Crónica de Robert Plant & The Sensational Space Shifters: Un señor de los de antes
14 julio, 2016 10:49 am Deja tus comentariosBilbao Arena Miribilla, Bilbao
La hemeroteca es muy traicionera. Que se lo digan a los políticos que se desdicen a los pocos meses de celebrarse unas elecciones. O a los que abjuran de sus principios por modas pasajeras o cualquier otro motivo sin fuste. La integridad no cotiza al alza en una sociedad contemporánea obsesionada por “cuidarse” por fuera y conservar un estado lamentable por dentro. “Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio, que es bueno para mi salud, pero nunca he escuchado a nadie que le diga a un deportista, tienes que leer”, sentenciaba Saramago con bastante acierto.
Quizás los más veteranos recuerden aquella entrevista publicada en la Heavy Rock de agosto de 1983 en la que Robert Plant afirmaba sin tapujos que “en directo no pensaba tocar ningún tema de Led Zeppelin”. Lo que han cambiado las cosas, un ejemplo más de que por la boca muere el pez y de que la vida da muchas vueltas, aunque sería de ilusos totales esperar a estas alturas una nueva reunión de los cuatro magníficos del hard rock .
Pero el legendario voceras tiene la solución perfecta, intercalar clásicos entre sus recientes composiciones y así todos contentos, los fans y el artista, que de esta manera puede desfogar asimismo su torrente creativo. A nosotros esto último nos la traía un poco al pairo, estamos hablando de una auténtica leyenda del rock, uno de los mejores cantantes de la historia, por lo que hubiéramos acudido a tan magno evento aunque se hubiese arrancado con jotas aragonesas. Por desgracia, parece que no todo el mundo lo entendía así, porque la multitud congregada no llegaba a la altura de tan relevante astro.
Quizás el elevado precio de las entradas desanimó a muchos y el pabellón de Miribilla se redujo para la ocasión con unas pocas gradas y una zona de pista bastante holgada en la que uno se podía mover con total libertad, cosa que agradecimos bastante después de tres días agobiantes de peña durante el BBK Live.
No aparecía anunciado por ningún sitio y allí mismo nos enteramos de que había telonero, un tal Mike Sánchez, un rockabilly genuino, amigo personal del propio Plant, al que incluso invitó a su propia boda, y que cuenta con un currículum que casi da hasta vértigo, con colaboraciones junto a Paul McCartney, Jeff Beck, Ron Wood, Bill Wyman, Eric Clapton y un largo etcétera. No pegaba lo más mínimo con la tónica de la velada, pero estuvo entretenido su popurrí de clásicos del rock & roll como “Boom Boom” de John Lee Hooker, “Brown Eyed Handsome Man” de Chuck Berry o el no menos legendario “Baby, Please Don’t Go”. La peña aplaudió a rabiar mientras el tipo se hacía autobombo anunciando su concierto del 11 de noviembre en la sala Helldorado de Vitoria.
Hay una anécdota deliciosa sobre Robert Plant que seguramente ya habremos contado en alguna ocasión, pero no nos podemos resistir a repetirla de nuevo. Giraban Led Zeppelin por primera vez por EE UU y los sureños The Allman Brothers rabiaban por conocer a sus ídolos hasta que coincidieron ambas bandas en un mismo escenario. Los movimientos afeminados del vocalista y los pantalones de terciopelo que llevaba según la moda de la época se convirtieron en un shock tremendo para Duane Allman, un señor del sur profundo apegado a las costumbres que no soportó semejante decepción y decidió marcharse para no tener que dar una patada en el culo a Plant.
Por suerte para los ortodoxos, hoy en día el mítico cantante no se mueve con tanta afectación como antaño, aunque sigue conservando una inefable clase en escena. Eso se pudo advertir desde el principio con el símbolo de la pluma de fondo cuando tras “Poor Howard” se arrancó con un “Black Dog” ralentizado, pero reconocible de inmediato por la concurrencia que se unió en los “ah” “ah” del final.
Llevaba una banda multicultural llamada Sensational Space Shifters en la que destacaba su guitarrista y servía fielmente al propósito de abordar el pasado según sus propios términos y a la vez añadía cierto poso místico. De esta forma, evocó a los morenos en los campos de algodón en “Poor Howard” y la velada se fue tornando tribal por momentos hasta cristalizar en el folk tradicional de “Little Maggie”, que presentó como “una canción sobre una chica que tenía problemas para mantenerse limpia”.
Siguiendo su costumbre, intercalaba anécdotas y chascarrillos varios entre tema y tema, e incluso nos confesó que sus acompañantes eran cada vez más “raros”. Algo que comprobamos in situ en ese curioso movimiento de lado a lado en el que parecía que espantaban malos espíritus. Era un rollito muy hippie y en ese contexto encajaba la sosegada “That’s The Way”, recibida con una ovación y muy clavada a la original.
“All The King’s Horses” pudo dormir a las piedras, aunque era todo un deleite escuchar la voz con solera de tan respetable señor, sin las notas imposibles de sus años mozos, por supuesto, pero defendiéndose con mucha dignidad para su edad. Un vino añejo de esos cuyo sabor se incrementa a cada sorbo y uno acerca de vez en cuando la nariz a la copa para captar el aroma en toda su plenitud.
Había olores empero que venían de hace mucho tiempo y se antojaban una auténtica labor de arqueología musical, como cuando echó la vista atrás para recordar los viejos espirituales afroamericanos, “el soul que salió de las iglesias para ir a las radios”, según su explicación, y enredarse en un piadoso “Satan, Your Kingdom Must Come Down” aderezado por ese “In My Time of Dying” del ‘Physical Graffiti’ en el que se sienten hasta los efluvios del Mississippi.
El viejo truco de concatenar pasado y modernidad lo repitió en numerosas ocasiones, como en “No Place To Go” de Howlin’ Wolf y la inmortal “Dazed And Confused”, donde un servidor volvió a maravillarse por escuchar esos característicos giros vocales que constituyen todo un perfume propio, embriagador y personal hasta la médula, por mucho que lo hayan copiado cientos de veces.
El “Fixin’ To Die” de Bukka White se transformó en una locomotora vetusta, lenta, pero con la seguridad de llegar al destino, y para despedirse fundió temas emblemáticos del blues del calibre del “Hoochie Coochie Man” de Muddy Waters o de nuevo el “Boom Boom” de John Lee Hooker con un “Whole Lotta Love” que iba y venía cual olas rompiendo en una playa. Mandó levantar las manos y agitarlas como en un concierto de Springsteen durante el “Twist & Shout” y nos quedamos esperando los bises, pues una hora y poco a casi sesenta pavos la entrada, como que no.
Tuvo la decencia de condescender con un “The Lemon Song”, con Plant saliéndose en el apartado vocal y respetando la versión en estudio, antes de finalizar con galones con un “Rock And Roll” que sonó como si la tocaran AC/DC. Los “uh yeah” retumbaron en el recinto mientras algunos reincidían en la mariconada de agitar las manos.
Pues nos sorprendió muy gratamente la leyenda rubia, pensábamos que el hombre se encontraría más desguazado, pero para nada, sigue manteniendo la clase intacta, incluso al moverse, no tan exageradamente como antaño, pero con la elegancia de un señor de los de antes, de esos de los que no necesitan bravuconería alguna para demostrar su grandeza. Enorme, otro que podemos tachar de la lista y repetir con muchas ganas.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan
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