Crónicas
BIME Live (Royal Blood, Franz Ferdinand, The Prodigy, Kitai...): La importancia de sentirse especial
«Hoy en día todos queremos parecer interesantes»
BEC, Barakaldo (Bizkaia)
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan
Que no nos tomen por uno de esos seres primitivos sin alfabetizar que pululan por ahí. Cualquier estrategia para mimetizarse vale, ya sea citar a grupos respetables alejados de la vulgar comercialidad, sacar a Camus a colación a eso de las cinco de la madrugada o incluso apuntarse al veganismo y dejar de formar parte de esa horda de asesinos que comen carne.
En este tipo de cosas uno piensa cuando acude a una nueva edición del BIME Live, esa suerte de guinda al congreso musical que aúna jornadas de conferencias con conciertos en la capital vizcaína y alrededores los días previos. Una semana durante la cual las actividades bullen en la villa de Bilbao y hay tantas alternativas que ya es imposible abarcar todo. Y el festival que se celebra el fin de semana en el pabellón del BEC sigue cosechando éxitos de convocatoria al conseguir congregar esta vez a una dignísima cifra de más de 20.000 asistentes, una marca encomiable para un evento que se ha ganado su consolidación en el panorama nacional.
El sistema cashless con pago mediante pulsera ha dejado de ser un incordio, menos todavía cuando existe la posibilidad de recuperar el dinero sobrante en el mismo recinto sin que te cobren comisión bancaria o sin que te lo cambien por megas o cualquier otra mierda. Al igual que en anteriores ocasiones, el recinto continúa estando muy bien aprovechado, con cuatro escenarios, uno de ellos una especie de teatro para sibaritas anti cotorras que en cuanto se escucha una palabra su selecta audiencia chista al asilvestrado impertinente a la mínima. Como tiene que ser.
Cojones de fuego
En las jornadas previas no nos perdimos el sarao que montó la promotora holandesa Dutch Impact en el Kafe Antzokia con un par de grupazos sin desperdicio y de calidad incontestable. Antes tuvimos tiempo de catar un rato en el Shake, el garito de moda de la capital vizcaína, a Albert Cavalier y su post punk chirriante con aires grungeros, cada vez estamos más convencidos de que los noventa son los nuevos ochenta. Aquello estaba a reventar de jovenzuelos imberbes y algunos hasta se animaron a danzar, lo cual no era complicado con temas para contonearse a lo “Kill Surf City” de The Jesus & Mary Chain. Agradable entremés.
La cosa se puso seria con The Grand East, unos tulipanes comandados por un vocalista descamisado y mesiánico tipo Jim Morrison que ejecutaba bailecitos epilépticos dignos de Joe Cocker y que no dudó en encaramarse a un bafle y arrastrarse con una encomiable destreza heredera del Rey Lagarto. Las partes de Hammond eran asimismo para encoger el alma, con fragmentos clavados a The Doors y composiciones que evocaban un colocón de peyote, aunque también se acordaron de la música de su terruño cuando amagaron con el “Hocus Pocus” de Focus. Inmensos. Hay que apuntar su nombre.
Pero si existe una joya de la corona en el país de los molinos esa estaría en poder de los chavales de DeWolff, a los que la hora escasa habitual en los showcases les supo a poco para desplegar su arsenal psicodélico y blues rockero en la mejor tradición de Cream o Led Zeppelin. No hubo tiempo para su enorme “Black Cat Woman”, pero “Sugar Moon” sirvió igualmente para agitar las melenas en las primeras filas y para que algunos neohippies se sumergieran en su cuelgue particular. Con el personal comiendo de su mano, podrían hacer lo que les viniese en gana, lejos de marear la perdiz, presentaron brevemente a la banda denominando al teclista “cojones de fuego” y no se cortaron a la hora de interpretar piezas tan largas como sublimes del calibre de “Tired Of Loving You”, cuyo solo mayúsculo fue interrumpido por los aplausos. Una noche épica para rememorar. Lástima que no pudieran tocar más.
Del programa de BIME Pro destacaríamos sin duda la interesante charla que ofreció Seymour Stein, legendario fundador de Sire Records y descubridor de bandas fundamentales como Ramones, The Replacements, The Smiths, Depeche Mode y un largo etcétera. Y lo cierto es que este señor tenía historias para aburrir. Confesó por ejemplo que la primera vez que escuchó a Joey Ramone y compañía pensó que eran “los Beatles” o que se ocupó personalmente del fichaje de los holandeses Focus, al tiempo que enfatizaba en la necesidad de “tomar decisiones pronto” y auguraba en el futuro un boom de música latinoamericana.
“Si algo es bueno, ve a por ello”, aconsejó a los oyentes antes de ensalzar la plena vigencia del rock n’ roll por su particular mezcla de estilos. Y un asistente le preguntó por su rechazo al término “punk”, que él reducía a “new wave” por su nueva manera de entender el negocio, a lo que el interpelado contestó que “las palabras no significaban mucho”. Recordó el papel de las discográficas independientes porque eran las que traían “nuevas caras” a la industria y destacó el hecho de que a Elvis o a Johnny Cash los ficharon pequeñas compañías. Su intervención pasó volando.
Huesos y carnaza
La cifra oficial fue de casi 9.000 personas, pero no sentimos ni una mínima sensación de agobio en la primera jornada del BIME Live, quizás porque el personal se desperdigó bien por el inmenso recinto. Pocos fieles había empero inaugurando el evento viendo a Rural Zombies, algunas chicas con pinta de bohemias y grupillos por aquí y allá que delataban desbordantes claros a tan temprana hora. Brilló una vez más su vocalista Julia con aire de nu metalera con pantalón plateado, top negro sin sujetador y coletas, arropada además por ese sonidazo impoluto característico de sus bolos, les habremos visto este año unas tres o cuatro veces y no nos han defraudado nunca.
Como están a punto de sacar disco, aprovecharon para probar nuevas composiciones y eso significó dejar fuera del repertorio piezas que ya nos habíamos acostumbrado tal vez demasiado a su presencia, caso de su versión del “In For The Kill” de La Roux. Su nivel en directo sigue siendo descomunal, con mención especial para su guitarrista, y si nos dejamos de aldeanismos, dan mil vueltas a gran parte de farsantes indies patrios y extranjeros. Elegancia y actitud rock total.
El profeta del trueno Pablo Und Destruktion también había estado en los showcases del BIME la noche anterior, no pudimos repetir por no poseer el don de la ubicuidad, pero imaginamos que tampoco diferiría demasiado de lo que contemplamos en esta ocasión. Tras su intro fronteriza “Preludio Corintio”, los tambores de guerra marcharon prestos a la batalla en “Puro y ligero” antes de que el cantautor vitriólico se tornara confesional en “Mis animales” y admitiera que no es más que “huesos y carnaza”. Pidió a los técnicos de luces ponerle algo más “íntimo” y prácticamente en penumbra apeló a las esencias de su terruño en “La Extranjera”, que devino en un marasmo ruidista.
Muy cercano con el respetable, excusó la ausencia de su bajista por un “ataque de vértigo” y afirmó que nos portábamos bien porque “no había que mandar callar” y con cierto don de la oportunidad se decantó por “Pierde los dientes España” precisamente el día de la proclamación de la República Catalana. Y no estamos seguros de si sería casualidad también, pero notamos que en “Busero Español” gritaba con mayor ímpetu lo de “charnego de Badalona”, quizás a modo de advertencia a los fans de las razas puras y demás.
Ofreció una solución rebosante de bilis en “El enemigo está dentro”, cuyo “Que reviente Occidente” atronó, y la pastoral “A la mar fui por naranjas” sonó tan fantasmagórica como una pieza de Nick Cave & The Bad Seeds. De hecho, alargaron gran parte de los temas del repertorio y la mayoría ganaban respecto a las versiones de estudio. Nos faltaron cosillas, por ejemplo, la apocalíptica “Por cada rayo que cae”, pero con un minutaje tan limitado era inevitable que se quedaran pelos en la gatera. Ya lo dijo Pablo, “a la próxima, con bajo y más tiempo”.
La curiosa propuesta de Meute de vientos sobre base electrónica, con momentos de pura batucada y delirio total con unos 10 tíos sobre el escenario, tuvo cierto interés en un comienzo. Las chaquetas rojas de los miembros de la banda parecían de fraternidad de universidad americana y tuvo que ser todo un espectáculo verles desfilar de esta guisa por el centro de Bilbao en el pasacalles que celebraron por la mañana. Pero el interés disminuía a medida que reincidían en la misma fórmula una y otra vez, y en el escenario del teatro el ambiente tampoco era de fiestón absoluto con el muermo Mark Eitzel tratando de emular a Morrissey, aunque aquello más bien invitara al sopor infinito. Encima, había más peña sentada que de pie. Huyamos.
Frente a los que te machacan con tonadillas insufribles antes de salir a escena, léase The Prodigy, Royal Blood apelan a la clase absoluta con el “Down In Mexico” de The Coasters, una de las mejores intros de la historia, antes de fundirse en una muralla de sonido apabullante. La peña se pone de inmediato a tono con chillidos y contoneos reforzados por invitaciones a la alcoba del tipo de “Lights Out”, música sensual al extremo, para coreografías de pole dance y preliminares varios.
Las hembras entran al trapo en su rollo, más todavía si adoptan actitud canalla en “I Only Lie When I Love You”. Con un repertorio semejante merecen llenar pabellones sin dilación, “Little Monster” es otro motivo para ello, nunca se sacó tanto partido a un par de álbumes. El problema que tienen es que son unos adictos a los baños de masas y quizás se regodean demasiado en lo de animar al público y demás, de hecho, el batera no dudó en lanzarse a la muchedumbre, pero cuando se legan estampas rockeras tan contundentes como aquella que protagonizaba Billy Duffy de The Cult en la portada de ‘Sonic Temple’ se les pueden perdonar esas menudencias. Soberbios, una auténtica orgía de electricidad.
Pertenecientes a esa oleada de shoegaze noventero con insignes representantes del calibre de Lush o Slowdive, Ride rompieron recientemente una sequía discográfica de más de dos décadas con ‘Weather Diaries’ y demostraron en el escenario que su regreso sigue estando a la altura y que podrían codearse con estrellas contemporáneas del estilo de Interpol o Editors. Con luces azules que favorecían el trance, se tornaron tan elegantes como Glasvegas y apelaron sin complejos al sonido Manchester mientras una leve distorsión chirriante nos colocaba en otra dimensión. Su aire introspectivo no estaba reñido con la emoción, una pareja hasta se puso a bailar, y después del hedonismo para masas de Royal Blood se agradeció un poco de recogimiento. Mola sentirse especial.
El arte de la chatarrería
Una de las apariciones más esperadas para aquellos con un mínimo bagaje cultural era la de los pioneros del industrial Einstürzende Neubauten, que no se suelen prodigar en salas y apenas casi en festivales. El propio Pablo Und Destruktion recomendó su actuación pocas horas antes y luego se le pudo ver mezclado entre el respetable. Y aquello no defraudó en absoluto al tornarse una marcianada de la que costaría recuperarse.
La voz apocalíptica del eterno escudero de Nick Cave Blixa Bargeld resonó desde el comienzo con “The Garden” cual mantra hipnótico mientras le acompañaban unos golpes de bidón y un peculiar bajista descalzo que podría haber tocado en Scorpions. Pelos de punta cuando cambiaron a la lengua germana e insuflaron aire marcial en “Haus der Lüge” al tiempo que movían un extraño rectángulo de aluminio que hacía ruido de cristales rotos. Subversión sonora total.
Al igual que sucedió otro año con los post rockeros Mogwai, no fueron pocos los iletrados que huyeron despavoridos al encontrarse una chaladura de semejantes proporciones, pese a que en realidad las canciones seguían estructuras convencionales de verso, estribillo y demás. La miel no está hecha para la boca del asno y quizás habría que poseer la disposición adecuada para apreciar al espectral Blixa Bargeld, tan blanco que parecía un tísico decadente, emitir chillidos de cuervo mientras se aporreaban por ahí platos de hojalata. En la misma fila donde estábamos sentados, había una chica pelirroja muy guapa observando el bolo con atención, tal vez el Napalm pueda esperar.
Muchos de los instrumentos están fabricados por ellos mismos, por lo que describirlos se torna en ocasiones una ardua tarea, pero nos llamó la atención en concreto un artilugio que daba vueltas del que caían objetos metálicos y que producía un efecto brutal, como de estrépito previo al fin del mundo. Y ya en el colmo del háztelo-tú-mismo, el cadavérico Blixa confesó que las tuberías que iban a emplear cumplían todos los estándares europeos, esto era industrial de verdad y no el de Rammstein, parecía que habían saqueado cualquier obra.
Lo curioso es que todos los elementos empleados cumplían su función precisa y en ningún instante desentonaban, como cuando el vocalista sacó una especie de radio para amenizar la exquisita sinfonía de ruido. Hubo espacio también para la épica con un “How Did I Die” que recordaba por su pomposidad al “Heroes” de Bowie, un in crescendo impresionante erigido en manifiesto de libertad artística al admitir que con cada “viento diferente”, surge una “nueva canción”. Un epílogo sobrecogedor.
En contra de la tradición imperante en el género industrial, regresaron para los bises con una especie de barandillas o antena gigante y un tipo de inmaculado blanco con gorro de cocinero y capa de Superman antes de arrancarse en el post punk ruidoso de “Let’s Do It Da Da” que desató pogos en las primeras filas, algo que nunca hubieras imaginado que sucedería en un recital suyo. Pero la lección estaba aprendida, aquí cabría esperar lo inesperado. Hay mucho arte en la chatarrería.
Rumbo a la destrucción
Vaya sorpresa más grata nos topamos en la entrada del BEC en el segundo día del BIME Live. Salíamos del metro presurosos para llegar a tiempo a la actuación de la sensación punk del Reino Unido Idles, pero a medida que avanzábamos una melodía se nos iba metiendo por la oreja cual mosca cojonera, pero no sabíamos lo que era exactamente. Empezamos a repasar nuestra enciclopedia musical mental y caímos en la cuenta. ¡Era “Sientes el golpe” de Kitai!
Los madrileños tocaban en un minúsculo escenario quizás como parte de la promoción de su último disco ‘Pirómanos’ que había salido al mercado hace escasas 24 horas. Y ante unas 50 personas dieron un bolazo enérgico a la altura de los que se podrían contemplar dentro del recinto, con la banda al completo derrochando agallas como pocas veces hemos visto y quedándose con el personal, que al igual que un servidor, casualmente pasaban por ahí. Mandaron incluso agacharse, pero a esas horas todavía no estábamos para esas hostias.
“Vamos a hacer un poco de ruido”, advirtió su inquieto vocalista en modo grandilocuente a lo Bunbury y cumplieron con creces la amenaza emulando la pegada alternativa de Biffy Clyro o Foo Fighters y la pomposidad de Muse o Héroes del Silencio. El final fue apabullante con el cantante lanzándose hacia el respetable desbocado cual miura y terminando con los brazos en alto en frente de la batería en una estampa épica. Tremendos hasta en el salón de cualquier casa. Aquí valdría esa cantinela repetida en el Sonorama de “¡Escenario principal! ¡Escenario principal!”. Inmensos.
No disminuimos un ápice la tralla con el punk salvaje de Idles, a los que también les dio por confraternizar con el público con un guitarrista que voló por los aires hasta dos veces. Daba gusto en pleno 2017 escuchar a un voceras tan deslenguado como Johnny Rotten que arremetió contra la prensa y todo lo que le venía en gana y acto seguido se colocaba en posición de grulla para simular que volaba o hacía una especie de pino y se quedaba con la pierna en alto durante unos minutos. Unos simpáticos chalados cuya presencia en un entorno tan fino se asemejaba a la de un elefante en una cacharrería. Sí, prendamos fuego a todo lo que sea susceptible de arder.
Después de tamaña brutalidad, BNQT, el supergrupo compuesto por figuras destacadas de la escena alternativa como Alex Kapranos (Franz Ferdinand) o Ben Bridwell (Band Of Horses), se antojaron totalmente inofensivos, unos meros fuegos de artificio incapaces de asustar a nadie. Y eso que comenzaron evocando a The Sweet en “Restart” antes de diluirse en una propuesta amigable cercana al power pop o a las melodías a lo Beatles. Daba la impresión de que sus componentes eran más importantes que las propias canciones de su disco debut, por lo que picotearon en las respetivas carreras de cada miembro. En plan tranqui no están mal, pero para un festival son algo más discutibles.
Lo que más nos interesaba de la segunda jornada era esa prodigiosa conjunción de talentos formada por Niño de Elche y Toundra llamada Exquirla, que oficiaron en el escenario del teatro ante muchas barbas y algunos curiosos que nos preguntaban a ver qué música hacían. Hablar de post rock con voz aflamencada en ese contexto equivalía a una disertación sobre la cría del ornitorrinco adulto y no faltaron los que abandonaron despavoridos el lugar temerosos de que se les contaminara el oído con tanta delicatessen o algo así.
Porque esto nada tiene que ver con esas manidas fusiones perroflautas, se trata de otro rollo al margen. Eso se palpa desde que el Niño de Elche ejerce de chamán del cante jondo recitando en “Canción de E” y subiendo en intensidad hasta explotar en “Destruidnos juntos”. Faltaba algo de volumen, pero el sonido se antojaba impecable con la banda aportando contundencia a los desvaríos de un cantautor de flamenco contemporáneo que derribó fronteras estilísticas y se tornó un auténtico coloso de la escena con unas tablas descomunales. Pura crema. Nunca el camino hacia la destrucción fue más agradable.
Volvimos a experimentar “el efecto Idles” con Franz Ferdinand, que demostraron no haber aprendido demasiado desde su lamentable actuación en el BBK Live de hace unos años. Mendigaron de nuevo los bises y tocaron más sin que nadie se lo pidiera, su post punk para pijos tampoco es que disponga de un espectacular margen de maniobra. A su favor hay que decir que por lo menos siguen poniendo a danzar a las hembras y a algunos machos, como una pareja que teníamos delante marcándose unos bailecitos dignos de videoclip. Por algo titulamos en el pasado “Que bailen las chicas”.
En lo musical, aparte de sus hits “Take Me Out” o “Love Illumination”, no pueden ofrecer mucho más, menos todavía con un sonido embarullado impropio de su categoría. La peña andaba muy entregada a la causa bailonga, así que quizás pocos percibieron este detalle. La clase también se debería hacer valer en la pista de baile. Lo contrario es baboseo.
Mira que lo hemos intentado ya tres veces, pero no nos entran en directo los ritmos para pastilleros y subespecies varias de The Prodigy, que también ofrecieron un bolo continuista con su tradición anfetamínica, esto es, sus dos vocalistas moviéndose continuamente y brincando como monos y unos efectos visuales que cuando ya los has contemplado en otras ocasiones no sorprenden lo más mínimo. Tiene temazos ideales para un puestazo de MDMA del tipo de “Firestarter” o “Smack My Bitch Out”, pero es que no podemos con sus testimoniales guitarras en directo, sepultadas por completo en la maraña electrónica. El esquema de siempre repetido hasta la extenuación. Fumar porros o meterse por la tocha, esa es la cuestión.
Y hasta aquí llegó una edición más de un festival en el que sobresale la importancia de sentirse especial, ir contracorriente y no comulgar con la masa aborregada. Eso pudo palparse en determinadas propuestas que por su carácter inusual eran un verdadero corte de mangas al sistema y valdrían de sobra para justificar tan grande despliegue. Ojalá llovieran clavos todos los días.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan
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2 comentarios
Es patético este pensamiento simplista de lo que yo escucho es mejor y lo que no me gusta (y no entiendo) es una mierda. Es triste verlo en algunos internautas pero lo es más cuando es un periodista el que lo hace. ¿libertad de expresión? Para decir chorradas mejor no decir nada. Recuerda, respeta y serás respetado.
Criticos... ¡quiero casarme contigo porque estas podrido!
Una cosa es que no te gusten ciertas tendencies musicales y otra es directamente insultar a esas tendencias. Pastilleros y subespecies, bailongos, baboseo, la clase de unos y otros, fusiones perroflautas... el desprecio para llamar la atención. Desde luego estarías muy a gusto en un régimen totalitario porque así es como se expresan