Crónica de Kvelertak + Skeletonwitch: Toda la buena mierda
1 diciembre, 2016 2:22 pm Deja tus comentariosSala Arena, Madrid
Hay entrevistas que se convierten en auténticas clases magistrales de las que sales ojiplático. Eso nos sucedió cuando coincidimos por primera vez con unos por entonces desconocidos escandinavos que nos relataron con todo lujo de detalles lo que ellos entendían como “el efecto champú”, a saber, una inmutable ley que opera cuando te pegas una cogorza de espanto y al día siguiente tratas de repetir la jugada, pero la bebida se te sube a la cabeza con mayor facilidad.
Pues bien, esa simpática anécdota nos contaron los noruegos Kvelertak con entusiasmo de borrachuzos mucho antes de que pegaran el pelotazo y se convirtieran en una referencia ineludible en el metal contemporáneo. Han recorrido desde entonces un camino considerable al conseguir abrir para colosos como Slayer o Anthrax y participar en el festival Azkena, aunque en esa ocasión no les pudiéramos catar demasiado al coincidir su bolo con el de los espirituales Woven Hand.
Había ganas por tanto de comprobar in situ su meteórica progresión ascendente y dar fe de que el entusiasmo que despiertan entre los fans se corresponde con una idéntica entrega en directo. Su primera gira peninsular como cabezas de cartel se antojaba la oportunidad propicia para desenmascarar su peculiar universo poblado por búhos, máscaras, furor norteño, black metal, rock n’ roll o punk.
Pese a que parecía que la cosa iba a andar floja en términos de asistencia, al final casi se logró llenar la sala una tarde perezosa de lluvia que invitaba a repantigarse en el sofá hasta el día siguiente. Una nutrida multitud de jovenzuelos, muchos barbudos, insuflaron el calor necesario para que aquello se asemejara a una especie de ceremonial vikingo en el que únicamente faltó montar una pira funeraria.
El personal ya se desvivió con los rotundos Skeletonwitch y su thrash/death con destellos black que en las distancias cortas atronaba con la fuerza de una apisonadora. No es exactamente nuestro rollo, pero de justicia es reconocer las tremendas tablas de estos estadounidenses que parecían poseídos por las ganas que le echaban, la peña hasta aullaba extasiada ante semejante demostración de ímpetu. Una infranqueable muralla sónica de la que era prácticamente imposible salir impertérrito. Vaya tralla, colega.
Ante la mirada serena de una figura de un búho que en una ocasión incluso perdió la cabeza debido al trasiego al montar el escenario, Kvelertak incitaron al pogo ya desde los primeros temas con “Dendrofil For Yggdrasil” y “1985”, precisamente en un recinto en el que solía colgar un cartel con la prohibición de realizar ese tipo de bailes. Como si hubieran abierto una jaula que cobijara auténticas bestias en su interior, así se comportaron los noruegos, sin piedad, cual elefante en cacharrería, arramplando con todo, las tablas hasta se quedaron pequeñas para acoger tantas idas y venidas.
La cercanía con el respetable, con un desatado vocalista que cantaba al ras de la muchedumbre o lo mismo se fundía con ella, fue una de las señas de identidad de un bolo que comenzó haciendo apología del black metal guerrero y acabó levantando mástiles con riffs incendiarios a lo The Hellacopters. Los cánticos arreciaban de cuando en cuando con el fragor de una batalla y los puños se levantaban mientras se gritaba “hey”. Aquello no era un público normal, era un ejército perfectamente organizado que esa noche se encontraba de maniobras por la sala.
La verdad es que en su repertorio había de todo, blast beats, guitarras punkarras a lo Turbonegro, riffs clásicos de heavy metal, partes pausadas para tomar aire y sus características letras en noruego que no suponían impedimento alguno para que los más fieles se las aprendieran. Su enérgico vocalista bebía cerveza y luego lanzaba la lata por ahí como un macarra vikingo, ni siquiera con esas la adoración disminuía un ápice.
Como hemos dicho, moló mucho más la parte final de su show, cuando se enfundaron el traje high energy escandinavo en “Bruane Brenn” y despidieron solos al tuétano que hasta eran coreados. Hicieron el mítico truco de quedarse parados durante unos instantes y la parroquia rugió como si aquello fuera una afrenta de las gordas antes de que el inquieto frontman adoptara el papel de director de orquesta durante un intervalo melódico y luego expulsara agua por la boca cual manantial.
Y lo siguiente que sucedió con el tema homónimo “Kvelertak” ya no tiene calificativo, los saltos se desataron por doquier y había que ser muy aguerrido para atreverse a permanecer en las primeras filas. Algunos se subían encima de otros para departir con el cantante y los gritos con el nombre del grupo se elevaron hasta la estratosfera. Ante tal aquelarre únicamente faltaba desplegar un estandarte negro para que las tropas rindieran homenaje a la vanguardia y a sus comandantes. Patria o muerte.
La posterior retirada no significó que cesaran los cánticos con esa consigna casi impronunciable en castellano, por lo que regresaron para una nueva acometida con “Nattesferd” de su último disco, un cañonazo inapelable que a buen seguro permanecerá en su repertorio bastante más allá de la presente gira. Y “Utrydd dei Svake” no se nos antojaba una munición con la suficiente enjundia para la traca final, aquí deberían haber situado su corte homónimo y así cerrar el ceremonial con la dignidad adecuada.
Pero a pesar de este pequeño detalle consiguieron configurar un ataque muy decente orquestado hacia los flancos vitales, imposible aburrirse ni un momento con la amplia variedad de estilos que tocan. Dicen que les influyen cosas que van desde The Beach Boys hasta Burzum y que escuchan también mucho rock clásico. O como ellos mismos dicen, “toda la buena mierda”.
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
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