contemplar a semejantes fetichistas de la oscuridad, unos siervos del Maligno tan entregados a la causa. Pocos manifiestos existen más rotundos sobre un ángel caído.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos (Madrid): Alfonso Dávila
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