Crónicas

Kutxa Kultur Festibala 2017: Y Dios inundó el alma…

«Nunca sabes el tipo de gente que te vas a encontrar en los lugares más recónditos»

Hipódromo de San Sebastian, Lasarte (Guipúzcoa)

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Nos esforzamos en categorizar esto o lo otro en compartimientos estancos. Sin ningún matiz. O blanco o negro. No caben los equidistantes, por eso se les margina cuando su aportación debería ser clave para superar etiquetas o sistemas de pensamiento obsoletos. Es el sino de cualquier país cainita.

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La indefinición estilística del Kutxa Kultur Festibala provoca que muchos lo consideren una suerte de BBK Live en miniatura. Y aunque su inclinación hacia el indie despeje la mayoría de las dudas al respecto, es innegable que comparten características semejantes, como su ubicación en el centro de los planes de la gente guapa, esos que van a los conciertos a cotorrear, a pasar un rato con los colegas, a emborracharse u otra cosa que nada tenga que ver con la música. El postureo festivalero.

Pero hubo en esta edición un contratiempo que echó por traste la voluntad masificadora del cambio de recinto del Parque de Atracciones del Monte Igeldo al Hipódromo de San Sebastián. Unas funestas previsiones meteorológicas que anunciaban lluvia por doquier, nieve por encima de escasos metros y poco menos que el Apocalipsis desanimarían a potenciales asistentes, pese a que al final tampoco fue para tanto, a pesar de la considerable rasca nocturna o ese monumental barrizal a lo Woodstock del que todavía no nos hemos desprendido.

No hay que ponerse demasiado exquisito en este tipo de eventos, siempre se sufre un poco, y no es por ser pelota, pero hay promotores que realmente saben hacer las cosas bien y tratar al personal como un preciado objeto que merece conservarse y no como vulgar ganado del que extraer el máximo de beneficio posible. Las infraestructuras hípicas estaban aprovechadas al máximo, con un par de escenarios cubiertos, y había un kalimotxo muy reseñable a años luz de los brebajes inmundos que provocan diarrea de otros sitios. Y el sistema cashless sin dinero en efectivo se va consolidando como una alternativa muy razonable, sobre todo cuando los organizadores asumen los costes de las operaciones bancarias necesarias para recuperar el saldo pendiente de las pulseras. Como debe ser.

Ruido emocionante

 La previsión de tormentas debió de espantar hasta al más pintado, pues para cuando nos incorporamos tras la jornada laboral, el ambiente se hallaba desangelado total, menos mal que algunas zonas estaban prácticamente en penumbra, por lo que resultaba casi imposible realizar estimaciones acerca del número de asistentes. Había holgura en general, sin colas para nada, y contemplar de esa guisa a grupazos como The Jesus & Mary Chain era un lujo asiático que tal vez no se vuelva a repetir en la vida. Conciertos íntimos de los que te dejan sensaciones imborrables y luego dentro de unos años los recuerdas y piensas: “¡Yo estuve allí!”.

A veces conviene dejar los prejuicios en casa y abrazar la música con calidad sin tapujos, independientemente de las ideas preconcebidas que se tengan. Lo cierto es que a los eibarreses Kokein nunca les habíamos prestado demasiada atención y nos sorprendió encontrar  un combo con agallas de rock alternativo potente con regusto stoner que en un enclave tan políticamente correcto sonaba a gloria bendita. Metieron tralla gracias a un batería colosal y un inquieto guitarrista que no dudó en encaramarse al bafle o meterse entre las primeras filas, mientras su cantante femenina aportaba el toque de glamour y de autenticidad al beber de una botella como una macarra. Muy potables.

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Lukiek

Tuvimos la primera disyuntiva entre el rock instrumental de los zarauztarras Buffalo y un ignoto Jeremy Jay que nos recomendó con sumo tino el colega Carlos Benito y resultó todo un descubrimiento por su saqueo a manos llenas del legado de Joy Division, Interpol, Editors y hasta un poco de The Cure. Guitarras reverberantes envueltas en una voz de esas profundas que rasga el alma y que añadía una melancolía que encajaba a la perfección en el inhóspito clima que nos había tocado el finde. Poéticos en su tenebrosidad. Para no perderles la pista.

Ni por asomo nos planteábamos acudir a Love of Lesbian, otros farsantes que van de indies cuando exhalan puro pop por cada uno de sus poros, pero había una alternativa más que decente con Lukiek, el grupo paralelo de Josu de Belako, acompañado de un batería que aporreaba como una máquina y el guitarrista de Leun, que aquí asume las cuatro cuerdas, uno de los grupos más prometedores de la escena vasca. A excepción de la voz, tampoco existen demasiadas diferencias respecto a la banda madre de Josu al moverse en un territorio indefinido entre el rock alternativo y el post punk, aunque aquí sobresale más esa vertiente grunge noventera.

Ya les habíamos visto en anteriores ocasiones, pero quizás el de aquella noche fuera su mejor bolo hasta la fecha, pues se mostraron rabiosos como nunca, montaron pogos salvajes y la peña revoloteaba hasta con los riffs y los redobles. Disponen ya de una porción considerable de fieles, lo cual les allana el terreno, pero las ganas que echaron en el Kutxa Kultur no fueron normales. Quizás fuera porque el día anterior los municipales les habían aguado la fiesta, según contaron. La revancha.

Para hacer tiempo descartamos de inmediato el perroflautismo de Depedro y nos apresuramos a pillar sitio para The Jesus & Mary Chain, uno de esos grupos a los que les importa un comino la reacción del respetable, como nos dejaba claro el intachable carisma maldito de su voceras Jim Reid, ora apoyado en el micro cual Cristo crucificado, ora de espaldas al personal, como si lo que estaba sucediendo allí no fuera con él. Y en una esquina, el otro hermano William Reid, con su habitual pose hierática, sacando chispas a esos riffs que inundaban el alma.

Temas recientes del calibre de “Amputation” nada tienen que envidiar a sus viejos clásicos, por eso no dudaron en intercalarla al inicio entre piedras angulares del estilo de “April Skies” o “Head On”. La colaboración de una corista en “Always Sad” únicamente podría engrandecer la belleza de un recital emocionante hasta la médula en el que lo de menos era fijarse si el vulgo se movía o no, ya andaban por el recinto verdaderos fans desperdigados que se sabían las canciones con fidelidad religiosa, esos eran los que nos importaban, el resto, al gulag.

Ante artistas pesados que te piden que si dar palmas, agacharse o cualquier otra tontería se tornaba un alivio encontrarse con unos tipos antisistema total a los que se la pela todo eso y solo piden que escuches música. Nada de peroratas inútiles que duermen hasta a las piedras, la conversación más larga que entabló Jim Reid con la parroquia consistió en un “¿Cómo va eso?”, unos gruñidos arreciaron a modo de respuesta y el cantante zanjó el parlamento con un escueto “Bien”. Para algunos sería una falta de entusiasmo, para nosotros otro de esos detalles que los eleva por encima del resto de los mortales, una muestra de provocación en la época contemporánea. Esa es la actitud punk hoy en día, que te importe todo una mierda.

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The Jesus and Mary Chain

“Between planets” reincidió en ese ruido emocionante de poner pelos de punta, con Reid diciendo “Me vuelves loco” mientras miraba fijamente al suelo como si aquella declaración de amor no fuera con él, nos encanta su peculiar sentido del romanticismo. La rockera “Blues From A Gun” sacudió entrañas con sus riffs retumbantes antes de asimilarse a unos Ramones en cámara lenta en “Cherry Came Too”. Un repertorio versátil en el que no dejaron fuera ninguno de sus palos característicos, desde el post punk chirriante de los inicios hasta ese rock alternativo comercial que podría gustar a cualquiera.

“Some Candy Talking” de su seminal ‘Psychocandy’ rechinó con la dignidad adecuada antes de fundirse en un marasmo ensordecedor que quizás se hubiera disfrutado todavía más a mayor volumen. Bordan la alegría melancólica en “Halfway To Crazy” al admitir que “el suicidio les podría salvar”, pero sin duda uno de los momentazos del recital fue el mantra mancuniano a lo Stone Roses de “Reverence”, hipnótico total, con niebla a borbotones, ecos y flashes como si realmente fuera el fin del mundo. Todos hubiéramos muerto como Jesucristo aquella noche.

Y su éxito “Just Like Honey” resultó tan sentido como si lo entonara Joey Ramone, al igual que “You Trip Me Up” o el decálogo nihilista chirriante de “The Living End”. Esa es parte de su grandeza, en un momento se arrancan con piezas para enamorados y acto seguido caen rendidos a los pies de sí mismos con himnos autodestructivos de bidón de gasolina. El manifiesto “I Hate Rock N’ Roll” provocó que muchos dieran golpes en las vallas como fieras descontroladas y evocaran esos tumultos que se solían desencadenar en sus bolos en los comienzos de su carrera.

Muy superiores a su última visita a La Riviera, y quizás también a su actuación del BBK Live de hace un par de años, con la excepción de que entonces tocaron la monumental “In A Hole” en el marco del aniversario de ‘Psychocandy’, aunque el alma nos la inundaron de la misma manera. Ojalá todos alcanzáramos ese peculiar nirvana de Jim Reid, emocionarnos y que a la vez nos la pele todo. Gloria bendita.

La pluma de Morrissey

La relativa tregua meteorológica no nos libró del inmenso lodazal montado en las cercanías del escenario principal ni tampoco del ambiente helador que sintió hasta Neil Hannon, líder de The Divine Comedy, que salió a escena hasta con bufanda, y eso que el tipo era irlandés. Su indie pop barroco a veces es un poco para premamás, pero nos parecieron más divertidos que otras veces e incluso apreciamos sus ingeniosos juegos de palabras, un terreno en el que sobresalen en su hit “At The Indie Disco”, donde dicen que una chica les provoca tantas taquicardias como el inicio de “Blue Monday”, el mejor piropo que se le podría decir a cualquiera. Y no se cortaron en recrear sobre las tablas la conocida tonadilla de New Order enfatizando su línea de bajo y sus ritmos hipnóticos. Agradables.

Había ganas por catar de nuevo al soberbio dúo Luma, pero los atrasaron y nos jodieron un tanto la marrana. No nos apetecía comernos la cabeza con el post- rock de Grande Days, así que optamos por acudir a tararear melodías facilonas con el power-pop desenfadado de los vascofranceses The Lookers, a los que habíamos contemplado hace escasos días de teloneros de Flamin’ Groovies. No inventan la rueda en su rollo, pero sirven de largo para pasar un rato entretenido sin demasiadas pretensiones con trallazos enérgicos que bordean el punk del tipo de “Waiting (In My Car)”. Entran como un tiro.

La época de las redes sociales ha entronizado a verdaderos peleles que no valen un pimiento mientras que suele ignorar a todos aquellos que poseen un talento incontestable. Es el caso del vocalista de The Drums, un pavo con tanta pluma como Morrissey, con sus mismos movimientos de micro y de manos y hasta con una colorida camisa que desafiaba el sentido de la estética y podría presentarse ante la Audiencia Nacional por atentado contra el gusto.

Era algo tan exagerado que no se sabía si aquello era cierto o nos estaban tomando el pelo, pues se regodeaban tanto en la miseria en “Best Friend” como The Smiths y desprendían nihilismo a paladas en “Let’s Go Surfing”  de su celebrado debut. Se han empollado bien los vídeos de los de Manchester hasta clavar esa apariencia “casual” con su guitarrista con chupa de cuero como si fuera a tocar en U2. Y su cantante borda cada tono con una solvencia encomiable. Mucha clase para rumiar desesperación. Solo les faltó lanzar flores.

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The Hives

Los bilbaínos Vulk ya se mueven a otro nivel después de haber tocado en el BBK Live o en el presente festival. Todo un mérito teniendo en cuenta que su post punk gélido cual témpano y con ínfulas marciales no cede ni un atisbo a la comercialidad. Hacen lo que les sale de las entrañas y tal vez por ello consiguen congregar a una respetable cantidad de fieles que montan pogos o se elevan por encima de la muchedumbre. Su vocalista se sigue quedando con la peña al oficiar de espaldas, bailar espasmódicamente a lo Ian Curtis o explotar de rabia con la contundencia de John Lydon y seguramente sea de la escuela de Jim Reid, es decir, que le importa un comino si te lo pasas bien o mal en sus conciertos. Siguen escalando posiciones.

El ansia por agradar al personal provoca cantidad de momentos ridículos, sobre todo si las expectativas se encuentran muy por encima de la realidad. Es lo que les sucedió a los suecos The Hives ya desde el comienzo cuando el paisanaje no captó una broma que hicieron sobre Yngwie Malmsteen, de hecho, creo que a excepción de un servidor ninguno de los presentes había oído hablar jamás en su vida del virtuoso neoclásico, que estamos en un festival indie, señora.

Y eso que prometían oro puro con un comienzo apabullante con “Come On”, una de las mejores intros de la historia, el trallazo garajero “Hate I Told You So” o la siempre impepinable “Main Offender”. Pero a medida que fue avanzando el recital se fue incrementando la incomodidad del combo porque no se estaba respondiendo como ellos esperaban. “¿Por qué silencio?”, preguntaba en casi perfecto castellano su dicharachero voceras que más bien parece un enérgico presentador de televisión que no para de subirse a los bafles, saltar desde la batería o retozar con las masas.

Su repertorio no concedió ni un instante de aburrimiento con piezas frenéticas del calibre de “Die, All Right!” y alusiones a la historia del rock n’ roll como el “Do You Wanna Dance” de Bobby Freeman o el “Rock N’ Roll Is King” de la ELO. Todo un chute de energía se antojan asimismo “Won’t Be Long”, en la que el cantante expulsó agua por la boca cual sifón, o “Walk Idiot Walk”, otra de las infalibles para sublevar a los fieles. Pero la broma que intercalaron en la destructiva “Tick Tick Boom” se les fue por completo de las manos al dedicarse a preguntar el nombre a las primeras filas. Y luego encima nos mandaron agacharnos como en el colegio y hubo algún gesto de aburrimiento que no debió de gustar al vocalista ya que dijo a uno de los asistentes que si tantas ganas tenía de dormir “podía mejor tumbarse en la hierba”.

El despropósito continuó con un tesón similar al de una sala de tortura en la que el oficial a cargo suelta frases amenazadoras como “Si no lo hacéis, esto va a llevar más tiempo” ante la reticencia de algunos a ponerse de cuclillas, algo normal con el barrizal que había abajo, no sé yo si el impoluto traje de Pelle Almqvist habría soportado tal afrenta. Con este panorama, no tenía pinta de que se estiraran con bises, pero regresaron dedicando palabras tan emotivas como “Me estáis jodiendo, y a la gente cuando le joden le suele gustar”  antes de un “Patrolling Days” que ya no resultaba para nada creíble. ¿Habían venido a tocar o a hablar? Muy pesados, lo volvemos a repetir, hay que ser como Jim Reid.

Y para cerrar la jornada nos animamos a ver a los pamploneses Kokoshca, un combo con bastante popularidad en el mundillo indie y que por lo que vimos no se trata de otro de esos estériles hypes que pueblan dicho género, pues evocan la tenebrosidad y el malrollismo de El Columpio Asesino o las guitarras chirriantes de Triángulo de Amor Bizarro. Aquello sonaba bien y además nos terminaron de convencer los movimientos de la cadera que parecía esculpida de su encuerada vocalista femenina, guapa de veras, ¿por qué no decirlo? Muy versátiles, su final fue épico con “No volveré” evocando el punk rock sin tapujos de los Ramones. Merecen la atención.

Pues en lo que a un servidor respecta el traslado del Monte Igeldo al Hipódromo de Donosti aprueba con nota, una lástima que los cielos se conjuraran para deslucir este estreno de un recinto con mayor capacidad y muy aprovechado, aunque se hubiera agradecido alguna solución contra el incómodo fango que nos llevamos de recuerdo. El festi ya ha alcanzado la mayoría de edad, solo le queda crecer.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

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